"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

sábado, 16 de febrero de 2013

DINERO (8): Enemigo del hombre



[En este fragmento de uno de los últimos capítulos Fini hace notar cómo la lógica del dinero es no sólo extraña al ser humano, sino enemiga de él y profundamente antisocial] 
 



Massimo Fini 

Este dominio aplastante del dinero ha matado a los dos principios que eran el orgullo de la sociedad liberal surgida de la Revolución Industrial: la primacía de la política y la democracia. Sobre el primero a estas alturas ya hay una tranquila resignación […] la economía y el dinero, que es su dueño, han desbancado a la política.



En cuanto a la democracia, el dinero, que tiene una tendencia congénita a considerar las instituciones construidas por los hombres como obstáculos a su estrepitoso dinamismo, la ha vaciado de cualquier contenido. Diligentes como niños vamos de vez en cuando a sacrificar en el rito electoral y votamos a nuestros representantes, nuestros parlamentarios, nuestros gobiernos, nuestros presidentes o semipresidentes, pero las decisiones que determinan nuestra vida se realizan en lugares lejanísimos, totalmente fuera de nuestro control y a menudo, cada vez más a menudo, no se trata de decisiones de hombres u organizaciones identificables, sino de automatismos, a veces devastantes como terremotos, de un gigantesco y átono mecanismo del que somos sólo inconscientes engranajes minúsculos como motas de polvo.



Se objeta sin embargo que el mercado tiene un carácter democrático: “el mercado vota todos los días”. Es cierto. Pero precisamente ésta es la cuestión. Nadie ha votado a los que actúan en el mercado y menos aún el irresistible y determinista movimiento del cual ellos a su vez dependen. […]



Los gobernantes dependen del dinero. Son los sacerdotes de un nuevo dios. Pero mientras que el viejo dios, o al menos así lo piensan muchos, amaba a los hombres, al nuevo ni se le pasa por la cabeza. Se ama sólo a sí mismo. Y sigue sus lógicas, indiferentes a los intereses del hombre, es mas cada vez más lejanas, divergentes o incluso opuestas. El dinero será “la lógica de la materia” como dice Hegel o “racionalidad pura” como escribe Weber pero hay que empezar a entender que se trata de una lógica y una racionalidad que se han vuelto nuestras enemigas.



Como símbolo de esta escisión entre el dinero y las necesidades del hombre se puede tomar el “viernes negro” de Wall Street del 8 de marzo del ’96. Aquel día la Bolsa de Nueva York se hundió, arrastrando detrás las europeas, tras la noticia de que en el mes de febrero se habían creado 705.000 nuevos puestos de trabajo. Pocos años antes el índice Dow Jones subió como la espuma por un anuncio de signo opuesto: la Xerox despedía a decenas de miles de trabajadores. […] Estos episodios recientes tienen infinitos precedentes que indican cómo las exigencias del dinero y las del hombre no son nunca las mismas.



Uno de los primeros en darse cuenta fue, como siempre, Sismondi, que a propósito de ciertas carestías que afligieron Europa en el siglo XVIII, escribía: “En períodos tan dolorosos como estos se ha repetido mil veces que lo que faltaba no era el grano ni los alimentos, sino el dinero. En efecto vastos graneros permanecían llenos hasta la siguiente cosecha; las reservas, repartidas proporcionalmente entre todos los individuos, habrían bastado casi siempre para nutrir a la población. Pero los pobres, no teniendo dinero que dar a cambio, no podían adquirirlo. No podían recibir dinero a cambio de su trabajo o no podían recibir lo suficiente para vivir. Faltaba el dinero mientras la riqueza natural era sobreabundante.”. En realidad, como apunta después Sismondi, durante aquellas carestías no faltaba el alimento, pero tampoco faltaba el dinero, puesto que la moneda “no había disminuido para nada en Europa, al contrario incluso su cantidad había aumentado en muchos lugares donde la necesidad era más acuciante”. Era precisamente el dinero lo que impedía que los víveres llegasen a quien padecía hambre porque, exactamente como sucede hoy en el Sahel y otras zonas desastradas del Tercer Mundo, los alimentos no van donde hay necesidad de ellos sino donde está el dinero que los puede comprar al mejor precio.



La carestía que asoló Francia en 1816 y 1817 provocó la muerte por hambre de casi 100.000 personas, despidos en masa, la rebaja de los salarios y graves perjuicios a la industria. Hubo un solo beneficiario, el Banco de Francia, que en los años de la catástrofe realizó beneficios superiores en un 60% a los obtenidos en el 1814 y 1815, antes de la carestía. Y el colapso de Weimar destruyó los ahorros de tres cuartos de la población alemana, pero no dañó a la Reichsbank y a los bancos ordinarios que, al contrario, salieron de ello más pujantes que nunca. […]



Actualmente una de las señales más evidentes de la disociacion entre los intereses del dinero y los del hombre la da el desempleo. […] Mientras aumenta el desempleo el dinero y la productividad crecen. Escribe Jeremy Rifkin: “No pasa un día sin que alguna multinacional declare que se ha vuelto más competitiva a nivel global y sus beneficios están en constante aumento, anunciando al mismo tiempo despidos en masa”.



La riqueza aumenta, la población se empobrece. Hay algo que no cuadra. O que cuadra demasiado bien. En el origen de esta paradoja aparente hay una paradoja real: el dinero. O para ser más precisos la separación que el dinero ha introducido entre sí mismo y los intereses de aquellos a los que debía servir. El dinero se ha marchado por su cuenta tranquilamente pero llevándose detrás al hombre como un pez enganchado al anzuelo.

sábado, 9 de febrero de 2013

DINERO (7): La mercancía-trabajo, la prostitución, la tierra




HÉRCULES Y ANTEO

Massimo Fini



En los siglos precedentes a la Revolución Industrial, cuando la economía monetaria aún era secundaria y no modelaba las relaciones humanas, había una subordinación personal del trabajador a su jefe, del aprendiz al maestro, del empleado al propietario de la tienda, del campesino al feudatario, que implicaba toda la individualidad de uno y otro. En la época moderna en cambio, con el dinero se adquiere un servicio preciso del trabajador, que de alguna manera se separa de su persona y se objetiviza. Es la mercancía trabajo o por decirlo al modo marxista, la fuerza de trabajo. Ello, según la opinión dominante, da al trabajador mayor libertad y dignidad.



Que el trabajador, o más en general cualquier sujeto, logre con el dinero una mayor individualidad y libertad, respecto a los estrechos vínculos que caracterizaban las relaciones en la era premoderna, es verdad, aunque en realidad se trata de una individualidad y una libertad muy de superficie, más formales que sustanciales. No es verdad en cambio que tenga mayor dignidad en la relación laboral. Al contrario. En el primer caso el feudatario, el maestro, el propietario del taller o de la tienda, tiene a su servicio una persona en cuanto tal, en el segundo se compra, con el dinero, la fuerza de trabajo, que es energía humana, en cuanto mercancía, que se objetiviza, se convierte en un objeto. El feudatario toma un hombre en cuanto hombre, el empresario en cuanto objeto. Es verdad que el trabajador, como la prostituta, concede sólo una parte de sí mismo, dejando fuera de la relación el resto de su persona, pero exactamente como la prostituta, se vende como objeto. Y la distinción entre fuerza de trabajo, que se vende, y la personalidad, que permanece intacta, no mancillada por la relación, se revela ilusoria.



La personalidad del trabajador, de todos modos, se implica en la relación laboral y se objetiviza, como la de la prostituta se implica en la relación mercenaria. No por nada de una mujer que se prostituye se dice que “vende la propia dignidad” aunque materialmente, aparentemente, vende sólo su cuerpo (que en este caso es su mercancía trabajo). Sea en la economía feudal, natural, que en la monetaria es por tanto la entera persona del trabajador a estar subordinada, pero en el primer caso como sujeto, en el segundo como objeto.



Por lo demás los vínculos entre dinero y prostitución son estrechísimos. Escribe Simmel que “En la esencia del dinero se percibe algo de la esencia de la prostitución. La indiferencia con que se presta a cualquier uso, la infidelidad con que se separa de cualquier sujeto, porque no está verdaderamente ligado a ninguno, el carácter de objeto, que excluye cualquier relación afectiva y lo hace apto para ser un puro medio, todo ello determina una analogía fatal entre dinero y prostitución”. Añadamos que la transacción en dinero tiene ese carácter de relación totalmente momentánea que es típico de la prostitución. Una vez que he pagado y obtenido la mercancía que me interesa yo no tengo ninguna obligación de relacionarme con quien me la ha vendido. El dinero corta del modo más neto y radical cualquier ulterior consecuencia de la relación, mientras que si una prestación se remunera con un objeto específico, éste conserva, porque ha sido elegido, por su contenido, por el uso que se ha hecho de él, por su historia (que el dinero no tiene y no puede tener) algo de la personalidad de quien paga con él. La prestación en natura, el trueque, crea siempre una relación más personal, más cordial, menos fría y más humana […]



La capacidad de prostituir todo, de objetivizar todo, de convertir en mercancía también la persona o partes de ella, le viene al dinero del hecho de ser una entidad privada de especificidad y de cualquier cualidad que no sea la cantidad, y por tanto iguala, nivela, homologa, vuelve todas las cosas indistintas unas de otras […] El dinero tiene la capacidad de reducir los valores más altos y mas bajos a una sola forma de valor, la suya. Y es porque el dinero vuelve homólogos e indistintos bienes inconmensurables entre sí, por lo que se puede pensar en adquirir y es posible adquirir lo inadquirible. Si hoy se comercia con los órganos de los niños brasileños, narcotizados y operados, para venderlos a los ricos americanos, no es sólo porque la técnica moderna lo permite sino también porque la forma-dinero lo facilita, práctica y conceptualmente.



En el momento en que el dinero objetiviza las relaciones nos libera –así se dice- de esos vínculos personales que son propios de una economía no monetaria. Se podría objetar que hoy en día para la satisfacción de nuestras necesidades dependemos de un número de personas mucho mayor que en el pasado. En el fondo, el hombre preindustrial, tendencialmente autosuficiente, estaba ligado -de manera muy estrecha, eso sí- a un círculo limitado de personas. El actual, a causa de la exasperada especializacion y división del trabajo (que hace necesario el dinero y el dinero a su vez favorece) depende de una gran cantidad de sujetos: productores, proveedores, vendedores, intermediarios, de los que no puede prescindir absolutamente. Abandonado a sí mismo moriría […]



Si no dependemos ya de vínculos personales dependemos sin embargo de un mecanismo: el proceso de producción, de venta y de consumo del que el dinero es la imprescindible bisagra. Hasta qué punto estamos en sus manos se ve bien desde el lado quizás menos aparente: el del consumidor. E un sistema como el nuestro parecería que el trabajo es obligatorio pero el consumo es libre. Pero las cosas no están exactamente así. Nosotros ciertamente estamos obligados a trabajar a un ritmo desconocido para las sociedades que se contentaban con la subsistencia, para producir en exceso, pero estamos igualmente obligados a consumir lo que hemos producido. Es más, puesto que para la mayoría la parte activa en la producción tiende a ser eliminada, sustituida por los automatismos y las máquinas, nuestro verdadero papel, en la economía actual, es el de consumidores […] Considerado el conjunto nosotros consumimos no porque queramos sino porque debemos consumir para mantener el mecanismo productivo que necesita niveles cada vez más altos (los crecimientos exponenciales) para no colapsar sobre sí mismo. Estamos al servicio de un sistema del que somos los terminales pasivos. Hemos caído desde la condición de poseedores a la de, precisamente, consumidores, fregaderos, tubos digestivos, inodoros, a través de los cuales debe pasar el incesante flujo de las mercancías.



Somos pollos en batería adiestrados para atracarse y nutrir a un Moloch contra el que carecemos de defensa. En efecto, en las manos no tenemos más que dinero, cuya función natural es la de ser intercambiado con otros objetos.



Pero no se trata sólo de una cuestión técnica. El dinero actúa sobre nosotros de manera más sutil. Con su flexibilidad, su ductilidad, su dinamismo, su indeterminación, su falta de características específicas y de un objetivo propio, con su ausencia interna de una dirección, el dinero opera una mímesis. Como el perro termina pareciendose a su amo, asumiendo sus tics y fisionomía, así el hombre de hoy es como su dinero: frenético y vacío. El dinero, siendo abierto en todas direcciones, disponible para todo, no ofrece ninguna orientación, ninguna guía. El hombre es libre pero no sabe para qué […] Saco vacío de contenidos, como su dinero, el hombre se rellena con ídolos: objetos, sensaciones del día a día, estimulaciones drogadas, juegos para grandes de todo tipo que, precisamente porque son transitorios como el medio que los compra, deben ser rápidamente sustituidos, en una caza insensata a la novedad que es del todo funcional al mecanismo obsesivo del dinero.



Rodeado de un mundo de objetos que cambian continuamente, porque su interés es débil y forzado, como su necesidad, el hombre moderno se aleja de su centro, de su núcleo constitutivo; es un extranjero a sí mismo, pierde en palabras de Simmel “los contenidos de la vida”, sean positivos o negativos, sacrificados a la abstraccion del dinero.



En esta pérdida, de contenidos, de puntos de referencia, de orientación y, en definitiva, de sentido, juega un papel decisivo la tierra. Hoy la gran mayoría de los hombres que viven en los países industrializados no posee un solo centímetro de tierra que sea realmente suyo. Lentamente, subrepticiamente, nos han quitado la tierra y nos han dado en cambio dinero. Pero la tierra está llena, el dinero está vacío. La tierra está quieta, el dinero es móvil. La tierra tiene un contenido, el dinero no. En la tierra, en sus ritmos, en sus ciclos, en los conocimientos prácticos que exige, el hombre encontraba, como escribe Huizinga, “el esquema con el que medir la vida y el mundo”. El dinero no ofrece otro criterio de juicio que la cantidad.



Pero en el paso de la tierra al dinero hay algo aún más profundo. No hemos perdido solamente la posesión sino también el contacto con la tierra. Vivimos en apartamentos suspendidos a diez, a veinte, a treinta metros del suelo, como los muertos en sus nichos. En las ciudades y sus enormes alrededores el asfalto nos separa de la tierra, en los campos los recintos y las defensas de la propiedad privada nos mantienen a distancia; incluso las playas de arena están totalmente ocupadas y podemos acceder solamente pagando, y lo que un tiempo era territorio de la colectividad, abierto al uso de todos, hoy pertenece al Estado que en la práctica expulsa al ciudadano.



Esta falta de contacto con la tierra quizás no haya sido aún valorada plenamente en sus consecuencias. Entre los mitos griegos, que no son nunca casuales, sino que representan la síntesis simbólica de la sabiduría antigua, está el de Anteo, un gigante que se regeneraba y recuperaba las fuerzas cuando tocaba la tierra. Por esto Hércules debió sudar lo suyo para vencerle, porque cada vez que era abatido y tocaba el suelo Anteo se levantaba más fuerte que antes. Entonces Hércules lo suspendió en el aire entre sus brazos y así, fácilmente, lo aplastó. Aunque era un gigante, Anteo, a diferencia de Hércules era un hombre, hijo como todos nosotros de la Madre Tierra. Como Anteo, también el hombre tiene necesidad de la tierra, de su contacto, en ella y con ella se regenera, se recupera, reconstruye las propias energías físicas, psicológicas y morales. La tierra es esencial para su equilibrio emotivo, sentimental, afectivo, para su armonía general.



Expropiados de la tierra, privados de su contacto, de su concretitud, nosotros, como Anteo entre los brazos de Hércules, estamos a la merced de un dios abstracto, el Dinero, que una vez arrancado el hombre de sus raíces lo tiene facil para vampirizar una presa que cada vez se ha vuelto más débil y anémica, caracterialmente e intelectualmente; hasta el punto de que no se da ni siquiera cuenta de lo que le sucede, es más introduce la cabeza cada vez más en las fauces obtusas que la están devorando.

domingo, 3 de febrero de 2013

DINERO (6): La ética del dinero





[En este mes de Febrero terminamos ya con el "ciclo del dinero"  publicando los últimos extractos del libro de Massimo Fini. El texto de esta semana trata de la decadencia ética que el dominio del dinero trae consigo]


Massimo Fini


La desenvoltura moral del empresario moderno, figura central en la economía monetaria, ha roto definitivamente cualquier  barrera desde el momento en que no arriesga ya su propio dinero sino el de los demás. El mercante y también el capitalista en los primeros siglos del industrialismo invertía casi exclusivamente capital suyo y de su familia. El recurso sistemático al crédito estaba considerado asunto de “gente deshonesta”, para aventureros que estaban fuera del ambiente de la “gente bien”. Incluso en pleno siglo XX Henry Ford se negó durante mucho tiempo a recurrir al crédito bancario obstinándose en financiar sus inversiones con capital propio […] Pero eran los últimos coletazos de un capitalismo ya superado y destinado a ser arrollado. El desarrollo de las empresas y la necesidad de inversiones colosales, proyectadas hacia un futuro cada vez más lejano, hacen indispensable, además de mucho más cómodo y ventajoso, el recurso al crédito.



Los empresarios, sobre todo los grandes, no tienen más que cuotas mínimas de las empresas de las que son titulares. A menudo, además, al mando no está el accionista principal sino el manager. Y cuando se maniobra con dinero de otros la falta de escrúpulos, en todas las direcciones, se ve muy facilitada. Porque no se tiene nada que perder, ni en términos de dinero ni de credibilidad, cuando las consecuencias de operaciones demasiado atrevidas recaen en un organismo impersonal como la Empresa o sobre anónimos accionistas. Era muy diferente, también en el respeto y en una mínima ética profesional, cuando el empresario arriesgaba su propio dinero y credibilidad.



Cuando se han convertido en inservibles, para fines económicos, los viejos valores de la honestidad, la sinceridad, la moderación y el sentido de la medida, tan queridos por Benjamin Franklin, se sustituyen por otro de un tipo muy distinto: la Imagen. Es lo que los antiguos llamaban Prestigio y que, entendido como posición social del individuo en el seno del grupo, ha sido siempre uno de los intereses primarios del hombre. Pero en otro tiempo estaba determinado por características que no tenían nada que ver con la esfera económica. La fuerza física, el honor, la dignidad, la generosidad, la sabiduría, la pertenencia a un cierto grupo. La riqueza era si acaso una consecuencia de ello. Tanto era así que se podía tener prestigio sin ser rico, como sucedía con los nobles venidos a menos en el ancien règime que incluso reducidos a la miseria seguian perteneciendo a una casta superior y no habrían renunciado a su estatus ni siquiera, como significativamente se dice, “por todo el oro del mundo”, prefiriendo pasar hambre antes que ser degradados […]



En la sociedad moderna se tiene prestigio si se es rico y el resto viene después: el honor, la dignidad, la respetabilidad, la posición social […] Se asiste por tanto a una desesperada caza al binomio dinero-prestigio de parte de quien, en una sociedad como la nuestra, no teniendo uno carece también del otro. Su posición es particolarmente intolerable porque le faltan los dos elementos que hoy proporcionan una identidad social. En la comunidad tribal y en la aldea, en Europa hasta hace pocos siglos, cada individuo por pobre que fuese tenía un lugar bien definido y una precisa identidad, por tanto un cierto prestigio, como mínimo el prestigio del grupo que se reflejaba sobre el sujeto, que tenía el orgullo de pertenecer a aquél. Hoy en cambio si la ética protestante ha caído en desuso, en la parte que imponía a  los ricos y a quienes aspiraban a serlo ciertas reglas de comportamiento, permanece válida en su parte opuesta: los pobres son tales por su culpa, son ineptos. Perdido el papel, la identidad, el sentido de pertenencia, desaparecida y despreciada la “ética de la pobreza con dignidad” en la sociedad masificada quien no tiene dinero no tiene identidad, no es nada.



[…] Para nosotros hoy lo proncipal es el dinero, que sobre todo es, por definición, medida del valor, por lo que es natural que la tendencia sea medir con él tambien al hombre. Hoy el valor de una persona se expresa en dinero […] puede ser ganado por cualquiera y de cualquier manera, lícita o ilícita, practicando las actividades más fútiles y cretinas, porque el dinero sigue su lógica, la del mercado, que no necesariamente tiene que ver con el estilo, el buen gusto, la cultura, la sensibilidad de ánimo o la inteligencia.


Al contrario, por cómo están las cosas [esta lógica] casi siempre está muy lejana de esas cualidades pues el mercado, para ser remunerativo, debe alcanzar cuantos más sujetos se pueda y por tanto rebajar al máximo la calidad de los productos y la de los productores. Ello da a las actuales élites, es decir a la aristocracia del dinero que es la verdadera nobleza de nuestro siglo, la que generalmente pasa con el insolente nombre de jet set (donde conviven, confundidos y homologados en el dinero, el gran empressario, el financiero sin escrúpulos, el estafador de alto nivel, la pop star, el futbolista, el presentador televisivo, la show girl, la gran mundana, la top model, el trepa que ha alcanzado el éxito) un inconfundible rasgo de vulgaridad.



En cuanto número y cálculo el dinero es un obstaculo al impulso, al instinto, a la inmediatez, a la espontaneidad. La falta de generosidad, de solidaridad, de empuje que caracteriza el tiempo presente hay que achacarla también a ese exceso de racionalización que viene con el dinero. La avaricia nace con el dinero, con la posibilidad de conservarlo y de usarlo después, algo mucho más problemático con las mercancías, sobre todo con los productos de la naturaleza […] en una economía monetaria se piensa dos veces antes de donar porque el dinero que no necesitamos hoy nos hará falta mañana. Y esta avaricia material termina convirtiéndose en una avaricia moral, una incapacidad de donarse a los demás.



Que el impulso, positivo o negativo, esté hoy sofocado por el cálculo lo demuestra también la evolución de la criminalidad, en la prevalencia de los delitos relacionados con el dinero sobre los delitos de sangre. Los homicidios, y sobre todo las lesiones personales o los golpes tienen móviles que vienen del instinto (celos, ira, odio, pasionalidad, agresividad natural), mientras que en los delitos económicos predomina el cálculo […] El ciudadano, el burgués, el que tiene dinero no se mancha, normalmente, las manos de sangre, no por su virtud sino porque sus impulsos vitales están debilitados, le falta la energía y la vitalidad para hacerlo. En el campo del crimen sus delitos tienen necesidad de la mediación del dinero para poner una distancia, de servirse de su energía indirecta con la cual es capaz de corromper, ensuciar, contaminar, mancillar, enturbiar, pero no de realizar actos cruentos que exijan una implicación profunda y hagan correr un riesgo físico.



El dinero está también en la base del individualismo, que es uno de los rasgos distintivos de la sociedad moderna, porque parcela, atomiza, divide, separa de los demás. Por una parte en efecto el dinero, en su abstracción y falta de un contenido propio, en su cualidad de saco vacío hecho para ser llenado, me pone o puede ponerme, en contacto con todos los sujetos que participan en la economía monetaria –hoy en la práctica todo el planeta-. Por otra parte me aísla porque interpone entre yo y el otro una barrera, una distancia. El dinero despersonaliza todas las relaciones donde actúa como intermediario y el contacto humano se enfría, si es que no se elimina del todo.