[En este mes de Febrero terminamos ya con el "ciclo del dinero" publicando los últimos extractos del libro de Massimo Fini. El texto de esta semana trata de la decadencia ética que el dominio del dinero trae consigo]
Massimo Fini
La
desenvoltura moral del empresario moderno, figura central en la economía
monetaria, ha roto definitivamente cualquier
barrera desde el momento en que no arriesga ya su propio dinero sino el
de los demás. El mercante y también el capitalista en los primeros siglos del
industrialismo invertía casi exclusivamente capital suyo y de su familia. El
recurso sistemático al crédito estaba considerado asunto de “gente deshonesta”,
para aventureros que estaban fuera del ambiente de la “gente bien”. Incluso en
pleno siglo XX Henry Ford se negó durante mucho tiempo a recurrir al crédito
bancario obstinándose en financiar sus inversiones con capital propio […] Pero
eran los últimos coletazos de un capitalismo ya superado y destinado a ser
arrollado. El desarrollo de las empresas y la necesidad de inversiones
colosales, proyectadas hacia un futuro cada vez más lejano, hacen
indispensable, además de mucho más cómodo y ventajoso, el recurso al crédito.
Los
empresarios, sobre todo los grandes, no tienen más que cuotas mínimas de las
empresas de las que son titulares. A menudo, además, al mando no está el
accionista principal sino el manager. Y
cuando se maniobra con dinero de otros la falta de escrúpulos, en todas las
direcciones, se ve muy facilitada. Porque no se tiene nada que perder, ni en
términos de dinero ni de credibilidad, cuando las consecuencias de operaciones
demasiado atrevidas recaen en un organismo impersonal como la Empresa o sobre
anónimos accionistas. Era muy diferente, también en el respeto y en una mínima
ética profesional, cuando el empresario arriesgaba su propio dinero y
credibilidad.
Cuando
se han convertido en inservibles, para fines económicos, los viejos valores de
la honestidad, la sinceridad, la moderación y el sentido de la medida, tan
queridos por Benjamin Franklin, se sustituyen por otro de un tipo muy distinto:
la Imagen. Es lo que los antiguos llamaban Prestigio y que, entendido como
posición social del individuo en el seno del grupo, ha sido siempre uno de los
intereses primarios del hombre. Pero en otro tiempo estaba determinado por
características que no tenían nada que ver con la esfera económica. La fuerza
física, el honor, la dignidad, la generosidad, la sabiduría, la pertenencia a
un cierto grupo. La riqueza era si acaso una consecuencia de ello. Tanto era
así que se podía tener prestigio sin ser rico, como sucedía con los nobles
venidos a menos en el ancien règime
que incluso reducidos a la miseria seguian perteneciendo a una casta superior y
no habrían renunciado a su estatus ni siquiera, como significativamente se
dice, “por todo el oro del mundo”, prefiriendo pasar hambre antes que ser
degradados […]
En
la sociedad moderna se tiene prestigio si se es rico y el resto viene después:
el honor, la dignidad, la respetabilidad, la posición social […] Se asiste por
tanto a una desesperada caza al binomio dinero-prestigio de parte de quien, en
una sociedad como la nuestra, no teniendo uno carece también del otro. Su
posición es particolarmente intolerable porque le faltan los dos elementos que
hoy proporcionan una identidad social. En la comunidad tribal y en la aldea, en
Europa hasta hace pocos siglos, cada individuo por pobre que fuese tenía un
lugar bien definido y una precisa identidad, por tanto un cierto prestigio,
como mínimo el prestigio del grupo que se reflejaba sobre el sujeto, que tenía
el orgullo de pertenecer a aquél. Hoy en cambio si la ética protestante ha
caído en desuso, en la parte que imponía a
los ricos y a quienes aspiraban a serlo ciertas reglas de
comportamiento, permanece válida en su parte opuesta: los pobres son tales por
su culpa, son ineptos. Perdido el papel, la identidad, el sentido de
pertenencia, desaparecida y despreciada la “ética de la pobreza con dignidad”
en la sociedad masificada quien no tiene dinero no tiene identidad, no es nada.
[…]
Para nosotros hoy lo proncipal es el dinero, que sobre todo es, por definición,
medida del valor, por lo que es natural que la tendencia sea medir con él
tambien al hombre. Hoy el valor de una persona se expresa en dinero […] puede
ser ganado por cualquiera y de cualquier manera, lícita o ilícita, practicando
las actividades más fútiles y cretinas, porque el dinero sigue su lógica, la
del mercado, que no necesariamente tiene que ver con el estilo, el buen gusto,
la cultura, la sensibilidad de ánimo o la inteligencia.
Al
contrario, por cómo están las cosas [esta lógica] casi siempre está muy lejana
de esas cualidades pues el mercado, para ser remunerativo, debe alcanzar
cuantos más sujetos se pueda y por tanto rebajar al máximo la calidad de los productos
y la de los productores. Ello da a las actuales élites, es decir a la
aristocracia del dinero que es la verdadera nobleza de nuestro siglo, la que
generalmente pasa con el insolente nombre de jet set (donde conviven, confundidos y homologados en el dinero, el
gran empressario, el financiero sin escrúpulos, el estafador de alto nivel, la pop star, el futbolista, el presentador
televisivo, la show girl, la gran
mundana, la top model, el trepa que
ha alcanzado el éxito) un inconfundible rasgo de vulgaridad.
En
cuanto número y cálculo el dinero es un obstaculo al impulso, al instinto, a la
inmediatez, a la espontaneidad. La falta de generosidad, de solidaridad, de
empuje que caracteriza el tiempo presente hay que achacarla también a ese
exceso de racionalización que viene con el dinero. La avaricia nace con el
dinero, con la posibilidad de conservarlo y de usarlo después, algo mucho más problemático con las mercancías, sobre todo
con los productos de la naturaleza […] en una economía monetaria se piensa dos
veces antes de donar porque el dinero que no necesitamos hoy nos hará falta
mañana. Y esta avaricia material termina convirtiéndose en una avaricia moral,
una incapacidad de donarse a los demás.
Que
el impulso, positivo o negativo, esté hoy sofocado por el cálculo lo demuestra
también la evolución de la criminalidad, en la prevalencia de los delitos relacionados
con el dinero sobre los delitos de sangre. Los homicidios, y sobre todo las
lesiones personales o los golpes tienen móviles que vienen del instinto (celos,
ira, odio, pasionalidad, agresividad natural), mientras que en los delitos
económicos predomina el cálculo […] El ciudadano, el burgués, el que tiene
dinero no se mancha, normalmente, las manos de sangre, no por su virtud sino
porque sus impulsos vitales están debilitados, le falta la energía y la
vitalidad para hacerlo. En el campo del crimen sus delitos tienen necesidad de
la mediación del dinero para poner una distancia, de servirse de su energía
indirecta con la cual es capaz de corromper, ensuciar, contaminar, mancillar,
enturbiar, pero no de realizar actos cruentos que exijan una implicación
profunda y hagan correr un riesgo físico.
El
dinero está también en la base del individualismo, que es uno de los rasgos
distintivos de la sociedad moderna, porque parcela, atomiza, divide, separa de
los demás. Por una parte en efecto el dinero, en su abstracción y falta de un
contenido propio, en su cualidad de saco vacío hecho para ser llenado, me pone
o puede ponerme, en contacto con todos los sujetos que participan en la
economía monetaria –hoy en la práctica todo el planeta-. Por otra parte me
aísla porque interpone entre yo y el otro una barrera, una distancia. El dinero
despersonaliza todas las relaciones donde actúa como intermediario y el
contacto humano se enfría, si es que no se elimina del todo.
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