MASSIMO
FINI
¿Predecir la muerte? La incertidumbre
es mejor; es la verdadera sal de la vida
“Il
Gazzettino” 20-Mayo-2011
Insistiendo e insistiendo de nuevo,
lo hemos conseguido. O casi. Una de las ambiciones de la medicina tecnológica
es poder predecir el día de nuestro nacimiento y el de nuestra muerte. Ahora
una sociedad británica, la Life Length, va a sacar al mercado un test capaz de
establecer cuánto nos queda de vida. Se trata de un simple análisis de sangre
elaborado por una estudiosa española, María Blasco, del Centro Nacional de
Investigaciones sobre el Cáncer de Madrid; se basa en la medición de la
longitud de los telómeros, las partes terminales de los cromosomas. Cuanto más
cortos son, menos vida tienes por delante.
El test ha hecho surgir varios
reparos. Por ejemplo la hipótesis de una compañía de seguros que se niegue a
estipular una póliza de vida si el beneficiario no acepta someterse al test.
Colin Blakemore, un neurocientífico de Oxford, expresa en cambio otro tipo de
duda: “Mi preocupación principal –afirma- tiene que ver con la fiabilidad del test.
Tenemos que saber mucho más antes de hacer previsiones”.
Y menos mal, por suerte, que al
menos por ahora es así. Si uno supiera desde el nacimiento cuánto vivirá,
aunque fueran 80 años, se pegaría un tiro. Porque la vida no sería otra cosa
que una larga agonía en espera de la muerte. Cada día que pasa sabríamos che el
momento fatal se acerca. Entendámonos, esto ya lo sabemos y es por ello que nos
agitamos, que nos afanamos en hacer cosas, nos esforzamos, nos dedicamos a mil
ocupaciones: para olvidar que nuestro fin es inevitable, para calmar nuestra
subyacente angustia de muerte. Pero una cosa es saber que podemos morir mañana
o dentro de treinta años, y otra muy distinta tener la certeza matemática de la
fecha final. Escribe Nietzsche: “Hamlet,
¿quién lo entiende? No es la duda, sino la certeza, lo que mata”. Es
justamente la incertidumbre que nos permite vivir, que hace nuestra vida
tolerable. La crueldad de la pena de muerte no está en a supresión de una vida
(cada día mueren millones de personas por los más variados motivos) sino en el
hecho de que el condenado sabe con certidumbre el día en que morirá. Sus
últimas semanas son una tortura aterradora y cada condenado espera en su
corazón que el verdugo haga su aparición lo antes posible, incluso antes del
tiempo previsto, para evitarle este sufrimiento.
Volviendo al test, para quien lo haya
realizado, naturalmente, la angustia aumentaría cada día que pasa. Escribe
Cicerón: “No hay hombre, por muy viejo o
enfermo que esté, que no piense que puede vivir almenos un año más”. ¿Por
qué queremos quitarnos también estas ilusiones? ¿Por qué queremos racionalizar
la vida hasta este punto? ¿Por qué, con un incansable esfuerzo, seguir yendo
contra la Naturaleza?
Si la naturaleza no nos ha dado ninguna certeza matemática sobre nuestra vida y
nuestra muerte habrá alguna razón para ello. Respetémosla. Cada uno de nosotros
morirá, esto está claro. Pero no sabemos cuándo. Y es un bien para nosotros que
sigamos sin saberlo.
El error fatal del Iluminismo es
querer examinar todo, como la palabra indica iluminarlo todo, quiere conocerlo
todo. Y en cambio es bueno que ciertas cosas sigan en la oscuridad, en el
misterio y, digámoslo también , en una sacrosanta ignorancia.
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