[Massimo Fini aborda la relación entre el dinero y el futuro, muestra cómo el poder del dinero está ligado a una cierta concepción del tiempo que en la Edad Moderna se ha vuelto dominante.]
Massimo Fini
Del libro "IL denaro, sterco del demonio", Marsilio, 1998
Entre
los siglos XVII y XVIII se verifica en Europa una inversión de alcance
copernicano: se pasa de una época en que la economía esta aún subordinada a las
exigencias de la comunidad humana a otra en que las leyes económicas imperan en
total libertad y es el hombre quien debe doblegarse ante ellas. Este
extraordinario resultado sera racionalizado y legitimado después, hacia el
final del siglo XVIII, por los teóricos de una nueva ciencia, la economía
política, quienes consideran las leyes económicas ni más ni menos que como
leyes naturales, ineludibles, a las cuales es inútil intentar oponerse, que al
contrario es necesario obedecer para evitar peores males que los que se querían
eludir.
Esta
inversión es a su vez el fruto de una serie de revoluciones, estrechamente
relacionadas entre ellas, destinadas a cambiar la condición humana, primero en
Europa y occidente, luego, a medida que nos acercamos a nuestros días, sobre el
entero planeta. Son las revoluciones coentífica, agraria, industrial,
tecnológica, demográfica, comercial, crediticia, política, religiosa. El dinero
interacciona de manera profunda con todos estos procesos. A veces es el dinero,
o al menos su espíritu y su lógica, lo que los prepara, los favorece, los secunda
o incluso los determina, otras veces es uno de los efectos, en cualquier caso
evoluciona, se expande y se potencia con a ellos.
Cuando
después surgirá de este torbellino de transformaciones la primacía de la
economía sobre las demás relaciones sociales, que se engloban en ella, ello
significará también -y quizá sobre todo- la preeminencia simbólica y práctica
del dinero que mientras tanto se ha convertido en el instrumento príncipe de la
economía. Tanto que Pierre Vilar puede escribir que el paso del feudalismo al
capitalismo es el paso de una economía donde el dinero es secundario a una
economía monetaria.
En
realidad la primera gran revolución no está clasificada como tal. En vano la
buscaríais en los manuales y los libros de historia y economía que se ocupan de
este agitado período. Y sin embargo está en el origen de todas las demás. Se
trata de la revolución del tiempo. Hasta
el siglo XVI, mas o menos, la inmensa mayoría d elos hombres había vivido en el
presente. Las civilizaciones clásicas, sea la griega que la romana, las
antiguas civilizaciones mediorientales y orientales, pero también la medieval y
feudal, eran sustancialmente ahistóricas. El tiempo era el cíclico de la
naturaleza, de la tierra, de las estaciones, que siempre se repite, inmutable,
en una especia de Nietzschiano eterno retorno. Si en algunas civilizaciones,
bajo el empuje de la predicación hebrea y después cristiana, se pensaba en el
futuro, era un futuro metafísico, religioso, colocado más allá y fuera del
tiempo histórico y por tanto de los asuntos humanos.
Alrededor
del siglo XVII la percepción del tiempo comienza a cambiar. Primero junto a él
y luego en un crescendo,
sustituyéndose al tranquilo presente, hace su irrupción el dinámico futuro que
ya no se entiende no como un más allá metafísico
y religioso sino como un más acá
concreto, al alcance del hombre, en consideración y en función del cual se debe
vivir.
Había
sido, como hemos visto, el mercante, con su necesidad de calcular, de
previsión, de especulación, de programa, quien introdujo, a caballo entre el
Medioevo y el inicio de la edad moderna, el concepto de tiempo conjugado al
futuro. Ahora esta manera de entender el tiempo, antes propia de una exigua
minoría de operadores económicos, comienza a extenderse a otras categorías
sociales. No es casualidad que el principio del péndulo, sobre el que se basa
el reloj moderno, haya sido descubierto por Galileo en 1583 y después
utilizado, con algunas adaptaciones, por Huygens que en 1657 creó el primer
reloj que aplicaba este principio. En el mismo siglo se difunde el reloj de
bolsillo. Antes de entonces el uso privado del reloj era desconocido. Estaban
solamente los grandes relojes públicos que marcaban las horas en las torres de
las catedrales, como los de San Marcos y Westminster, famosísimos.
El
descubrimiento del futuro fue una revelación que terminó por desterrar de la
mente de los hombres el presente. Y esta nueva dimensión del tiempo lanzó a lo
grande el dinero –siempre que no haya sucedido al contrario- pues en su esencia
es precisamente futuro. Sin el dinero cualquier cálculo, previsión, proyecto,
reserva de tipo económico que vaya más allá del ciclo estacional, es imposible
o extremadamente difícil; el dinero traspone el presente en el futuro y provoca
una acción retroactiva del futuro sobre el presente.
Otro
factor que ha impulsado, por lo menos a nivel conceptual, el dinero y la
comprensión de su función y potencialidades, fue la revolución científica que
trajo lo que Dijksterhuis ha llamado “la
mecanización de la concepción del Universo”. Primero entre las élites
filosóficas y científicas, luego bajando por las ramas tambien en consistentes
estratos de la población, se empieza a valorar lo existente en términos
mecánicos, matemáticos, contables, cunatitativos. Y el dinero, como sabemos, es
número y tiene como única cualidad la cantidad. La concepción mecanicista y
cuantitativa del Universo es por tanto un humus que lo favorece notablemente.
Escribe Werner Sombart: “Solamente la
economía monetaria es capaz de crear en el hombre el hábito de la contenplación
puramente cuantitativa del mundo”.