[El texto de esta semana no es una traducción porque - afortunadamente - mejicanos y españoles nos entendemos todavía en la misma lengua. Se trata de una carta del militar y político Álvaro Obregón, que participó en la Revolucion Mejicana y fue presidente de Méjico, dirigida a su hijo y fechada en el año 1928, el mismo año en que murió asesinado. Leyendo estas pocas líneas podemos observar la caída abismal que hay desde esta forma de hablar a los hijos a las necedades de la pedagogía moderna, y comparar una paternidad digna con la larva actual del "mammo". No es que haya grandes revelaciones en estas palabras, al contrario; son cosas básicas que siempre ha sabido casi instintivamente cualquier padre de recto criterio. Pero hoy en día parecen de otro mundo, y a la multitud de los necios le faltará tiempo para decir que son discursos "antiguos", "superados"... también esto da la medida de la decadencia actual de nuestra sociedad, que parece querer formar sólo niños mimados.]
Cajeme,
Sonora, junio 27 de 1928.
Sr.Humberto
Obregón.
México,
D.F.
Mi
querido hijo Humberto:
Este día reviste gran
trascendencia en tu vida porque marca la fecha en que llegas a la mayoría de
edad, produciendo este acontecimiento la transición de mayor importancia en la
vida del hombre. Hoy asumes, por ministerio de la ley, el honroso título de
ciudadano y te substraes de la patria potestad que a tu padre ponía en posesión
de la dirección de tus actos; asumes por lo mismo, toda la responsabilidad de
tu futuro, sin que esto signifique -por supuesto- que yo me considere relevado
de la constante obligación que los padres tenemos para aconsejar y apoyar a
nuestros hijos. Y he querido, con motivo de esta fecha, darte algunos consejos
derivados de los conocimientos adquiridos con mi experiencia y con el
conocimiento del corazón humano, que la intensidad de mi vida me ha permitido
adquirir y del privilegio que del destino he recibido al permitirme actuar en
todas las clases sociales que integran la familia humana.
No pretendo incurrir en
el error tan común en los padres, de querer transmitir su propia experiencia a
los hijos; si la juventud es tan hermosa, lo es precisamente porque carece de
esa experiencia. La experiencia no es sino el resumen de todas las
rectificaciones que el tiempo, al transcurrir, viene haciendo del bello
concepto que de la vida y de nuestros semejantes nos formamos, desde que
entramos en posesión de nuestras propias facultades.
Lo primero que necesitan
los hombres para orientar sus facultades en la vida, y para protegerse y
defenderse de las circunstancias que le son adversas y que por causas ajenas a
su voluntad convergen sobre su voluntad, es clasificarse.
Clasificarse ha sido uno
de los problemas, cuyo alcance, son muy pocos los que saben comprender. Tú
debes, por lo tanto, empezar por hacerlo y voy a auxiliarte con mi experiencia.
Tú perteneces a ese
grupo de ineptos que integran, con muy raras excepciones, los hijos de personas
que han alcanzado posiciones más o menos elevadas, que se acostumbran desde su
niñez a recibir toda clase de atenciones y agasajos, y a tener muchas cosas que
los demás niños no tienen y que van por esto, perdiendo la noción de las
grandes verdades de la vida y penetrando en un mundo que lo ofrece todo sin
exigir nada, creándoles una impresión de superioridad que llega a hacerles
creer que sus propias condiciones son las que los hacen acreedores de esa
posición privilegiada. Los que nacen y crecen bajo el amparo de posiciones
elevadas, están condenados por una ley fatal, a mirar siempre para abajo,porque
sienten que todo lo que les rodea está más abajo del sitio en que a ellos los
han colocado los azares del destino, y cualquier objetivo que elijan como una
idealidad de sus actividades, tiene que ser inferior al plano en el que ellos
se encuentran.
En cambio, los que
pertenecen a las clases humildes y se desarrollan en el ambiente de modestia
máxima, están destinados, felizmente, a mirar siempre para arriba porque todo lo
que les rodea es superior al medio en que ellos actúan, lo mismo en el panorama
de sus ojos que en el de su espíritu, y todos los objetivos de su idealidad
tienen que buscarlos siempre sobre planos ascendentes.
Y en ese constante
esfuerzo por liberarse de la posición desventajosa en que las contingencias de
la vida los han colocado, fortalecen su carácter y apuran su ingenio, y logran
en muchos casos adquirir una preparación que les permita seguir una trayectoria
siempre ascendente. El ingenio, que no es una ciencia y que, por lo tanto, no
se puede aprender en ningún centro de educación, significa el mejor aliado en
la lucha por la vida y sólo pueden adquirirlo los que han sido forzados por su
propio destino a encontrarlo en el constante esfuerzo de sus propias
facultades. El ingenio no es patrimonio de los niños o jóvenes que han
realizado ningún esfuerzo para adquirir lo que necesitan.
El valor de las cosas,
lo determina el esfuerzo que se realiza para adquirirlas y cuando todo puede
obtenerse sin realizar ninguno, se pierde la noción de lo que el esfuerzo vale
y se ignora el importante papel que éste desempeña en la resolución de los
problemas importantes de la vida, y el tiempo que nos sobra, nos aleja de la
virtud y nos acerca al vicio. Y éste es el otro factor negativo para los que
nacen al amparo de posiciones ventajosas.
Todos los padres
generalmente recomiendan a sus hijos huir de los vicios. Yo he creído siempre
que existe un solo vicio, que se llama "exceso" y que de éste, deben
todos los hombres tratar de liberarse. Yo conozco casos de muchas personas que
de la virtud hacen un vicio, cuando se han excedido en practicarla. Procura
siempre no incurrir en ningún exceso y nadie podrá decir que tengas un solo
vicio.
El objetivo lógico de
todo hombre que se inicia en la lucha por la vida, debe encaminarse a obtener
todo aquello que le es indispensable para la satisfacción de sus propias
necesidades. Obtener lo indispensable y hasta lo necesario resulta
relativamente fácil para un hombre honesto, que no practica ningún exceso que
le reste su tiempo y le mengüe los ingresos de su trabajo. Cualquier esfuerzo
encaminado a realizar estos propósitos, estará siempre justificado y es siempre reconocido por todos nuestros
semejantes, pero si se incurre en el error, tan común desgraciadamente, de caer
bajo la influencia de lo superfluo, todo sacrificio resultará estéril, porque
el mundo de lo superfluo es infinito, no reconoce límites y son mayores sus
exigencias mientras mayor satisfacción se pretende darle.
Es lo superfluo el más
grande enemigo de la familia humana, y a este imperio de la vanidad se ha
sacrificado mucho del bienestar y de la tranquilidad que los hombres
disfrutarían, si a sus imperativos hubieran logrado substraerse, y se ha
perdido mucho del honor que en holocausto a lo superfluo se ha sacrificado.
De todas estas verdades,
solamente pueden librarse los que, teniendo un espíritu superior, llegan a
constituir las excepciones de las reglas que siempre se refieren a los casos
normales. Si tú logras constituir una de esas excepciones, tendrás que aceptar
que has sido un privilegiado del destino, logrando así para honor tuyo y
satisfacción de tu padre, librarte de los precedentes establecidos y podrás
crearte una personalidad propia, cuyo mérito lograrás sin esfuerzo que todos
reconozcan.
Éstos son los deseos de
tu padre y lo serían de tu madre, si a ella el destino no la hubiera privado de
la infinita ventura que una madre debe experimentar cuando su hijo primogénito
llega a su mayoría de edad, sin haberles dado a sus padres un motivo de rubor o
pesar como es el caso tuyo.
Gral.
Álvaro Obregón.