"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

sábado, 15 de diciembre de 2012

EL ÚLTIMO HOMBRE


[Esta semana hago una excepción y voy a poner un extracto de Nietzsche, que ciertamente ni necesita presentación, ni he traducido yo, ni es desconocido en nuestro país. Se trata del conocido (para los lectores del filósofo) fragmento que habla del “ultimo hombre” que como el lector verá es en todo el hombre de la moderna sociedad del bienestar. Hay muchos fragmentos de Nietzsche que merecen atención y este blog está para otra cosa, pero es impresionante el valor profético de este texto, todo lo que Nietzsche supo ver tan claramente hace cien años. En estas pocas líneas está todo: la homologación y la igualdad universal, la mediocridad de los sentimientos y los ideales, la obtusidad de una humanidad reducida a un rebaño, que en el culto de la “felicidad” desprecia y renuncia a todo lo noble y elevado, la incapacidad de comprender el propio pasado que se convierte en objeto de escarnio. Seguramente muchos lectores conocen ya este fragmento pero he querido que no faltase en este blog.]

Fragmento extraído de “Así habló Zaratustra”, Discurso preliminar


Friedrich Nietzsche


EL ULTIMO HOMBRE


Les hablaré de lo más despreciable: y eso es el último hombre»


Y Zaratustra habló así al pueblo:


Ha llegado el momento de que el hombre fije su meta. Es tiempo de que el hombre siembre la semilla de su más alta esperanza.


Aún es su tierra lo bastante fértil para ello. Mas algún día esa tierra será pobre y mansa, y ningún árbol de elevada copa podrá crecer en ella.


¡Ay! ¡Se acerca el tiempo en que el hombre ya no arrojará la flecha de su anhelo más allá del hombre, y en la cuerda de su arco se olvidará de vibrar!


Yo os digo: es preciso tener todavía caos dentro de sí para poder dar concebir una estrella danzarina. Yo os digo: aun tenéis caos en vosotros.


¡Ay! Se acerca el tiempo en que el hombre ya no podrá concebir ninguna estrella. ¡Ay! Se acerca el tiempo del hombre más despreciable, el que ya no puede despreciarse a sí mismo.


¡Mirad! Yo os muestro el último hombre.


“¿Qué es amor? ¿Qué es creación? ¿Qué es anhelo? ¿Qué es estrella?” - así pregunta el último hombre, y parpadea.


La tierra se ha empequeñecido, y sobre ella brinca el último hombre, que todo lo empequeñece. Su estirpe es inextinguible, como la de la pulga; el último hombre es el que más tiempo vive.


“Nosotros hemos inventado la felicidad” - dicen los últimos hombres, y parpadean.


Han abandonado las regiones donde era duro vivir: pues el hombre necesita calor. Ama aún al vecino y se restriega contra él: pues necesita calor.


Enfermar y desconfiar lo consideran pecaminoso: se camina con cuidado. ¡Un necio es quien sigue tropezando con piedras o con hombres!


Un poco de veneno de vez en cuando: eso produce sueños agradables. Y mucho veneno al final, para tener una muerte agradable.


Aun se sigue trabajando, pues el trabajo es un entretenimiento. Pero se cuida de que el entretenimiento no canse.


Ya no habrá ni ricos no pobres: ambas cosas son demasiado molestas. ¿Quién querrá aún gobernar? ¿Quién aún obedecer? Ambas cosas son demasiado molestas.


¡Ningún pastor y un solo rebaño! Todos quieren lo mismo, todos son iguales: quien piensa de otra manera  se recluye voluntariamente en el manicomio.


“¡Antes todo el mundo estaba enajenado!” -dicen los más sutiles, y parpadean.-


La gente es inteligente y sabe todo lo que ha ocurrido: así sus burlas no conocen límites. Aún hay discordias, pero pronto se reconcilian. De otro modo se estropea el estómago.


La gente tiene su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche: pero se venera la salud.

“Nosotros hemos inventado la felicidad” -dicen los últimos hombres, y parpadean.-

viernes, 7 de diciembre de 2012

DINERO (5): El dinero como estilo de vida


[Seguimos con los textos de Massimo Fini y éste habla de cómo el dinero nos condiciona por dentro en nuestra manera de vivir. Complementa, como todo este ciclo de Fini, la serie "El Reino del Dinero" y especialmente la quinta parte El Reino del Dinero (V): El estiércol del demonio que concluye la serie]


Massimo Fini
Del libro "IL denaro, sterco del demonio", Marsilio, 1998 



Cuando el dinero se separa definitivamente de la materia, llegando a ser una simple abstracción, alcanza su máximo poder, que no ha tenido en ningún período histórico anterior. […] El dinero no ha estado nunca tan presente en nuestra existencia como hoy en día que físicamente está ausente. No sólo ha subordinado a sí la economía y la política sino que, sin que nos demos bien cuenta, impregna nuestra mentalidad, modela nuestras conciencias, determina nuestros estilos de vida.

El dinero ha acelerado hasta el paroxismo todos los ritmos de la existencia. Mientras el centro de la sociedad y de la economía fue la tierra, el dinero no existía o jugaba un papel marginal, la vida seguía los tiempos lentos, largos, cíclicos, de la naturaleza. Es suficiente comparar la capacidad de circulación de la propiedad de la tierra con la del dinero para comprender la abismal diferencia de ritmo. El dinero, sobre todo desde que se ha independizado de la moneda-mercancía, ha tenido siempre mucha movilidad, pero sus sucesivos refinamientos, entre los que es fundamental el papel moneda, lo han acelerado cada vez más y ahora que se ha desmaterializado del todo su velocidad es superior a la de la luz porque se desplaza sin moverse […] El dinero financiero lo ha acelerado ulteriormente. No siendo en efecto dinero que compra mercancías, que necesitan algún tiempo para desplazarse, sino que compra otro dinero, la velocidad afecta a los dos lados del intercambio: a la del medio que compra se añade la de lo comprado. En fin, la aceleración progresiva está en el mismo mecanismo del dinero que para mantenerse y funcionar debe permanecer siempre en movimiento, y cada vez más rápidamente, de manera que la ilusión que en realidad es, pasando frenéticamente de mano en mano, rebotando por las cuatro esquinas del planeta, no se revele como tal.

[…] Evidentes y exasperados son el estrés, la fibrilación, las presiones que dan el ritmo a la existencia de todos aquellos que viven al interno de la actual economía monetaria. Ello explica también la aparente paradoja, experiencia común y cotidiana, por la cual el hombre moderno, que justamente para ahorrar tiempo dispone de medios velocísimos para desplazarse y comunicar (automóviles, aviones, teléfonos, móviles, fax, ordenadores) nunca tiene tiempo, vive en un ansia perpetua, con los ojos siempre fijos en el reloj. Es el ritmo a que nos obliga la lógica del dinero lo que se lleva nuestro tiempo.

[…] El dinero en su esencia más profunda es futuro. Estamos demasiado ocupados en hacer proyecciones, proyectar, planificar para gozar el “aquí y ahora”. No tenemos tiempo para vivir el presente porque nos lo roba el futuro.

El hombre de la sociedad premonetaria, el campesino, el artesano, ignora el futuro y vive en el presente, un tiempo no sincopado, extendido, amplio, fluido, armónico, que es el tiempo de la natura –tan distinto del tiempo abstracto, intelectualizado y nurótico del dinero- tiene de él una concepción vaga y no ansiosa que hoy diríamos “árabe” y lo derrocha con la misma tranquilidad con la que lo nobles dilapidaban sus riquezas.

El dinero es número. Introduce la necesidad de continuas operaciones matemáticas en la vida cotidiana. La vida se ha convertido en un continuo hacer cuentas, sopesar, calcular, medir los costes y los ingresos de nuestras acciones y las de los demás. Todo se traduce y valora en términos de dinero. Todo es business. No escapan a ello las actividades más espirituales y los sentimientos más sagrados, que a menudo son arruinados. La fiesta de los muertos ya no es simplemente el día en que nos reunimos para conmemorar a los difuntos sino “un business de 100.000 milllones [de liras]”. La fiesta americana de Halloween ya no es una mágica noche de duendes y brujas sino “un business de mil millones de dólares”. Y lo mismo con la Navidad, la Pascua, el día de la madre, del padre, de San Valentín, de la mujer.

[…]

La obesidad es una enfermedad que hay que prevenir no porque sea causa de graves sufrimientos sino porque curarla  “es un coste económico”. Y más en general, todas las enfermedades se miden no en dramas sino en dinero. Ni siquiera los fenómenos naturales son ya simplemente fenómenos naturales o, por lo menos, han cambiado de aspecto. Si en Italia unos días de lluvia mitigan el inicio de un verano que se anuncia tórrido no nos podemos sentir aliviados porque los alemanes pueden cancelar sus reservas; televisiones y periódicos se apresuran a cuantificar, precisar, monetizar el riesgo. Si nieva a destiempo no es un daño para la agricultura y una molestia para los humanos sino un negocio para las estaciones de esquí.

Ni siquiera la vejez es ya la vejez sino el “riesgo vejez”, en el sentido de que si uno no se da prisa en palmarla existe el peligro de que en edad avanzada le falte el elemento sin el cual hoy nadie puede vivir: el dinero. En épocas preindustriales, en economías menos monetarias, quizás se moría algunos años antes pero a nadie se le ocurría hablar de un “riesgo vejez” (al mismo nivel que el “riesgo de robo” o el “riesgo de incendio”) porque los ancianos no eran abandonados a al fría lógica del dinero sino a la cura de la familia, de las mujeres, de los niños, de los miembros adultos, los parientes, lo siervos. Además el desolado abandono en que viven nuestros viejos y la escasísima consideración de que gozan, a diferencia de la civilización que nos ha precedido, dependen de una compleja serie de factores, de los cuales dos tienen origen directamente en el dinero.

Ha sido el dinero lo que ha desintegrado la familia patriarcal. Escribe Simmel: “La forma-dinero plasma la familia de manera diametralmente opuesta a la estructura que la propiedad colectiva, en particular de la tierra, le confería. Esta última creaba una solidaridad de intereses que se presentaba sociológicamente como continuidad de lazos entre los miembros de la familia, mientras la economía monetaria hace posible una distancia recíproca, es más la impone”. Además los viejos son ciudadanos de segunda clase porque son débiles consumidores. Para ser aceptados deben agitarse impúdicamente, satisfacer necesidades que no necesitan, no tienen ni siquiera la libertad de abandonarse a su edad, deben fingir que son jóvenes y económicamente activos, útiles en el único sentido que hoy en día es reconocido socialmente.

domingo, 2 de diciembre de 2012

DINERO (4): El consumismo y el espejismo de la riqueza


Massimo Fini
Del libro "IL denaro, sterco del demonio", Marsilio, 1998


El industrialismo, a diferencia del comercio, no se limita a transferir bienes, los crea. Y una vez creados tiene necesidad de colocarlos. Se descubre la Ley de Say: “La oferta crea la demanda”. Se descubre la naturaleza ilimitada de las necesidades o, más bien, la facilidad con que los seres humanos se dejan influenciar. Se descubre esto es que las necesidades pueden ser heterodirigidas, suscitadas artificialmente y desde el exterior. Nace el consumidor y con él la producción de masa de lo fútil y también de lo inútil. El primero en darse cuenta de esta forzadura fue quizás Sismondi que, en 1819, cuando la Revolución Industrial llevaba algo más de medio siglo, escribe: “Puesto que la division del trabajo y el perfeccionamiento permiten realizar cada vez más trabajo, todos, dándose cuenta de que ya han satisfecho las necesidades del consumo, se las ingenian para suscitar nuevos gustos y estimular nuevos caprichos para poderlos satisfacer”.

Un siglo después Werner Sombart dirá: “Esta lucha convulsa para ensanchar la esfera de las ventas y aumentar la cantidad de mercancía vendida (que parece ser la más potente fuerza motriz del capitalismo moderno) trae consigo toda una serie de principios que tienen como único objeto inducir el público a comprar. El primero es la búsqueda del cliente o, se podría decir también la agresión hacia el cliente…El medio es la publicidad. Es inútil decir que la persecución de este objetivo por fuerza tiene que destruir cualquier sentimiento de decoro, de gusto, de conveniencia y de dignidad. Que la publicidad moderna sea, en sus extremas consecuencias, estéticamente repugnante y moralmente desvergonzada es algo tan claro que no hay necesidad de palabras para demostrarlo”.

Con la Revolución Industrial el mercado es invadido por una inmensa y variada cantidad de bienes. Llegados a este punto la necesidad del individuo de conseguir dinero se hace total. Si antes le era necesario sólo para la subsistencia o para aquella parte de la subsistencia que no conseguía procurarse directamente, ahora para todo se necesita el dinero.

Pero si con la industrialización el dinero es necesario al final del ciclo productivo lo es aún más al inicio. Las complejas maquinarias de la industria requieren en efecto previsiones e inversiones a largo y larguísimo plazo que son técnicamente posibles  solamente con capital monetario. Además, como nota Simmel con su habitual sutileza, el dinero es indispensable para la técnica porque es el vehículo que une todas las técnicas ”sin el cual las técnicas particulares de nuestra civilización no podrían subsistir, el dinero las liga entre sí como el medio de medios, como la técnica más general”.

Pero el dinero juega también otro papel, no ya técnico sino psicológico, en el despegue industrial. Las inversiones a largo plazo presuponen una gran confianza en el futuro, el dinero es el puente entre presente y futuro, es confianza en el futuro, es lo que permite a este futuro imaginario e imaginado actuar retroactivamente sobre el presente, es él mismo futuro. En el fondo la “fiebre del oro” que hubo en Estados Unidos a mitad del siglo XIX y que vio decenas de millares de americanos, europeos, chinos precipitarse hacia California puede ser vista como una carrera hacia el futuro, como repentina confianza en el futuro para vidas que se estancaban en un inerte presente. Que luego este futuro, si dejamos de lado los pocos que se enriquecieron (como siempre los primeros, los que habían iniciado la cadena), cuando se materializó como presente haya dejado sobre el terreno miles de muertos y gente tan miserable como antes, es parte de la eterna historia del dinero que enciende efímeras llamas de confianza y regularmente las traiciona, excepto para poquísimos.  Pero la fortuna de esos pocos basta para que, pasado algún tiempo, el incendio vuelva a declararse, el futuro haga de Hada Morgana y que comience de nuevo la incansable e interminable “fiebre del oro”.

Es lo que se ha verificado también recientemente. No obstante los batacazos del Gran Crack de la Bolsa de Nueva York en el 19 de octubre de 1987 y la bancarrota mejicana del 1995-96 que llevó el sistema económico al borde del colapso mundial, los operadores, los inversores, los ahorradores y en definitiva todos aquellos que trafican con el dinero se habían convencido de que habíamos entrado en una Nueva Era, en un New Paradigm “en el cual la globalización y las nuevas tecnologías habrían garantizado un crecimiento continuo de los beneficios de las empresas y con ello nuevos triunfos en la Bolsa”. Las euforias de la New Era naufragaron después miserablemente, en menos de dos años, con el colapso de los “pequeños tigres” en 1997-1998.

[NOTA: La primera edición de esta obra de Fini es del 1998. Desde entonces hemos tenido otros dos grandes colapsos financieros o burbujas que han reventado: el de la ‘New Economy’ llamado también ‘dot-com bubble’ en el año 2000, y el que comenzó en 2007 con las famosas hipotecas ‘subprime’]

Advierte Gianni Agnelli que es uno del oficio: “Las generaciones pierden rápidamente la memoria financiera, de vez en cuando necesitan una ducha fría para curarse de la euforia”. Pero el mito de la multiplicación del dinero, del crecimiento infinito, no muere nunca y cuando pasa un poco de tiempo todos están dispuestos a empezar de nuevo.