Maurizio Blondet
El mundo
interior es lo que distingue el hombre de cualquier otro animal, basta observar
los monos en la jaula del zoo para comprender que escrutan constantemente,
tensos hasta el ímite, “el mundo externo”: cada pequeño movimiento, el ruido de
una bolsa de cacahuetes, el plátano en la mano de un niño los vuelve
hiper-activos, miran alterados para todas partes, lanzan gritos saltando,
incontenibles.
Están
literalmente “fuera de sí”, absorbidos por el exterior que estimula sus
sentidos excitados.
Pero
el mundo interior no es menos doloroso. Al contrario, de allí vienen todos
nuestros terrores arcaicos. Allí hacen su aparición esas criaturas que plantean
las preguntas de frente a las cuales querríamos huir.
¿Por
qué también yo moriré?
¿Qué
sentido tiene todo esto?
¿Por
qué el dolor me ha alcanzado?
¿No
hay escpaatoria a todo esto?
El
mundo interior es el descubrimiento de la propia soledad radical. Pero
explorarlo es tarea propia del hombre, y los cuentos son la única guía básica
en este bosque primordial. Enseñan a vencer contra los orcos y las brujas que
nos esperan en las vueltas inevitables que da la vida humana. Y dan esperanza:
tú también, sastrecillo que presumes de haber matado siete moscas, puedes
vencer al dragón y conquistar la princesa durmiente que, en días muy lejanos,
era llamada Psique.
Puedes
estar junto al Gato con Botas: esta inquietante criatura que, en otra y más
arcaica metamorfosis, acompañó Tobías hijo de Tobit a pedir lo suyo, y se
llamaba Rafael.
Este
Rafael tenía en efecto las botas de siete leguas, porque junto a él Tobías
recorrió a pie en dos días el camino a Ecbatana, al menos 300 kilómetros; y
cuando el demonio que mataba los maridos salió de Sara, mientras Tobías gozaba
de la primera noche con la esposa aquél ser persiguió al demonio hasta Egipto y
lo encadenó.
Una
criatura mágica, que indicó a Tobías cómo capturar el pez con cuya hiel,
corazón e hígado se puede curar a un ciego y expulsar un demonio asesino.
Es
una vieja historia, narrada muchas veces, de muchas maneras distintas, y sin
embargo siempre igual.
Es
inútil decir que es inverosímil.
Ese
pez que cura inverosímil se convirtióp en “verdadero” muchos siglos después,
cuando sus secuaces se reconocieron entre ellos con el signo del Pez, Ichtyos.
Le vieron devolver la vista a los ciegos y expulsar los demonios, y vieron su
corazón partido.
Mas
para el niño son cuentos, es inútil preguntarse en seguida si son verdaderas,
si el deseo será concedido.
Por
ahora, basta saber que el Mago, que se llamaba Merlín y en tiempos mucho más
primordiales se llamó Wotan, o más bien Ouranos(1), se hace escurridizo e
invisible, parece que no está ahí, y al final el héroe del cuento descubre que
ha estado siempre a su lado, le ha indicado el camino, lo ha auxiliado y
sostenido en cada momento.
Esto
narran los cuentos.
Cada
cual decida por sí mismo, con los años, si son falsos o verdaderos: te dejan
libre, mientras te introducen en el mundo interior –en el cual vivirás como
hombre- y en sus territorios.
Pero
la pedagogía iluminista no quiere. Quiere que el niño esté absolutamente dentro
de la “realidad” y que no se escape, que no sueñe; que se convierta en un
ciudadano y a lo mejor en un operador de Bolsa, un hombre con los pies en la tierra,
que no espera nunca la ayuda del Mago(2).
Así
quieren a nuestros niños, los pedagogistas. Aun a costa de hacer de ellos
hiperactivos que se bloquean en el pensamiento, unos enfermos. Yo sospecho que
los padres de la pedagogía iluminista lo sabían perfectamente, pero han vetado de
todos modos los cuentos por el motivo que podemos intuir: para impedir que los
niños lleguen ni siquiera a hipotizar Rafael con botas de siete leguas, que no
oigan nunca hablar del Mago siempre invisible pero que, quizás, te está
indicando el camino.
En
el fondo, nadie es tan realista y secularizado como los monos en el zoo:
¡Qué
mago ni que puñetas, traed los cacahuetes! ¡Agarra el plátano! ¡Todos ls
plátanos! ¿A cuánto estánlos plátanos hoy? ¡Tres mil cacahuetes para mí! ¡No, a
mí, ocho mil! ¡Enseguida!
Con
gestos descompuestos, con gritos, saltando, meándose por la
excitación…exactamente como los brokers en
Wall Street, como los magnates del vapor, como los listillos del barrio, como
los políticos del zoo parlamentario.
Gente
con los pies en la tierra. Que no cree en fantasías.
NOTAS
(1) Increíblemente la pedagogía iluminista (por lo menos
en Francia) aconseja a los jóvenes profesores, durante su formación, evitar cualquier
relación afectiva con sus slumnos. Mientras que la misma neurología dice que un
niño que no está involucrado emocionalmente no es capaz de aprender nada.
(2) Ouranos en griego es el cielo estrellado: palabra
antiquísima que en sánscrito suena Varuna (Uaruna), el Omnisciente, el primer y
más alto dios.
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