"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

sábado, 23 de junio de 2012

ESCLAVOS DE LOS BANCOS (1)


[Comienzo una serie de extractos del libro "Esclavos de los bancos" de Maurizio Blondet, autor que ya conocemos y que ha dedicado este libro a la cuestión de la moneda, el sistema bancario y la supremacía de los poderes financieros, en un proceso en curso que cada vez más se revela como la construcción gradual de un poder que aspira a ser mundial, y se configura como un nuevo feudalismo controlado por los mercaderes y creadores del dinero.]

El espejismo de los intereses

El espejismo de los intereses, y en general del lucro en el mundo financiero, es la zanahoria que el sistema bancario pone ante los ojos del asno humano para que siga tirando de la carreta. Es a causa de los intereses que nuestra economía -usurera en su esencia- y las empresas están obligadas a crecer: no para satisfacer las necesidades crecientes de las personas, sino porque las empresas deben ser capaces de pagar los intereses de su deuda. Así prolifera como un cáncer la sociedad del consumo, la publicidad nos empuja a comprar cosas que no necesitamos, nos encandila con objetos que en su mayor parte son espejismos, que los expertos de marketing envuelven en la aureola de los sueños […] Cuando –sucede en los países del bienestar- los seres humanos saturados de mercancías ralentizan las compras, todo el circo mediático y bancario se moviliza para dar el gran anuncio: ¡Id a la Bolsa! !La Bolsa está subiendo!

Y todos a comprar: no mercancías sino valores financieros, acciones y obligaciones. Cuyo precio sube por el solo hecho de que todos los compran.

Se produce así una de las periódicas burbujas financieras especulativas. Se trata de una forma de inflación que no encarece los productos de consumo, sino los trozos de papel que se llaman acciones y obligaciones.

La burbuja especulatica agrava la patología fundamental de la economía post-industrial: la excesiva retribución del capital a expensas del trabajo, de los salarios. El inconveniente de la burbuja no está en conferir un valor exagerado e los trozos de papel, sino en el dinero que mobiliza para su comercio, sustrayendo este dinero al poder adquisitivo de quienes trabajan. Puesto que son también los consumidores esta reducción lleva al cierre de empresas o a su adelgazamiento.

Entre 1921 y 1929 la Bolsa de Nueva York subió un 600% mientras la producción industrial sólo un 30%. Hoy, desde hace decenios vivimos una burbuja similar […] En su conjunto los flujos monetarios entre naciones que son esencialmente especulativos, para la compra de acciones y títulos extranjeros, son más de 40 veces superiores a los flujos justificados por la compraventa de mercancías y servicios […]

La especulación financiera se ve favorecida por los bajos tipos de interés: los bancos retribuyen poco o nada los ahorros, incitando a todos a invertir en la Bolsa  esperando en beneficios que nos protejan de la inflación.

Pero hay que entenderse cuando se habla de intereses bajos. Bajos son los que el banco os paga; pero vosotros pagáis intereses por todas partes y son altísimos. La banca extrae su tributo oculto. Y este tributo es aplastante.

¿No lo creéis? ¿Pensáis que por no haber solicitado una hipoteca o un préstamo no pagáis intereses? Mirad más de cerca.

Cualquier precio tiene una cuota de intereses incorporada. Cada manzana y cada tomate, cada inmueble o bien que compráis, cada servicio que pagáis contiene en su interior la cuota de intereses que el campesino, el fabricante o el suministrador está pagando a su banco por la deuda que ha contraído.

Margrit Kennedy, una economista alemana que intenta pronover las ideas de Gesell [Nota: economista herético alemán (1862-1930) que desarrolló la idea de la “moneda perecedera”] ha intentado calcular el peso de estos intereses en los precios más comunes […]

“En conjunto”, comenta Magrit, “sobre los precios de todos los bienes y servicios que adquirimos el 50% del precio está formado por intereses. En el Medioevo el pueblo pagaba ‘la décima’ de sus ingresos al señor feudal; hoy nosotros le damos la mitad de lo que gastamos a los señores que poseen el capital” […]

Otro grave fenómeno inducido por el mecanismo de los intereses, de la retribución del capital, es la inflación. La inflación continua que erosiona los ahorros se nos presenta como un fenómeno natural. En cambio es el resultado del endeudamiento colosal, respecto a sus ingresos, de individuos y sobre todo de entes, empresas y Estados. Este endeudamiento de personas físicas y jurídicas insolventes es fomentado deliberadamente por los bancos […] Obviamente el mayor deudor, en el que la diferencia entre ingresos y gastos es más astronómica, es el Estado. Que dispone de un medio fácil -una fácil tentación- paga pagar lo que no puede permitirse: imprimir dinero, como se suele decir.

Pero no es esto lo que sucede. No es el Estado quien emite moneda. Esta prerrogativa, el soberano poder de emisión, ¿no se le ha quitado al Estado?¿No es por esto que existe el banco central indepeniente del poder político, para impedir que el Estado se comporte como un demagogo derrochador? ¿No ha sido esta soberanía secuestrada de una vez por todas por serios, graves banqueros, preocupados por el bien de la colectividad, cuyo objetivo declarado es la estabilidad monetaria?

¿Y entonces porqué la inflación?¿Por qué se encarecen las hortalizas y la leche?

sábado, 16 de junio de 2012

LA RAZA ENEMIGA

[Volvemos a publicar un escrito de Massimo Fini, autor que ya conocemos. Artículos como éste, a pesar de adolecer del oscuro fondo de pesimismo del autor, constituyen un excelente antídoto al lavado de cerebro feminista, a la idealización de la mujer que tanto desarma a los varones y al opresivo conformismo de la corrección política hoy dominante] 

MUJERES (Primera Parte)

Mujeres, el problema insoluble. “Il Fatto”,  27-03-2010

Las mujeres son una raza enemiga. Haría falta comprenderlo enseguida. En cambio hace falta para ello toda una vida y lo entendemos cuando ya es inútil. Disfrazadas de “sexo débil” son en realidad el sexo fuerte. Físicamente preparadas para el parto, son mucho más robustas que el hombre y viven seis años más, aunque se jubilan antes. Tienen la lengua bífida.  El hombre es directo, la mujer oblicua. El hombre es lineal, la mujer serpentina. Para el hombre la línea más breve que une dos puntos es la recta, para la mujer el arabesco. Ella es insondable, escurridiza, imprevisible. Comparado con ella el varón es un infante a quien, en igualdad de condiciones, ella maneja como quiere. Y si a pesar de todo se encuentra en dificultades, entonces están las lágrimas, eterno e inigualable instrumento de seducción, de engaño y de chantaje femenino. Al primer sollozo se debería sacar la pistola en vez de rendirse sin condiciones como solemos hacer.

Han fundado su poder sobre el sexo, asignándose a sí mismas la parte de la oferta y dejándonos a nosotros la de la demanda, aunque mirando bien las cosas, le interesa y le gusta a ella mucho más que a él. Su placer -cuando las cosas funcionan- es total, el nuestro sólo sectorial, al límite mental («Tienen siempre algo que ganar con esa boca pelosa», escribía Sartre). La mujer es bacante, orgiástica, dionisíaca, caótica, para ella ninguna regla, ningún principio puede valer más que un instinto vital. Por tanto no se puede mínimamente depositar confianza en ella. Por esto durante siglos o milenios el hombre ha intentado reglamentarla, ceñirla, limitarla, porque ninguna sociedad bien regulada puede basarse en el azar femenino. Pero ahora que finalmente se han «liberado» se han vuelto verdaderamente insoportables. Son burocráticas, puntillosas en cada uno de sus pretendidos derechos y un poco mezquinas. Han perdido, por una carrera de secretaria, cualquier feminidad, cualquier dulzura, cualquier instinto materno hacia el marido o compañero, y a menudo también hacia los hijos cuando se dignan tenerlos. No paran de lagrimear todo el tiempo sobre su condición de inferioridad y sin embargo rebosan de privilegios, comenzando con el derecho de familia que, en el 95% de los casos, les asigna los hijos y la casa, mientras sólo el marido puede ser arrojado a la calle de la noche a la mañana. Y pretenden de él, que apenas puede permitirse un cuchitril en un barrio dormitorio, el mismo nivel de vida de antes.

No hacen más que provocar, meneando el culo en bikini, en tanga, en mini, pero si en el trabajo les haces una inocente caricia en los cabellos ya son molestias sexuales, si después de que te ha dado su móvil la llamas un par de veces ya es acoso, si por la calle, viéndola pasar con aires imperiales, le lanzas un silbido, algo por lo que deberían estar contentas y que echarán de menos cuando deje de suceder, estamos ya en los límites de la violación. Basta. Mejor la satisfacción solitaria detrás de un arbusto.


MUJERES (Segunda Parte)

Vivan las mujeres "Il Fatto", 03-04-2010

[Respuesta a cartas de varias lectoras]

He escrito que las mujeres “son una raza enemiga”. Nunca me ha pasado por la cabeza decir que son inferiores a alguien. Si la lectora que me ha escrito hubiese leído mi artículo con “un mínimo de cerebro” habría entendido que, al contrario, considero la mujer, o mejor: la hembra, mucho más vital que el macho. Ella es quien procrea, la protagonista del gran juego de la vida (el real, no el virtual) mientras el varón es un  zángano melancólico que va de paso, animado por un oscuro instinto de muerte ("La mujer es bacante, orgiástica, dionisíaca, caótica, para ella ninguna regla, ningún principio puede valer más que un instinto vital”). La mujer es la vida, el hombre es la ley, la regla, el rigor, la muerte (el contraste entre Antígona y Cleonte en Sófocles). No es casualidad que en la tradición cabalística y también en Platón, cuando el Ser Primordial, tras la caída, se divide en dos, la Mujer se defina como “La Vida” o “La Viviente” mientras que el hombre sea aquel che “es excluido del Árbol de la Vida”.

Es para llenar este vacío, para compensar esta impotencia procreativa (la “envidia del pene” es una tontería freudiana) que el hombre se ha inventado de todo, la literatura, la filosofia, la ciencia, el derecho, el juego con reglas y el Juego de los Juegos, la guerra, que sin embargo hoy en día ha perdido casi toda su fascinación,  porque está cada vez más confiada a las máquinas y porque aquí también han querido entrar las pequeñas gilipollas que pretenden ser soldados o quieren hacer, con su foulard al cuello, de corresponsales de guerra (Quedaos en casa, cretinas, y criad niños. El interés de la mujer por la guerra es una perversión de los instintos. La mujer, que da la vida, no ha amado nunca este juego de muerte. Pero hoy en día las cosas así están: las más rabiosamente belicosas en estos últimos años han sido Madeleine Albright, Emma Bonino [Nota: política italiana ferozmente pro-americana y pro-sionista] y esa pseudomujer y pseudonegra de Condoleeza Rice).

La curiosidad forma también parte de la vitalidad de la mujer. Que puede tener consecuencias catastróficas. ¿Pero es posible que con todas las manzanas que había ella haya tenido que comerse justamente la que Dios Nuestro Señor había prohibido? (desde ese momento han comenzado todos nuestros problemas). De todos modos es verdad que desde que se han “liberado” se han uniformado a lo masculino, convirtiéndose en una parodia, y además de la feminidad han perdido también su flor más falsa y más hermosa, el pudor, por el que valía la pena cortejarlas. Han perdido la sabiduría de sus abuelas a las que les bastaba con dejar entrever el tobillo. Vestíos, tontitas. Al hombre no le interesa vuestra desnudez, sino desenvolver, lentamente, el inquietante y coloreado caramelo, aunque al final se encuentre siempre la habitual, decepcionante cosa.

Una lectora habla de Lisístrata, pero su huelga del sexo fracasó completamente. Porque las esposas de los guerreros siguieron con sus labores domésticas. Ser cuidados sin tener ni siquiera la obligación de follárselas: el Edén redescubierto. Además todo hombre bien nacido, de frente a la elección entre la mujer y la guerra no tiene la menor duda: elige la guerra (e incluso el fútbol, que es una metáfora de la guerra).

Otra lectora me confunde con esos nueve millones de hombres en Italia que –dice- van de putas. Puedo tranquilizarla; en mi “Di(ccion)ario erótico – Manual contra la mujer a favor de la fémina” he escrito que “Pagar una mujer para hacer el amor: ¿Hay algo más insensato? ¿Cómo es esto, yo tengo que pasar por la fatiga de follarte y además te tengo que pagar? ¿Nos hemos vuelto locos?”

En fin, en mi vida he conocido muchas mujeres inteligentes, irónicas y también autoirónicas. Pero nunca una que no fuera susceptible. Como demuestra la avalancha de insultos que me han caído encima tras el artículo de la semana pasada.

viernes, 8 de junio de 2012

LAS LENTES DEFORMANTES DE LA UTOPÍA


[Seguimos con los textos de Gozzoli en los cuales afronta un punto crucial: el carácter dañino, utópico y de negación de la realidad que tiene la cultura hoy dominante] 


A todas las motivadas razones para sentir aprensión por el futuro del hombre que hasta ahora hemos rápidamente examinado, hay que añadir otra, quizás la más seria de todas: la inadecuación interiordel hombre de hoy para afrontar las realidades que lo amenazan, su ceguera intelectual.

Puntualicemos enseguida para evitar cualquier ambigüedad.

Hablando del hombre de hoy, no queremos referirnos a todos los hombres actuales: hay en todo caso muchos –individuos desperdigados o enteras sociedades- que conservan íntegramente la capacidad de conexión intuitiva y cognoscitiva con las verdades esenciales de lo real, dentro y fuera del hombre. Nos referimos, como se verá claramente en las próximas líneas, a las masas y a las clases dirigentes actuales –políticas, culturales y técnicas-  de aquella parte de la humanidad que está preparando el destino de toda la humanidad: en otras palabras, las así llamadas sociedades “avanzadas”.

Y hablando de inadecuación, no nos referimos aquí a la divergencia entre la realidad social –como el hombre la ha creada- y la naturaleza humana –como ha sido modelada en el crisol filogenético-: de este problema, que también pesa y exige una solución, nos ocuparemos más adelante.

Nos referimos al tipo de cultura del que se nutren y del que están embebidos los hombres que viven en el mundo del bienestar y la potencia tecnológica.

Ya Monod hizo una advertencia a este mundo y dio en el blanco. [Nota: la referencia es al conocido libro del biólogo Jacques Monod “El Azar y la necesidad”]

Y sin embargo, aun concordando con Monod en la localización interior y cultural del mal oscuro de las sociedades “avanzadas” , discrepamos de Monod  -y de otros después de él, aun cuando hayan sabido captar lúcidamente los signos del mal- en la etiología del mal mismo, esto es la causa primera.

La causa primera, el germen infectante, no hay que buscarlo en las raíces religiosas –que Monod y otros han llamado judeocristianas- de la cultura actual: en el fondo bastará reflexionar que sobre tales raíces se fundaba un entero mundo que poseía límpido y pleno el sentido de lo real en cuanto a la relación entre el hombre y el ambiente, el hombre y la historia, el hombre y el cosmos. Y ese mundo -durante por lo menos quince siglos- no conoció ningún mal oscuro.

Esta cultura actual, que la ciencia ve y declara “enferma” tiene en verdad raíces suyas propias, que no tienen nada que ver con la tradición religiosa europea: la cual, si ciertamente absorbió algo del espíritu hebraico a través de la herencia bíblica, es sustancialmente una tradición latina, germánica y eslava. ¿Y cómo habría podido tan fácilmente encarnarse en la realidad histórica del hombre europeo durante casi dos mil años, si no hubiese realmente interpretado su naturaleza, los anhelos, las inclinaciones?

La enfermedad profunda de esta cultura está en un vicio original, una connotación única y del todo nueva en la historia: la contradicción de fondo que consiste en la pretensión de fundarse totalmente sobre la ciencia, y la incapacidad de liberarse de los valores utópicos que la permean.

Se trata de una cultura que nació con la revolución científica, pero siguió el camino de la ciencia solo en sus primeros, inciertos pasos y se quedó allí para siempre; una cultura que confundió la ciencia con una nueva religión, que tomó por nuevos milagros los primeros apasionantes descubrimientos, y con supersticioso fervor se lanzó a interpretar las primeras hipótesis científicas como las Promesas de una Nueva Alianza.

Desde la época de la Paleociencia –la de los primeros pasos, nobilísimos pero aún inciertos- el Conocimiento ha recorrido un larguísimo camino: esta cultura en cambio está aún en la línea de salida […] [con su] incapacidad de mantener el paso fatigoso del procedimiento objetivo, su falta de valor para enfrentar el ojo despiadado de la Verdad, su pereza y presunción intelectuales desmesuradas, su mediocre conformismo respecto a pocas nociones mal aprendidas y mal digeridas.

Provincialismo cultural, en el fondo. Porque no ser capaz de interpretar Darwin y Freud –sólo como ejemplos- a la luz de las insuficiencias cognoscitivas de su tiempo, y no saber hoy reinterpretar su genio a la luz de las conquistas actuales, no puede ser más que provincialismo cultural.

Y es este provincialismo cultural que dio a luz los falsos mitos y los pseudovalores de que se nutre la gran Utopía que es la enfermedad del mundo moderno: el finalismo, la omnipotencia de la razón, el igualitarismo, la bondad natural del hombre, el progresismo, el determinismo.

Hablamos de falsos mitos, de pseudovalores: porque no se apoyan en ninguna realidad objetiva ni en ninguna ventaja adaptativa, sino que son solamente abstracciones intelectualistas que coartan al hombre en su verdadera naturaleza, que lo llevan contra la realidad de las cosas, con la consecuencia de que cada día sufre un castigo.

El conocimiento científico hace tiempo ha condenado estos falsos mitos y estos pseudovalores.

La ciencia en efecto no nos muestra, en el conjunto de la realidad, ningún fin, sino que al contrario demuestra la contingencia de los eventos y de nuestro mismo origen; no afirma ninguna omnipotencia de la razón humana, sino que fija sus límites y condicionamientos; la ciencia no encuentra igualdad, sino desigualdades entre individuos y grupos; no descubre ninguna bondad natural en el hombre, sino agresividad sólo templada por el solidarismo al interno del grupo; la ciencia no halla ningún progreso biológico en el ámbito de una especie individual, sino que afirma la invariancia como la misma esencia de la lógica de lo viviente; no reconoce ningún rígido determinismo en los eventos y situaciones de la realidad, sino un indeterminismo que deja espacio al azar, en una combinación de causalidad y accidentalidad.

Pero la cultura de las sociedades avanzadas ignora todo esto. Afirma que los hombres son todos iguales, que el hombre es por naturaleza bueno, que su razón está destinada a dominar el cosmos, que el hombre puede mejorarse y de hecho siempre progresa. […]

En el fondo es la misma idea de progreso humano que se revela sustancialmente equivocada […] La fuente de este error es la confusión entre el hombre y su actividad. Si se mira hacia atrás en los milenios, se ve al hombre pasar de la caverna a la tienda, de ésta a la cabaña, a la casa, a la fortaleza, a la ciudad y al Estado. Se ve al hombre pasar de la maza a la lanza, del tronco de árbol a la barca, para llegar hoy al láser y la nave espacial: hay evidente crecimiento, desarrollo y por tanto progreso en las cosas de que nos hemos ido sirviendo.

Traslando de manera simplista el concepto al hombre, se afirma que también los hombres han progresado […] y sería así si quienes idearon y construyeron las pirámides egipcias, el laberinto de Cnossos, el alcantarillado de las ciudades etruscas o los acueductos romanos, hubieran tenido capacidades potenciales inferiores a las del hombre actual. Pero esto está muy lejos de haber sido demostrado; al contrario, todo apunta a que la verdad es exactamente opuesta.

Por otra parte la correcta interpretación léxica, también en sentido etimológico, del vocablo “progreso” –pro-gedior, camino hacia adelante- es propiamente la de un proceder temporal y espacial sin implicaciones cualitativas. Cuando pensamos verdaderamente en una mejora o un avance cualitativo, no decimos y no pensamos ir hacia adelante sino ir hacia arriba, crecer, elevarnos.

La implicación semántica “cualitativa” del término “progreso” debemos atribuirla totalmente y exclusivamente a la configuración mítica que este concepto asumió en el ámbito de la cultura utopista.

domingo, 3 de junio de 2012

FAMILIA Y MORAL SEXUAL


[Hoy publico otro extracto de Gozzoli que continúa la línea del primero y hoy en día, treinta años después de la primera publicación del libro, a muchos parecerá desfasado. Sin embargo ello significa solamente que la situación descrita se ha intensificado y las consecuencias disolutivas que en la época se comenzaban a observar están alcanzando su plenitud hoy en día. Como observo en el comentario más abajo tengo mis reservas sobre la capacidad 'natural' de la sociedad de corregirse a sí misma, en la que el autor confía.] 

FAMILIA  Y REVOLUCIÓN SEXUAL

Hemos hablado hasta ahora de los medios indispensables para garantizar a una sociedad su necesaria cohesión interna –por así decir los ‘medios de comunicación naturales’ el interno del sistema orgánico constituido por el grupo humano- y los hemos identificado esencialmente en un patrimonio genético común, en unos valores y una moral comunes, en una lengua común.

Hemos también notado la estrecha relación entre ‘nivel y tipo de moralidad’ y fuerza expansiva de un grupo. Así como entre ‘nivel y tipo de moralidad’ y capacidad de progreso civil.

Hemos visto que libertad sexual prematrimonial, control de la natalidad, aborto, divorcio, tolerancia de frente al adulterio femenino, no son conquistas del siglo XX: desde hace decenas de milenios, cientos o millares de sociedades o grupos humanos ya practican esta moral ‘permisiva’ y hemos visto también cómo, con toda evidencia racional y lógica objetiva, a esta falta de ‘moralidad’ se debe atribuir la incapacidad de progreso civil de estas sociedades, llamadas primitivas.

Aún más, hemos explicado esta ‘incapacidad moral’ con una pobreza de tipos genéticos portadores –en sus estructuras mentales- de ‘sentido moral’.

Ahora digamos unas palabras sobre nuestras sociedades actuales.

Sobre la base de nuestros conocimientos históricos y científicos, podemos bien afirmar que nuestras sociedades son expresiones de poblaciones genéticas en las cuales estos tipos –portadores de sentido moral- son estadísticamente bastante frecuentes, si no prevalentes. Por tanto se plantea el problema, aunque pueda parecer una divagación, de la génesis de la llamada ‘revolución sexual’ en nuestras sociedades. ¿Cómo ha sucedido?

No se ha tratado de una ‘improvisación’ de la Historia. El fenómeno tiene causas –más o menos remotas- y ha tenido factores desencadenantes. Busquémoslos y examinémoslos.

En primer lugar, la desviación hacia el individuo –en perjuicio del ‘grupo’- del eje de los valores en la cultura corriente.

La pérdida de ‘agarre’ y de control por parte de la religión en la sociedad actual […]

La influencia ejercitada por múltiples corrientes psicológicas, sociológicas y pedagógicas, cuya falta de cientificidad no ha reducido su poder de persuasión, hasta conducir a la actual ‘educación permisiva’.

El crecimiento del bienestar, con mucha mayor disponibilidad de dinero para jóvenes –incluso adolescentes- y mujeres.

El fenómeno del trabajo femenino en la fábrica y la oficina, con el alejamiento de la mujer de la casa.  La ruptura de la cohesión cultural por el exceso de opinabilidad de todos los valores. También quizás la psicosis de la ‘explosión demográfica ocmo amenaza para el futuro. Todas estas son causas. Pero ha habido un preciso factor desencadenante: los anticonceptivos.

La desaparición del temor de un embarazo –que para una mujer soltera significaba tragedia, para una esposa dolor y fatiga, para una adúltera remordimiento y a menudo un castigo legal- ha ‘desatado’ el nudo maestro de la entera red de reglas y tabúes.

La paridad social de los sexos –no la igualdad, que no existe porque son ellos mismos, los sexos, que no la consienten- libera y desencadena a la mujer. No sólo, sino que le ofrece ventajas sobre el varón: mientras éste no tiene alternativas al trabajo, la mujer puede –al menos en principio- retornar a casa y dejar la ‘carrera’; y además ahora es ella la depositaria del poder de decisión sobre la maternidad deliberadamente buscada: el hombre es una posible víctima.

Todo por tanto ha cambiado, es más se ha vuelto del revés, radicalmente. Pero a pesar de ello hay algo que no cambia: los hijos son necesarios o la sociedad perece. Y ellos necesitan la protección que tenían antes, la misma de siempre: material y biológica, afectiva y social. Son ellos el centro de la familia. Son demasiado importantes para la misma supervivencia del grupo, para que este problema no encuentre rápidamente una solución. Desde los primeros orígenes las sociedades humanas civiles se han necho cargo. Por esto mismo el matrimonio no había sido nunca un ‘contrato entre dos’ sino que intervenía la sociedad –en sus componentes religiosa y civil- para tutelar de manera inconsciente pero concreta el ‘tercer componente’: los futuros hijos.

Pero hoy en día esta tutela, por el lado civil, ha desaparecido, y por el lado religioso se ha debilitado sustancialmente. Sin embargo el problema permanece. Los hijos están ahí y lo estarán siempre.

La cuestión que se plantea entonces es la siguiente: ¿Es, una mujer sexualmente ‘libre’, una madre adecuada? ¿Es, un hombre desvirilizado y ‘en desventaja’, un padre adecuado?

La respuesta es no. Y sin embargo el problema será resuelto.

Y será resuelto de manera totalmente natural: el fuerte porcentaje de portadores genéticos del carácter ‘moral’ –entendido en el sentido ‘familista’ y ‘machista’ que la selección de los primeros treinta o cuarenta milenios ha producido en nuestra sociedad- no podrá ser comprimida demasiado tiempo. Este componente surgirá y se expresará abiertamente en formas culturales -y también políticas- de contraposición a las costumbres corrientes, y para ello bastará la primera crisis económica seria. Sobre todo si mientras tanto seguirá creciendo ese vasto fenómeno inmigratorio que ya amenaza el corazón de la identidad biológica y cultural de nuestros pueblos.

Por otra parte la suma de las presiones culturales que fomentan la limitación de los nacimientos tiene prevalentemente efecto sobre los individuos –hombres y mujeres- en los cuales el instinto a la procreación es menos imperioso: por tanto se irám reduciendo porque generando menos transmitirán menos sus genes; mientras por el contrario crecerá la proporción de genes de aquellos sujetos  que –a pesar de los fuertes condicionamientos en sentido opuesto- desean, es más orgullosamente quieren, procrear hijos y vivir para ellos.
Y será por tanto prevalentemente de esos genes, después de la venida del ‘medioevo próximo venturo’, que nuestros pueblos retomarán el camino hacia una nueva elevación y progreso civil.