Respecto
al mundo griego, el mundo romano nos presenta una espiritualidad más
secularizada. La tradición olímpica asume una fisionomía más terrestre, una
vocación política y organizadora. […]
Hay,
ciertamente, una Roma de los orígenes, con su Olimpo en la acrópolis de los
Montes Albanos; con el rey sacro que deriva su tradición del rey de los bosques
de Nemi. La Roma del antiguo calendario, permeada por la ritualidad de los días
y los aniversarios, que funde lo terrestre con lo cósmico y lo útil con lo
sagrado. La Roma que con el culto del fuego mantiene el contacto con las
fuentes indoeuropeas, y con sus flamines nos ofrece un paralelo con el antiguo
orden brahmánico:
“Muchos indicios convergentes hacen suponer
que la ciencia sagrada de los Romanos, como la de India e Irán, establecía un
paralelismo entre la jerarquía de las funciones sociales (magia, guerra,
fecundidad) y la división vertical del mundo (cielo, tierra y subsuelo). Esta
correspondencia se revela aún más significativa si se considera que también en
Roma colores simbólicos –los mismos que en India e Irán- se asocian a las dos
primeras funciones sociales: los flamines se distinguen por el blanco, el rojo
es el color de la capa del general y del vestido del rey…
Júpiter, Marte y Quirino son los patrones de
las tres funciones sociales que en India corresponden a las tres castas arias:
omnipotencia mágica y jurídica, fuerza guerrera, fecundidad” (Georges
Dumèzil, “Jupiter, Mars, Quirinus”)
Pero
ya en estos primeros tiempos la sacralidad oscila en un dominio menos aéreo que
en la especulación religiosa griega y tiene un colorido más terrestre.
El
símbolo es Decio Mure, que hace voto a los dioses en el campo de batalla para
que, satisfechos con el sacrificio del cónsul, den la victoria al Estado
romano. La religiosidad romana tiene un fondo exquisitamente político.
Más
aún que la griega, esta espiritualidad parte de la familia para identificarse
en el Estado como en una familia más grande y sagrada. Todas las fuerzas de la
sangre y la tradición se disciplinan para una evocación final en la cual las
potencias de la estirpe maduran en fuerzas metafísicas. […]
En
el mundo romano, lo divino no se contrapone a lo humano, sino que se desarrolla
partiendo de ello, en un proceso de maduración de la personalidad por el cual
el destino individual se eleva a fatum. Esto
lo ha comprendido bien Altheim cuando contrapone la genialidad “daimónica” de un Aníbal –fulgurante
pero transitoria- con la genialidad lentamente madurada en providencia de un
Escipión. […]
Agotadas
las fuerzas de la estirpe o gentes, y
con ella el culto gentilicio y la clase dirigente, se planteaba el problema de
una reforma centralizadora. Julio César primero y después Octavio Augusto
intentaron reedificar el edificio de la religión romana sobre la base del culto
gentilicio del príncipe visto como genius
populi romani. Un experimento que denota influencias helenísticas, pero
también una originalidad específicamente romana. […]
![]() |
Julio César |
No
es por simple preocupación científica que César sustituye el calendario en uso
con el suyo. Ningún pueblo ha vivido tanto como el romano dentro del círculo
mágico-agrícola del año; el hombre que funda un nuevo año es, también, un
creador religioso. De la misma manera, haciendo referencia a los míticos
orígenes de Roma y al genio de la gens
Iulia, ponía las bases de una restauración revolucionaria. […]
Augusto
fue quien perfeccionó el experimento restaurador. Ya en el apelativo, que evoca
la noción del pacífico acrecimiento y también los auspicios (augurium) y la potestad divina (auctoritas), se revela su genio político
y religioso. Como asumiendo las denominaciones di princeps e imperator se
guarda mucho de imitar la realeza de marca oriental y busca una nueva
legitimidad de carácter romano, así las nociones de auctoritas e imperium evocan
una sacralidad política que hace referencia a los orígenes. Augusto, censor,
pontífice, reorganizador de la moralidad pública es, como César, el inspirador
de una nueva religiosidad que encontrará su expresión en la Eneida de Virgilio
o en el Carmen Saeculare de Horacio. […]
![]() |
Octavio Augusto |
El
Honor y la Fidelidad restaurados, las armas de Roma cuyo poder llega hasta los
confines de Persia: es el escenario de la restauración de Augusto con su mito
de la aeternitas Romae.
Pero
es ya neoclasicismo, un romanticismo de los orígenes cultivado por una sociedad
elegante y ciudadana. Virgilio y Horacio son –fuera de la oratoria de los días
festivos- uno burguesamente sentimental y melancólico, otro burguesamente
epicúreo.
El
mismo Augusto sintió el peso de tener que mantener esta fachada, y en el día de
su muerte preguntó a los familiares: “¿He recitado bien mi parte?”. No es que
los mitos de la restauración de Augusto sean pura retórica: vibra tras ellos la
firmeza de una clase dirigente dispuesta a soportar la carga del orden. Lo
sagrado ha perdido intensidad, pero permanece la conciencia de que sólo el
espíritu romano puede garantizar al mundo ese orden que por definición es
divino.
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