Maurizio Blondet
Este artículo trata de la situación
educativa y la universidad en Italia, pero todo lo que dice es aplicable
igualmente a nuestro país y a todos aquellos en los cuales la pedagogía
progresista ha devastado el sistema educativo.
La
Universidad en Italia: un aparcamiento donde se mata cualquier deseo por el
conocimiento.
Quien
me acusa de violencia verbal contra la Casta quizás aquí tendrá una
explicación: no sólo violencia verbal, urge la violencia física para liberar la
Universidad de los parásitos que atestan las cátedras, resultados de una larga
selección de lameculos, mediocridades que matan a la juventud, espiritualmente
e intelectualmente. […]
Un proverbio
americano dice: enseñar no significa llenar un saco, significa encender un
fuego. En el liceo de mis tiempos aún encendían este fuego. No nos evitaban las
dificultades, no nos facilitaban; también ésta era una manera de encender el
fuego, las nociones fáciles lo apagan. No era un buen estudiante (muchas malas
notas en latín, griego, álgebra) pero he aprendido cómo aprender para toda la
vida. Como estudiar sin comprender todo desde el principio.
A un
joven inquieto yo aconsejaría “El Arte
Descentrado” de Hans Sedlmayr: libro capital, que explica el arte
contemporáneo como síntoma de la enfermedad espiritual de Occidente. Pero es un
libro difícil. Sono casi apuntes de las lecciones del gran crítico de arte
vienés. Es un libro que uno debe resignarse a entender a trozos, por frases
iluminantes: pero éstas ya valen por sí solas la fatiga y la lectura. ¿Se les
ha capacitado, a los jóvenes, para la concentración? ¿Para leer con esfuerzo y
no abandonar una lectura que no comprenden del todo, tan “frustrante”? A la
frustración se la vence con la curiosidad, con el fuego del saber. Pero estas
ganas deben ser creadas. ¿Cómo?
Creando
el hábito mental del aventurero, del explorador. En efecto la cultura es una
exploración, más arriesgada que internarse en las selvas del Mato Grosso a la
búsqueda del arca perdida. No es algo para catedráticos y eruditos, sino para
Indiana Jones. Requiere valor, tenacidad, apertura hacia verdades perturbadoras
que te harán para siempre distinto de lo que eres; debes estar preparado para
perder la fe en Dios o encontrarla, condenar tu alma o salvarla para siempre,
ser devorado por dragones y superar pruebas iniciáticas. Requiere el espíritu
del buscador de esmeraldas que criba toneladas de desechos para buscar una
gema, el alma del pirata que roba tesoros de galeones ajenos.
La
cultura es aventura, riesgo a voluntad: si no lo es, aburre, no es cultura…pero
hay qe aprender a distinguir el aburrimiento académico, erudito, de la
esmeralda bruta que vale el esfuerzo. Y también esto se aprende con la cultura.
El habitus del pirata hay que crearlo
desde antes de la escuela.
Si
alguna madre me está leyendo, una sugerencia: que lean cuentos a los niños aún
analfabetos. Pero no los relatos modernos, inventados por pedagogistas, que
hablan de contables y administradores. Los cuentos que hacen falta son los
antiguos. Los recopilados por los hermanos Grimm pueden bastar. Son parte de un
repertorio invariable que se remonta a la edad de la piedra, transmitido hasta
nuestros días.
Esos
cuentos, en su tiempo, eran mitos de fundación, y ritos terribles: niños
enviados a que se perdiesen en el bosque, caperucitas rojas devoradas por
lobos-totem, brujas con casas de mazapán que guisan a los niños, princesas
envenenadas por el huso que se clavan, orcos que sienten su olor y los
buscan…historias que dan miedo.
Madres,
dejad que los niños tengan miedo de los cuentos que les fascinan. La voz con la
que se los leéis, la voz de mamá, basta para tranquilizarlos, no hay peligro.
Pero leédselos esos cuentos con libros ilustrados, con ilustraciones antiguas:
nada de muñequitos de Disney, sino el Gato con Botas inquietante como es, la
bruja cocinera que parece de verdad.
Sobre
todo, no intentéis explicarles los símbolos que hay detrás, de “racionalizar”.
Un niño de cinco años no tiene necesidad de “razones” sino de ejemplos
fascinantes e incitantes. De saber que en los libros hay cosas tremendas y
misteriosas, casi incomprensibles, pero que “atrapan” y hacen venir ganas de
entrar con Pulgarcito en el bosque espantoso, de subir en la judía que llega
hasta el cielo…y que todo esto es de verdad posible. Es más, que es necesario
hacerlo.
Así
hacía la pedagogía antigua: narraba acerca de Rómulo y Remo que chupaban la
sangre de la loba (¿La misma loba-totem de Caperucita Roja? ¿U otra más atroz y
misteriosa, que criaba guerreros-lobo?), la guerra de Troya por el amor de una
mujer, con guerreros que se destripaban unos a otros; Homero describe la sangre
real vertida por el moribundo. ¿Os parece una lectura para niños? […]
Las
vidas de hombres ilustres, verdaderas o no (o más verídicas que la realidad),
las vidas de los héroes: modelos a imitar, ejemplos que encienden una llama
para las cosas altas y nobles, al riesgo, al misterio, al misterio que no se
entiende.
Cuando
yo era niño, en el Corriere dei Piccoli
debía haber alguien que pensaba así, porque empezó a contar por capítulos la
historia de Sigurd. Es la historia más bárbara y atroz que existe, el oro de
los Nibelungos, la saga germánica. Sigurd, me enteré más tarde, es tambien conocido como Sigfrido. La historia
era en formato de tebeo, bien ilustrada.
Recuerdo
el joven rubio que misteriosamente el mago hizo dormir, y se despertó adulto;
de la espada rota, que a él y no a otro estaba destinada, y que fue
reconstruida por los enanos que trabajaban el metal. Recuerdo el guerrero que
mata al dragón Fafnir, y se baña en su sangre para ser así invulnerable;
recuerdo al hoja que se posó en su hombro, y lo hizo mortal sólo en ese punto
(Sigurd es el Aquiles alemán con su talón vulnerable), recuerdo Brunnhilde
durmiente entre muros de fuego, y la esposa que marca con un recamo el punto
vulnerable de Sigfrido, y su muerte, y los Hunos…No se nos ahorraba nada, en la
sangrienta historia de una inmortalidad física casi alcanzada pero traicionada,
sin embargo casi casi posible.
Mi
madre me leyó también un libro ilustrado con figuras de guerreros aqueos,
desnudos con el yelmo adoprnado por crines y la espada corta, creo que se
llamaba “las más antiguas historias del mundo”: también la historia de los
Átridas, Clitemnestra que de acuerdo con su amante le da de comer al marido
Agamenón sus propios hijos, la caden ade venganzas. No se me ahorró Edipo, la
Esfinge y su profecía, el parricido, el incesto con la madre.
Decidme,
¿Eran lecturas para niños?
No
lo eran. Uno puede decir que mo madre ha hecho de mí un inadaptado asocial. Y
en efecto no he terminado la universidad, no he ido a la Bocconi [Nota: prestigiosa universidad privada
italiana donde se enseña economía y empresa] no he triunfado en una
brillante carrera y del último periódico donde he trabajado me han despedido:
un fracasado. Pero no me lamento, al contrario estoy agradecido a mi madre.
He
aprendido que en el mundo y en los libros suceden cosas tremendas e
incomprensibles, que la vida es un camino para el cual Sigurd es un modelo, que
vale la pena querer la inmortalidad: he aprendido que existe el Destino
inescrutable, que lo importante, lo que cuenta, es combatir noblemente, no
vivir. No digo que yo viva noblemente: pero por lo menos es el modelo que tengo.
Cuentos,
cuentos: para los niños que aún no tienen una mente, pero tienen ya un corazón
que se puede encender, es más tienen el corazón como órgano de comprensión; es
la única manera de impartir enseñanzas. Se llama, o se llamaba, educación de
los sentimientos.
La
escuela hace lo contrario, hoy. Esencialmente porque sigue una pedagogía de
matriz radical, iluminista, de un iluminismo además residual, hecho de dogmas
mínimos, que los maestros aceptan sin mayor consideración (quitando alguna
excepción).
El
dogma fundamental de esta pseudo-pedagogía es el de Rousseau: “El hombre nace
bueno y la sociedad lo corrompe”. La realidad es evidentemente la opuesta: el
niño nace no sólo salvaje, que hay que civilizar, sino también inclinado al
mal. Como sucede para todos, hacer el mal sale más fácil que hacer el bien.
El
niño debe ser adiestrado al esfuerzo necesario, para que no piense que lo que
haría espontáneamente en la vida sea “bueno”. Todo lo bueno es resultado de
esfuerzo, fatiga y estudio.
El
niño nace privado de lo que Freud llamaba “principio de realidad”: piensa que
tl mundo entero está a su servicio, dócil frente a su imperio de pequeño
megalómano bárbaro y a todos sus deseos. Una pedagogía concreta, no ideológica,
lo debe desengañar lo antes posible, haciéndole “sentir” que la realidad no
está a sus órdenes y resiste a sus deseos e impulsos. De otra manera con 20
años será un grandullón megalómano y bárbaro, que asesina a sua novia porque se
le resiste y manifiesta una voluntad distinta a la suya.
La
pseudo-pedagogía ideológica comete aún otro error ridículo: piensa que cada
alumno tiene, por derecho democrático, un “Yo”. Y en consecuencia lo trata como
un pequeño adulto, como un ciudadano de baja estatura. Si se comporta de manera
prepotente, recurren a la “educación para la legalidad”.
El
iluminismo de saldo cree que basta enseñar “educación cívica” para que surjan
sentimientos de honradez. La lectura de la Constitución es el instrumento
educativo primario.
Obviamente
el chaval comprende enseguida una cosa: que los “grandes” son los primeros que
violan la Constitución y no practican la “legalidad”, empezando por los
políticos y el gobierno, la magistratura y el parlamento; y concluye que la
“legalidad” no es más que hipocresía y falsedad. No es casualidad que los
chicos de hoy sean al mismo tiempo cínicos, desinformados y atraídos –como
revelan las encuestas- por modelos dictatoriales y autoritarios. Que por lo
menos “funcionan” y son menos hipócritas.
La
pedagogía democrática obtiene el resultado opuesto al que aspira: como a menudo
ha sucedido al ilumunismo progresista. Se llama ”heterogénesis de los fines”.
Un “yo” no existe como dotación natural. El “yo”, la personalidad, se forma con
la educación, el choque con la realidad
y las experiencias dolorosas. Y quien no tenga los ojos vendados por la
ideología ve que el “yo” se forma “desde fuera hacia dentro”.
Al
principio se quiere, siente y piensa lo que siente, quiere y pensa el grupo, la
banda de coetáneos; uno no tiene deseos propios, sino los deseos de “todos los
demás de mi edad”: quiere la misma ropa, los mismos signos de prestigio y
reconocimiento que “tienen los demás”.
Privado
de una personalidad, el chaval –sobre todo el adolescente- es dolorosamente
conformista. Es también falso, porque no tiene un yo. La niña buena de la familia
va con doce años a zorrear en una discoteca, el niño normal entra en la banda,
se conviete en uno de la banda y comete
las acciones odiosas y autodestructivas de la banda. Tienen por lo menos dos
“yo”, ambos postizos y provisionales.
Una
pedagogía seria debe “unificar” los “yo” falsos y múltiples del chico. En otras
palabras ayudarle a ser “auténtico”. Capaz de preguntarse llegado el momento:
¿Qué es lo que realmente quiero? ¿de verdad quiero “como todos los demás”?
Es
el descubrimiento de la soledad radical, soledad fecunda, de la cual todo puede
surgir: un Leonardo da Vinci o un obrero metalúrgico orgulloso de su oficio.
También
por esto la escuela, antes de la pedagogía ideológica, imponía el uniforme:
para ocultar los signos de la riqueza, de la diversidad social. Era más
educativo que le educación cívica, era educación cívica en la práctica: para el
poder público, todos son iguales. Es extraño que esta elemental práctica de
democracia sea rechazada por los “democráticos”.
Puesto que no tiene un “yo” el niño es
impermeable a los conceptos. No los entiende. La comprensión del cncepto, es
decir el pensamiento, es una conquista relativamente tardía (personalmente fui
consciente de ello hacia los 16 años cuando un estudiante que me daba clases me
introdujo a la lectura de Thomas Mann, novelista filosófico de base) y para
muchos no llega nunca. La pseudo-pedagogía escolástica quiere impartir
conceptos y se muestra ridícula.
Una
madre me cuenta que su hija, de 9 años, vuelve del colegio y pronuncia palabras
como “autótrofo” y “heterótrofo”. ¿Qué es eso? Pregunta la madre. “Son las
algas azules” los autótrofos que sintetizan su alimento no de otros seres
vivos, sino de la fotosíntesis.
Pero
la niña no sabe qué hacer con esas nociones, prematuras, que se le quedan
pegadas junto con la falsa idea de haber “aprendido”, de “saber”. La misma niña
vuelve del colegio y pregunta: “¿Mamá, nosotros somos ricos? Me lo han
preguntado los compañeros”. O vuelve de la catequesis y pregunta: “¿Mamá, yo soy
virgen?”
Espero
que sí, piensa la madre. Pero se trata simplemente del cura que ha contado algo
de María Virgen, sin explicar bien -¿cómo hacerlo?- la virginidad.
A
los niños no hay que impartir conceptos. Hay que educarles no el cerebro (que
aún no tienen) sino el corazón. Con los grandes ejemplos. Por esto toda la
pedagogía clásica consistía en aprender el griego leyendo la Ilíada y las
historias de los héroes, en dividir la clase entre Aqueos y Troyanos.
Los
textos de enseñanza se llamaban “Vidas de Hombres Ilustres” y “Vidas Paralelas”:
ejemplos de abnegación, de valor heroico por el Estado. En la Edad Media, esta
función la tenían las historias de caballerías: educaban a la nobleza de ánimo,
a la magnanimidad, con el ejemplo.
Ejemplos
“bellos” ante todo: estéticos antes que éticos (la ética es burocrática o
moralista, y los chavales del moralismo se burlan, con razón, cuando quien
imparte la lección se comporta de otra manera…)
Y en
fin, la escuela de hoy facilita demasiado. También por culpa de los padres: la
escuela pública, que nació para unificar un país de cien dialectos y
proporcionar las nociones primarias para la supervivencia de una civilización
ya bastante avanzada, ahora se vive –en primer lugar por parte de los padres-
como un aparcamiento para los insoportables pequeños dictadores que ellos
mismos han creado a base de golosinas, teléfonos móviles y zapatillas de marca.
Cinco o siete horas de tranquilidad.
La
misión de la escuela hay que repensarla: y ante todo hay que restituirle
autoridad. El maestro es un oficial público, el padre o madre que lo agrede
porque da malas notas a su gamberrito, comete un delito preciso contra el
Estado. Cierto es que debería abstenerse de maltratar o ridiculizar al profesor
por otros motivos: ante todo por vergüenza. Pero puesto que los padres no han
conocido la Caballería, ni Sigfrido y las vidas de hombres ilustres, no se
puede esperar de ellos que hayan desarrollado el noble, estético sentido de la
vergüenza.
Para
ellos es “vergüenza” no dar al niño la mochila de marca y el móvil de último
modelo. Sus referencias y modelos son los varios listillos de barrio, los divos
baratos de la TV, los “ejemplos” de quien hace dinero sin esfuerzo, ni cultura,
ni estudio. Lo dejo aquí para no aburrir.
Perp
como hay quien me acusa de “no dar esperanzas” con mis diagnósticos
despiadados, replico: como podéis ver, puedo dar recetas para una pedagogía
mejor que la imperante actualmente.
En
este campo no hay nada que inventar. El obstáculo viene de otro lugar, de la
sociedad. Intentad proponer una restauración de la autoridad, de la pedagogía
basada en ejemplos heroicos, y dos italianos de cada tres, tres profesores de
cada cuatro, gritarán: esto es “fascismo”, reaccionarios católicos,
encuadramiento autoritario.
Entonces
sigamos teniendo las zorritas de doce años y los veinteañeros que matan a sus
novias y ni siquiera se avergüenzan de ello. Dejemos que nuestro hijos sean
educados por los publicistas, los variedades de televisión y los gestores de
discotecas.
No
querría dejar “sin esperanza” las madres que se preocupan y se alarman, que
entienden el problema. ¿Se puede hacer algo, a pesar de esta escuela y de todo?
En
Estados Unidos, 600.000 familias han retirado a sus hijos de las escuelas, para
evitarles la pseudo-pedagogía, y les imparten la enseñanza en casa. Se llama
“homeschooling”.
El
fenómeno ha comenzado con grupos muy solidarios y unidos (los Amish) pero se ha
difundido bastante. Obviamente el “homeschooling” no es fácil si no se es
Amish, o sea si no se vive en familias
ampliadas y solidarias, que ayudan a soportar la carga de los niños. Y sin
embargo hay familias americanas normales -no ampliadas- que hacen
“homeschooling” afrontando los inevitables sacrificios, entre ellos el de coger
otra vez los libros y pensar otra vez desde el pprincipio, a la raíz, cómo
educar.
La
dificultad se hace más llevadera sin embargo, en EEUU, por un interesante
fenómeno: basta poner “homeschooling” en Internet y se descubre que hay
profesores que ofrecen “paquetes educativos”, dan consejos, y madres o padres
que se intercambian experiencias.
Cito
solamente algunas.
La
primera: las madres han descubierto que, completada la educación primaria, hay
que enseñar el latín. Lo han descubierto por sí mismas: la lengua muerta,
fuertemente estructurada, enseña el pensamiento lógico, tan necesario en la
modernidad técnica y científica.
La
madres del “homeschooling” han descubierto que le enseñamza elemental debe ser
“inactual”. Las bases perennes de la civilización, en resumen. Precisamente es
en Estados Unidos saben que sin estas bases, esencialmente míticas, literarias
y lingüísticas, no se forman más que monstruos que quizás sean buenos en una
técnica, pero inciviles en el resto.
Saben
también que un adulto de Wall Street ya no va a leer Shakespeare (o Dante o
Cervantes) y que el colegio es para muchos la única ocasión de entrar en
contacto con los pilares de la cultura, sobre la cual la civilización
occidental se funda.
Hay
otro consejo que las madres se dan entre ellas: encontrar en los mercadillos
del libro usado enciclopedias para jóvenes “de los años 70”. Es decir viejas.
¿Por qué?
Porque
las enciclopedias más recientes o son ultrafacilitadas, con test y respuestas
preconfeccionadas, o son enciclopedias llenas de “autótrofos”, de
“archaeopterix” y de ilustraciones naturales, pero poquísima historia y
ciencias humanas. Las mejores son las que se consultan como un diccionario.
Pero hay que ser ya adultos y con una cierta cultura para consultar una
enciclopedia de verdad. […]
Las
enciclopedias de los años 70 en cambio son historias y narraciones. Su hablan
de ciencia, lo hacen contando la vida de Pasteur, de Mendeleiev y de Madame
Curie: los “hombres ilustres” sobre los cuales nos fundamos. Son enciclopedias
narrativas, que fascinan con historias humanas,
que enseñan a hablar y escribir de manera articulada.
Madres
italianas, por lo menos esto se puede hacer: y es incluso económico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario