[Con esta entrada se concluye el ciclo de textos dedicado al dinero, extraídos de la obra "El dinero, estiércol del demonio", libro de gran valor en el que Fini profundiza en el origen y el significado del fenómeno dinero. He intentado dar una visión general de su trabajo en este breve ciclo y el texto aquí traducido consiste en la mayor parte del último capítulo de la obra, en que el autor resume sus conclusiones. Desde la próxima semana se pasará a nuevos temas y autores, aunque seguirán apareciendo ocasionalmente textos de Massimo Fini.]
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La
capacidad del dinero de crecer como un tumor sobre el cuerpo que le ha dado
vida hasta invadirlo completamente, de sofocarlo y destruirlo, deriva de su
naturaleza exquisitamente tautológica, de su capacidad de autoalimentarse,
convirtiéndose así en un fin, el fin último, sin otros fines fuera de sí mismo.
Y puesto que el dinero es un saco vacío, una pura Nada, sus finalidades nunca
tienen fin, se coloca en un futuro inalcanzable, arrastrando consigo, en esta
carrera hacia la nada, al hombre.
La
tautología es particularmente evidente en el mecanismo financiero, en el dinero
que compra dinero […] El entero circuito del crédito esta asumiendo este
carácter tautológico. Créditos enormes que se han vuelto irrecuperables se
pagan, cada vez más a menudo, abriendo nuevas líneas de crédito al deudor. Es
decir, el acreedor paga al deudor para que le pague a su vez. Satisface la
promesa de pago que posee con otra […]
Todo
el sistema financiero y crediticio se debe autoalimentar incesantemente para no
colapsar. Llegados aquí es evidente que su finalidad está completamente dentro
de él mismo, es simplemente su supervivencia, mientras que el objetivo de
invertir en el sistema productivo y crear así “riqueza” se ha vuelto secundario,
o incluso un pretexto.
Pero
la tautología crediticia y financiera deriva a su vez de la tautología
comercial y productiva que hay debajo […] Durante siglos y milenios, hasta el
“capitalismo comercial” incluido, es decir antes de la Revolución Industrial,
los hombres han intercambiado bienes que tenían por otros que no poseían. Era
una cosa razonable, decente. Hoy en cambio los italianos producimos automóviles
y los vendemos, por ejemplo, en Alemania que produce y nos vende automóviles.
Compramos botones en Japón y Japón compra nuestros botones. Los expertos los
llaman intercambios intrasectoriales y, a nivel
internacional, representan ya la mayor parte de la producción y del tráfico
comercial. Todo ello no tendría sentido si la finalidad de la actividad
industrial y comercial fuese el de producir y vender cosas útiles a quien no
las tiene. Pero es que a partir de un cierto momento la finalidad ha cambiado:
obtener valor de intercambio, esto es dinero. Y el dinero por íntima necesidad
debe crecer indefinidamente. Por tanto, así como el mecanismo financiero
necesita simular una producción que no existe en realidad (pues no hace mas que
producir dinero adicional) y de hinchar continuamente también la simulación, el
mecanismo industrial debe producir para seguir
produciendo. La producción industrial es como una monstruosa bicicleta,
obligada a correr cada vez más rápido para mantener el equilibrio; no sólo no
puede perder velocidad sino que debe aumentarla, está condenada a crecer
siempre para no aflojarse sobre sí misma. Aquí también la finalidad está totalmente
al interno del mecanismo.
Para
sostener el propio crecimiento ad
infinitum, esencial para su supervivencia, el industrialismo monetatio ha
elaborado, además del intercambio
intrasectorial, algunos métodos ya comprobados que no son útiles para el
hombre, al contrario no pocas veces le perjudican, pero son perfectamente
funcionales al mecanismo que se ha erigido a sí mismo en finalidad.
Una
es la llamada obsolescencia programada
del producto. En el pasado se producían bienes lo más resistentes posible,
con la técnica de la época, destinados a durar en el tiempo […] Hoy, no
obstante se posea una tecnología capaz de forjar materiales casi
indestructibles, los productos de uso común tienen ina resistencia y una
existencia muy breves. Ello se decide desde el principio. […]
Otro
metodo es el de introducir en los bienes ya existentes continuas variaciones
técnicas, casi siempre superfluas si no es que los empeoran. El Quinientos fue retirado del mercado
porque estaba hecho demasiado bien y duraba demasiado.
Un
tercer sistema es crear nuevas necesidades, que se satisfacen con nuevos
bienes. Es la demencial Ley de Say: “La oferta crea la demanda” que se hace
posible, se dice, porque mientras las necesidades primarias son limitadas, y
más allá de un cierto punto llega la saciedad, los voluptuosas son en cambio
ilimitadas. En realidad se trata de necesidades heterodirectas, drogadas, a las
cuales el hombre contemporáneo, orientado o más bien desorientado por la lógica
del dinero, es educado y también obligado.
[…]
Hemos
visto ya que en cuanto consumidor el individuo debe necesariamente digerir el
excedente que pone en circulación como productor […] El mecanismo empuja el
individuo en cuanto consumidor a conseguir cuanto más dinero pueda, y en cuanto
productor a producir la mayor cantidad de bienes y servicios para conseguir más
dinero. Entonces el dinero se vuelve la finalidad y la producción solamente es el
medio para conseguirlo. La finalidad ya no es la satisfacción de una necesidad
sino el acaparamiento del dinero por el dinero.
Pero
también el gran productor, el empresario, el financiero, el que maneja el
dinero profesionalmente, que por la misma cantidad que posee podría recibir con
ello la libertad, está atrapado en una trampa análoga […] La actividad del
empresario desemboca en un hacer por el hacer, en una acumulación que no
encuentra otra razón fuera de sí misma […]
No
se escapa al mecanismo de la coacción repetitiva. También porque se encuentra con
un elemento de la psicología humana que,
aunque en el pasado combatido de varias maneras, está sin duda presente en
nosotros: la pulsión adquisitiva. La posesión llama a la posesión y la
facilita. Ya el Eclesiastés afirmaba “Quien
ama el dinero no se sacia nunca de dinero” […] y Von Mises escribe: “Cualquiera que sea la cantidad que un
hombre pueda haber ganado, representa una fracción de lo que su ambición lo
inducía a conquistar. Ante sus ojos siempre hay gente que ha triunfado donde él
ha fracasado…Tal es la actitud del vagabundo hacia el hombre con un trabajo
regular, del obrero respecto al capataz, del dirigente hacia el vicepresidente,
del hombre que vale trescientos mil dólares hacia el millonario.”
Así,
en virtud de la combinación de un elemento objetivo, el dinero, con uno
subjetivo, la pulsión adquisitiva, que se potencian recíprocamente en su tendencia
al infinito, nos hemos creado la perfecta maquinaria de la infelicidad. Porque
con un proceso bien conocido en psiquiatría, el umbral de satisfacción se eleva
más y más, siendo de hecho inalcanzable. Subido un escalón hay siempre otro
delante. Como en el canódromo los galgos, entre las bestias más estúpidas de la
creación, persiguen inútilmente la liebre falsa que escapa tres metros delante
de sus hocicos empujada por un mecanismo, así nosotros corremos sin resuello
hacia una meta que por definición no podemos alcanzar.
[…]
Si
desde el punto de vista individual es un crédito el dinero,
desde el del sistema considerado globalmente, el dinero, metáfora de la
modernidad, es una deuda colosal que hemos acumulado hacia el futuro. Es
gracias a esta deuda que hemos podido anticipar, intensificar y aumentar al
máximo la producción y los consumos dilapidando en un tiempo rapidisísimo
recursos naturales inmensos. Hemos vampirizado e hipotecado el futuro como si
fuese algo real, concreto, un bien inmueble de nuestra propiedad.
El
saqueo en relación al futuro ha asumido poco a poco ritmos cada vez más
precipitados, porque la velocidad está implícita en el mecanismo del dinero y
porque, siendo una ilusión, para seguir existiendo, el dinero tiene necesidad,
como en el esquema piramidal, de conquistar nuevos entusiastas, de reforzar la
fe de los creyentes y de convertir, por las buenas o por las malas, a los infieles.
[…]
Pero en esta estratosférica ascensión del dinero están también las premisas de
su fin. Como había intuido Werner Sombart hace casi un siglo, es precisamente “el impulso hacia el infinito, lo ilimitado
de sus metas, la fuerza que va más allá de cualquier medida orgánica” lo
que lleva el dinero, y el sistema construido sobre él, a la autodestrucción.
La
velocidad del proceso, cortocircuitando, hará aparecer evidente, como sucedió
con el sistema de John Law, que el dinero es una ilusion que recae sobre sí
misma, que no encuentra ninguna garantía fuera de sí misma, esto es en la nada.
[…]
En
efecto, aunque el futuro no fuese un tiempo inexistente, no durará eternamente,
y aún menos durará el dinero. El hecho de que necesariamente haya un final para
el dinero es, según Mahieu, “la razón por
la cual existe y existirá siempre la inflación, y el dinero perderá siempre, en
media, valor en el tiempo; la inflación no es otra cosa que el valor del dinero
descontado en el día del Juicio Final”.
[…]
El
día en que el colosal volumen de dinero en circulación, o una parte consistente
de éste, se presente para ser convertido en bienes, servicios y trabajo que ya
hace tiempo no representa –quizás no lo hizo nunca- el sistema colapsará. Esto
sucederá cuando ya no se sostengan las condiciones que lo mantienen y caiga la
ilusión de que el dinero es un valor en sí mismo, en vez de una simulación. […]
El día en que, de repente, los hombres decidieran creer de verdad que el dinero
es una cosa real e intentasen convertir en bienes todos sus depósitos, sus
créditos, sus obligaciones, sus acciones, sus títulos, sus futures y la misma calderilla que tienen en los bolsillos, se
darían cuenta de lo que inconscientemente temen y, quizás, ya saben, pero como
avestruces se esconden a sí mismos: que el dinero no existe.
De
cualquier manera el día del Big Bang no está lejano. El dinero, en su esencia
íntima, es futuro, representación del
futuro, apuesta sobre el futuro, simulación del futuro para uso del presente.
Si el futuro no es eterno sino que tiene un horizonte finito, nosotros, a la
velocidad a la que vamos, precisamente a causa del dinero, lo estamos acortando
vertiginosamente. Estamos corriendo sin resuello hacia nuestra muerte, como
especie. Si el futuro es infinito e ilimitado lo hemos hipotecado hasta
regiones temporales tan sideralmente lejanas que lo hemos convertido en
inexistente. La impresión en efecto, es que no importa lo rápido que se avance,
es más a causa de ellos, este futuro orgiástico retrocede constantemente ante
nosotros. O quizás en un movimiento circular, Nietzschiano, Einsteiniano,
propio del dinero, nos está alcanzando por la espalda grávido de la inmensa
deuda con que lo hemos cargado. Si en fin, como piensa el autor de estas
líneas, el futuro es un tiempo inexistente, un parto de nuestra mente, como lo
es el dinero, entonces lo hemos apostado todo en algo que no existe, sobre
nada, sobre la Nada.
En
cualquier caso este futuro, sea real o imaginario, dilatado hasta dimensiones
monstruosas por nuestra fantasía y nuestra locura, un día nos caerá encima como
un dramático presente. Ese día el dinero ya no existirá. Porque no tendremos ya
futuro, ni siquiera imaginado. Lo habremos devorado.