"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

jueves, 22 de diciembre de 2011

DEMOCRACIA (7)

[Este texto, junto con el siguiente que colgaré en pocos días, concluye el ciclo de Massimo Fini dedicado a la democracia. Naturalmente son sólo extractos pero capturan lo esencial del pensamiento del autor. En mi opinión representan una descripción precisa de las democracias actuales y son críticas difícilmente refutables. Otra cuestión es si otros sistemas son mejores, pero ver con claridad el verdadero rostro de la democracia es importante, porque de entrada nos quita las anteojeras de la propaganda democrática, que condena como ilegítima e inmoral la voluntad de cambiar el sistema, y tira a la basura la pretensión, frívola y totalitaria, de superioridad moral, de las democracias occidentales, hasta el punto de considerarse las únicas con derecho a utilizar la guerra, llamándola con otro nombre y negando a los demás incluso el derecho a defenderse.]



Massimo Fini

Extraído de "Súbditos. Manifiesto contra la democracia" 

La democracia liberal, como hemos dicho, no es, en sí misma, un sistema totalitario –es sólo un régimen opresivo como los demás- pero se ha revelado, más que el ineficaz marxismo, más que los fascismos, el contenedor ideal, el más adecuado, del más totalizador sistema productivo que haya existido nunca y en el cual vivimos. Sartori define el totalitarismo “la destrucción de todo aquello que es espontáneo, independiente, diferenciado y autónomo en la vida de la colectividad”. El industrialismo, vestido de democracia, todo nivela y homologa, todo racionaliza, materializa y cuantifica según la razón económica, absorbe todo en sí mismo, incluso los antagonismos y los antagonistas más recalcitrantes, reprogramándose continuamente, con una extraordinaria capacidad camaleónica y mimética, tan parecida al sistema institucional que es su envoltorio.

En este nivelamiento naufraga nuestra identidad. También porque en la sociedad premoderna y predemocrática el hombre de ayer encontraba precisamente en los lazos y límites que delimitaban su vida la propia individualidad y subjetividad; el de hoy, democráticamente liberado de aquellos vínculos, tecnológicamente liberado de aquellos límites territoriales y lanzado al mundo global, pierde cualquier punto de referencia. Es anónimo y está solo. Pero no por ello es más libre y dueño de su destino. Ya en 1959 notaba el sociólogo americano Wright Mills en La Élite del Poder, tratando de la condición de los comunes ciudadanos en la democracia: “Se dan cuenta de que viven en una época de grandes decisiones, pero ninguna decisión depende de ellos”. Y efectivamente decisiones, políticas, económicas, tecnológicas, científicas que tienen un peso determinante en nuestra vida se toman en lugares institucionales, conceptuales, geográficos, lejanísimos de nosotros, en algún punto indefinido de la globalización, fuera de cualquier control por nuestra parte.

Pero esta es la razón más superficial de nuestra falta de libertad. Si fuera solamente una cuestión de multinacionales, de un “trust” de “cerebros” que guía el tinglado, de alguna Trilateral o “Spectra”, las cosas serían más simples. Pero el hecho es que el hombre moderno, nacido con el liberalismo, el individualismo, la democracia, se ha convertido en rehén del mecanismo industrial, tecnológico, productivo y económico, que él mismo ha creado y que se les ha escapado de las manos a los mismos aprendices de brujo que pretenden gobernarlo. Un mecanismo que se autoregula exclusivamente en función de su propio crecimiento, indiferente a la condición humana. No son las oligarquías, nacionales e internacionales, políticas y económicas, las que lo guían, éstas son solamente las que se benefician día a día y las moscas que acompañan una carroza que va por su cuenta.

El individualismo liberaldemocrático ha terminado entonces produciendo un sistema que, en una superposición de pautas, se ha vuelto justamente contra el individuo. […] El hombre no se ha aislado de la masa sino que ha entrado en ella enteramente. Pero no para participar en la sociedad, sino para sufrirla de la manera más miserable. El hombre no ha estaso nunca tan condicionado, hasta en sus últimas fibras, como en la actual sociedad democrática de masas, de la cual forma parte como simple engranaje en el omnipotente mecanismo che la gobierna, prescindible y reeemplazable como los objetos que produce, sin dignidad y sin honor. El homo democraticus está masificado sin formar parte de una comunidad, es single sin ser individuo, está solo sin ser libre.

De acuerdo, la democracia no será la democracia, más bien se parece peligrosamente a su contrario, pero es el único régimen en el cual el ciudadano tiene por lo menos el derecho y la satisfacción de poder expresar sus ideas, las que sean, con tal de que renuncie a hacerlas valer con la violencia.

También esto es verdad sólo hasta cierto punto. Algunas ideas, por ejemplo las fascistas, nazis, xenófobas, antisemitas, totalitarias y, en algunas democracias, comunistas, son delito aunque uno se limite a expresarlas o a organizarse para hacerlo. Como también es delito, o sujeto a una censura social tan violenta que equivale a una prohibición, hacer “revisionismo” sobre algunos hechos históricos sobre los que se funda la legitimidad y la superioridad de las Democracias que resultaron victoriosas en la Segunda Guerra Mundial. Lo cual además de una violencia, es un sinsentido. […] La Historia es por sí misma revisionista. Cada generación tiene el derecho de mirar los eventos del pasado con  sus propios ojos y dar su propia interpretación. Y también esta profunda hostilidad, si no algo peor, hacia el “revisionismo histórico” es un signo del delirio democrático, que pretende congelar la Historia en la democracia.

En realidad, mirando bien las cosas, la democracia acepta sólo las ideas que están dentro de la ideología y los esquemas mentales democráticos. En esto no se diferencia sustancialmente de otros regímenes semiautoritarios. Por ejemplo de una teocracia de tipo islámico. He estado en el Parlamento de Teherán en la época de Jomeini, y he asistido a debates muy acalorados entre posiciones netamente enfrentadas. Cualquier idea era admitida siempre que respetase la regla básica de la teocracia, según la cual el poder político está sometido al religioso -o coincide con él-, y la ley lo está a las normas del Corán.

La democracia no se comporta esencialmente de manera distinta: acepta cualquier idea con tal que no sea antodemocrática, y no la ponga por tanto radicalmente en entredicho. La convicción de los teóricos de la democracia es que este régimen puede ser  reformado y perfeccionado pero no tiene alternativas. Ni ahora ni nunca. Popper, en particular, sostiene lo que él llama un piecemeal social engineering, es decir un “reformismo a trocitos”, en pequeños pasos, precisamente porque considera inaceptable un cambio radical, una catarsis violenta. Popper la llama “sociedad abierta” pero en realidad es una sociedad cerrada, exactamente como todas las demás, porque hipotiza precisamente el mismo “poder sin fin” de un régimen político, algo que según el mismo Popper caracteriza los regímenes totalitarios.

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