Massimo Fini
Il Fatto [2010]
¿Qué son los 110.000 millones que
se van a conceder a Grecia para salvarla de la bancarrota y los 750.000 puestos
a disposición por la Unión Europea
para crear un gran fondo “anticrisis”? En el mundo globalizado todos los países
europeos están endeudados entre ellos y con los demás países industrializados,
que a su vez están endeudados con nosotros europeos. Los miles de millones concedidos
a Grecia y los del fondo “para derrotar a la especulación” son un préstamo virtual.
Se trata de dinero inexistente, “tóxico” no menos que los valores “tóxicos”,
que sólo sirve como una dosis más de drogas para el caballo ya dopado, de modo
que pueda seguir corriendo un poco antes de reventar definitivamente. Desde
hace 15 años los países industrializados, de frente a crisis que se presentan
con un ritmo cada vez más rápido, se comportan de este modo: inyectando en el
sistema más dinero inexistente.
En 1996 Méjico estaba al borde de
la bancarrota: debía 50.000 millones de dólares a los países industrializados.
¿Qué hicieron éstos? Le prestaron otros 50.000 millones para que pudiera
devolver los primeros 50.000. Una operación aparentemente absurda que sin
embargo conseguía mantener a Méjico enganchado al mundo industrializado, que de
esta manera podía continuar vendiendo sus productos a los mejicanos. Más o
menos el mismo, con alguna variación, fue el procedimiento en la crisis de los
“tigres asiáticos” en 1997. Lo mismo se ha hecho en el caso del colapso de las
hipotecas subprime americanas en el
verano del 2007, default que se ha
propagado a Europa y del cual la crisis actual es una consecuencia (¿Qué es
esto de los increíbles tres trillones de dólares que se ha sacado de la manga
repentinamente el gobierno de Washington? O los tenían antes y entonces no se
entiende porqué no los han usado, o es dinero puramente virtual).
Se tiende por parte de gobiernos y
economistas a echar la culpa de estas crisis a la “especulación” y a los
“excesos” del capitalismo financiero. Esto es descargar responsabilidades, de
manera nada inocente, para eludir el verdadero centro de la cuestión: es
nuestro entero modelo de desarrollo que es “tóxico”. El capitalismo financiero
no es más que la directa e inevitable consecuencia, además de ser, de alguna
manera, la necesaria premisa, del capitalismo industrial. Ambos siguen las
mismas lógicas: el beneficio, su maximización con el mínimo esfuerzo y, sobre
todo, la incansable apuesta sobre el futuro. Un futuro hipotecado hasta épocas
tan sideralmente lejanas que es inexistente. Como el dinero que lo representa (con
una milésima parte del dinero circulante actualmente, en sus varias formas, se
compran todos los bienes y servicios del mundo. ¿El resto entonces qué es?).
Atacar el capitalismo financiero pasando por alto el industrial es como
maravillarse de que habiendo inventado la bala se haya llegado a los misiles.
Nos estamos comportando como un
individuo que teniendo una deuda, para cubrirla, contrae una más grande y luego
otra aún mayor y continúa así. A nivel individual este juego dura poco. Para un
modelo que se propone como planetario las cosas van más para largo. Pero un
sistema que se basa en el crecimiento exponencial, que existe sólo en las
matemáticas y no en la naturaleza, cuando ya no tenga la posibilidad de
expandirse implosionerá fatalmente sobre sí mismo. Y ya estamos cerca de ello.
Lo indica también el hecho de que, estando nuestros mercados fuertemente
saturados, vamos a la búsqueda desesperada de otros, aunque sean pobres o
paupérrimos, y estamos dispuestos a bombardear sin piedad a los pueblos, como
el afgano, que no quieren entrar en este mecanismo. La paradoja de este modelo
de desarrollo es que habiendo apostado todo sobre el caballo de la economía,
margionalizando cualquier otro valor y exigencia humana, está fallando
justamente en el plano económico.
Espero que esto abra los ojos a la
gente y la induzca, pronto, mañana, en seguida, a ahorcar en el mástil más alto
a los idiotas y los impostores que están serrando el árbol sobre el que estamos
sentados. Pero no creo mucho en ello. Si estuviera sobre otro árbol me doblaría
de risa mirándoles mientras hacen harakiri.
Pero estoy en la misma rama y me toca compartir, impotente, como muchos
otros de mis semejantes, la suerte que estos canallas imbéciles nos están
preparando.
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