"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

domingo, 22 de enero de 2012

CULTURA DE DERECHAS (I)

[Este texto de Romualdi data de 1966, cuarenta y cinco años que no le han hecho perder actualidad y en los cuales los actores políticos y los nombres han cambiado, pero no la sustancia de lo que se dice en este artículo. El término "Destra" utilizado por Romualdi no se corresponde más que parcialmente con la derecha o las derechas españolas, tiene un sentido mucho más amplio y no sólo político. Es engañoso también porque el autor habla de Italia y la historia política española -evidentemente- fue totalmente distinta hasta los años 70. Pero aún así creo que el lector podrá sin problemas "transponer" al momento actual el contenido de este texto. He traducido simplemente "Destra", en el sentido de visión del mundo, como "Derecha" o "Derechas" y el propio texto indica cómo se debe interpretar.] 


¿Por qué no hay una cultura de Derechas?

Uno de los motivos recurrentes en nuestro ambiente es la condena del compacto alineamiento izquierdista de la cultura italiana. Esta condena se formula de una manera en parte dolorosa, en parte sorprendida, como si fuera innatural que la cultura esté comprometida con aquella parte mientras en la Derecha se encuentra un vacío casi completo.

Normalmente uno intenta entender este estado de cosas con recursos a buen mercado, ese tipo de explicaciones que valen para tranquilizarse a sí mismo y permiten quedarse en la superficie de las cosas.

Se dice –por ejemplo- que la cultura es de izquierdas porque allí está la mayor cantidad de dinero, de editoriales, de medios de propaganda. Se dice también que bastaría un cambio en la dirección del viento para que muchos “izquierdistas” se replanteasen su engagément.

En todo esto hay algo de verdad. Una cultura, o mejor dicho, la base de lanzamiento que necesita una cultura, es también organización, dinero, propaganda. Sin duda el aplastante predominio de las editoriales de tendencia marxista, del cine socialcomunista, invita al engagément muchos que –en un clima distinto- permanecerían neutrales.

Pero esto no debe hacernos olvidar la verdadera causa de la hegemonía ideológica de la Izquierda. Ésta se apoya en que allí existen las condiciones para una cultura, existe una concepción unitaria de la vida materialista, democrática, humanitaria, progresista. Esta visión del mundo y de la vida puede asumir distintos matices, puede convertirse en radicalismo y comunismo, neoiluminismo y cientificismo con un fondo psicoanalítico, marxismo militante y cristianismo positivo orientado a lo “social”. Pero en cualquier caso siempre nos encontramos de frente a una visión unitaria del hombre, de los fines de la historia y de la sociedad.

De esta concepción común surge una masiva producción de ensayos, histórica, literaria, que puede ser mezquina y mediocre, pero tiene una lógica y una íntima coherencia. […] En la otra parte, en la Derecha, nada de esto. Se merodea en una atmósfera deprimente hecha de pequeño conservadurismo y mentalidad burguesa de buen ciudadano. Se leen artículos en los que se pide que la cultura tenga mayor consideración hacia los “valores patrióticos” y la “moral”, todo ello en una pintoresca confusión de ideas y lenguajes.

En la Izquierda se sabe bien lo que se quiere, […], siempre se trabaja con un fin determinado, para la difusión de una cierta mentalidad, de una cierta concepción de la vida. En la Derecha se dan tumbos en la incertidumbre, en la imprecisión ideológica. […] Quizás los hombres cultos de derechas no son menos que los de izquierdas […] pero mientras el hombre de izquierdas tiene elementos de cultura de izquierdas, y le suenan por ejemplo Marx o Freud, el hombre de derechas difícilmente posee una conciencia cultural propia de la Derecha.

No sospecha la importancia de un Nietzsche en la crítica de la civilización, no ha leído nunca una novela de Jünger o Drieu la Rochelle, ignora “La Decadencia de Occidente” y no duda de que la Revolución Francesa haya sido una gran página en la historia del progreso humano.  Mientras se permanece en el campo de la cultura es un buen liberal, quizás algo nacionalista y patriota. Es sólo cuando se empieza a hablar de política que se diferencia […]

Basta poco para darse cuenta de que si falta una cultura de Derechas esto sucede porque falta una verdadera idea de la Derecha, una visión del mundo cualitativa, aristocrática, competitiva, antidemocrática; una visión coherente que esté por encima de ciertos intereses, de ciertas nostalgias y de ciertas oleografías políticas.


¿Qué significa ser de Derechas?

Creemos haber puesto el dedo en la llaga con las consideraciones precedentes, que escandalizarán a más de uno como todas las afirmaciones verdaderas.

¿Qué debería significar en principio ser de Derechas?

Ser de Derechas significa, en primer lugar, reconocer el carácter de subversión de los movimientos surgidos de la Revolución Francesa, se llamen liberalismo, democracia o socialismo.

Ser de Derechas significa, en segundo lugar, ver la naturaleza decadente de los mitos racionalistas, progresistas, materialistas que preparan la venida de la civilización plebeya, el reino de la cantidad, la tiranía de las masas anónimas y monstruosas.

Ser de Derechas significa, en tercer lugar, concebir el Estado como una totalidad orgánica donde los valores políticos predominan sobre las estructuras económicas y donde el dicho “a cada uno lo suyo” no significa igualdad, sino equidad en una desigualdad cualitativa.

En fin, ser de Derechas significa aceptar como propia aquella espiritualidad aristocrática, religiosa y guerrera que ha dejado su huella en la civilización europea y –en nombre de esta espiritualidad y sus valores- aceptar la lucha contra la decadencia de Europa.


Indicaciones para una nueva cultura de Derechas

¿Qué problemas se plantean a quien pretende afrontar el problema de una cultura de Derechas? Ante todo es imperativo un enfoque correcto del problema. Y el primer punto en este sentido es la definición de las relaciones entre la Derecha y la cultura.

Es necesario puntualizar que, para el hombre de la Derecha, los valores culturales no ocupan el rango excelso al que los ensalzan los escritores de formación racionalista. Para el verdadero hombre de la Derecha, antes que la cultura vienen  los valores genuinos del espíritu que encuentran expresión en el estilo de vida de las verdaderas aristocracias, en las organizaciones militares, en las tradiciones religiosas aún vivas y operantes. Primero viene una cierta manera de ser, una cierta tensión hacia algunas realidades, después el eco de esta tensión en forma de filosofía, arte, literatura.

En una civilización tradicional, en el mundo de la Derecha, antes viene el espíritu viviente y luego la palabra escrita.

El democrático tiene el culto de la problemática, de la dialéctica, de la discusión y transformaría de buena gana la vida en una cafetería o un parlamento. Para el hombre de derechas, en cambio, la búsqueda intelectual y la expresión artística adquieren sentido solamente como comunicación con la esfera del ser, con algo que –concebido de una u otra manera- no pertenece ya al reino de la discusión sino al de la verdad. El verdadero hombre de la Derecha es un homo religiosus, no en el sentido simplemente fideístico-devocional del término, sino porque mide sus valores, no con el criterio del progreso sino con el de la verdad.

“Ser conservadores -ha escrito Moeller van der Bruck- no significa depender de lo que fue ayer, sino vivir de valores eternos”

La cultura y el arte de la Derecha no pueden pretender ser ellos mismos el templo, sino sólo el vestíbulo del templo. La verdad viviente está más allá.

De aquí una cierta desconfianza del genuino hombre de la Derecha hacia la cultura moderna, un desprecio impersonal hacie el vulgo de los literatos, de los estetas, de los periodistas. Recuérdense las palabras de Nietzsche:

“Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el espíritu se pudrirá, apestará”.

[…]

Hecha esta precisación, consideremos más de cerca la tarea de animar una cultura de Derechas. El fin, hemos dicho, es la construcción de una visión del mundo que se inspire en valores distintos de los dominantes hoy en día. No teoría o filosofía, sino “visión del mundo”. Esto deja un amplio margen de libertad para enfoques particulares. Se puede trabajar para crear una visión del mundo de Derechas desde un punto de vista católico que “neo-pagano”, proyectando el mito de Novalis de Europa-Cristiandad o sosteniendo la identidad Europa-Arianidad.

[La semana próxima, la segunda parte del texto]

sábado, 21 de enero de 2012

ADRIANO ROMUALDI: Presentación





Adriano Romualdi fue un pensador y activista político italiano, no muy prolífico –la vida no le dio el tiempo- pero que escribió a pesar de su juventud algunos textos muy notables, los cuales muestran de qué hubiera sido capaz si un  accidente de auto no se lo hubiera llevado con 33 años, en 1973.


Activo en el campo del neofascismo italiano, su principal preocupación fue trabajar para la afirmación de una visión del mundo propia de la “Derecha”, término que en España es equívoco y una imperfecta traducción de la “Destra” de Romualdi. Él entendía con esta palabra una visión del mundo que no se limitase a un simple y obtuso conservadurismo o una nostalgia por el pasado, sino una doble proyección hacia el pasado como fuente de identidad y valores perennes, y hacia el futuro de la modernidad tecnológica. Un tema que ha sido retomado tras él por varios autores, como el Guillaume Faye de “Arqueofuturismo”, y a su vez fue central en el discurso de la Revolución Conservadora alemana en los años 20.

Romualdi escribió en los años 60 y principios de los 70 pero la mayor parte de sus textos no ha perdido nada de su interés y actualidad. Voy a poner en el blog algunos textos sueltos y especialmente amplios fragmentos de un libro breve pero denso y que está entre lo más hermoso que nos ha dejado: “Sobre el problema de una tradición europea”. En esta obra intenta identificar los elementos que históricamente pueden fundar una identidad y un patriotismo europeo, que era el ideal político al que aspiraba, superando los limitados nacionalismos de los Estados nacionales, destinados al fracaso en el mundo dominado por dos superpotencias en que vivió Romualdi y –me permito añadir- aún más en el mundo actual de la hegemonía americana, la superpotencia china en ascenso, el poder corporativo y financiero globalizado.

En la época de Adriano el marxismo explícito, político y duro, que hacía referencia a la Unión Soviética, era dominante en el mundo cultural.  Quizás no en España pero en el resto del mundo sí. Aunque si lo pensamos bien, también lo era en nuestro país de forma solapada y subterránea, como demuestra lo poco que ha dejado el franquismo tras de sí y la rapidez con que España se ha alineado al resto de Occidente. Actualmente el comunismo como sistema político ha muerto pero el enemigo sigue ahí, transformado como marxismo cultural, apoyado al poder del dinero y la hegemonía del capitalismo, no sólo el capitalismo clásico sino el capitalismo financiero acelerado e hipertrófico de los mercados mundiales y las redes informáticas. Todos ellos elementos que Romualdi no podía prever pero que sorprendentemente no quitan mínimamante validez a lo que escribió. Es suficiente que el lector sepa leerlo en el contexto actual.

Quien desee conocer algo mejor a este autor puede consultar la página de Metapedia y este blog dedicado esclusivamente a él:
 

Además de la mencionada “Sobre el problema de una tradición europea”, otras obras suyas recomendables son:

Indoeuropeos. Orígenes y migraciones

Platón

Evola

Nietzsche y la mitología igualitaria

Corrientes políticas e ideológicas del nacionalismo alemán

Las últimas horas de Europa


Los dos últimos libros me consta que están editados en España y el último es además muy entretenido para quien aprecie la historia militar.

Sin más que añadir deseo buena lectura a todos. Mañana el primer texto de este autor.

domingo, 15 de enero de 2012

ACTUALIDAD DE ORWELL

[Este texto fue publicado en la revista italiana L’Uomo Libero en 2005. Como verá el lector, no ha perdido nada de su actualidad. Al contrario, incluso en los pocos años desde su publicación hemos visto extenderse la manipulación de la información , la vigilancia y el control sobre los ciudadanos, la persecución de la libertad de pensamiento, así como la progresiva reducción de las garantías legales con el pretexto de la lucha al terrorismo. También la falsificación de la Historia y la represión de la libertad de discusión, que fue el tema de la última entrada del 2011 en El Blog del Oso. Puro Orwell. Finalmente, la conclusión del artículo  expresa perfectamente, mejor de lo que yo podría hacer, la motivación profunda y el sentimiento que hay detrás del trabajo realizado en los dos blogs ] 


ACTUALIDAD DE ORWELL

(Editorial, revista “L’uomo Libero”, N.60)

Mario Consoli

Se está volviendo a hablar en libros y periódicos, con una cierta frecuencia, de George Orwell y su novela 1984.

Se trata de un tema de indudable actualidad: el autor en efecto imagina una tiranía basada en el control y la manipulación de la información, y en la  más rígida y despiadada represión de cualquier forma de libertad política e intelectual. Quien saca los pies del tiesto cae en la culpa suprema, el “crimen de pensamiento”, que provoca un ostracismo social con consecuencias tremendas, definitivas.

“El crimen de pensamiento no comporta la muerte, es la muerte.”
El personaje se llama Winston Smith. “El último hombre en Europa”, como Orwell en un primer momento quiso titular el libro. Smith trabaja en el Ministerio de la Verdad, donde su tarea consiste en “reescribir”, según las exigencias del momento, las noticias que tratan del pasado, quemar los documentos originales y sostituirlos con otros “reelaborados”.

Smith sabía, pero quizás era el único que aún tenía memoria histórica y deseo de conocer. “Libertad es la libertad de decir que dos y dos son cuatro”, seguía repitiéndose a sí mismo. “No era verdad, como sostenían las crónicas, que el Partido había inventado los aeroplanos. Él recordaba los aeroplanos desde la más remota infancia, pero no se podía demostrar nada. Ya no existían las pruebas.”

Se sentía trágicamente solo, como el último hombre que tuviera algún fragmento de conocimiento y, sobre todo, interés en conservarlo.

“Pero este conocimiento, ¿dónde se encontraba? Sólo en el interior de su conciencia, que en cualquier caso se extinguiría dentro de poco. Y si todos aceptaban la mentira impuesta por el Partido, si todos los documentos contaban la  misma patraña, he aquí cómo la mentira se convertía en hecho histórico, por tanto en verdad." “Quien controla el pasado”, decía el slogan del partido, “controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado.”

El Ministerio de la Verdad se ocupaba también de elaborar la “neolengua”, que consistía en una progresiva simplificación del lenguaje: un número cada vez más reducido de vocablos y una construcción cada vez más esencial de la frase. Un trabajo incesante de poda: diccionarios cada vez con menos páginas. Cuanto más se reducía la neolengua, más fácilmente se podían controlar las comunicaciones, públicas y privadas. Y no sólo esto: “El fin principal al que tiende la neolengua es restringir lo más posible la esfera de acción del pensamiento. Al final convertiremos el crimen de pensamiento en algo imposible, porque ya no habrá palabras con las que poder expresarlo.”

La población estaba dividida en dos grupos. Por un lado la mayoría, los “prolet”, que no eran motivo de preocupación. Ninguno de ellos se interesaba de política o ambicionaba una carrera de poder; trabajaban , se distraían con la pornografía que se les suministraba en abundancia, se divertían, procreaban, se emborrachaban; una masa sin forma y despersonalizada. Los prolet no podrían rebelarse nunca.

Por otro lado había una amplia clase dirigente que se ocupaba de todo; una multitud de burócratas y funcionarios extremadamente encuadrada y controlada. A través de una red capilar de televisores, cada frase era interceptada, cada movimiento vigilado, mientras sin cesar se divulgaban los comunicados del Partido. Un adoctrinamiento continuo y martilleante.

Winston Smith, para escribir unas líneas en un diario, tenía que acurrucarse en un rincón detrás de la pantalla: el único punto de la casa donde el ojo del Gran Hermano no llegaba.

Orwell, con sorprendente intuición, había previsto los tiempos actuales. Basta pensar al uso de un vocabulario cada vez más pobre e internacionalizado, las escuchas telefónicas, de fax, de los e-mails, la posibilidad de utilizar los ordenadores como micrófonos ambientales, de localizar un teléfono móvil aunque esté apagado, la facilidad con la que se pueden reconstruir los movimientos de un individuo a través de tarjetas de crédito y los medios de pago automáticos de las autopistas.

Hoy también en Europa, como ya desde hace años en América, se mira de forma sospechosa, casi como si fuera un maleante, a quien se empeña en pagar en metálico. Evidentemente se adivina un excesivo apego a la intimidad y una cierta irritación ante los controles: un embrión de crimen de pensamiento.

En 1984 sólo la escenografía, respecto a hoy en día, está equivocada. Cuando Orwell escribió la novela se perfilaban en le mundo dos tiranías: la soviética y la financiera-capitalista; el escritor imaginó la afirmación de la primera y por tanto ambientó su historia en un gris régimen  sovietizado.

En la realidad ha vencido la otra tiranía y en vez de vestidos grises todos iguales, está la deslumbrante moda consumista; en vez del “gin Victoria” peleón tenemos los porros, las pastillas y la cocaína. Por lo demás todo como había sido previsto. Sólo alguna disonancia de orden estético, del todo irrelevante.

Todo como estaba previsto: estamos en la tiranía del Gran Hermano, de la información controlada y preconfeccionada; estamos en el tiempo del crimen de pensamiento y de la total homologación.

Hay otro elemento de clarividencia en la obra del escritor inglés. Oceanía, el reino del Gran Hermano –cuya capital es Londres- está en un permanente estado de guerra. En su mayor parte una guerra lejana, tanto que  a menudo Smith se pregunta si se trata de un conflicto real o solamente de una información falsa para mantener dominada a la población, pedirle sacrificios, hacerle vivir un solidario sentimiento de odio.

Pero están también las bombas cohete que caen cerca y provocan daños, víctimas, que eliminan en la mayoría cualquier duda posible sobre la existencia del enemigo. Como hoy en día. Pero “las bombas cohete, que caían sobre Londres a diario, eran probablemente lanzadas por el mismo gobierno de Oceanía, para que la gente viviera atemorizada”

Y como hoy en día, todos los derechos se sacrifican en el nombre de la lucha contra el terrorismo.

Seguramente nadie podía imaginar en 1948, cuando Eric Blair –verdadero nombre de George Orwell- escribió su obra de fantapolítica, que en 2005 otro Blair –Tony, primer ministro inglés- diría, cabalgando la ola mediática orquestada sobre el terrorismo internacional -como ya lo hiciera Bush en Estados Unidos-, que es necesario enmendar los derechos humanos, que los jueces pueden ordenar detenciones en ausencia de pruebas; que hay que instituir tribunales especiales y éstos deben ser secretos; que es oportuno limitar los derechos legales de la defensa; que los plazos de prisión preventiva deben ser aumentados desde los actuales 14 días a tres meses. Y otras lindezas por el estilo. Nos parece escuchar al mismísimo Gran hermano y viendo, en la pantalla de la televisión, sus ojos amenazadores y penetrantes.

[…]

Volvamos al libro: “La consciencia de estar en guerra y por tanto en peligro, hace que la concentración de todo el poder en las manos de una reducida casta aparezca como la única e inevitable condición para poder sobrevivir””No importa que la guerra sea combatida realmente y, puesto que una victoria definitiva es imposible, no importa tampoco si la guerra marcha bien o mal; lo importante es que un estado de beligerancia se mantenga”.

Nos parece estar oyendo hablar de Bin Laden y del mullah Omar, los míticos e inaprehensibles enemigos del Gran Hermano democrático, de las fantasmales arrmas de destrucción masiva de Saddam Hussein, de la designación de nuevas naciones canalla contra las que combatir.

Sea en la obra de Orwell que en nuestro tiempo planea por tanto, denso de significados y evocador de trágicas consecuencias, el crimen de pensamiento.

Crimen de pensamiento no es sinónimo de “delito de opinión”. Es mucho más y sobre todo es algo muy distinto. El delito de opinión está instituido por ley, negro sobre blanco, codificando los valores, los símbolos, los pilares de un régimen político, y estableciendo que la denigración pública de estas cosas no está consentida. Se trata de un juego donde se muestran las cartas: por un lado el poder y sus reglas públicamente declaradas, por el otro los potenciales opositores con sus opiniones.

Una partida a menudo dura, que limita fuertemente la libertad y por tanto difícil de aprobar, pero que se juega todavía en el ámbito de una clara confrontación política. Estableciendo este tipo de delito no se niega la legitimidad de tener ideas prohibidas o de pensar libremente, se prohíbe hacerlo públicamente, es decir la propaganda.

Entre delito de opinión y delito de pensamiento hay por tanto un gran salto conceptual: para el primero se trata de la opinión individual o de parte, y por tanto la libertad como condición política contingente, para el segundo una verdad que se pretende absoluta y por tanto la libertad como valor. Se pasa de lo político a lo religioso. Se trata de una religión que funciona sólo por dogmas, que además son siempre cambiantes, según el capricho de las conveniencias del poder. Una religión que no tiene nada de sagrado.

Para comportarse bien hoy es necesario ser politically correct, pero qué significa esto exactamente no está escrito en ninguna parte. El crimen de pensamiento no depende de ninguna codificación de principios, de valores, de símbolos; es algo extremadamente genérico, se refiere exclusivamente al grado de homologación al Poder: el de la Democracia, el de la Globalización, el Poder Financiero Internacional, el de la Gran Banca, el de los Amos del Mundo. Un poder que no ama autodefinirse o identificarse ideológicamente, sino que se expresa exclusivamente con el control de la información. Homologación no quiere decir aceptar y estar de acuerdo con esto o lo otro, significa estar dispuestos a aceptar cualquier cosa, aunque sea absurda o claramente falsa. El homologado lo digiere todo.

[…]

Por otra parte, quien manda en el mundo, en la economía, y decide la suerte de las naciones y los puebos, no ha sido nunca elegido por nadie y no requiere el consenso de nadie; por lo general decide lejos de las luces del escenario, en palacios cuya misma existencia a menudo ignoran los ciudadanos.

Uno se debe entonces homologar, aceptar como buena toda la información que se le suministra y no hacerse preguntas. De otra manera se cae en el crimen de pensamiento. Y la pena es la salida de la realidad. Esto es, la imposibilidad de comunicar con la opinión pública, de informar. Ningún espacio en periódicos de alcance nacional, ninguna visibilidad en la televisión y sobre todo ninguna publicidad indirecta. A los no homologados no se les debe responder; con ellos no es oportuno polemizar. No se debe saber ni que existen.

En América, donde un increíble número de libros han sido editados para desmantelar, piedra por piedra, la versión oficial de los eventos del 11 de septiembre de 2001, nadie se ha preocupado de responder, de precisar, y tampoco de desmentir. No obstante sea suficiente visitar ciertas páginas en Internet o una librería medianamente provista, para tener la certeza de que aquel día las cosas no fueron como pretende la verdad oficial, el control de la gran información ha sido suficiente para convencer a la opinión pública de que el organizador de aquellos atentados fue ese Osama Bin Laden, que se nos presenta como el jefe del terrorismo internacional.

Si en América –y también en otros lugares- se le habla a alguien de la jet set sobre los contestatarios, los revisionistas, por toda respuesta se obtiene una sonrisilla burlona y una expresión despreciativa: “ah, los grassy knoller”, y se cambia de tema.

Grassy knoll es la traducción de “colina herbosa”. La expresión se creó tras el asesinato de Kennedy en Dallas. Un buen número de testigos afirmó que los disparos que mataron al presidente no habían venido de las ventanas del almacén de la biblioteca –donde estaba Oswald- sino de la colina herbosa que flanqueaba el trayecto. La investigación que siguió no tuvo en cuenta estos testimonios y confeccionó una versión totalmente centrada en Oswald, al que pocos días después se cerró la boca para siempre.

Grassy knoller, es decir los entrometidos, los fantasiosos, los que meten las narices donde no deben, los que quieren saber demasiadas cosas.

[…]

Con el control de los medios se logra imponer cualquier noticia. La realidad ya no es lo vivido, sino la narración que se hace de ello. El espectáculo de la noticia prevalece sobre la información de lo efectivamente sucedido. Como en una representación teatral o cinematográfica, con la sustancial diferencia de que quien va al teatro o al cine sabe que está asistiendo a una ficción escénica, pero quien lee un periódico o ve la televisión termina convenciéndose de que todo es verdad.

[…]

Winston Smith, el personaje de la novela de Orwell, comete el crimen de pensamiento: rechaza la homologación, pretende una vida privada libre, con la mujer que ama, aunque sea en una habitación sucia e incómoda, pero sin controles; y llega incluso a practicar la rebelión. Es descubierto, encerrado, torturado, homologado a la fuerza. Para el “Último hombre en Europa” el final es desesperado y sin retorno.

También para nosotros la atmósfera se hace irrespirable y el destino parece nublarse de modo irreversible con trágicas sombras. Pero no obstante todo, conservamos una confianza instintiva en el renacimiento de nuestros pueblos, de nuestros valores, de nuestra Europa. Si no por otra cosa por los errores del enemigo. El Gran Hermano y las fuerzas que lo sostienen son todo menos infalibles.

Pero mientras tanto, ¿qué hacer?. Se ha apagado ya, incluso entre los más optimistas, la esperanza de ver el nacimiento de una fuerza realmente alternativa que, haciendo directamente referencia a nuestro mundo de valores, pueda obtener un espacio de maniobra y visibilidad. Los pocos que siguen insistiendo en estos fracasados proyectos han elegido evidentemente –importa poco si conscientemente o no- entregarse a la inutilidad y al masoquismo. Ciertamente en la vida también esto puede suceder, pero no tiene nunca relevancia política.

[…]

¿Y entonces qué se puede hacer? ¿Cómo justificar nuestra obstinada fe en el renacimiento del hombre europeo?

Winston Smith, antes de ceder definitivamente, dice a su torturador: “No sé cómo, y tampoco me importa, pero no lograréis vuestro propósito. Algo os derrotará. La vida os derrotará”. “Yo sé que fracasaréis. Hay algo en el Universo…no lo sé, un espíritu, un principio…que vosotros no lograréis nunca dominar…el espíritu del Hombre”.

Conservamos nuestra fe porque “dos y dos son cuatro”, porque un viento saludable, capaz de barrer las nubes negras que cubren nuestra historia, tendrá que llegar necesariamente. Aunque en este momento, en esta persistente calma chicha, parezca imposible.

Y ése será el tiempo en que finalmente, cada frase escrita para dar a conocer los hechos realmente sucedidos, cada palabra dedicada a transmitir la esencia de un valor, el significado de una identidad, la importancia de una afiliación, brillarán de repente con una luz vívida; serán las pepitas de una nueva era de civilización.

He aquí por tanto lo que se puede hacer. Para que los jóvenes de mañana se puedan transformar, con éxito, en buscadores de oro, es necesario que nosotros hoy preparemos el oro. Es necesario testimoniar, per también elaborar análisis de amplias miras. Es necesario informar, documentarse y difundir ideas, aunque hoy en día nos parezca que sólo poquísimos estén dispuestos a escuchar o a leer. Aunque la mayor parte de la gente esté paralizada por la sombra que acecha, el crimen  de pensamiento. Aunque pueda parecer demasiado fatigoso y frustrante…

Esta y no otra es la tarea que nos incumbe. Y nos incumbe precisamente a nosotros, los no homologados, los que no tragan, los grassy knoller, los orgullosos y testarudos criminales del pensamiento. Los hombres libres.