"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

sábado, 21 de abril de 2012

TRADICIÓN EUROPEA (6)


[En las próximas entradas se publicará la segunda serie de textos sobre la tradición europea de Adriano Romualdi que concluirá el ciclo]


El fin del mundo clásico

La clase dirigente romana, con plena conciencia de ser la luz de un mundo antiguo en su ocaso, como los dioses lo son del Universo, posee la coraza del estoicismo. Producto de una avanzada civilización, no puede tener de lo sagrado más que una sensación indirecta, y por otra parte –consciente de que no se puede improvisar en los alambiques de la magia- está preparada para testimoniar con su inquebrantabilidad  humana la inquebrantabilidad del kósmos divino.

[…]

Este ideal del hombre de alto rango, intrépido y sabio, encontrará su culminación en el imperio humanista de los Flavios y los Antoninos. Es un estoicismo vivido con espíritu social y político, donde la apathéia y la autárkeia –la impasibilidad y la autosuficiencia- ayudan, no a huir, sino a sostener el peso del mundo.

En las palabras del emperador filósofo Marco Aurelio se expresa con fiereza la conciencia de esta misión: “Que el dios dentro de ti sea la guía de un animal viril y maduro y político y romano y comandante que haya puesto en orden su yo”.





No sorprende que esta clase dirigente de espíritus filosóficos y aristocráticos se mostrara hostil al cristianismo. Hoy sabemos realmente lo que significaba el cristianismo: un fenómeno social, racial y ideal extraño al mundo clásico.

[…]

El paganismo tuvo un último destello de vida en la filosofía de Plotino y la mística neoplatónica:

“En su época Plotino es una figura solitaria…la época estaba sobrecargada de hechos y de una humanidad perennemente en movimiento. En Plotino toma forma el mundo del espíritu, contrapuesto a todo ello, que frente a él parece disolverse como un fantasma. Frente a su mundo lejano, inaccesible, incorruptible, todo el resto es transitoriedad y muerte. Permeado de muerte, es verdad, también está el pensamiento de Plotino. Pero la muerte no es aquí apariencia, fragilidad, putrefacción; es lejanía y grandeza, conocimiento apolíneo…

Plotino es Apolo, su último y claro fulgor en la historia: como siempre, permanece lejano y sublime, y no se preocupa de las vueltas y los afanes de la acción humana, donde no pretende llevar orden, ni dirección, ni sentido…ahonda el abismo que separa el ser divino del humano. En un siglo como éste hay necesidad de redescubrir este abismo, que se revele lo que es mortal y lo que es eterno, lo que tiene grandeza y lo que no” (De la Antigüedad al Medioevo, Franz Altheim)

Así fue el crepúsculo del mundo clásico, donde la idea de un Orden sapiente y luminoso surgida en la prehistoria indoeuropea se hizo imagen y palabra en Grecia, y organización política en Roma.

Terminaba con un extrema teofanía de la Luz, pero dejaba un modelo de claridad, control y medida en el cual el alma de la raza blanca se reconocería para siempre.

El Medioevo cristiano

¿De qué manera el cristianismo –tras de haber contribuido a disolver la tradición grecorromana- pudo cementar la nueva Europa romance-germánica?

Es un proceso de transformación que nos muestra cómo la fuerza de la forma viviente se apodera de la letra del dogma. Después de Constantino Europa, agotada, se aliena de sí misma, como cristalizada en el espejismo oriental.

Después, tras la transfusión germánica, mientras el resto  del orbe romano es absorbido por el Islam y Bizancio lentamente declina, toma forma una nueva visión religiosa. La batalla de Poitiers, la restauración imperial de Carlomagno son los eventos que marcan la organización de una nueva ecúmene europea entre el Elba y el Ebro, del Canal de la Mancha a Montecassino. A esta nueva ecúmene corresponde un nuevo cristianismo que pronto se separará del griego: el catolicismo.

La artes figurativas –en las que un sentimiento del mundo inmediatamente se expresa- hacen visible plásticamente la nueva realidad. Como la arquitectura románica y gótica representan una fractura con el arte basilical de los mosaicos y las cúpulas, la plástica románica y gótica proyecta nuevos modelos espirituales.







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Alrededor del año 1000 las generaciones románico-germánicas emprenden, cada vez más rapidamente, un proceso de reasimilación del cristianismo. Bajo la mirada clara de estos rostros góticos el cristianismo depura su sustancia y se hace olímpico. Nace el tipo del Cristo nórdico lleno de nobleza y sentido de la medida, como se perpetuará en la imagen del Sagrado Corazón de Jesús.

Así, superando la negación paolina y agustiniana del mundo, aflora una vez más la noción del orden visible, símbolo del orden invisible. A la apasionada negación agustiniana del Imperio Romano como obra de Caín y civitas diaboli, se contrapone la restauración de un Imperio que es romano y sacro. Al pacifismo cosmopolita del primer cristianismo sucede el mito de la guerra santa y la Laus novae militiae de San Bernardo.

Y la concepción orgánica del kósmos propia de la cultura griega florece de nuevo, a través de los estudios aristotélicos, en San Tomás de Aquino. Con esto la cultura clásica retoma el dominio del espíritu europeo mucho antes del Renacimiento y en un contexto menos individualista e intelectualista. Es por ello que la época medieval de la civilización europea, lejos de representar una abstracta “negación del mundo”, es en realidad una época de integración del kósmos visible en el inteligible.

En realidad, el discurso religioso del Medioevo está siempre en función de una lógica de orden...La antigua vocación a la racionalidad olímpica resurge, y con la misma pasión geométrica que había proyectado en el espacio las columnas dóricas, mide el kósmos con la osada matemática de las catedrales góticas.

De tal manera el cristianismo, romanizado en la organización jerárquica, germanizado en la sustancia humana y grecizado por las continuas transfusiones de aristotelismo y neoplatonismo, adquiere plena ciudadanía en Europa.


viernes, 13 de abril de 2012

UN GRAVE ERROR QUERER CANCELAR LA AGRESIVIDAD


MASSIMO FINI

Publicado en “IL FATTO”

Quiero volver a una cuestión aparentemente marginal pero que no es tal. Me refiero a la propuesta de la ministra del Turismo, Vittoria Brambilla, animalista convencida, de abolir, o al menos reducir, el Palio de Siena y otras fiestas cruentas como en Cataluña han renunciado a los toros. Decía la Brambilla: “¿Por qué no podemos renunciar también nosotros a estas carreras o palios, no sólo al de Siena? Estos espectáculos ya no tienen sentido, podemos tranquilamente vivir sin ellos”.

La Brambilla, aun con la mejor intención, se equivoca. Los espectáculos y las celebraciones cruentas, dentro de ciertos límites por supuesto, tienen todavía un sentido hoy en día. No se trata simplemente de conservar nuestras tradiciones locales, como sostienen los de la Liga, sino de algo bastante más profundo. Todas las culturas premodernas han tenido espectáculos y celebraciones cruentas, admitidas, institucionalizadas y reglamentadas, que tenían que ver no sólo con los animales sino también con los hombres: la fiesta orgiástica era común en todos los pueblos llamados “primitivos”, la guerra ritualizada entre los negros de África Central, la institución del “chivo expiatorio” de los griegos, el Carnaval en Europa (hoy, de hecho, prácticamente desaparecido). Los Ashanti, tribu guerrera originaria de Ghana, tenían institucionalizada una semana en la cual cualquiera podía cubrir de insultos, también los peores, a cualquiera, incluso al rey, y después todo volvía a la normalidad.

Los premodernos, más concretos y menos abstractos que nosotros, sabían que la agresividad humana no puede y no debe ser totalmente comprimida. Por dos buenos motivos. Porque la agresividad, además de natural, es vital y puede ser útil, al individuo o al grupo, en ciertas situaciones de emergencia. El segundo es que si se pretende eliminar completamente la agresividad, antes o después resurge de la manera más violenta, como un muelle demasiado comprimido. Es por tanto necesario intentar canalizarla en manifestaciones legitimadas de manera que esté bajo control.

La cultura iluminista, que no ve al hombre como es sino como debería ser, ha pretendido en cambio eliminar totalmente la agresividad de la vida de las comunidades. Toda la sociedad moderna camina en la dirección de la prohibición absoluta de la agresividad. Pero la agresividad tan innaturalmente prensada explota luego de la manera más monstruosa, como nos dicen muchos delitos,  recientes o menos, cometidos en barrios de gente bien, lindos, asépticos, por personas que hasta un momento antes eran aparentemente tranquilas. Son los “delitos de los chalets adosados” como han sido definidos. Es saludable que la agresividad pueda tener una válvula de escape. No sin razón los Griegos llamaban al “chivo expiatorio” pharmakos, medicina.