[Este texto fue publicado en la revista italiana L’Uomo Libero en 2005. Como verá el lector, no ha perdido nada de su actualidad. Al contrario, incluso en los pocos años desde su publicación hemos visto extenderse la manipulación de la información , la vigilancia y el control sobre los ciudadanos, la persecución de la libertad de pensamiento, así como la progresiva reducción de las garantías legales con el pretexto de la lucha al terrorismo. También la falsificación de la Historia y la represión de la libertad de discusión, que fue el tema de la última entrada del 2011 en El Blog del Oso. Puro Orwell. Finalmente, la conclusión del artículo expresa perfectamente, mejor de lo que yo podría hacer, la motivación profunda y el sentimiento que hay detrás del trabajo realizado en los dos blogs ]
ACTUALIDAD DE ORWELL
(Editorial, revista “L’uomo Libero”, N.60)
Mario Consoli
Se está volviendo a hablar en libros y periódicos, con una cierta frecuencia, de George Orwell y su novela 1984.
Se trata de un tema de indudable actualidad: el autor en efecto imagina una tiranía basada en el control y la manipulación de la información, y en la más rígida y despiadada represión de cualquier forma de libertad política e intelectual. Quien saca los pies del tiesto cae en la culpa suprema, el “crimen de pensamiento”, que provoca un ostracismo social con consecuencias tremendas, definitivas.
“El crimen de pensamiento no comporta la muerte, es la muerte.”
El personaje se llama Winston Smith. “El último hombre en Europa”, como Orwell en un primer momento quiso titular el libro. Smith trabaja en el Ministerio de la Verdad, donde su tarea consiste en “reescribir”, según las exigencias del momento, las noticias que tratan del pasado, quemar los documentos originales y sostituirlos con otros “reelaborados”.
Smith sabía, pero quizás era el único que aún tenía memoria histórica y deseo de conocer. “Libertad es la libertad de decir que dos y dos son cuatro”, seguía repitiéndose a sí mismo. “No era verdad, como sostenían las crónicas, que el Partido había inventado los aeroplanos. Él recordaba los aeroplanos desde la más remota infancia, pero no se podía demostrar nada. Ya no existían las pruebas.”
Se sentía trágicamente solo, como el último hombre que tuviera algún fragmento de conocimiento y, sobre todo, interés en conservarlo.
“Pero este conocimiento, ¿dónde se encontraba? Sólo en el interior de su conciencia, que en cualquier caso se extinguiría dentro de poco. Y si todos aceptaban la mentira impuesta por el Partido, si todos los documentos contaban la misma patraña, he aquí cómo la mentira se convertía en hecho histórico, por tanto en verdad." “Quien controla el pasado”, decía el slogan del partido, “controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado.”
El Ministerio de la Verdad se ocupaba también de elaborar la “neolengua”, que consistía en una progresiva simplificación del lenguaje: un número cada vez más reducido de vocablos y una construcción cada vez más esencial de la frase. Un trabajo incesante de poda: diccionarios cada vez con menos páginas. Cuanto más se reducía la neolengua, más fácilmente se podían controlar las comunicaciones, públicas y privadas. Y no sólo esto: “El fin principal al que tiende la neolengua es restringir lo más posible la esfera de acción del pensamiento. Al final convertiremos el crimen de pensamiento en algo imposible, porque ya no habrá palabras con las que poder expresarlo.”
La población estaba dividida en dos grupos. Por un lado la mayoría, los “prolet”, que no eran motivo de preocupación. Ninguno de ellos se interesaba de política o ambicionaba una carrera de poder; trabajaban , se distraían con la pornografía que se les suministraba en abundancia, se divertían, procreaban, se emborrachaban; una masa sin forma y despersonalizada. Los prolet no podrían rebelarse nunca.
Por otro lado había una amplia clase dirigente que se ocupaba de todo; una multitud de burócratas y funcionarios extremadamente encuadrada y controlada. A través de una red capilar de televisores, cada frase era interceptada, cada movimiento vigilado, mientras sin cesar se divulgaban los comunicados del Partido. Un adoctrinamiento continuo y martilleante.
Winston Smith, para escribir unas líneas en un diario, tenía que acurrucarse en un rincón detrás de la pantalla: el único punto de la casa donde el ojo del Gran Hermano no llegaba.
Orwell, con sorprendente intuición, había previsto los tiempos actuales. Basta pensar al uso de un vocabulario cada vez más pobre e internacionalizado, las escuchas telefónicas, de fax, de los e-mails, la posibilidad de utilizar los ordenadores como micrófonos ambientales, de localizar un teléfono móvil aunque esté apagado, la facilidad con la que se pueden reconstruir los movimientos de un individuo a través de tarjetas de crédito y los medios de pago automáticos de las autopistas.
Hoy también en Europa, como ya desde hace años en América, se mira de forma sospechosa, casi como si fuera un maleante, a quien se empeña en pagar en metálico. Evidentemente se adivina un excesivo apego a la intimidad y una cierta irritación ante los controles: un embrión de crimen de pensamiento.
En 1984 sólo la escenografía, respecto a hoy en día, está equivocada. Cuando Orwell escribió la novela se perfilaban en le mundo dos tiranías: la soviética y la financiera-capitalista; el escritor imaginó la afirmación de la primera y por tanto ambientó su historia en un gris régimen sovietizado.
En la realidad ha vencido la otra tiranía y en vez de vestidos grises todos iguales, está la deslumbrante moda consumista; en vez del “gin Victoria” peleón tenemos los porros, las pastillas y la cocaína. Por lo demás todo como había sido previsto. Sólo alguna disonancia de orden estético, del todo irrelevante.
Todo como estaba previsto: estamos en la tiranía del Gran Hermano, de la información controlada y preconfeccionada; estamos en el tiempo del crimen de pensamiento y de la total homologación.
Hay otro elemento de clarividencia en la obra del escritor inglés. Oceanía, el reino del Gran Hermano –cuya capital es Londres- está en un permanente estado de guerra. En su mayor parte una guerra lejana, tanto que a menudo Smith se pregunta si se trata de un conflicto real o solamente de una información falsa para mantener dominada a la población, pedirle sacrificios, hacerle vivir un solidario sentimiento de odio.
Pero están también las bombas cohete que caen cerca y provocan daños, víctimas, que eliminan en la mayoría cualquier duda posible sobre la existencia del enemigo. Como hoy en día. Pero “las bombas cohete, que caían sobre Londres a diario, eran probablemente lanzadas por el mismo gobierno de Oceanía, para que la gente viviera atemorizada”
Y como hoy en día, todos los derechos se sacrifican en el nombre de la lucha contra el terrorismo.
Seguramente nadie podía imaginar en 1948, cuando Eric Blair –verdadero nombre de George Orwell- escribió su obra de fantapolítica, que en 2005 otro Blair –Tony, primer ministro inglés- diría, cabalgando la ola mediática orquestada sobre el terrorismo internacional -como ya lo hiciera Bush en Estados Unidos-, que es necesario enmendar los derechos humanos, que los jueces pueden ordenar detenciones en ausencia de pruebas; que hay que instituir tribunales especiales y éstos deben ser secretos; que es oportuno limitar los derechos legales de la defensa; que los plazos de prisión preventiva deben ser aumentados desde los actuales 14 días a tres meses. Y otras lindezas por el estilo. Nos parece escuchar al mismísimo Gran hermano y viendo, en la pantalla de la televisión, sus ojos amenazadores y penetrantes.
[…]
Volvamos al libro: “La consciencia de estar en guerra y por tanto en peligro, hace que la concentración de todo el poder en las manos de una reducida casta aparezca como la única e inevitable condición para poder sobrevivir”…”No importa que la guerra sea combatida realmente y, puesto que una victoria definitiva es imposible, no importa tampoco si la guerra marcha bien o mal; lo importante es que un estado de beligerancia se mantenga”.
Nos parece estar oyendo hablar de Bin Laden y del mullah Omar, los míticos e inaprehensibles enemigos del Gran Hermano democrático, de las fantasmales arrmas de destrucción masiva de Saddam Hussein, de la designación de nuevas naciones canalla contra las que combatir.
Sea en la obra de Orwell que en nuestro tiempo planea por tanto, denso de significados y evocador de trágicas consecuencias, el crimen de pensamiento.
Crimen de pensamiento no es sinónimo de “delito de opinión”. Es mucho más y sobre todo es algo muy distinto. El delito de opinión está instituido por ley, negro sobre blanco, codificando los valores, los símbolos, los pilares de un régimen político, y estableciendo que la denigración pública de estas cosas no está consentida. Se trata de un juego donde se muestran las cartas: por un lado el poder y sus reglas públicamente declaradas, por el otro los potenciales opositores con sus opiniones.
Una partida a menudo dura, que limita fuertemente la libertad y por tanto difícil de aprobar, pero que se juega todavía en el ámbito de una clara confrontación política. Estableciendo este tipo de delito no se niega la legitimidad de tener ideas prohibidas o de pensar libremente, se prohíbe hacerlo públicamente, es decir la propaganda.
Entre delito de opinión y delito de pensamiento hay por tanto un gran salto conceptual: para el primero se trata de la opinión individual o de parte, y por tanto la libertad como condición política contingente, para el segundo una verdad que se pretende absoluta y por tanto la libertad como valor. Se pasa de lo político a lo religioso. Se trata de una religión que funciona sólo por dogmas, que además son siempre cambiantes, según el capricho de las conveniencias del poder. Una religión que no tiene nada de sagrado.
Para comportarse bien hoy es necesario ser politically correct, pero qué significa esto exactamente no está escrito en ninguna parte. El crimen de pensamiento no depende de ninguna codificación de principios, de valores, de símbolos; es algo extremadamente genérico, se refiere exclusivamente al grado de homologación al Poder: el de la Democracia, el de la Globalización, el Poder Financiero Internacional, el de la Gran Banca, el de los Amos del Mundo. Un poder que no ama autodefinirse o identificarse ideológicamente, sino que se expresa exclusivamente con el control de la información. Homologación no quiere decir aceptar y estar de acuerdo con esto o lo otro, significa estar dispuestos a aceptar cualquier cosa, aunque sea absurda o claramente falsa. El homologado lo digiere todo.
[…]
Por otra parte, quien manda en el mundo, en la economía, y decide la suerte de las naciones y los puebos, no ha sido nunca elegido por nadie y no requiere el consenso de nadie; por lo general decide lejos de las luces del escenario, en palacios cuya misma existencia a menudo ignoran los ciudadanos.
Uno se debe entonces homologar, aceptar como buena toda la información que se le suministra y no hacerse preguntas. De otra manera se cae en el crimen de pensamiento. Y la pena es la salida de la realidad. Esto es, la imposibilidad de comunicar con la opinión pública, de informar. Ningún espacio en periódicos de alcance nacional, ninguna visibilidad en la televisión y sobre todo ninguna publicidad indirecta. A los no homologados no se les debe responder; con ellos no es oportuno polemizar. No se debe saber ni que existen.
En América, donde un increíble número de libros han sido editados para desmantelar, piedra por piedra, la versión oficial de los eventos del 11 de septiembre de 2001, nadie se ha preocupado de responder, de precisar, y tampoco de desmentir. No obstante sea suficiente visitar ciertas páginas en Internet o una librería medianamente provista, para tener la certeza de que aquel día las cosas no fueron como pretende la verdad oficial, el control de la gran información ha sido suficiente para convencer a la opinión pública de que el organizador de aquellos atentados fue ese Osama Bin Laden, que se nos presenta como el jefe del terrorismo internacional.
Si en América –y también en otros lugares- se le habla a alguien de la jet set sobre los contestatarios, los revisionistas, por toda respuesta se obtiene una sonrisilla burlona y una expresión despreciativa: “ah, los grassy knoller”, y se cambia de tema.
Grassy knoll es la traducción de “colina herbosa”. La expresión se creó tras el asesinato de Kennedy en Dallas. Un buen número de testigos afirmó que los disparos que mataron al presidente no habían venido de las ventanas del almacén de la biblioteca –donde estaba Oswald- sino de la colina herbosa que flanqueaba el trayecto. La investigación que siguió no tuvo en cuenta estos testimonios y confeccionó una versión totalmente centrada en Oswald, al que pocos días después se cerró la boca para siempre.
Grassy knoller, es decir los entrometidos, los fantasiosos, los que meten las narices donde no deben, los que quieren saber demasiadas cosas.
[…]
Con el control de los medios se logra imponer cualquier noticia. La realidad ya no es lo vivido, sino la narración que se hace de ello. El espectáculo de la noticia prevalece sobre la información de lo efectivamente sucedido. Como en una representación teatral o cinematográfica, con la sustancial diferencia de que quien va al teatro o al cine sabe que está asistiendo a una ficción escénica, pero quien lee un periódico o ve la televisión termina convenciéndose de que todo es verdad.
[…]
Winston Smith, el personaje de la novela de Orwell, comete el crimen de pensamiento: rechaza la homologación, pretende una vida privada libre, con la mujer que ama, aunque sea en una habitación sucia e incómoda, pero sin controles; y llega incluso a practicar la rebelión. Es descubierto, encerrado, torturado, homologado a la fuerza. Para el “Último hombre en Europa” el final es desesperado y sin retorno.
También para nosotros la atmósfera se hace irrespirable y el destino parece nublarse de modo irreversible con trágicas sombras. Pero no obstante todo, conservamos una confianza instintiva en el renacimiento de nuestros pueblos, de nuestros valores, de nuestra Europa. Si no por otra cosa por los errores del enemigo. El Gran Hermano y las fuerzas que lo sostienen son todo menos infalibles.
Pero mientras tanto, ¿qué hacer?. Se ha apagado ya, incluso entre los más optimistas, la esperanza de ver el nacimiento de una fuerza realmente alternativa que, haciendo directamente referencia a nuestro mundo de valores, pueda obtener un espacio de maniobra y visibilidad. Los pocos que siguen insistiendo en estos fracasados proyectos han elegido evidentemente –importa poco si conscientemente o no- entregarse a la inutilidad y al masoquismo. Ciertamente en la vida también esto puede suceder, pero no tiene nunca relevancia política.
[…]
¿Y entonces qué se puede hacer? ¿Cómo justificar nuestra obstinada fe en el renacimiento del hombre europeo?
Winston Smith, antes de ceder definitivamente, dice a su torturador: “No sé cómo, y tampoco me importa, pero no lograréis vuestro propósito. Algo os derrotará. La vida os derrotará”. “Yo sé que fracasaréis. Hay algo en el Universo…no lo sé, un espíritu, un principio…que vosotros no lograréis nunca dominar…el espíritu del Hombre”.
Conservamos nuestra fe porque “dos y dos son cuatro”, porque un viento saludable, capaz de barrer las nubes negras que cubren nuestra historia, tendrá que llegar necesariamente. Aunque en este momento, en esta persistente calma chicha, parezca imposible.
Y ése será el tiempo en que finalmente, cada frase escrita para dar a conocer los hechos realmente sucedidos, cada palabra dedicada a transmitir la esencia de un valor, el significado de una identidad, la importancia de una afiliación, brillarán de repente con una luz vívida; serán las pepitas de una nueva era de civilización.
He aquí por tanto lo que se puede hacer. Para que los jóvenes de mañana se puedan transformar, con éxito, en buscadores de oro, es necesario que nosotros hoy preparemos el oro. Es necesario testimoniar, per también elaborar análisis de amplias miras. Es necesario informar, documentarse y difundir ideas, aunque hoy en día nos parezca que sólo poquísimos estén dispuestos a escuchar o a leer. Aunque la mayor parte de la gente esté paralizada por la sombra que acecha, el crimen de pensamiento. Aunque pueda parecer demasiado fatigoso y frustrante…
Esta y no otra es la tarea que nos incumbe. Y nos incumbe precisamente a nosotros, los no homologados, los que no tragan, los grassy knoller, los orgullosos y testarudos criminales del pensamiento. Los hombres libres.
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