[En las próximas entradas se publicará la segunda serie de textos sobre la tradición europea de Adriano Romualdi que concluirá el ciclo]
El
fin del mundo clásico
La
clase dirigente romana, con plena conciencia de ser la luz de un mundo antiguo en
su ocaso, como los dioses lo son del Universo, posee la coraza del estoicismo.
Producto de una avanzada civilización, no puede tener de lo sagrado más que una
sensación indirecta, y por otra parte –consciente de que no se puede improvisar
en los alambiques de la magia- está preparada para testimoniar con su
inquebrantabilidad humana la inquebrantabilidad
del kósmos divino.
[…]
Este
ideal del hombre de alto rango, intrépido y sabio, encontrará su culminación en
el imperio humanista de los Flavios y los Antoninos. Es un estoicismo vivido
con espíritu social y político, donde la apathéia
y la autárkeia –la impasibilidad
y la autosuficiencia- ayudan, no a huir, sino a sostener el peso del mundo.
En
las palabras del emperador filósofo Marco Aurelio se expresa con fiereza la
conciencia de esta misión: “Que el dios
dentro de ti sea la guía de un animal viril y maduro y político y romano y
comandante que haya puesto en orden su yo”.
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No
sorprende que esta clase dirigente de espíritus filosóficos y aristocráticos se
mostrara hostil al cristianismo. Hoy sabemos realmente lo que significaba el
cristianismo: un fenómeno social, racial y ideal extraño al mundo clásico.
[…]
El
paganismo tuvo un último destello de vida en la filosofía de Plotino y la
mística neoplatónica:
“En su época Plotino es una figura solitaria…la
época estaba sobrecargada de hechos y de una humanidad perennemente en
movimiento. En Plotino toma forma el mundo del espíritu, contrapuesto a todo
ello, que frente a él parece disolverse como un fantasma. Frente a su mundo
lejano, inaccesible, incorruptible, todo el resto es transitoriedad y muerte.
Permeado de muerte, es verdad, también está el pensamiento de Plotino. Pero la
muerte no es aquí apariencia, fragilidad, putrefacción; es lejanía y grandeza,
conocimiento apolíneo…
Plotino es Apolo, su último y claro fulgor en
la historia: como siempre, permanece lejano y sublime, y no se preocupa de las
vueltas y los afanes de la acción humana, donde no pretende llevar orden, ni
dirección, ni sentido…ahonda el abismo que separa el ser divino del humano. En
un siglo como éste hay necesidad de redescubrir este abismo, que se revele lo
que es mortal y lo que es eterno, lo que tiene grandeza y lo que no” (De la Antigüedad al Medioevo, Franz
Altheim)
Así
fue el crepúsculo del mundo clásico, donde la idea de un Orden sapiente y
luminoso surgida en la prehistoria indoeuropea se hizo imagen y palabra en Grecia,
y organización política en Roma.
Terminaba
con un extrema teofanía de la Luz,
pero dejaba un modelo de claridad, control y medida en el cual el alma de la
raza blanca se reconocería para siempre.
El
Medioevo cristiano
¿De
qué manera el cristianismo –tras de haber contribuido a disolver la tradición
grecorromana- pudo cementar la nueva Europa romance-germánica?
Es
un proceso de transformación que nos muestra cómo la fuerza de la forma
viviente se apodera de la letra del dogma. Después de Constantino Europa,
agotada, se aliena de sí misma, como cristalizada en el espejismo oriental.
Después,
tras la transfusión germánica, mientras el resto del orbe romano es absorbido por el Islam y
Bizancio lentamente declina, toma forma una nueva visión religiosa. La batalla
de Poitiers, la restauración imperial de Carlomagno son los eventos que marcan
la organización de una nueva ecúmene europea entre el Elba y el Ebro, del Canal
de la Mancha a Montecassino. A esta nueva ecúmene corresponde un nuevo
cristianismo que pronto se separará del griego: el catolicismo.
La
artes figurativas –en las que un sentimiento del mundo inmediatamente se
expresa- hacen visible plásticamente la nueva realidad. Como la arquitectura
románica y gótica representan una fractura con el arte basilical de los
mosaicos y las cúpulas, la plástica románica y gótica proyecta nuevos modelos
espirituales.
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[…]
Alrededor
del año 1000 las generaciones románico-germánicas emprenden, cada vez más
rapidamente, un proceso de reasimilación del cristianismo. Bajo la mirada clara
de estos rostros góticos el cristianismo depura su sustancia y se hace olímpico.
Nace el tipo del Cristo nórdico lleno de nobleza y sentido de la medida, como
se perpetuará en la imagen del Sagrado Corazón de Jesús.
Así,
superando la negación paolina y agustiniana del mundo, aflora una vez más la
noción del orden visible, símbolo del orden invisible. A la apasionada negación
agustiniana del Imperio Romano como obra de Caín y civitas diaboli, se contrapone la restauración de un Imperio que es
romano y sacro. Al pacifismo cosmopolita del primer cristianismo sucede el mito
de la guerra santa y la Laus novae
militiae de San Bernardo.
Y la
concepción orgánica del kósmos propia
de la cultura griega florece de nuevo, a través de los estudios aristotélicos,
en San Tomás de Aquino. Con esto la cultura clásica retoma el dominio del
espíritu europeo mucho antes del Renacimiento y en un contexto menos
individualista e intelectualista. Es por ello que la época medieval de la
civilización europea, lejos de representar una abstracta “negación del mundo”,
es en realidad una época de integración del kósmos
visible en el inteligible.
En
realidad, el discurso religioso del Medioevo está siempre en función de una
lógica de orden...La antigua vocación a la racionalidad olímpica resurge, y con
la misma pasión geométrica que había proyectado en el espacio las columnas
dóricas, mide el kósmos con la osada
matemática de las catedrales góticas.
De
tal manera el cristianismo, romanizado en la organización jerárquica,
germanizado en la sustancia humana y grecizado por las continuas transfusiones
de aristotelismo y neoplatonismo, adquiere plena ciudadanía en Europa.
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