"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

domingo, 25 de septiembre de 2011

DEMOCRACIA (1)


Massimo Fini

Este es el primero de una pequeño ciclo de textos dedicados a la crítica de la democracia.
 
El rebelde de la A a la Z: entrada “democracia”

La democracia representativa, la democracia liberal, la “democracia real”, en la que concretamente vivimos, es una parodia, una ficción, un fraude, una estafa. Es un ingenioso sistema para dar por culo a la gente, y sobre todo a la pobre gente, con su consentimiento.

Porque no es la democracia, sino un sistema de minorías organizadas, de oligarquías políticas y económicas estrechamente entrelazadas, ligadas a menudo a organizaciones criminales y en parte ellas mismas criminales, que oprimen al individuo aislado, el que se niega a afiliarse, a someterse a un humillante vasallaje, a besar chanclas, es decir justamente aquel hombre libre del cual el liberalismo quería valorizar la capacidad y el mérito, sus potencialidades y que sería el ciudadano ideal de una democracia. Si de verdad existiera. En lugar de ello se convierte en la víctima designada.

Acerca de todo ello la escuela elitista italiana de principios del siglo XX (Vilfredo Pareto, Gaetano Mosca, Roberto Michels) ha escrito palabras definitivas. Objeciones y críticas a la democracia representativa que tras ellos ninguna alquimia jurídica ha conseguido rebatir.

Escribe Gaetano Mosca en La Clase Política: “Un centenar de sujetos que actúen siempre al unísono y de acuerdo unos con otros triunfarán siempre sobre mil que no tengan ningún acuerdo entre ellos”. El voto del ciudadano individual, libre, no afiliado, se diversifica y se dispersa, justamente porque es libre, mientras las estructuras de los partidos eligen primero los candidatos y luego, con coaliciones, también los elegidos (en el sistema mayoritario o el proporcional con listas de preferencias preordenadas no tienen ni siquiera que tomarse esta molestia: los elegidos se escogen directamente desde arriba) […]

Con las elecciones, falseadas desde el principio porque las minorías organizadas prevalen sobre la mayoría de los ciudadanos considerados uno a uno, las oligarquías políticas se adueñan ante todo del Estado y de las Instituciones a través de las cuales ejercitan un poder formalmente legal, pero sustancialmente arbitrario, por la manera en que se ha obtenido,  origen de ulteriores abusos. En efecto, las oligarquías pueden actuar en una vastísima area gris, ni legal ni abiertamente ilegal, y por tanto inaferrable, de abusos y atropellos contra los cuales el ciudadano carece de defensa a causa de  su indeterminación jurídica y porque está aislado. Piénsese, por dar dos ejemplos, en todo el sistema de clientelas organizado por las oligarquías con el cual favorecen a sus adeptos y secuaces, con perjuicio y mortificación de los demás, o -especialmente en Italia- en la ocupación de las televisiones estatales por los partidos.

Por último, los miembros de las oligarquías pueden operar en la sombra, completamente fuera de la ley o en conflicto con ella, esto es de manera inequívocamente criminal, seguros de la impunidad que les da el entramado de intereses que unen el mundo político, económico, financiero, bancario, periodístico y sus allegados que, conjuntamente, constituyen una verdadera clase de privilegiados; es más la única clase que queda en circulación tras la èrdida de significado de las viejas categorías de derecha e izquierda y, sociológicamente, la homologación de la población en una indistinta clase media. […]

Las democracias son por tanto aristocracias enmascaradas. Pero con importantes diferencias respecto a las aristocracias históricas. Ante todo aquéllas eran declaradas. En segundo lugar los miembros de las aristocracias auténticas debían poseer cualidades específicas y cumplir algunas, y precisas, obligaciones. Limitándonos al feudalismo europeo, el noble es aquél que sabe manejar las armas (y para ello era necesario un largo y fatigoso adiestramiento), que debe defender el territorio y administrar justicia en su feudo. Las aristocracias ocultas, las oligarquías democráticas no poseen cualidades específicas, pre-políticas. La clase política democrática está formada por personas cuya característica distintiva es únicamente, y tautológicamente, la de hacer política. Su legitimación es totalmente interna en el mecanismo político que las ha generado. El oligarca democrático es un hombre sin cualidades- Su única cualidad es que no tiene ninguna. Goza de los privilegios de una aristocracia sin tener ni las características ni las obligaciones.

El rito de las eleciones sirve sólo para legitimar las oligarquías, políticas y ecoonómicas, para que sigan cocinando sus intereses y sus negocios, gozar en paz de sus privilegios, en perjuicio de la mayoría de la población. Tienen la misma función de la “unción” de los reyes medievales sin tener su credibilidad. Y al ciudadano de una tal democracia no le queda que elegir por qué oligarquía, aristocracia o mejor mediocracia, prefiere ser oprimido, humillado, ofendido y, cada vez más frecuentemente, abofeteado.

La democracia presenta algunas desventajas, aunque sean indirectas, incluso si la comparamos con las dictaduras. Desde los tiempos de la Grecia clásica vale el principio según el cual es legítimo matar al tirano, es decir es moralmente legítimo abatir al dictador con la violencia. Hoy en día este principio está tan interiorizado, que la única justificación que les ha quedado a los americanos para el desastre que han hecho en Iraq es que un dictador ha sido eliminado.

Naturalmente también una democracia puede ser derribada con la fuerza. Pero esto es inmoral. Es más, se trata del máximo delito político de nuestra época. Aunque nacida de revoluciones violentas y cruentas (inglesa, francesa, americana), que han derrocado los viejos regímenes derramando ríos de sangre, la democracia, ahora que tiene la hegemonía, rechaza, incluso conceptualmente, que se le pague con la misma moneda y declara no sólo inadmisibles –lo que es comprensible desde su punto de vista- sino inmorales las revoluciones contra ella. La motivación es, aparentemente, lógica: el dictador puede ser cambiado solamente con la violencia, en democracia los ciudadanos pueden elegir quién los gobierna.

Si quisiéramos hilar fino podríamos objetar que si esto es verdad para las personas no lo es para los regímenes. Tampoco el régimen democrático, como el dictatorial, puede ser cambiado sin la violencia. Si no recurre a la fuerza el ciudadano está condenado a la democracia para toda la eternidad (mientras hay ejemplos históricos de aristocracias que se han auto-reformado espontáneamente transformándose, de manera incruenta, en regímenes de distinto tipo).

Pero dejando de lado estas sutilezas el punto fundamental es que también la democracia representativa es una forma de tiranía. Escribe Voltaire en su Diccionario Filosófico: “nosotros distinguimos la tiranía de uno y la de muchos. Esta tiranía de muchos sería la de una clase o una corporación que usurpara los derechos de los demás y ejercitase el despotismo por medio de leyes alteradas deliberadamente”. Esto es exactamente lo que sucede en la democracia liberal en la cual las oligarquías oprimen al individuo, pero como esta “tiranía de muchos” está disfrazada de democracia el ciudadano está moralmente desarmado.

Así, mientras en una dictadura puedo al menos cultivar la esperanza de liberarme del tirano pegándole un  tiro, en la democracia liberal el ciudadano debe soportar las violencias, los abusos, los atropellos de la “tiranía de muchos” sin que pueda sentirse moralmente autorizado a liberarse con la violencia. Al contrario debe ratificar y santificar su condición de paria yendo cada cuatro o cinco años a meter una papeleta en una urna.

Pero no hay que dar por descontado que quien desea derribar una democracia representativa, es decir la “tiranía de muchos”, pretenda por ello sustituirla con la “tiranía de uno solo”; ésta es la fácil y para nada inocente acusación que inmediatamente se lanza contra quien tome posición contra los actuales regímenes democráticos. Simplemente podría querer cambiar un  régimen solapadamente y sustancialmente tiránico, fraudulento y sumamente hipócrita, con otro no tiránico y menos fraudulento.

Y puesto que la democracia liberal, que se representa a sí misma como “el mejor de los mundos posibles”, meta y final de la Historia, y por tanto inmutable e inmortal, no consiente alternativas, moralmente se tiene derecho a utilizar en su contra la violencia, no existiendo otro modo para deshacerse de ella. Como hicieron los revolucionarios democráticos cuando quisieron liberarse de los despotismos de su época.

sábado, 17 de septiembre de 2011

DIGNIDAD


Massimo Fini

Extraído de “El rebelde de la A a la Z”

Si por casualidad un día de éstos transmitieran en la televisión imágenes del funeral de Fausto Coppi [Nota: famoso ciclista italiano fallecido en 1960], funeral que tuvo una gran participación popular, veríamos una multitud modestamente vestida pero decorosa y compuesta. Los rostros son intensos, casi hermosos en su esencialidad, los gestos medidos, no desprovistos de una cierta gracia natural. Ningún desgarbado aplauso se oye cuando el ataúd sale de la iglesia, se honra al muerto con el silencio. Los carabineros son apuestos muchachos italianos, del pueblo, amables, educados, que sin esfuerzo consiguen tener a raya a esta inmensa muchedumbre ordenada, y se limitan a asistir a alguna anciana. Hay mucha dignidad en ese fragmento de pueblo italiano que asiste a los funerales del gran campeón y que es un espejo bastante fiel de cómo éramos entonces. La guerra nos había hecho adelgazar, en todos los sentidos, y éramos más simples. El boom económico no había aún explotado, aunque estaba a punto de hacerlo.

El hombre de hoy, en Italia, como en todo el mundo desarrollado, esa dignidad la ha perdido. Es ante todo una falta de dignidad física, antropológica. Somos incurablemente vulgares. La vulgaridad, como el ridículo, viene de un contraste, de algo que desentona, de una disparidad. Disparidad entre el interior y el exterior, entre lo que se tiene y lo que se es, entre lo que somos y cómo nos presentamos. Es un no estar en el propio papel. En el mundo de la apariencia y de la imagen el hombre tiene la necesidad –o cree tenerla- de presentarse de manera distinta a como es. Se pone una máscara. En el habla, en el comportamiento, en el vestir, en el habitar. Es un make-up para esconder una verdad interior, su debilidad o su ausencia.

Esta disparidad y esta falta de armonía son particularmente evidentes en prácticamente todas las protagonistas del show business televisivo, lugar privilegiado y emblemático de la sociedad moderna, que puede ser tomado como paradigma de la mujer de hoy. En ellas hay siempre algo falso, construido, artifical, plastificado, inverosímil, un énfasis, una exageracion, una retórica del cuerpo.

Otro elemento que contribuye a nuestra vulgaridad es la abismal distancia que nos separa de los sofisticados instrumentos que usamos cotidianamente. El hombre de ayer, ya se tratase de un “salvaje” o del campesino o el artesano de Europa preindustrial, tenía un conocimiento perfecto de los instrumentos que utilizaba aun cuando no estuvieran construidos por él. Estaba en armonía con ellos, de alguna manera formaban parte de su persona.

El hombre de hoy no sabe nada del funcionamiento de la compleja tecnología que hay en un frigorífico, un televisor, un ordenador, un teléfono, un avión e incluso en un aparentemente simple cenicero de plástico. Sabemos sólo que podemos hacer uso de ellos. Pero también un tontorrón cualquiera puede hacerlo. Vivimos gracias a prótesis mucho más sofisticadas que nosotros –porque son el concentrado de un altísimo saber científico y tecnológico elaborado en otro sitio- que, precisamente mientras nos alejan aparentemente de la naturaleza animal, de la que queremos separarnos, en cambio la subrayan y recalcan. Esto lo podemos constatar observando una persona por la calle mientras habla con el móvil: parece un simio vestido y amaestrado.

Pero esta vulgaridad interior no es más que el reflejo de una falta de dignidad, de sentido de sí mismo, interior. En la sociedad opulenta el hombre vive rodeado de una infinidad de gadget, de fascinantes juguetes. Su energía emotiva se dispersa inevitablemente en una multitud de objetos, de pseudo-intereses, de pseudo-necesidades, de pseudo-conocimientos cuya masa obstaculiza las necesidades esenciales, los sentimientos esenciales, fuertes, profundos, duraderos, de los cuales el hommbre moderno –se trata de un dato de la experiencia cotidiana- se demuestra incapaz. Sus pasiones son mediocres como sus vicios. Es sentimentalmente un impotente. En esta orgía de “juegos” retrocede al estadio infantil y, como un niño, protegido, acariciado, malcriado, extenuado, desvirilizado; a diferencia de quien tiene que lidiar con las duras pero pedagógicas necesidades de la vida, no sabe ya darse una jerarquía de valores.

El bienestar nos ha quitado la vitalidad. Ha hecho que nuestra vida nos sea tan querida que estamos dispuestos a soportar cualquier cosa, hasta las más feroces humillaciones, con tal de no arriesgarla. Ahora bien, dar un valor excesivo a la vida conduce a devaluarla. A no vivirla dignamente. A no vivirla con dignidad.

En dos espléndidas páginas de El Antiguo Régimen y la Revolución Alexis de Tocqueville explica cuál era la relación de los súbditos con el poder del rey. Escribe que podían acatar su autoridad con la más sumisa obediencia sin perder la propia libertad interior y el sentimiento de la propia dignidad. Porque creían profundamente en la legitimidad e incluso en la sacralidad de aquel poder. Había en cambio un tipo de obediencia que no les pertenecía: “No sabían lo que era doblegarse ante un poder ilegítimo, rechazado, poco respetado o despreciado. Esta forma de servidumbre degradante les era deconocida”. Aquellos hombres en definitiva obedecían por una convicción profunda, pero no estaban dispuestos a someterse al primer prepotente que llegara. Conservaban el sentido de la propia libertad y dignidad, lo suficiente para oponerse al arbitrio y al atropello cuando los consideraban tales. Y podían hacerlo. Porque en aquellos tiempos el derecho era en gran medida consuetudinario (codificar la vida y poner normas hasta en los mínimos detalles es una obsesión burguesa y democrática). El Estado no tenía aún el monopolio absoluto de la violencia y quedaba un amplio espacio para la autodefensa privada. Además, en la época premoderna cada cual formaba parte de un grupo: de la familia ampliada, de un clan, de una orden, de una corporación, de la comunidad de la aldea, que constituían una disuasión, un dique y una defensa contra los abusos y los atropellos de los varios poderes, legales o arbitrarios.

En la sociedad moderna, como sabemos, cada ciudadano delega el propio “quantum” de violencia al Estado, que se convierte en el único sujeto con derecho a utilizarla. La premisa es naturalmente que el Estado defienda a todos los ciudadanos de la misma manera. Pero no es así. Tampoco -quizás incluso menos- en una democracia. En un sistema democrático sucede que en la práctica se adueñan del estado minorías organizadas, oligarquías políticas, partidos. Estas oligarquías por una parte ejercitan el poder de manera, almenos formalmente, legal, ya que se sirven de las Instituciones del Estado. Por otra parte pueden perpetrar con total tranquilidad varias formas de agravios y atropellos que no se basan ya, como en otros tiempos, en la violencia física o en las amenazas, sino en abusos y prepotencias de frente a los cuales el ciudadano está completamente indefenso, porque ha perdido cualquier posibilidad de autodefensa privada, individual o colectiva. Además el carácter poco definido y escurridizo de estos desmanes le impide también –o hace inútil- la reacción legal, el recurso a la ley. Obedece por tanto al poder, también cuando asume las formas del abuso y el atropello, no porque lo considere, como el súbdito del Rey, legítimo –sabe perfectamente que es arbitrario- sino porque no puede hacer otra cosa. Pero siente esta obediencia como lo que es. Una sumisión humillante, una servidumbre degradante. Obedece pero desprecia y se desprecia.

Todo ello contribuye a crear e el ciudadano democrático una particular actitud y forma mentis en virtud de la cual, a fuerza de agachar la cabeza, al final está dispuesto a obedecer a cualquier poder, aunque sea “rechazado, poco respetado o despreciado”, por usar las palabras de Tocqueville, aunque sea abiertamente ilegítimo, con tal de que sea suficientemente fuerte para ser temido o para dispensar favores (recibir beneficios y ventajas indebidas es la otra cara de la sumisión). La verdadera marca del ciudadano democrático no es el respeto por la Autoridad, a la que desprecia pero teme, o de la ley, que viola en cuanto puede, sino el servilismo.

Si consideramos además que en democracia las clases dirigentes son particularmente corruptas (también en los otros regímenes, obviamente, lo son, pero en democracia, por el mecanismo de selección de representantes y gobernantes, el nivel de corrupción es, como norma, más alto, como está demostrado histórica y estadísticamente) y que en este tipo de sistema, organizado alrederor de la economía, del mercado, del beneficio, de la riqueza, del éxito no importa con qué medios obtenido, no existen valores realmente compartidos distintos del “Dios Dinero”, se comprende bien cómo el hundimiento de la ética pública arrastra consigo, inevitablemente, también la privada.

En Afganistán los americanos prometieron 50 millones de dólares a quien les entregase el Mullah Omar. Con una cifra así, allí se compra todo el país y un trozo de Pakistán. Pero hasta hoy no han encontrado nadie dispuesto a tracicionar al Mullah. Aquí la gente está dispuesta a venderse, junto con su dignidad, por unos pocos euros o dólares.

viernes, 9 de septiembre de 2011

EL REBELDE



Massimo Fini
Extraído de “El rebelde de la A a la Z”

El Rebelde es un hombre que dice no. ¿A qué? Al orden establecido, a creencias, valores, opiniones, reglas, comportamientos comunes en la sociedad en que vive, en los cuales no se identifica y no se reconoce. Ha nacido en un tiempo y lugar que no son suyos. Es un desplazado, un borderline. Pero no quiere dejarse normalizar, homologar, englobar. Por esto dice no. Es más, lo grita de manera que todos puedan oírlo. No se esconde. Y está dispuesto a asumir la responsabilidad y las consecuencias de su rechazo, adeudándolas sólo y exclusivamente a sí mismo. El Rebelde paga en primera persona. Detesta las medias tintas, las morales a mitad, los senderos retorcidos, las mediaciones. Ama el choque frontal. Es un combatiente a cara descubierta.

No tiene por tanto nada que ver con el conspirador, que para subvertir el orden establecido actúa en secreto y en la sombra, dispuesto a todo, al fraude, a la emboscada, al asesinato. Se complace del propio cinismo considerándolo la forma suprema de la inteligencia. En cambio es un ingenuo -aunque peligroso- narciso que se mira y remira en el espejo, estremeciéndose de placer desde el dedo gordo del pie hasta el ombligo, confundiendo el propio delirio de omnipotencia con la realidad.

El Rebelde no debe tampoco ser confundido con el revolucionario, que quiere sustituir un orden establecido con otro. En el fondo es un hombre de orden y un conformista que solamente ha cambiado el signo, porque no existe si no en el seno de una communis opinio o, si se prefiere, de una ideología compartida.

El Rebelde es en cambio un “chevalier seul”. No se propone objetivos políticos. Quiere sólo permanecer fiel a sí mismo, cumplir una especie de inconsciente promesa que se hizo cuando era un muchacho. “Defiende lo que él mismo es” como escribe Albert Camus en “El hombre rebelde”. Su orden moral es totalmente interior. Es su personalísima tabla de valores, el núcleo interno que lo constituye y al cual no está dispuesto a renunciar a ningún precio, de frente a las agresiones o a las tentaciones del orden establecido, dispuesto a defender este núcleo interno hasta las extremas consecuencias. El Rebelde es por tanto un hombre que dice no. Pero es también un hombre que dice . A sí mismo.

En su solitaria y dolorosa lucidez el Rebelde sin embargo sabe que, en ausencia de un Absoluto del que hacer descender una jerarquía entre lo que es Bien y lo que es Mal, los valores individuales en que cree y que se esfuerza por honorar, la lealtad, el respeto de la palabra dada, el donarse generosamente, el valor físico y moral, la dignidad, no son en sí mismos superiores a aquellos que desprecia. Como Iván Karamazov, sabe desesperadamente que en el silencio sideral de Dios, “todo es absurdo y por tanto todo está permitido”.

Sin embargo, aunque no tenga en realidad ningún sentido, el Rebelde, por la orgullosa percepción que tiene de sí, no quiere rendirse a este “todo está permitido”. Y se comporta de consecuencia como si existiese un Tribunal superior que lo juzga. El suyo. Tercamente, con cabezonería, no quiere traicionar la imagen que, con razón o sin ella, se ha hecho de sí mismo. Más que ética la suya es una coherencia y una rebelión estética.

El Rebelde es un hombre solo. La suya es antes que nada una soledad metafísica. Ha renunciado a Dios y a las consolaciones que le puede ofrecer una fe colectiva, religiosa o laica. De frente al misterio y a la angustia del ser no tiene otro compañero que sí mismo.

En segundo lugar es una soledad social. En su propia comunidad vive como un extranjero. Es un deraciné.

A la larga la soledad del Rebelde se convierte en existencial y en una especie de misoginia obligada. El Rebelde es un hombre que persigue Sueños. Las mujeres pueden amar a un hombre que persigue Sueños –es más en, general lo aman apasionadamente, sobre todo cuando son jóvenes y joven es el que sueña- pero no aman los Sueños (como no sean los de película, novelescos o en cualquier caso virtuales, que no las impliquen verdaderamente y simplemente las distraigan. El romanticismo de la mujer es una invención del siglo XIX alemán, como la “mujer angelical” es una creación literaria del amor cortese medieval). La mujer es un ser demasiado concreto y vital para perseguir Sueños. Persigue tener hijos; hoy en día por lo que parece ni siquiera eso, pero nunca, en cualquier caso, quimeras. A la larga, la relación entre el hombre que persigue Sueños y la mujer que pretende lo concreto se quiebra. Y el rebelde se queda solo. Totalmente y definitivamente solo. Pero no puede hacer nada. Es su historia. Ha nacido así.

Profundizando aún más se descubre que el rebelde tiene necesidad de la Autoridad. Porque sin ella su rebelión no tendría sentido. Pero no se trata solamente de una cuestión de contraste, que el rebelde necesita para poder manifestarse. En el fondo del corazón del Rebelde existe, inconsciente, secreto, inconfesado e inconfesable, un deseo que lo atormenta, el de encontrar una Autoridad que tenga a sus ojos la fuerza y el prestigio para someterle. Desobedece en la esperanza de encontrar a quien tenga la capacidad de hacerle obedecer. Si esto sucede el Rebelde deja de ser tal y se convierte en un “hombre de orden”, el más cumplidor de todos (es la historia del libertino que se hace monje).

El Rebelde tiene por tanto, en realidad, un profundo sentido del orden. Ante todo su orden interior que lo tensa y lo conduce a la lucha contra el orden establecido, que él ve como un desorden. La cosa se puede quedar así y entonces el Rebelde sigue siéndolo durante toda su vida, una especie de “puer aeternus”, un eterno adolescente. Pero puede haber un segundo estadio en el cual el rebelde, si encuentra a alguien capaz de doblegarlo, retorna al orden y combate con extremo rigor el desorden, es decir el antiguo sí mismo. Y es posible también una tercera fase en la cual, renunciando a la actitud prometeica, cesa de luchar por el desorden o por el orden y de vivirse a sí mismo en relación con los demás (aunque sea a favor del orden o del desorden no deja de ser contra algo o alguien). Esta según algunos sería la madurez.

MASSIMO FINI: Presentación




El primer autor del que nos vamos a ocupar es Massimo Fini. Italiano, ha publicado unos cuantos libros en Italia y que yo sepa no está publicado en España, aunque en algún blog se encuentran artículos suyos.

Desde sus comienzos como periodista pasó a escribir alguna biografía histórica y sobre todo ciertos ensayos que son del máximo interés por su lucidez y su crítica radical a la sociedad moderna y sus mitos. Especialmente contra la ideología del crecimiento y la tecnificación de la vida. No es un autor que defienda una línea política determinada y de hecho sostiene que la diferencia derecha-izquierda carece totalmente de validez y de sentido, en cuanto son expresiones de la concepción del mundo producto del iluminismo y el racionalismo que rechaza de raíz.

Se le puede considerar un relativista cultural y una línea fundamental en su crítica es lo que llama el vicio oscuro de Occidente –título de uno de sus libros principales- en el cual ataca la pretensión de imponer el propio modelo de vida a todo el mundo. Ferozmente crítico con las guerras de agresión conducidas contra Yugoslavia, Iraq y Afganistán, contra cualquier moralismo humanitario e intervencionista y contra todo  universalismo que pretenda tener la verdad absolulta e imponerla pensando que sea válida para todos, sea cristiano, musulmán, la religión del libre mercado, de la economía o de la democracia.

Sus principales libros abordan temas como los aspectos positivos de la guerra, la tiranía del dinero y del poder bancario, el racionalismo y la mecanización de la existencia humana, que vuelve nuestra existencia árida y sin sentido, la crítica a la democracia y los efectos negativos del industrialismo, el materialismo y la tecnología sobre la vida y la sociedad.

Personalmente la parte de su discurso que encuentro más incisiva es su denuncia de cómo el hombre ha creado con el desarrollo tecnológico mecanismos y fuerzas impersonales, que han escapado a su control y siguen una lógica implacable e inhumana. En resumen y usando sus propias palabras, una sociedad que avanza ciegamente como un tren enloquecido sin nadie que lo controle. Una sociedad en la cual los hombres han renunciado a su libertad e independencia por un plato de lentejas y por quimeras, que se han dejado dominar por procesos creados por ellos mismos. Este es en mi opinión el núcleo de su pensamiento.

Ferozmente crítico con el feminismo y la mujer moderna, como no podía ser de otra manera tratándose de un hombre libre, presenta en los textos con los que abriremos este blog la figura del Rebelde que se puede considerar como uno de los más altos ideales masculinos, con su particular búsqueda y permanente tensión. Aunque en este autor la figura aparece con tintes bastante fatalistas y oscuros, casi reconociendo a la mujer una predominancia en cuanto portadora de la maternidad y de la misión de perpetuar la vida.
Cada lector decidirá en qué medida y de qué manera se reconoce en esta figura, pero he escogido estos pasajes para empezar porque son una declaración de principios de gran claridad y belleza.

Estos temas dan para muchas reflexiones y debo detenerme aquí esperando que el lector curioso aproveche como mejor crea lo que Massimo Fini tiene que decir.

El autor mantiene un portal en Internet donde publica regularmente artículos y da noticias sobre sus actividades. También ha fundado el Movimento Zero como un movimiento de contestación a la sociedad y la política actual:


Todos sus libros y artículos son recomendables. Los principales son los siguientes:

La Ragione aveva Torto? (1985) 
Elogio della guerra (1989)
Il denaro, "sterco del demonio" (1998)
Il vizio oscuro dell'Occidente. Manifesto dell'antimodernità (2003)
Sudditi. Manifesto contro la democrazia (2004)

Otros libros

Il Conformista (1990)
Nerone. 2000 anni di calunnie (1993) (biografía histórica)
Catilina. Ritratto di un uomo in rivolta (1996) (biografía histórica)
Dizionario erotico. Manuale contro la donna a favore della femmina, (2000)
Nietzsche. L'apolide dell'esistenza (2002)
Massimo Fini è Cyrano. Contro tutti i luoghi comuni (2005) (Teatro)
Il Ribelle dalla A alla Z (2006)
Ragazzo. Storia di una vecchiaia (2007)
Il Dio Thoth (2009) (novela)
Senz'anima, Italia 1980-2010 (2010) (recopilación de artículos)
Il Mullah Omar (2011)

En El Velo Rasgado será publicada una selección de pasajes del libro Il Ribelle dalla A alla Z donde el autor sintetiza sus ideas en forma de diccionario. Además habrá algunos fragmentos de sus cinco ensayos principales y algún artículo suelto.