[Este texto de Piero Sella fue publicado en el número 72 de la revista italiana L'Uomo Libero en Diciembre de 2011. No es una traducción integral pero contiene la mayor parte del escrito.]
“Los
males desesperados, o son incurables, o se alivian con desesperados remedios”
William Shakespeare, Hamlet, Acto IV, escena IV
Que
el desbordamiento sin confines y sin reglas de la gran finanza esté en la raíz
del actual desbarajuste económico es ya evidente.
Es
igualmente indiscutible que los daños más graves los está sufriendo Europa.
Las
naciones del Viejo Continente, que hace cincuenta años se habían movilizado
para realizar un Estado federal, han visto este ambicioso proyecto político
empantanarse y luego evaporarse. De ello no ha quedado más que el euro –una
moneda que no tiene a sus espaldas un Estado que la defienda- y un Banco
Central que se ocupa de la emisión y la circulación en un territorio que carece
de leyes comunes.
A
este banco los distintos Estados le han concedido una autonomía absoluta.
La
gestión de la economía ha pasado así de los Estados, no a una autoridad
política supranacional por ellos nominada, sino a un ente financiero que no
responde ante ninguna autoridad. ¿Necio error o culpable traición de los
intereses europeos? El resultado es igualmente desastroso: los Estados hoy ya
no tienen voz en el asunto, ni sobre las decisiones del banco ni sobre la
elección de sus dirigentes.
¿Pero
entonces ante quién responde este Banco Central Europeo? ¿Quién nombra a sus
vértices? Se inserta perfectamente en el organigrama de aquella burocracia
bancaria atlántica que es parte de la estrategia de los centros económicos y
financieros del capital hebreo. Como las otras siglas relacionadas –Banco de
Pagos Internacionales, Fondo Monetario Internacional, Banca Mundial, Reserva
Federal- que realizan funciones públicas y por tanto son consideradas por la
mayoría de las personas instituciones estatales, aun siendo en realidad
sociedades privadas, también la BCE ve su núcleo dirigente formarse a través de
una cooptación que, sin vínculos de nacionalidad, lleva al vértice a los más
fiables entre la gente del oficio.
El
hecho es que los gobiernos europeos, atrapados en la tela de araña tejida por
la plutocracia mundialista, se han quedado fuera de la sala de control. Dejados
al margen de las decisiones de mayor importancia, a los politicos de los ex-Estados
soberanos hoy en día se les delega únicamente la administracion corriente,
condicionada de todos modos por las directivas que, amenazantes e ineludibles,
llueven continuamente desde arriba.
Esta
humillante servidumbre de los pueblos de Europa, bajo la potestad de la gran
finanza, ha sido ben fotografiada –por desgracia sólo en privado- por
Berlusconi cuando en una conversación interceptada, se desahoga: “la gente no cuenta una m… los parlamentos
no cuentan una m…”.
Establecido
que las cosas no están para nada como la democracia pretende, nos parece
necesario comprender quiénes son los que cuentan, quién, en definitiva, tiene
en mano el poder. En la sociedad actual, donde la medida de todas las cosas, el
único valor reconocido por todos es la riqueza, el poder no puede pertenecer más
que a aquella oligarquía que se ha asegurado el “señoreaje”, es decir la
exclusiva de imprimir y ceder a la colectividad el dinero, en las cantidades,
con el coste y con las condiciones no acordadas con los usuarios del servicio,
sino dependientes únicamente de su capricho.
Este
es el punto de partida para el nacimiento y la prosperidad de una finanza
internacional parasitaria, hoy tan sólida que no tiene dificultades para
imponer, con una cadena muy corta, la propia ley a los países y las economías sujetas
a su servidumbre. Para chantajear y estrangular a la menor señal de
amotinamiento. [...]
La
lucha entre economía y política es desigual: los soviéticos mandaban los
tanques, hoy en día las armas del golpe de Estado son otras y más decisivas. La
que usan los señores de la usura es el préstamo. La deuda, en cuanto fuente de
ganancias, pero sobre todo de control político, hay que mantenerla a cualquier
precio. El cliente, el deudor, no debe estar en condiciones de poderla
extinguir. Las naciones y los particulares endeudados son un capital que hay
que mantener en vida y cuidar con la misma dedicación que el pastor tiene con
su rebaño. Para mantenerles indefinidamente atrapados en la red, no hay mejor cosa
que impedir a la política aquellas reformas que pueden disturbar el status quo de la deuda. Se fomentan en
cambio maniobras de corto alcance que producen deflación, desempleo, y en
general efectos recesivos. Con el estancamiento productivo el círculo se
cierra. Los deudores no pueden respirar y tienen necesidad de nuevos préstamos.
El
plutócrata sin embargo no se conforma con vivir esperando pasivamente el fruto
de la usura. Puesto que capital e intereses, por la misma naturaleza del
préstamo, no son exigibles inmediatamente, y la experiencia enseña que existe
el riesgo de que se esfumen, los créditos rapidamente se titulizan y comercializan, es decir se fraccionan y se venden al
detalle. Los bancos, a los cuales los políticos europeos permiten moverse sin
trabas, en régimen de deregulation prácticamente
completa, consiguen colocar a sus clientes cualquier producto titulizado preparado por los gestores
del riesgo financiero. Clientes ya desplumados en varias ocasiones, y
predestinados, en la visión de la plurisecular creatividad financiera judaica,
al papel de últimos depositarios de la cerilla encendida. Entra en caja así más
dinero, que la especulación emplea para atacar en los mercados, someter y
esclavizar presas cada vez más grandes.
Pero
cuando, por la codicia de los usureros –los bancos de inversión USA, ricos con
los miles de millones de dólares impresos para ellos por la FED- la burbuja de
la deuda se infla sin medida, los bancos tienen dificultades para transferir el
riesgo. El spread (el diferencial de
interés entre las obligaciones menos sólidas y las más fuertes, hoy los bund alemanes) y el euribor (el tipo que regula los préstamos interbancarios) se
disparan.
El
deudor, público o privado, que al principio había sido engolosinado con
intereses mínimos, para obtener la renovación o más financiación, debe pagar más.
Pero pagar más para financiarse no le evita ulteriores problemas. Ya está,
aunque esté respetando sus compromisos, en el punto de mira de la especulación,
la cual es libre de jugar en las bolsas incluso sobre el temor, por ella misma
dosificado, de que se llegue al default. De
ello resultan sacudidas en las cotizaciones de los títulos, bajistas si se
difunden voces preocupadas, alcistas si se hacen declaraciones tranquilizantes,
optimistas. El beneficio en ambos casos termina en el bolsillo de quienes han
puesto a punto el invento y por tanto pueden sacar partido de él.
Cuando
el virus del default infecta el
mercado, los títulos de los países agredidos por la especulación valen cada vez
menos. Si los bancos tienen demasiados, sus cuentas no cuadran y, puesto que la
capacidad de prestar está ligada, aunque sea en pequeña parte, al capital
poseído, se vuelve difícil seguir financiando a las empresas. Cuando éstas
están en dificultades, para los institutos de crédito es real el riesgo de no
ver restituido ese dinero que habían prestado sin tenerlo.
Las
acrobacias especulativas de la finanza virtual así recaen finalmente sobre la
economía real.
¿Es
posible poner remedio a esta situacion? ¿Intervenir dictando reglas que
defiendan la economía nacional y europea contra la especulación? ¿Es posible
tomar decisiones que interrumpan el crecimiento de la deuda y de los relativos
intereses?
Es
posible pero el cambio no puede verificarse dentro del cuadro actual. Europa y
sus estados no tienen en sus manos las palancas de la economía, ni las de los
institutos financieros, los cuales como se ha dicho operan en absoluta
autonomía.
Para
cambiar las cosas, la condición ineludible es que los Bancos Centrales, y con
ellos toda la estructura del crédito y las aseguradoras, sean nacionalizadas.
El BCE pertenecerá entonces al pueblo europeo, Bankitalia al pueblo italiano.
El dinero impreso y puesto en circulación no estará gravado por ninguna tasa,
por ningún señoreaje privado. Las directrices operativas de la BCE no serán
dictadas por la finanza atlántica, sino por el gobierno federal europeo elegido
por el pueblo.
Con
la nacionalización del credito deberá ser prohibida –en todo o en parte- la
cesión a los inversores extranjeros de los títulos de la deuda pública. Será una
cuestion de contabilidad interna, vedada a la especulación de cualquiera.
[…]
Está
claro que la política, como es hoy, no tiene ni la voluntad ni la fuerza para imponer
reformas así. Es igualmente ilusorio que el mundo bancario acepte
autoreformarse. Ama el status quo porque
ha constatado que la economía real es ya poca cosa respecto a los negocios
virtuales. No sufre viendo que, con el desbocarse de la piratería financiera,
la producción y el trabajo pasan en segundo plano. Los bancos estan más interesados
en explotar la rentabilidad que deriva de la enorme masa de dinero que cada día
se mueve exenta de impuestos a la velocidad de la luz.
También
intervenir en la deuda sería posible, y se podría hacerlo sin nuevos impuestos,
pero nos pondría en conflicto con las estructuras político-militares y con los
tabúes culturales impuestos a Europa por la plutocracia atlántica.
Los
gobiernos –sean de izquierdas, de derechas o técnicos- en vez de hacer regresar
a los miles de militares que están en el extranjero, donde al servicio de la
OTAN provocan graves daños a Europa, deben resignarse a hacer caja con las
pensiones y las propiedades inmobiliarias. En vez de impulsar el trabajo para
nuestros parados, poniendo fin a una enorme evasión fiscal, se ven abocados a favorecer
la inmigración y malgastar miles de millones en mantener inmigrantes
clandestinos, refugiados y gitanos. Por no hablar de las decenas de miles de
extracomunitarios que atascan los tribunales y atestan las cárceles.
La
cúpula plutocrática, en conclusión, nos perjudica y nos impide reaccionar. Y el
único signo de vida que da ante la crisis es mostrarse preocupada por la suerte
de sus compañeros de meriendas, los bancos, a los cuales por tanto decide
refinanciar.
¿Cómo
se realiza esta operación? Imprimiendo, con poco gasto y ningún control
externo, la cantidad de billetes considerada oportuna. Esta producción de
dinero de la nada, crípticamente indicada a los ignaros súbditos como “emision
ilimitada de liquidez”, es considerada por los economistas y la prensa
especializada como un taumatúrgico remedio. Sacan tajada, en realidad, sólo el
Banco Central que con los nuevos billetes se ha procurado nuevo trabajo y
nuevos beneficios, y los bancos rescatados. Es un negocio entre bancos. Los
privados, pero también los Estados que, increíblemente, no tienen ya un banco
suyo, están obligados a recurrir al mercado.
[…]
La
gran finanza parece por tanto, en este momento, controlar todos los
instrumentos para seguir jugando, de burbuja en burbuja y sin límites de
tiempo, sobre la piel de las naciones.
La
absurda renuncia de los Estados europeos a la soberanía económica y monetaria
no puede ser considerada como un fenómeno aislado y carente de repercusiones.
Al contrario constituye la base desde la cual los poderes fuertes han podido
extender su dominio sobre la entera categoría política y, por extensión, sobre
todos los aspectos de la convivencia social.
Ante
tal cuadro la democracia es sólo una lúgubre sábana extendida por la
plutocracia para sofocar en todo Occidente la libertad de los pueblos y para
insidiarla con presuntuosa arrogancia en cada rincón de la Tierra.
El
desbordamiento de la gran finanza y su brazo armado, el aparato militar de la
OTAN, es en efecto descarado y sin límites. El pretexto para la intervención se
encuentra siempre: contra la víctima el lobo puede invocar, según las
ocasiones, el terrorismo, el peligro de las armas de destrucción masiva, el
imperativo de llevar la democracia a los menos afortunados, la obligación moral
de proteger a los civiles.
[…]
Las
agresiones de la OTAN son regularmente apoyadas por las agencias de noticias y
los medios, los cuales sin embargo no se ocupan nunca de las matanzas de
civiles perpetradas por los invasores atlánticos y minimizan las torturas, los
secuestros y las detenciones ilegales que se consuman cada día en EEUU, en sus
colonias, en los países ocupados o en los que tienen bases militares.
En
este panorama de desinformación, merece de una atención específica el hecho de
que sean presentados como relacionados con la llamada “primavera árabe” los
eventos de Libia. El país, que nada tenía en común con sus vecinos, ha sido en
realidad primero corrompido y desestabilizado por los servicios
franco-británicos, después doblegado con bombardeos terroristas que han
destruido toda la infraestructura militar y civil. […]
Sobre
los corresponsales de guerra europeos, se han ganado el sueldo propinando a la
opinión pública toda la basura mediática amontonada por la cúpula
atlántico-sionista. Un esfuerzo profesional que, en la televisión, no ha
narrado nunca coherentemente el texto con las imágenes en la pantalla y que,
tampoco en la prensa, ha conseguido cubrir la vergonzosa intervención de los
cruzados occidentales con cuentos de atrocidades nunca sucedidas, de fosas
comunes, de violaciones en masa. Quien estaba de parte de los libios apoyados
por los occidentales y se había aventurado a describir un Gadafi en fuga, con
camiones llenos de lingotes de oro y cajas de joyas, ha sido puesto en
evidencia por la muerte del Rais, con
las armas en la mano, sobre la arena de su país.
[…]
Europa
está por tanto inmobilizada por el aparato financiero mundialista del cual
representa sólo un apéndice colonial. Su política exterior está en manos de la
OTAN que, tras la caída del comunismo, ha pasado –sin interpelar a las naciones
de la Alianza- a enfrentarse con los enemigos de Israel. Sus instituciones
políticas y las estructuras económicas y productivas se tienen que doblegar ante
la presión de potencias y lobbies extranjeras.
Por
esta razón, en la crisis actual, nada podrá ser ajustado con esas
intervenciones marginales que, regularmente, se presentan públicamente como
determinantes por mayorías parlamentarias, oposición, gobiernos técnicos. Para
ser más claros, cambiar los ministros, modificar el sistema electoral, cancelar
o no provincias, variar la edad de jubilación, intervenir sobre
interceptaciones [y garantías judiciales
en general], privatizar, no puede resolver nada.
El
pesimismo no puede ser mitigado cuando vemos los países en crisis pasar
directamente y sin sobresaltos en las manos de los procónsules del gran
capital. Hombres todos ellos criados en las estructuras financieras
internacionales y ya fogueados en los bancos de inversión mundiales y en el
Banco Central Europeo.
Esta
capitulación de la política, que tiene lugar de espaldas a una población
atemorizada y que no está en condiciones de comprender, tiene el gusto de la
burla porque es precisamente en el mundo de la finanza, en sus hombres, en sus
títulos tóxicos, donde ha tenido origen la crisis.
Haber
confiado a banqueros las riendas de la cosa pública, en Grecia e Italia, demuestra
la incapacidad de la Europa democrática para reaccionar. En vez de habérseles
obligado a poner orden en su casa, en sus bancos, a los hombres de la
catástrofe se les ha llamado para que metan las manos en nuestros bolsillos.
Detrás de una democracia dispuesta a sacrificar a su pueblo ya es evidente el
poder de la usura internacional, un poder cuyo fin es la predación y en el cual
el rechazo de toda socialidad no es casual ni momentáneo, sino fisiológico e
irreversible.
Tenía
por tanto razón el gran Shakespeare. Para darle la vuelta a una prognosis
infausta, los remedios deben ser
extremos, esto es han de desembocar en situaciones que no tememos definir como revolucionarias.
Piero Sella