"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

domingo, 13 de noviembre de 2011

LAS MENTIRAS ANTES DEL CAOS


En esta entrada y la próxima pondré sendos artículos de Massimo Fini que tratan el tema de la economía y las crisis financieras, de la máxima actualidad. La última serie de textos dedicados a la democracia será publicada a continuación.
 
Massimo Fini

“Il Fatto”

En la última página de mi libro ‘El dinero, estiércol del Demonio’ de 1998, tras haber narrado la cabalgada triunfal del dinero desde la época de su primera aparición (entre el VIII y el VII siglo antes de Cristo, en Lidia, pequeño reino de Asia menor en la órbita de la cultura griega) hasta nuestros días y de su progresiva transformación, casi alquímica, de simple intermediario en los intercambios, para evitar las triangulaciones del trueque, y medida del valor a mercancía auténtica -aunque muy volátil- concluía de esta manera:

"El día del Big Bang no está lejano. El dinero, en su esencia extrema, es “futuro”, representación del futuro, apuesta sobre el futuro, relanzar la apuesta sobre el futuro, simulación del futuro para uso del presente. Si el futuro no es eterno y tiene su finitud nosotros, a la velocidad a la que vamos, justamente gracias al dinero, lo estamos acortando vertiginosamente. Estamos corriendo a toda pastilla hacia nuestra muerte, como especie. Si el futuro es infinito e ilimitado lo hemos hipotecado hasta regiones temporales tan sideralmente lejanas que de hecho es inexistente. En efecto, la impresión que se tiene es que, por muy rápido que vayamos, o más bien justamente por este motivo, este futuro orgiástico retrocede constantemente ante nosotros. O quizás, en un movimiento circular, Nietzschiano, Einsteiniano, propio del dinero, el futuro nos está llegando por la espalda cargado con la inmensa deuda con la cual lo hemos gravado. Si en fin, como muchos piensan, el futuro es un tiempo inexistente, un parto de nuestra mente, como lo es el dinero, entonces hemos orientado nuestra existencia hacia algo que no existe, hacia nada, hacia la Nada. En cualquier caso este futuro, sea real o imaginario, dilatado hasta dimensiones monstruosas y oníricas por nuestra fantasía y nuestra locura, un día nos caerá encima como un dramático presente. Ese día el dinero ya no estará. Porque ya no tendremos futuro, ni siquiera para imaginarlo. Lo habremos devorado”.

Es lo que está sucediendo, aunque no en los términos tan radicales en que lo expresaba. Para el definitivo colapso hará falta todavía tiempo. No mucho. EL próximo golpe será el del KO. Lo admite el ministro de Economía Giulio Tremonti que en una entrevista con Aldo Cazzullo afirma:

“El colapso de las 'pirámides de papel', en otoño de 2008, ha causado el colapso de la economía real, que sin embargo se estaba desarrollando de manera positiva. Ahora un nuevo, inmanente colapso de la economía de papel hace peligrar no sólo la economía real, sino la estructura soberana de la deuda pública y por tanto de los gobiernos”.

“El rescate de la economía de papel, garantizado por los Estados, ha reproducido en otra forma las mismas condiciones de crisis potencial que había hace apenas dos años…por un lado en el mercado ‘over the counter’, el mercado príncipe de la economía de papel, estamos en los mismos valores de antes de 2008, por otro lado en el mundo cada ocho segundos se emite un millón de dólares o de euros de nueva deuda pública”.

Es decir Tremonti admite que, como escribí hace algún tiempo en ‘Il Fatto’, la crisis ha sido temporalmente contenida inyectando en el sistema más dinero inexistente, drogado, tóxico no menos que los valores llamados ‘tóxicos’, con la esperanza de que el caballo dopado pueda dar algunos pasos más. Pero la cosa no puede ya durar mucho, porque antes o después llega el momento fatal de la sobredosis mortal.

-“¿Pero cómo puede intervenir la política?”-  Pregunta aquí Cazzullo con un temblor en la voz (al menos lo imagino así).

-“Es importante ya solamente comprender esto y tengo la impresión de que, por encima de los  pueblos, superado el ‘shock’ inicial, también segmentos cada vez más amplios de las clases dirigentes empiecen a comprender”-.

Pero en verdad no necesitamos clases dirigentes que entiendan las cosas después de que hayan sucedido, que nos digan el resultado del partido cuando se ha acabado. Lo que yo, que no soy economista, había entendido e intuido en 1998, el ministro de Economía Giulio Tremonti tenía el deber de comprenderlo por lo menos en 2007, cuando se verificó el hundimiento de los ‘subprime’ americanos. Sus sermones de hoy, propinados con gran prosopopeya, además de inútiles son sumamente irritantes (entre otras cosas Tremonti para ‘salvar su alma’ coloca el predominio de la ‘economía de papel’ sobre la llamada ‘economía real’ en la primera parte de la década del 2000, pero este proceso se había ya producido mucho antes; tan cierto es que en 1964 el americano David T. Bazelon, que no era tampoco un economista sino un literato, escribió ‘la economía de papel’ donde defendía esta tesis). Y esto vale obviamente no sólo para Tremonti sino para todas las clases dirigentes occidentales, políticos, economistas, empresarios, intelectuales. Una de dos: o no han comprendido nada, y entonces son unos gilipollas indignos de dirigir ni siquiera un centro de salud, o son unos sinvergüenzas que han hecho como que no entendían, engañándonos antes como ahora.

Porque también la distinción entre capitalismo financiero y capitalismo industrial (la ‘economía real’) es un engaño. El capitalismo industrial se basa en la misma lógica que el financiero: una inagotable apuesta sobre el futuro, futuro que nos indican continuamente, para que nos estemos quietos y buenos, como la Tierra Prometida. Que retrocede continuamente ante nuestros ojos, de la misma manera inexorable en que lo hace el horizonte frente a quien tenga la pretensión de alcanzarlo. Si acaso el capitalismo financiero, con su brutalidad, tiene la virtud de desenmascarar este juego infame que ya dura desde hace dos siglos y medio, que debe terminar y terminará.

En un baño de sangre, cuando, hundido este modelo de desarrollo paranoico, la gente de las ciudades, dándose cuenta de que no puede comer cemento y beber petróleo, se dirigirá a los campos donde será rechazada a golpes de horca por quien, habiendo comprendido a tiempo, habrá regresado, como en los viejos tiempos, a la economía de subsistencia (autoproducción y autoconsumo) en la cual el valor de una vaca, a diferencia del valor del dinero o del petróleo, es siempre el mismo, porque una vaca pasta, transforma la hierba en leche, caga como dios manda y por tanto abona el terreno, en un ciclo biológico perfecto y, en cualquier caso, se puede transformar en filetes. En cuanto a Tremonti y todos los Tremontis de la Tierra, para ellos estará listo, si es que siguen con vida, el árbol en el cual se les rogará que se ahorquen.

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