En esta entrada y la próxima pondré sendos artículos de Massimo Fini que tratan el tema de la economía y las crisis financieras, de la máxima actualidad. La última serie de textos dedicados a la democracia será publicada a continuación.
Massimo Fini
“Il Fatto”
En la última página de mi libro ‘El dinero, estiércol del
Demonio’ de 1998, tras haber narrado la cabalgada triunfal del dinero desde la
época de su primera aparición (entre el VIII y el VII siglo antes de Cristo, en
Lidia, pequeño reino de Asia menor en la órbita de la cultura griega) hasta
nuestros días y de su progresiva transformación, casi alquímica, de simple
intermediario en los intercambios, para evitar las triangulaciones del trueque, y
medida del valor a mercancía auténtica -aunque muy volátil- concluía de esta
manera:
"El día del Big Bang no está lejano. El
dinero, en su esencia extrema, es “futuro”, representación del futuro, apuesta
sobre el futuro, relanzar la apuesta sobre el futuro, simulación del futuro
para uso del presente. Si el futuro no es eterno y tiene su finitud nosotros, a
la velocidad a la que vamos, justamente gracias al dinero, lo estamos acortando
vertiginosamente. Estamos corriendo a toda pastilla hacia nuestra muerte, como
especie. Si el futuro es infinito e ilimitado lo hemos hipotecado hasta
regiones temporales tan sideralmente lejanas que de hecho es inexistente. En
efecto, la impresión que se tiene es que, por muy rápido que vayamos, o más
bien justamente por este motivo, este futuro orgiástico retrocede
constantemente ante nosotros. O quizás, en un movimiento circular,
Nietzschiano, Einsteiniano, propio del dinero, el futuro nos está llegando por
la espalda cargado con la inmensa deuda con la cual lo hemos gravado. Si en
fin, como muchos piensan, el futuro es un tiempo inexistente, un parto de
nuestra mente, como lo es el dinero, entonces hemos orientado nuestra
existencia hacia algo que no existe, hacia nada, hacia la
Nada. En cualquier caso este futuro, sea
real o imaginario, dilatado hasta dimensiones monstruosas y oníricas por
nuestra fantasía y nuestra locura, un día nos caerá encima como un dramático
presente. Ese día el dinero ya no estará. Porque ya no tendremos futuro, ni
siquiera para imaginarlo. Lo habremos devorado”.
Es lo que está sucediendo, aunque no en los términos tan
radicales en que lo expresaba. Para el definitivo colapso hará falta todavía
tiempo. No mucho. EL próximo golpe será el del KO. Lo admite el ministro de
Economía Giulio Tremonti que en una entrevista con Aldo Cazzullo afirma:
“El colapso de las
'pirámides de papel', en otoño de 2008, ha causado el colapso de la economía
real, que sin embargo se estaba desarrollando de manera positiva. Ahora un
nuevo, inmanente colapso de la economía de papel hace peligrar no sólo la
economía real, sino la estructura soberana de la deuda pública y por tanto de
los gobiernos”.
“El rescate de la
economía de papel, garantizado por los Estados, ha reproducido en otra forma
las mismas condiciones de crisis potencial que había hace apenas dos años…por
un lado en el mercado ‘over the counter’, el mercado príncipe de la economía de
papel, estamos
en los mismos valores de antes de 2008, por otro lado en el mundo cada ocho
segundos se emite un millón de dólares o de euros de nueva deuda pública”.
Es decir Tremonti admite que, como escribí hace algún
tiempo en ‘Il Fatto’, la crisis ha sido temporalmente contenida inyectando en
el sistema más dinero inexistente, drogado, tóxico no menos que los valores
llamados ‘tóxicos’, con la esperanza de que el caballo dopado pueda dar algunos
pasos más. Pero la cosa no puede ya durar mucho, porque antes o después llega
el momento fatal de la sobredosis mortal.
-“¿Pero cómo puede
intervenir la política?”- Pregunta aquí Cazzullo con un temblor en la voz (al menos
lo imagino así).
-“Es importante ya
solamente comprender esto y tengo la impresión de que, por encima de los pueblos, superado el ‘shock’ inicial, también
segmentos cada vez más amplios de las clases dirigentes empiecen a comprender”-.
Pero en
verdad no necesitamos clases dirigentes que entiendan las cosas después de que hayan
sucedido, que nos digan el resultado del partido cuando se ha acabado. Lo que
yo, que no soy economista, había entendido e intuido en 1998, el ministro de
Economía Giulio Tremonti tenía el deber de comprenderlo por lo menos en 2007,
cuando se verificó el hundimiento de los ‘subprime’ americanos. Sus sermones de
hoy, propinados con gran prosopopeya, además de inútiles son sumamente
irritantes (entre otras cosas Tremonti para ‘salvar su alma’ coloca el
predominio de la ‘economía de papel’ sobre la llamada ‘economía real’ en la
primera parte de la década del 2000, pero este proceso se había ya producido
mucho antes; tan cierto es que en 1964 el americano David T. Bazelon, que no
era tampoco un economista sino un literato, escribió ‘la economía de papel’
donde defendía esta tesis). Y esto vale obviamente no sólo para Tremonti sino
para todas las clases dirigentes occidentales, políticos, economistas, empresarios,
intelectuales. Una de dos: o no han comprendido nada, y entonces son unos
gilipollas indignos de dirigir ni siquiera un centro de salud, o son unos sinvergüenzas que han hecho
como que no entendían, engañándonos antes como ahora.
Porque también la distinción entre capitalismo financiero y
capitalismo industrial (la ‘economía real’) es un engaño. El capitalismo
industrial se basa en la misma lógica que el financiero: una inagotable apuesta
sobre el futuro, futuro que nos indican continuamente, para que nos estemos quietos y
buenos, como la Tierra Prometida.
Que retrocede continuamente ante nuestros ojos, de la misma manera inexorable
en que lo hace el horizonte frente a quien tenga la pretensión de alcanzarlo.
Si acaso el capitalismo financiero, con su brutalidad, tiene la virtud de
desenmascarar este juego infame que ya dura desde hace dos siglos y medio, que
debe terminar y terminará.
En un baño de sangre, cuando, hundido este modelo de
desarrollo paranoico, la gente de las ciudades, dándose cuenta de que no puede comer
cemento y beber petróleo, se dirigirá a los campos donde será rechazada a
golpes de horca por quien, habiendo comprendido a tiempo, habrá regresado, como
en los viejos tiempos, a la economía de subsistencia (autoproducción y
autoconsumo) en la cual el valor de una vaca, a diferencia del valor del dinero
o del petróleo, es siempre el mismo, porque una vaca pasta, transforma la
hierba en leche, caga como dios manda y por tanto abona el terreno, en un ciclo
biológico perfecto y, en cualquier caso, se puede transformar en filetes. En
cuanto a Tremonti y todos los Tremontis de la Tierra, para ellos estará listo, si es que siguen
con vida, el árbol en el cual se les rogará que se ahorquen.
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