MASSIMO FINI
El rebelde de la A
a la Z: entrada “Autarquía”
Este término hoy
está desacreditado, no sólo porque fue una de las banderas del fascismo, sino
porque está totalmente fuera del tiempo. En la era de la globalización, de la
integración de todas las poblaciones del mundo bajo la bandera de un único
modelo, el occidental, que ha demostrado una fuerza, una eficiencia y una
capacidad de penetración extraordinarias, la autarquía aparece totalmente
anacrónica y el mismo término ha desaparecido del lenguaje político.
Y sin embargo
habrá que volver a alguna forma, aun limitada y razonada, de autarquía,
entendida no solamente en sentido económico y político (en griego significa dominio de sí mismo), porque la
globalización homologa, apisona, vuelve todo igual y provoca en el individuo
una fuerte sensación de alienación y una dolorosa pérdida de identidad.
La utopía
volteriana e iluminista del ‘hombre ciudadano del mundo’ ha fracasado. Puede
que haya alguien que se encuentre a gusto dando vueltas como una peonza entre
Milán, Nueva York, Damasco, Nairobi y otros lugares exóticos que además tienden
a uniformarse todos, o que se divierta navegando en Internet y contactar con
interlocutores perfectamente desconocidos en lejanas regiones del mundo, pero
en líneas generales el hombre ha demostrado que necesita raíces, puntos de
referencia cercanos, precisos y comprensibles, de lugares que pueda considerar
‘suyos’, de caras conocidas que no sean sólo las máscaras virtuales de la
televisión. Invadido por el mundo global, sobre cuyos movimientos no tiene
ningun poder ni influencia y de los cuales percibe, aunque sea confusamente,
que es un infinitésimo, insignificante y patético engranaje, el hombre de hoy
se encuentra solo frente a sí mismo y a la angustia de ser: sin el verdadero
sentido de una comunidad, sin mitos fundadores, tradiciones, leyendas, ritos y
el sentimiento de una continuidad histórica, es decir de todos aquellos
elementos que permitían al hombre de ayer dar un significado, aparente pero
suficiente, a la propia existencia.
Solos han estado
todos, o casi, los genios de la humanidad, desde Heráclito a Platón a Miguel Ángel,
a Beethoven y a Nietzsche, pero además de que su soledad era fecunda,
gratificada, al menos en cierta medida, por su arte, tenían los instrumentos
conceptuales, intelectuales, culturales, para sostener esta tensión. El hombre
contemporáneo, vaciado de su interioridad por un sistema de vida que –con su
velocidad, la centralidad dada la economía y a la tecnología, el ensordecedor
bombardeo mediático que enfatiza la nada- elimina cualquier espacio para la
reflexión, está en cambio privado de recursos y defensas. No le queda nada más
que rumiar esa droga que en la utopía negativa Un mundo feliz de Aldous Huxley se llamaba soma y que nosotros podemos traducir con consumo.
Pero el consumo es
el motor del modelo. Y el modelo obliga a consumir para llenar el vacío
existencial que ha creado. El círculo es vicioso.
Sólo el retorno a
formas de autarquía económica, y por tanto a comunidades más pequeñas, con más
cohesión, más manejables, donde el hombre recupere identidad, sentido, dominio de sí mismo, y las relaciones
con los demás, podría, quizás, permitirle llenar este vacío con algo distinto
de un consumismo obsesivo y compulsivo, y de romper esta cadena.
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