"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

sábado, 15 de diciembre de 2012

EL ÚLTIMO HOMBRE


[Esta semana hago una excepción y voy a poner un extracto de Nietzsche, que ciertamente ni necesita presentación, ni he traducido yo, ni es desconocido en nuestro país. Se trata del conocido (para los lectores del filósofo) fragmento que habla del “ultimo hombre” que como el lector verá es en todo el hombre de la moderna sociedad del bienestar. Hay muchos fragmentos de Nietzsche que merecen atención y este blog está para otra cosa, pero es impresionante el valor profético de este texto, todo lo que Nietzsche supo ver tan claramente hace cien años. En estas pocas líneas está todo: la homologación y la igualdad universal, la mediocridad de los sentimientos y los ideales, la obtusidad de una humanidad reducida a un rebaño, que en el culto de la “felicidad” desprecia y renuncia a todo lo noble y elevado, la incapacidad de comprender el propio pasado que se convierte en objeto de escarnio. Seguramente muchos lectores conocen ya este fragmento pero he querido que no faltase en este blog.]

Fragmento extraído de “Así habló Zaratustra”, Discurso preliminar


Friedrich Nietzsche


EL ULTIMO HOMBRE


Les hablaré de lo más despreciable: y eso es el último hombre»


Y Zaratustra habló así al pueblo:


Ha llegado el momento de que el hombre fije su meta. Es tiempo de que el hombre siembre la semilla de su más alta esperanza.


Aún es su tierra lo bastante fértil para ello. Mas algún día esa tierra será pobre y mansa, y ningún árbol de elevada copa podrá crecer en ella.


¡Ay! ¡Se acerca el tiempo en que el hombre ya no arrojará la flecha de su anhelo más allá del hombre, y en la cuerda de su arco se olvidará de vibrar!


Yo os digo: es preciso tener todavía caos dentro de sí para poder dar concebir una estrella danzarina. Yo os digo: aun tenéis caos en vosotros.


¡Ay! Se acerca el tiempo en que el hombre ya no podrá concebir ninguna estrella. ¡Ay! Se acerca el tiempo del hombre más despreciable, el que ya no puede despreciarse a sí mismo.


¡Mirad! Yo os muestro el último hombre.


“¿Qué es amor? ¿Qué es creación? ¿Qué es anhelo? ¿Qué es estrella?” - así pregunta el último hombre, y parpadea.


La tierra se ha empequeñecido, y sobre ella brinca el último hombre, que todo lo empequeñece. Su estirpe es inextinguible, como la de la pulga; el último hombre es el que más tiempo vive.


“Nosotros hemos inventado la felicidad” - dicen los últimos hombres, y parpadean.


Han abandonado las regiones donde era duro vivir: pues el hombre necesita calor. Ama aún al vecino y se restriega contra él: pues necesita calor.


Enfermar y desconfiar lo consideran pecaminoso: se camina con cuidado. ¡Un necio es quien sigue tropezando con piedras o con hombres!


Un poco de veneno de vez en cuando: eso produce sueños agradables. Y mucho veneno al final, para tener una muerte agradable.


Aun se sigue trabajando, pues el trabajo es un entretenimiento. Pero se cuida de que el entretenimiento no canse.


Ya no habrá ni ricos no pobres: ambas cosas son demasiado molestas. ¿Quién querrá aún gobernar? ¿Quién aún obedecer? Ambas cosas son demasiado molestas.


¡Ningún pastor y un solo rebaño! Todos quieren lo mismo, todos son iguales: quien piensa de otra manera  se recluye voluntariamente en el manicomio.


“¡Antes todo el mundo estaba enajenado!” -dicen los más sutiles, y parpadean.-


La gente es inteligente y sabe todo lo que ha ocurrido: así sus burlas no conocen límites. Aún hay discordias, pero pronto se reconcilian. De otro modo se estropea el estómago.


La gente tiene su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche: pero se venera la salud.

“Nosotros hemos inventado la felicidad” -dicen los últimos hombres, y parpadean.-

viernes, 7 de diciembre de 2012

DINERO (5): El dinero como estilo de vida


[Seguimos con los textos de Massimo Fini y éste habla de cómo el dinero nos condiciona por dentro en nuestra manera de vivir. Complementa, como todo este ciclo de Fini, la serie "El Reino del Dinero" y especialmente la quinta parte El Reino del Dinero (V): El estiércol del demonio que concluye la serie]


Massimo Fini
Del libro "IL denaro, sterco del demonio", Marsilio, 1998 



Cuando el dinero se separa definitivamente de la materia, llegando a ser una simple abstracción, alcanza su máximo poder, que no ha tenido en ningún período histórico anterior. […] El dinero no ha estado nunca tan presente en nuestra existencia como hoy en día que físicamente está ausente. No sólo ha subordinado a sí la economía y la política sino que, sin que nos demos bien cuenta, impregna nuestra mentalidad, modela nuestras conciencias, determina nuestros estilos de vida.

El dinero ha acelerado hasta el paroxismo todos los ritmos de la existencia. Mientras el centro de la sociedad y de la economía fue la tierra, el dinero no existía o jugaba un papel marginal, la vida seguía los tiempos lentos, largos, cíclicos, de la naturaleza. Es suficiente comparar la capacidad de circulación de la propiedad de la tierra con la del dinero para comprender la abismal diferencia de ritmo. El dinero, sobre todo desde que se ha independizado de la moneda-mercancía, ha tenido siempre mucha movilidad, pero sus sucesivos refinamientos, entre los que es fundamental el papel moneda, lo han acelerado cada vez más y ahora que se ha desmaterializado del todo su velocidad es superior a la de la luz porque se desplaza sin moverse […] El dinero financiero lo ha acelerado ulteriormente. No siendo en efecto dinero que compra mercancías, que necesitan algún tiempo para desplazarse, sino que compra otro dinero, la velocidad afecta a los dos lados del intercambio: a la del medio que compra se añade la de lo comprado. En fin, la aceleración progresiva está en el mismo mecanismo del dinero que para mantenerse y funcionar debe permanecer siempre en movimiento, y cada vez más rápidamente, de manera que la ilusión que en realidad es, pasando frenéticamente de mano en mano, rebotando por las cuatro esquinas del planeta, no se revele como tal.

[…] Evidentes y exasperados son el estrés, la fibrilación, las presiones que dan el ritmo a la existencia de todos aquellos que viven al interno de la actual economía monetaria. Ello explica también la aparente paradoja, experiencia común y cotidiana, por la cual el hombre moderno, que justamente para ahorrar tiempo dispone de medios velocísimos para desplazarse y comunicar (automóviles, aviones, teléfonos, móviles, fax, ordenadores) nunca tiene tiempo, vive en un ansia perpetua, con los ojos siempre fijos en el reloj. Es el ritmo a que nos obliga la lógica del dinero lo que se lleva nuestro tiempo.

[…] El dinero en su esencia más profunda es futuro. Estamos demasiado ocupados en hacer proyecciones, proyectar, planificar para gozar el “aquí y ahora”. No tenemos tiempo para vivir el presente porque nos lo roba el futuro.

El hombre de la sociedad premonetaria, el campesino, el artesano, ignora el futuro y vive en el presente, un tiempo no sincopado, extendido, amplio, fluido, armónico, que es el tiempo de la natura –tan distinto del tiempo abstracto, intelectualizado y nurótico del dinero- tiene de él una concepción vaga y no ansiosa que hoy diríamos “árabe” y lo derrocha con la misma tranquilidad con la que lo nobles dilapidaban sus riquezas.

El dinero es número. Introduce la necesidad de continuas operaciones matemáticas en la vida cotidiana. La vida se ha convertido en un continuo hacer cuentas, sopesar, calcular, medir los costes y los ingresos de nuestras acciones y las de los demás. Todo se traduce y valora en términos de dinero. Todo es business. No escapan a ello las actividades más espirituales y los sentimientos más sagrados, que a menudo son arruinados. La fiesta de los muertos ya no es simplemente el día en que nos reunimos para conmemorar a los difuntos sino “un business de 100.000 milllones [de liras]”. La fiesta americana de Halloween ya no es una mágica noche de duendes y brujas sino “un business de mil millones de dólares”. Y lo mismo con la Navidad, la Pascua, el día de la madre, del padre, de San Valentín, de la mujer.

[…]

La obesidad es una enfermedad que hay que prevenir no porque sea causa de graves sufrimientos sino porque curarla  “es un coste económico”. Y más en general, todas las enfermedades se miden no en dramas sino en dinero. Ni siquiera los fenómenos naturales son ya simplemente fenómenos naturales o, por lo menos, han cambiado de aspecto. Si en Italia unos días de lluvia mitigan el inicio de un verano que se anuncia tórrido no nos podemos sentir aliviados porque los alemanes pueden cancelar sus reservas; televisiones y periódicos se apresuran a cuantificar, precisar, monetizar el riesgo. Si nieva a destiempo no es un daño para la agricultura y una molestia para los humanos sino un negocio para las estaciones de esquí.

Ni siquiera la vejez es ya la vejez sino el “riesgo vejez”, en el sentido de que si uno no se da prisa en palmarla existe el peligro de que en edad avanzada le falte el elemento sin el cual hoy nadie puede vivir: el dinero. En épocas preindustriales, en economías menos monetarias, quizás se moría algunos años antes pero a nadie se le ocurría hablar de un “riesgo vejez” (al mismo nivel que el “riesgo de robo” o el “riesgo de incendio”) porque los ancianos no eran abandonados a al fría lógica del dinero sino a la cura de la familia, de las mujeres, de los niños, de los miembros adultos, los parientes, lo siervos. Además el desolado abandono en que viven nuestros viejos y la escasísima consideración de que gozan, a diferencia de la civilización que nos ha precedido, dependen de una compleja serie de factores, de los cuales dos tienen origen directamente en el dinero.

Ha sido el dinero lo que ha desintegrado la familia patriarcal. Escribe Simmel: “La forma-dinero plasma la familia de manera diametralmente opuesta a la estructura que la propiedad colectiva, en particular de la tierra, le confería. Esta última creaba una solidaridad de intereses que se presentaba sociológicamente como continuidad de lazos entre los miembros de la familia, mientras la economía monetaria hace posible una distancia recíproca, es más la impone”. Además los viejos son ciudadanos de segunda clase porque son débiles consumidores. Para ser aceptados deben agitarse impúdicamente, satisfacer necesidades que no necesitan, no tienen ni siquiera la libertad de abandonarse a su edad, deben fingir que son jóvenes y económicamente activos, útiles en el único sentido que hoy en día es reconocido socialmente.

domingo, 2 de diciembre de 2012

DINERO (4): El consumismo y el espejismo de la riqueza


Massimo Fini
Del libro "IL denaro, sterco del demonio", Marsilio, 1998


El industrialismo, a diferencia del comercio, no se limita a transferir bienes, los crea. Y una vez creados tiene necesidad de colocarlos. Se descubre la Ley de Say: “La oferta crea la demanda”. Se descubre la naturaleza ilimitada de las necesidades o, más bien, la facilidad con que los seres humanos se dejan influenciar. Se descubre esto es que las necesidades pueden ser heterodirigidas, suscitadas artificialmente y desde el exterior. Nace el consumidor y con él la producción de masa de lo fútil y también de lo inútil. El primero en darse cuenta de esta forzadura fue quizás Sismondi que, en 1819, cuando la Revolución Industrial llevaba algo más de medio siglo, escribe: “Puesto que la division del trabajo y el perfeccionamiento permiten realizar cada vez más trabajo, todos, dándose cuenta de que ya han satisfecho las necesidades del consumo, se las ingenian para suscitar nuevos gustos y estimular nuevos caprichos para poderlos satisfacer”.

Un siglo después Werner Sombart dirá: “Esta lucha convulsa para ensanchar la esfera de las ventas y aumentar la cantidad de mercancía vendida (que parece ser la más potente fuerza motriz del capitalismo moderno) trae consigo toda una serie de principios que tienen como único objeto inducir el público a comprar. El primero es la búsqueda del cliente o, se podría decir también la agresión hacia el cliente…El medio es la publicidad. Es inútil decir que la persecución de este objetivo por fuerza tiene que destruir cualquier sentimiento de decoro, de gusto, de conveniencia y de dignidad. Que la publicidad moderna sea, en sus extremas consecuencias, estéticamente repugnante y moralmente desvergonzada es algo tan claro que no hay necesidad de palabras para demostrarlo”.

Con la Revolución Industrial el mercado es invadido por una inmensa y variada cantidad de bienes. Llegados a este punto la necesidad del individuo de conseguir dinero se hace total. Si antes le era necesario sólo para la subsistencia o para aquella parte de la subsistencia que no conseguía procurarse directamente, ahora para todo se necesita el dinero.

Pero si con la industrialización el dinero es necesario al final del ciclo productivo lo es aún más al inicio. Las complejas maquinarias de la industria requieren en efecto previsiones e inversiones a largo y larguísimo plazo que son técnicamente posibles  solamente con capital monetario. Además, como nota Simmel con su habitual sutileza, el dinero es indispensable para la técnica porque es el vehículo que une todas las técnicas ”sin el cual las técnicas particulares de nuestra civilización no podrían subsistir, el dinero las liga entre sí como el medio de medios, como la técnica más general”.

Pero el dinero juega también otro papel, no ya técnico sino psicológico, en el despegue industrial. Las inversiones a largo plazo presuponen una gran confianza en el futuro, el dinero es el puente entre presente y futuro, es confianza en el futuro, es lo que permite a este futuro imaginario e imaginado actuar retroactivamente sobre el presente, es él mismo futuro. En el fondo la “fiebre del oro” que hubo en Estados Unidos a mitad del siglo XIX y que vio decenas de millares de americanos, europeos, chinos precipitarse hacia California puede ser vista como una carrera hacia el futuro, como repentina confianza en el futuro para vidas que se estancaban en un inerte presente. Que luego este futuro, si dejamos de lado los pocos que se enriquecieron (como siempre los primeros, los que habían iniciado la cadena), cuando se materializó como presente haya dejado sobre el terreno miles de muertos y gente tan miserable como antes, es parte de la eterna historia del dinero que enciende efímeras llamas de confianza y regularmente las traiciona, excepto para poquísimos.  Pero la fortuna de esos pocos basta para que, pasado algún tiempo, el incendio vuelva a declararse, el futuro haga de Hada Morgana y que comience de nuevo la incansable e interminable “fiebre del oro”.

Es lo que se ha verificado también recientemente. No obstante los batacazos del Gran Crack de la Bolsa de Nueva York en el 19 de octubre de 1987 y la bancarrota mejicana del 1995-96 que llevó el sistema económico al borde del colapso mundial, los operadores, los inversores, los ahorradores y en definitiva todos aquellos que trafican con el dinero se habían convencido de que habíamos entrado en una Nueva Era, en un New Paradigm “en el cual la globalización y las nuevas tecnologías habrían garantizado un crecimiento continuo de los beneficios de las empresas y con ello nuevos triunfos en la Bolsa”. Las euforias de la New Era naufragaron después miserablemente, en menos de dos años, con el colapso de los “pequeños tigres” en 1997-1998.

[NOTA: La primera edición de esta obra de Fini es del 1998. Desde entonces hemos tenido otros dos grandes colapsos financieros o burbujas que han reventado: el de la ‘New Economy’ llamado también ‘dot-com bubble’ en el año 2000, y el que comenzó en 2007 con las famosas hipotecas ‘subprime’]

Advierte Gianni Agnelli que es uno del oficio: “Las generaciones pierden rápidamente la memoria financiera, de vez en cuando necesitan una ducha fría para curarse de la euforia”. Pero el mito de la multiplicación del dinero, del crecimiento infinito, no muere nunca y cuando pasa un poco de tiempo todos están dispuestos a empezar de nuevo.

viernes, 23 de noviembre de 2012

DINERO (3): El tiempo del dinero



[Massimo Fini aborda la relación entre el dinero y el futuro, muestra cómo el poder del dinero está ligado a una cierta concepción del tiempo que en la Edad Moderna se ha vuelto dominante.]

Massimo Fini
Del libro "IL denaro, sterco del demonio", Marsilio, 1998

Entre los siglos XVII y XVIII se verifica en Europa una inversión de alcance copernicano: se pasa de una época en que la economía esta aún subordinada a las exigencias de la comunidad humana a otra en que las leyes económicas imperan en total libertad y es el hombre quien debe doblegarse ante ellas. Este extraordinario resultado sera racionalizado y legitimado después, hacia el final del siglo XVIII, por los teóricos de una nueva ciencia, la economía política, quienes consideran las leyes económicas ni más ni menos que como leyes naturales, ineludibles, a las cuales es inútil intentar oponerse, que al contrario es necesario obedecer para evitar peores males que los que se querían eludir.

Esta inversión es a su vez el fruto de una serie de revoluciones, estrechamente relacionadas entre ellas, destinadas a cambiar la condición humana, primero en Europa y occidente, luego, a medida que nos acercamos a nuestros días, sobre el entero planeta. Son las revoluciones coentífica, agraria, industrial, tecnológica, demográfica, comercial, crediticia, política, religiosa. El dinero interacciona de manera profunda con todos estos procesos. A veces es el dinero, o al menos su espíritu y su lógica, lo que los prepara, los favorece, los secunda o incluso los determina, otras veces es uno de los efectos, en cualquier caso evoluciona, se expande y se potencia con a ellos.

Cuando después surgirá de este torbellino de transformaciones la primacía de la economía sobre las demás relaciones sociales, que se engloban en ella, ello significará también -y quizá sobre todo- la preeminencia simbólica y práctica del dinero que mientras tanto se ha convertido en el instrumento príncipe de la economía. Tanto que Pierre Vilar puede escribir que el paso del feudalismo al capitalismo es el paso de una economía donde el dinero es secundario a una economía monetaria.

En realidad la primera gran revolución no está clasificada como tal. En vano la buscaríais en los manuales y los libros de historia y economía que se ocupan de este agitado período. Y sin embargo está en el origen de todas las demás. Se trata de la revolución del tiempo. Hasta el siglo XVI, mas o menos, la inmensa mayoría d elos hombres había vivido en el presente. Las civilizaciones clásicas, sea la griega que la romana, las antiguas civilizaciones mediorientales y orientales, pero también la medieval y feudal, eran sustancialmente ahistóricas. El tiempo era el cíclico de la naturaleza, de la tierra, de las estaciones, que siempre se repite, inmutable, en una especia de Nietzschiano eterno retorno. Si en algunas civilizaciones, bajo el empuje de la predicación hebrea y después cristiana, se pensaba en el futuro, era un futuro metafísico, religioso, colocado más allá y fuera del tiempo histórico y por tanto de los asuntos humanos.

Alrededor del siglo XVII la percepción del tiempo comienza a cambiar. Primero junto a él y luego en un crescendo, sustituyéndose al tranquilo presente, hace su irrupción el dinámico futuro que ya no se entiende no como un más allá metafísico y religioso sino como un más acá concreto, al alcance del hombre, en consideración y en función del cual se debe vivir.

Había sido, como hemos visto, el mercante, con su necesidad de calcular, de previsión, de especulación, de programa, quien introdujo, a caballo entre el Medioevo y el inicio de la edad moderna, el concepto de tiempo conjugado al futuro. Ahora esta manera de entender el tiempo, antes propia de una exigua minoría de operadores económicos, comienza a extenderse a otras categorías sociales. No es casualidad que el principio del péndulo, sobre el que se basa el reloj moderno, haya sido descubierto por Galileo en 1583 y después utilizado, con algunas adaptaciones, por Huygens que en 1657 creó el primer reloj que aplicaba este principio. En el mismo siglo se difunde el reloj de bolsillo. Antes de entonces el uso privado del reloj era desconocido. Estaban solamente los grandes relojes públicos que marcaban las horas en las torres de las catedrales, como los de San Marcos y Westminster, famosísimos.

El descubrimiento del futuro fue una revelación que terminó por desterrar de la mente de los hombres el presente. Y esta nueva dimensión del tiempo lanzó a lo grande el dinero –siempre que no haya sucedido al contrario- pues en su esencia es precisamente futuro. Sin el dinero cualquier cálculo, previsión, proyecto, reserva de tipo económico que vaya más allá del ciclo estacional, es imposible o extremadamente difícil; el dinero traspone el presente en el futuro y provoca una acción retroactiva del futuro sobre el presente.

Otro factor que ha impulsado, por lo menos a nivel conceptual, el dinero y la comprensión de su función y potencialidades, fue la revolución científica que trajo lo que Dijksterhuis ha llamado “la mecanización de la concepción del Universo”. Primero entre las élites filosóficas y científicas, luego bajando por las ramas tambien en consistentes estratos de la población, se empieza a valorar lo existente en términos mecánicos, matemáticos, contables, cunatitativos. Y el dinero, como sabemos, es número y tiene como única cualidad la cantidad. La concepción mecanicista y cuantitativa del Universo es por tanto un humus que lo favorece notablemente. Escribe Werner Sombart: “Solamente la economía monetaria es capaz de crear en el hombre el hábito de la contenplación puramente cuantitativa del mundo”.

viernes, 9 de noviembre de 2012

DINERO (2): Qué es el dinero



[Continuamos la serie dedicada al análisis de la naturaleza del dinero y su papel en la historia humana a traves de los escritos de massimo Fini.]

Massimo Fini 
Del libro "Il denaro, sterco del demonio", Marsilio 1998

Tradicionalmente las funciones del dinero son cuatro: 1) Medida del valor; 2) Intermediario en el intercambio; 3) Medio de pago; 4) Depósito de riqueza.

No hay nada que objetar sobre las primeras tres. Pero quitémonos de la cabeza que el dinero sea riqueza o la represente.

Pedro de Valencia escribió en 1608: “EL mal ha venido por la abundancia de oro, plata y moneda, que ha sido siempre el veneno destructir de las ciudades y las repúblicas. Se piensa que el dinero es lo que asegura la subsistencia y no es así. Las tierras trabajadas de una generación a otra, los rebaños, la pesca, he aquí lo que garantiza la subsistencia de ciudades y repúblicas. Cada uno debería cultivar su porción de tierra y quienes viven de la renta y del dinero son gente inútil y ociosa que come de lo que otros siembran.” […]

En 1929 los americanos que habían invertido en la Bolsa de Nueva York se consideraban riquísimos pero fue suficiente que alguien no creyera ya en el valor de aquellas acciones (que como veremos son dinero a todos los efectos) arrastrando a los demás en una avalancha, para que aquella riqueza se revelase por lo que era: papeles para tirar a la basura. El único uso razonable fue enmarcarla como recuerdo de la locura colectiva. El valor de una vaca, en cambio, no puede ser reducido a cero, obtendré de ella siempre leche o, en caso de necesidad, la convertiré en filetes. […]

En nuestros días [1998] los primeros 385 millonarios del mundo poseen un patrimonio igual a la renta total de países que representan el 45% de la población mundial, y Berlusconi con sus cinco mil millones de dólares según la estimación de Forbes, tiene un patrimonio igual a la renta de todos los habitantes de Níger. Pero si fuese transferido a Níger no sólo el patrimonio de Berlusconi sino el de los otros 384 millonarios ese país, si lo hipotizamos como una mónada cerreda, aislado, no sería por ello mas rico. Se desencadenaría simplemente una formidable inflación. […]

Se comprende quizá mejor el sentido de los ejemplos heterogéneos y un poco descuidados que hemos juntado  si en vez de una suma determinada consideramos el dinero en conjunto. Yo puedo estar ciertamente dispuesto a intercambiar mi vaca con dinero pero no cambiaría nunca todos los bienes del mundo con todo el dinero del mundo. Porque no sabría qué hacer con él. […] Si cojo un individuo aislado y lo privo de todo su dinero, en una sociedad estructurada como la nuestra a economía monetaria muere de hambre, pero si tomo todo el dinero del mundo y lo tiro por la taza del water la humanidad vive igualmente. El dineor no aumenta en nada la riqueza del mundo, porque puede adquirir sólo lo que ya existe, puede transferir el título de propiedad de las cosas. Puede desplazar la riqueza pero no es él mismo riqueza [...] no hace mas que movilizar energías que existen ya ( y sólo si ya existen) y que podrían activarse perfectamente sin él. Como mucho un buen lubrificante.

El hecho de que el dinero tenga esta particular e indudable capacidad de “hacer trabajar” no nos dice por tanto que sea por sí mismo un ariqueza, en el sentido material y común en que generalmente lo entendemos, sino otra cosa: que los hombres, al  menos en su mayoría, creen en el dinero […]

Es necesario distinguir el dinero de la moneda que es su soporte material. El dinero lleva mejor a cabo su función de intermediario en el comercio cuanto menor es el valor del material que sirve como soporte […] alcanza su perfección y su pureza cuanto más se desmaterializa. Porque el dinero en cuanto tal no existe en la naturaleza: es una abstracción. En efecto, de cualquier forma en que se presente (mercancía usada como moneda, oro, monedas metálicas, papel moneda, billetes, acciones, obligaciones, registros en una cuenta corriente, impulsos electrónicos, nota del barista que apunta que le debo un café) el dinero es una promesa […] en cuanto promesa y crédito basado en la confianza el dinero se liga al tiempo, a ese tiempo particular que es el futuro. La confianza en el dinero es confianza en el futuro. El dinero es, a través de la confianza, el puente entre presente y futuro. Y aquí está el núcleo duro de la entera cuestión del dinero. Es este enganche con el futuro lo que da al dinero su fuerza, su devastante capacidad de atracción y de acción. Porque el hombre, sobre todo el hombre moderno, es un ser que hace proyectos, se proyecta a sí mismo en el futuro, cultiva ilusiones.

En virtud de esta relacion con el futuro, de su ser futuro, el dinero deriva su inaferrabilidad, su falta de definición, el carácter escurridizo, la naturaleza metafísica. Porque el futuro es sólo una representación de la mente: es un tiempo inexistente […] y el futuro cuanto más se desplaza para adelante es más inexistente. De aquí la necesidad de deshacerse del dinero lo antes posible. Hay que gastarlo, si no enseguida, antes de que los demás se den cuenta de que no existe […] a la larga, las deudas no se pagan. Si no fuera así cualquier suma modesta, depositada en el banco, en algunos decenios se haría enorme con los intereses compuestos. Muy al contrario, en pocas decenas de años e incñuso mucho antes, esa suma desaparece […] el dinero sufre los insultos del tiempo, se deteriora. Y es otra de sus paradojas. Porque una abstracción es, por definicion, indestructible. El dinero en cambio pierde valor más o menos lentamente a causa de la inflación, que es un fenómeno constante que lo acompaña desde su nacimiento. Pero puesto que el dinero no existe, es un credo, una fe, una ilusión, puede también desaparecer de golpe o en poquísimos días.

Es un hecho que, a la larga, las deudas no se pagan, la promesa no se mantiene. El dinero es por tanto una patata caliente en las manos y hay que liberarse de él antes de que empiece a quemar los dedos. Como la famosa cerilla encendida. La habilidad consiste, como en el juego, en tener la cerilla en la mano hasta el último momento. Por esto los empresarios, los financieros, que son los que mejor han entendido la naturaleza del dinero, lo hacen girar vertiginosamente, cambiando continuamente el uso que hacen de él y manteniendo sólo el mínimo de liquidez que les es indispensable, preparados para deshacerse también de ello. El gran juego del dinero está todo aquí: hacer recaer, en el momento oportuno, su inexistencia sobre los que han sido demasiado crédulos.

Naturalmente se trata de un juego de alto nivel, porque la gran mayoría de las personas está obligada a soportar el dinero y nada más […]

Ha llegado a lo sublime el empresario de nuestro tiempo, que no utiliza ya ni siquiera dinero propio sino el ahorrado por la masa de los ciudadanos. Con lo que el riesgo de la volatilidad del dinero se pasa a otros a priori. El ahorro sirve a quien gasta, no a quien ahorra. Los más grandes deudores son los empresarios. Porque saben que el dinero no existe. Es una idea en la cabeza.

[…]

Como hemos indicado el dineor e simperosnal, indeterminado, privado de forma, de carácter, de particularidad y justamente esta indiferencia lo vuelve intercambiable con cualquier otro objeto […] en resumen es un ser sin cualidades. Excepto una. Su cualidad es la cantidad. Es un saco vacío pero la dimensión del saco es decisiva […] A decir verdad el dinero tiene otra cualidad además de la cantidad. Y desciende de su indeterminación, impersonalidad, falta de carácter y de individualidad, esto es justamente de su falta de cualidades: es la ductilidad. El dinero se presta a cualquier finalidad. Porque es un puro medio que no tiene en sí un fin puede ser usado para cualquier fin […] El dinero abre un proceso al infinito. Si yo pago una deuda con un bien en natura la cosa termina ahí. Si pago con dinero se cierra un credito pero se abre inmediatamente otro.

[…]

El proceso ad infinitum del dinero tiene la necesidad, exactamente como un esquema piramidal, de parecer abierto en todas las direcciones y de llegar al mayor númeor posible de personas, posiblemente lejanas entre sí, de manera que su esencial circularidad, su carácter ilusorio, su íntima inconsistencia, su demencia automultiplicativa, no sean perceptibles. Naturalmente este movimiento, el pasar de una mano a otra de la ilusión, no puede resistir al infinito; antes o después por mucho que se demore, el dinero termina por recaer sobre sí mismo, para revelar que está garantizado sólo por sí mismo, es decir por la nada.

[…]

El mecanismo que ha creado la actividad financiera es el mismo, absolutamente el misno, que ha creado el dinero. La finanza simplemente lo lleva a sus lógicas y extremas consecuencias. Si el dinero es una promesa, una apuesta sobre el futuro, un acto de fe, una ilusión, no hay ninguna razón por la que no se deba prometer una promesa, apostar sobre una apuesta, comprar con la confianza más confianza, caer en una ilusión sobre otra ilusión, en resumen multiplicar el espejismo todo lo posible y hasta que sea posible. Si algo no existe, si es sólo un aproyección de nuestra mente, no es que exista más o menos si lo multiplicamos. El resultado es siempre cero […] Lo decisivo es que los hombres crean en ello, en esta promesa, en este crédito, en este signo, en este símbolo, en esta ilusión, en esta nada.

Es inútil por tanto poner en discusión el interés o la actividad financiera si no se pone en discusión el dinero. En el principio básico del dinero, desde que hizo su primera aparición sobre la Tierra, está contenido el germen, irremediablemente, de todo lo que vino después. Todo empezó allí. Es una marcha comenzada hace miles de años, lenta al principio, combatida y frenada, que ha conocido paradas, retrocesos, períodos de sueño. Durante muchos siglos, durante el Medioevo, el dinero desapareció. Pero, como la Bomba Atómica, una vez creado ya no podía ser desinventado. Reapareció, como una profecía, hacie el año mil. Desde entonces su marcha se ha vuelto una expedición triunfal y como un inmenso río, que avanzando crece más y más, ha terminado por arrollar todo, hombres y cosas.

viernes, 2 de noviembre de 2012

DINERO (1): EL Estiércol del demonio



[Comienzo con esta entrada un pequeño ciclo de Massimo Fini dedicado al dinero, con extractos de su obra "El Dinero, el Estiércol del demonio". El primer texto es un resumen del primer capítulo y los demás darán una idea de su línea de razinamiento y su punto de vista, que podemos anticipar no considera el dominio del dinero como expresión de un gobierno mundial, escondido o menos, sino como el resultado de un mecanismo creado por el hombre y que ha escapado a su control.]


Massimo Fini 
Del libro "Il denaro, sterco del demonio", Marsilio 1998

En los años cincuenta o en los primeros años sesenta, para los muchachos que éramos el dinero tenía poquísima importancia. Ya fuéramos hijos de burgueses o de proletarios llevábamos todos, más o menos, la misma vida, nos vestíamos de la misma manera, haciamos las mismas cosas. En los ambientes limitados en que vivíamos, el colegio, las calles del barrio y, en verano, los baños, era muy difícil apreciar las diferencias porque, aunque las había, no se veían.

A veces, raramente, había algún “hijo de papá” que exhibía algo de lujo pero en vez de ser admirado y adulado era despreciado como individuo tendencialmente poco viril. Un petimetre. Lo que contaba entre nosotros era quién jugaba mejor al fútbol, tenía puntería con la cerbatana o, unos años después, salía con las chicas más guapas.

También entre los adultos ostentar la riqueza era considerado reprobable […] En cualquier caso aún estaba ampliamente difundida la ética de la “pobreza con dignidad”: el pobre no estaba considerado un desecho, un paria, un despojo de la sociedad. No se dudaba de que se podía ser pobres y felices. Existían otros valores que no estaban ligados a la fuerza del dinero.

En el transcurso de los años, en pocos decenios, he visto esta cultura completamente barrida y el dinero convertirse en el único valor realmente compartido. La cosa obviamente no es específica de la sociedad italiana (nosotros incluso hemos tomado este camino más tarde que los demás) sino que afecta a todos los países industrializados y también ya, en la globalización y la interdependencia de las economías, a los no industrializados. Hoy en día todo, o casi, es dinero, todo depende del dinero, todo va a parar al dinero. El dinero, con su extraordinaria fluidez, se introduce en cada recodo de nuestra existencia. Y cuanto más se desmaterializa y se hace casi invisible más esta presente, determina los estilos de vida, se convierte en el fin primario. No es posible ignorarlo.

[…]

Una cosa es cierta: con el dinero ha sucedido como con todo lo demás. De ser una útil herramienta ha pasado a ser un fin, el siervo se ha convertido en el amo, creemos que lo manejamos y en cambio nos manipula, creemos usarlo y él es el que nos usa, creemos moverlo y en cambio nos hace movernos a nosotros, es más nos hace trotar, creemos poseerlo y él es el que nos posee. Además, considerado globalmente, el dinero ha alcanzado un volumen tan estratosférico y lo hemos cargado de tantas expectativas que, antes o después, inflado hasta dimensiones oníricas, implosionará con consecuencias devastantes.

Es la historia de la relación entre el hombre y la Tecnologia (o si se prefiere entre hombre y Cultura) donde terminamos infaliblemente siendo subyugados por los mecanismos que hemos creado, arañas prisioneras de su propia tela.

Y el dinero es quizas el más refinado instrumento de la técnica porque es puramente conceptual […] el dinero, que hay que distinguir de la moneda en la cual se encarna, como el Espíritu en la hostia consagrada, aunque juntos formen un único cuerpo mistico, es un concepto, una idea, una logica, una abstracción, que sin embargo, como cada uno de nosotros experimenta en la práctica cotidianamente, es inequivocamente algo muy concreto. Alfred Sohn Rethel con un eficaz oxímoro, lo ha definido “una abstracción real”.

Y es esta doble naturaleza lo que hace que el dinero sea ambivalente, ambiguo, escurridizo, enigmático, indefinible, inaferrable […] Esencialmente humano (quizá demasiaod humano, diría Nietzsche) el dinero es también suprahumano o ultrahumano porque, estando fuera de la materia, tiene una realidad metafísica. No es casualidad que en todos los libros que se ocupan del dinero en un sentido no estrictamente económico sean frecuentes los paralelismos con lo divino o lo diabólico. Dice Martín Lutero: “El dinero es la palabra del diablo, por medio de la cual crea todo en el mundo, exactamente como Dios crea a través de la palabra de la Verdad”. A los teólogos, cristianos y musulmanes, sobre todo medievales, les ha siempre impresionado la capacidad de posesión del dinero y de las devastaciones que puede provocar en el animo humano. Más laicamente los marxistas ortodoxos lo han condenado porque sería “el instrumento para apropiarse del trabajo de los demás”. Los psicoanalistas lo relacionan con el estiércol por el placer que se experimenta sea expulsándolo que reteniéndolo.

Pero si es estiércol es un estiércol muy especial, transcendente y metafísico: es, por citar otra vez a Lutero, el estiércol del demonio.

viernes, 26 de octubre de 2012

LA CRISIS DE LAS DEMOCRACIAS



[Se publica esta semana un artículo reciente de Massimo Fini que vuelve sobre el tema de la democracia, que abordó en su libro "Suddidi. Manifesto contro la democrazia" del cual publicamos un ciclo en este blog. Tema muy actual especialmente en nuestro país, donde estamos viendo día a día la crisis del sistema democrático y precisamente en los términos analizados por el Autor en su libro]

Massimo Fini
Il Gazzettino, 12 ottobre 2012

Todas las clases dirigentes de Occidente están, quien más y quien menos, en crisis. Normalmente esto se achaca a la actual mediocridad de las clases dirigentes (de lo cual Italia, desde siempre país piloto, para bien y para mal, ofrece aspectos grotescos e instructivos). Nadie osa decir que en crisis está la Democracia en cuanto tal, como sistema de poder, más allá de quien la interpreta.

Tras la caída del mundo feudal la doctrina liberaldemocrática nace en la mente de algunos pensadores (Stuart Mill, Locke, Alexis De Tocqueville) que querían valorizar méritos, capacidades, potencialidades del individuo, finalmente liberado de las rígidas divisiones de casta (nobles, eclesiásticos, Tercer Estado).

Lo hechos mestran que, históricamente, la democracia ha conseguido lo contrario, se ha revelado un sistema de oligarquías, políticas y económicas, de aristocracias enmascaradas, de lobbies que aplastan al individuo que no se adapta a esta humillantes servidumbres. Este vulnus, ineliminable y definitivo, de la democracia había sido ya bien identificado por la llamada “escuela elitista” italiana de primeros del ‘900 (marcada como “de derechas” quién sabe por qué: Vilfredo Pareto, Gaetano Mosca, Roberto Michels eran simplemente puros estudiosos que, como tales, observaban los fenómenos sociales por lo que son). Escribe Gaetano Mosca en “La Clase Política”: “Cien que actúen siempre de acuerdo y en entendimiento unos con otros triunfarán siempre sobre mil tomados uno a uno que no hayan alcanzado un acuerdo entre ellos”. Con lo cual se dice adiós no sólo al mito anglosajón del “one man, one vote” sino también al principio de meritocracia, sobre el que prevalece la fidelización feudal. Se crean así clases dirigentes de mediocres que, para mantenerse, se rodean de sujetos aún más modestos que, llegados a ser clase dirigente, seguirán la misma conducta, en un proceso que parece sin fondo.

No es casualidad que las democracias hayan dado lo mejor de sí mismas cuando se han transformado, más o menos veladamente, en autocracias (el Roosevelt del New Deal, gran admirador de Mussolini, Churchill y Eisenhower en la segunda guerra mundial). Como no es casualidad que las democracias no sean capaces de combatir la mafia. Siendo un aglomerado de mafias deben llegar a un acuerdo con las que son, por así decir, oficiales (sólo el fascismo, que no era una democracia, combatió seriamente la mafia siciliana, porque un poder fuerte no soporta otros en su propio territorio).

Por lo demás la cuestión de la democracia es una de segundo grado. La democracia es un sistema de reglas y de procedimientos, no un valor en sí. Es un saco vacío que hay que llenar de contenidos. En dos siglos y medio se ha llenado solamente de valores cuantitativos y materialistas y la democracia se ha convertido simplemente en el envoltorio legitimante de un modelo de desarrollo económico “paranoico” porque se basa en el crecimiento infinito que existe sólo en matemáticas y no en la naturaleza. Tras una vertiginosa cabalgada, que precisamente contenía el principio del fin en su velocidad, este modelo ha llegado inevitablemente al propio límite porque ya no puede crecer más. Yo lo veo como un potentísimo automóvil que ha llegado ante un muro infranqueable. Pero el conductor, en vez de tomar nota de la realidad, se obstina en apretar el acelerador. Antes o después el motor se quema.

Saliendo de la metáfora colapsará, y de golpe, el mundo del dinero, de la finanza, de la industria, de la producción y del consumo llevándose tras de sí el frágil velo que lo cubre llamado democracia. Por muchas infantiles ilusiones que nos hagamos (Fukuyama) tampoco la democracia, como cualquier otra construcción humana, está destinada a durar eternamente. Frente a sistemas de poder que duraron milenios, ya hoy da signos de cedimiento, después de sólo dos siglos de vida.

sábado, 20 de octubre de 2012

¿JOMEINISMO SALUTISTA? NO GRACIAS



[La entrada de hoy se ocupa de la campaña de persecución contra los fumadores en acto que ha llegado ya a ser un integralismo salutista como denuncia en su artículo Massimo Fini]

Massimo Fini 
Publicado en "Il Fatto Quotidiano" 03-09-2012
 

En el jomeinismo salutista que tiene como objetivo el tabaco y los fumadores hay algo grotesco. Es como si alguien a quien se le está quemando la casa se preocupase de la perrera. Salimos a la calle y respiramos contaminación a espuertas: humos industriales, gases de escape, partículas en suspensión, lluvias ácidas.

Pero ni siquiera en casa nuestros pulmones están a salvo. Hace treinta años descendí en las cloacas de Milán para un servicio sobre desechos. Además de un inocente olor a mierda llegaban de vez en cuando hedores químicos. Pregunté al técnico que me acompañaba a qué eran debidos. “A los detergentes, sobre todo” respondió. Después de media hora dando vueltas por las galerías, espléndida construcción decimonónica en ladrillos rojos, hice notar al técnico que no habíamos visto ni siquiera un ratón. “Desaparecieron hace una decena de años. No soportaban los desechos químicos y se han ido. Se han refugiado en las zanjas o en los canales”. Hasta las ratas detestan las cloacas, en Milán. Pero el problema por lo visto es el humo del tabaco.

La cuestión, como es archisabido, se divide en dos: humo activo y humo pasivo. Se confrontan dos derechos de libertad: la del fumador y el de la salud de un tercer sujeto que no debe ser puesta en peligro por la actividad del primero. Que entre los dos debe prevalecer el primero hoy está aceptado y nadie lo discute, yo menos que nadie, aunque mi generación haya pasado la vida en locales llenos de humo, en restaurantes y cines llenos de humo.

En la posguerra fumábamos todos, hombres y mujeres. Quien había sobrevivido a las bombas angloamericanas y a las represalias alemanas no se preocupaba desde luego por un cigarrillo. Y lo que hoy está bajo ataque es precisamente el humo activo. En Estados Unidos bastantes empresas, antes de contratar a un dependiente, le someten a un examen médico para ver si es fumador. Si lo es lo descartan. Esto es inaceptable porque lesiona un principio elemental de libertad: el de hacer lo que a mí me da la gana en la medida en que no perjudico a los demás. Que yo no deba fumar en la oficina apestando a los colegas está claro, pero nadie tiene el derecho de meter las narices en lo que hago en mi casa. Entre mis derechos inalienables está el de arruinarme la salud si así me apetece.

Esta obsesión por el humo del tabaco deriva de una obsesión más general, la de la prevención, que tiene que ver a su vez con el mito de la longitud de la vida. Mi madre ha fumado hasta los 86 años. En los últimos tiempos estuvo en un asilo. Los médicos querían prohibirle el tabaco. Les dijo: “Esta mujer no tiene ya nada de la vida, ¿Queréis prohibirle tambien el último placer para que gane algún mes más de sufrimiento?”. Así que yo le llevaba a escondidas un paquete de cigarrillos nacionales. Cuando dejó de fumar comprendí que había llegado el fin. Murió como todos morimos. Pero no de cáncer de pulmón. De vejez.

En nombre del mito de la longitud de la vida nos impedimos vivir, desde jóvenes. No se puede ya fumar, no se puede beber, no se puede engordar, hace falta estar a dieta, hacer media docena de controles clínicos al año.

Es una ilusión, muy moderna, la de poder controlar todo. Pero en realidad, no podemos controlar nada. El médico francés Bensaid narra en el libro “las ilusiones de la medicina”, la historia de un paciente suyo, M.L., gordito, alegre, jovial como a menudo son los gordos, con tendencia a una leve hipertensión que no le había preocupado nunca. Pero un día lee en un artículo de Le Monde los riesgos que lo acechan. Corre a ver a Bensaid y éste le comenta que se trata sólo de posibilidades. M.L. insiste y el médico le receta las medicinas apropiadas y le aconseja el estilo de vida adecuado. Pero Bensaid descubre que su paciente se entristece, se vuelve melancólico.

Para terminar brevemente: M.L. morirá tres años después por un melanoma fulminante. Y Bensaid observa: “Le había envenenado inútilmente los últimos años. Lo había vuelto infeliz para impedir que enfermara. O mejor dicho para prevenir, en la mejor de las hipótesis, patologías del todo hipotéticas”. Esto lo digo también para el profesor Veronesi [Nota: famoso oncólogo italiano]cuando afirma que se han realizado extraordinarios progresos en la cura del cáncer.

No, solamente se han anticipado las diagnosis, estropeándoles así una decena de años de vida a hombres y mujeres que, en el momento de la diagnosis, estaban aún, a todos los efectos, sanos.

Si quisiéramos llevar de verdad una vida sana deberíamos producir menos, consumir menos, trabajar menos. Pero esto es tabú. Tenemos el mito del crecimeinto, y tambien el cáncer es crecimiento, de células enloquecidas. Como dentro de este mito hemos enloquecido nosotros. Prohibido fumar.

viernes, 5 de octubre de 2012

USURA Y ALREDEDORES


[Este texto de Piero Sella fue publicado en el número 72 de la revista italiana L'Uomo Libero en Diciembre de 2011. No es una traducción integral pero contiene la mayor parte del escrito.]


“Los males desesperados, o son incurables, o se alivian con desesperados remedios”
William Shakespeare, Hamlet, Acto IV, escena IV

Que el desbordamiento sin confines y sin reglas de la gran finanza esté en la raíz del actual desbarajuste económico es ya evidente.

Es igualmente indiscutible que los daños más graves los está sufriendo Europa.

Las naciones del Viejo Continente, que hace cincuenta años se habían movilizado para realizar un Estado federal, han visto este ambicioso proyecto político empantanarse y luego evaporarse. De ello no ha quedado más que el euro –una moneda que no tiene a sus espaldas un Estado que la defienda- y un Banco Central que se ocupa de la emisión y la circulación en un territorio que carece de leyes comunes.

A este banco los distintos Estados le han concedido una autonomía absoluta.

La gestión de la economía ha pasado así de los Estados, no a una autoridad política supranacional por ellos nominada, sino a un ente financiero que no responde ante ninguna autoridad. ¿Necio error o culpable traición de los intereses europeos? El resultado es igualmente desastroso: los Estados hoy ya no tienen voz en el asunto, ni sobre las decisiones del banco ni sobre la elección de sus dirigentes.

¿Pero entonces ante quién responde este Banco Central Europeo? ¿Quién nombra a sus vértices? Se inserta perfectamente en el organigrama de aquella burocracia bancaria atlántica que es parte de la estrategia de los centros económicos y financieros del capital hebreo. Como las otras siglas relacionadas –Banco de Pagos Internacionales, Fondo Monetario Internacional, Banca Mundial, Reserva Federal- que realizan funciones públicas y por tanto son consideradas por la mayoría de las personas instituciones estatales, aun siendo en realidad sociedades privadas, también la BCE ve su núcleo dirigente formarse a través de una cooptación que, sin vínculos de nacionalidad, lleva al vértice a los más fiables entre la gente del oficio.

El hecho es que los gobiernos europeos, atrapados en la tela de araña tejida por la plutocracia mundialista, se han quedado fuera de la sala de control. Dejados al margen de las decisiones de mayor importancia, a los politicos de los ex-Estados soberanos hoy en día se les delega únicamente la administracion corriente, condicionada de todos modos por las directivas que, amenazantes e ineludibles, llueven continuamente desde arriba.

Esta humillante servidumbre de los pueblos de Europa, bajo la potestad de la gran finanza, ha sido ben fotografiada –por desgracia sólo en privado- por Berlusconi cuando en una conversación interceptada, se desahoga: “la gente no cuenta una m… los parlamentos no cuentan una m…”.

Establecido que las cosas no están para nada como la democracia pretende, nos parece necesario comprender quiénes son los que cuentan, quién, en definitiva, tiene en mano el poder. En la sociedad actual, donde la medida de todas las cosas, el único valor reconocido por todos es la riqueza, el poder no puede pertenecer más que a aquella oligarquía que se ha asegurado el “señoreaje”, es decir la exclusiva de imprimir y ceder a la colectividad el dinero, en las cantidades, con el coste y con las condiciones no acordadas con los usuarios del servicio, sino dependientes únicamente de su capricho.

Este es el punto de partida para el nacimiento y la prosperidad de una finanza internacional parasitaria, hoy tan sólida que no tiene dificultades para imponer, con una cadena muy corta, la propia ley a los países y las economías sujetas a su servidumbre. Para chantajear y estrangular a la menor señal de amotinamiento. [...]

La lucha entre economía y política es desigual: los soviéticos mandaban los tanques, hoy en día las armas del golpe de Estado son otras y más decisivas. La que usan los señores de la usura es el préstamo. La deuda, en cuanto fuente de ganancias, pero sobre todo de control político, hay que mantenerla a cualquier precio. El cliente, el deudor, no debe estar en condiciones de poderla extinguir. Las naciones y los particulares endeudados son un capital que hay que mantener en vida y cuidar con la misma dedicación que el pastor tiene con su rebaño. Para mantenerles indefinidamente atrapados en la red, no hay mejor cosa que impedir a la política aquellas reformas que pueden disturbar el status quo de la deuda. Se fomentan en cambio maniobras de corto alcance que producen deflación, desempleo, y en general efectos recesivos. Con el estancamiento productivo el círculo se cierra. Los deudores no pueden respirar y tienen necesidad de nuevos préstamos.

El plutócrata sin embargo no se conforma con vivir esperando pasivamente el fruto de la usura. Puesto que capital e intereses, por la misma naturaleza del préstamo, no son exigibles inmediatamente, y la experiencia enseña que existe el riesgo de que se esfumen, los créditos rapidamente se titulizan y comercializan, es decir se fraccionan y se venden al detalle. Los bancos, a los cuales los políticos europeos permiten moverse sin trabas, en régimen de deregulation prácticamente completa, consiguen colocar a sus clientes cualquier producto titulizado preparado por los gestores del riesgo financiero. Clientes ya desplumados en varias ocasiones, y predestinados, en la visión de la plurisecular creatividad financiera judaica, al papel de últimos depositarios de la cerilla encendida. Entra en caja así más dinero, que la especulación emplea para atacar en los mercados, someter y esclavizar presas cada vez más grandes.

Pero cuando, por la codicia de los usureros –los bancos de inversión USA, ricos con los miles de millones de dólares impresos para ellos por la FED- la burbuja de la deuda se infla sin medida, los bancos tienen dificultades para transferir el riesgo. El spread (el diferencial de interés entre las obligaciones menos sólidas y las más fuertes, hoy los bund alemanes) y el euribor (el tipo que regula los préstamos interbancarios) se disparan.

El deudor, público o privado, que al principio había sido engolosinado con intereses mínimos, para obtener la renovación o más financiación, debe pagar más. Pero pagar más para financiarse no le evita ulteriores problemas. Ya está, aunque esté respetando sus compromisos, en el punto de mira de la especulación, la cual es libre de jugar en las bolsas incluso sobre el temor, por ella misma dosificado, de que se llegue al default. De ello resultan sacudidas en las cotizaciones de los títulos, bajistas si se difunden voces preocupadas, alcistas si se hacen declaraciones tranquilizantes, optimistas. El beneficio en ambos casos termina en el bolsillo de quienes han puesto a punto el invento y por tanto pueden sacar partido de él.

Cuando el virus del default infecta el mercado, los títulos de los países agredidos por la especulación valen cada vez menos. Si los bancos tienen demasiados, sus cuentas no cuadran y, puesto que la capacidad de prestar está ligada, aunque sea en pequeña parte, al capital poseído, se vuelve difícil seguir financiando a las empresas. Cuando éstas están en dificultades, para los institutos de crédito es real el riesgo de no ver restituido ese dinero que habían prestado sin tenerlo.

Las acrobacias especulativas de la finanza virtual así recaen finalmente sobre la economía real.

¿Es posible poner remedio a esta situacion? ¿Intervenir dictando reglas que defiendan la economía nacional y europea contra la especulación? ¿Es posible tomar decisiones que interrumpan el crecimiento de la deuda y de los relativos intereses?

Es posible pero el cambio no puede verificarse dentro del cuadro actual. Europa y sus estados no tienen en sus manos las palancas de la economía, ni las de los institutos financieros, los cuales como se ha dicho operan en absoluta autonomía.

Para cambiar las cosas, la condición ineludible es que los Bancos Centrales, y con ellos toda la estructura del crédito y las aseguradoras, sean nacionalizadas. El BCE pertenecerá entonces al pueblo europeo, Bankitalia al pueblo italiano. El dinero impreso y puesto en circulación no estará gravado por ninguna tasa, por ningún señoreaje privado. Las directrices operativas de la BCE no serán dictadas por la finanza atlántica, sino por el gobierno federal europeo elegido por el pueblo.

Con la nacionalización del credito deberá ser prohibida –en todo o en parte- la cesión a los inversores extranjeros de los títulos de la deuda pública. Será una cuestion de contabilidad interna, vedada a la especulación de cualquiera.

[…]

Está claro que la política, como es hoy, no tiene ni la voluntad ni la fuerza para imponer reformas así. Es igualmente ilusorio que el mundo bancario acepte autoreformarse. Ama el status quo porque ha constatado que la economía real es ya poca cosa respecto a los negocios virtuales. No sufre viendo que, con el desbocarse de la piratería financiera, la producción y el trabajo pasan en segundo plano. Los bancos estan más interesados en explotar la rentabilidad que deriva de la enorme masa de dinero que cada día se mueve exenta de impuestos a la velocidad de la luz.

También intervenir en la deuda sería posible, y se podría hacerlo sin nuevos impuestos, pero nos pondría en conflicto con las estructuras político-militares y con los tabúes culturales impuestos a Europa por la plutocracia atlántica.

Los gobiernos –sean de izquierdas, de derechas o técnicos- en vez de hacer regresar a los miles de militares que están en el extranjero, donde al servicio de la OTAN provocan graves daños a Europa, deben resignarse a hacer caja con las pensiones y las propiedades inmobiliarias. En vez de impulsar el trabajo para nuestros parados, poniendo fin a una enorme evasión fiscal, se ven abocados a favorecer la inmigración y malgastar miles de millones en mantener inmigrantes clandestinos, refugiados y gitanos. Por no hablar de las decenas de miles de extracomunitarios que atascan los tribunales y atestan las cárceles.

La cúpula plutocrática, en conclusión, nos perjudica y nos impide reaccionar. Y el único signo de vida que da ante la crisis es mostrarse preocupada por la suerte de sus compañeros de meriendas, los bancos, a los cuales por tanto decide refinanciar.

¿Cómo se realiza esta operación? Imprimiendo, con poco gasto y ningún control externo, la cantidad de billetes considerada oportuna. Esta producción de dinero de la nada, crípticamente indicada a los ignaros súbditos como “emision ilimitada de liquidez”, es considerada por los economistas y la prensa especializada como un taumatúrgico remedio. Sacan tajada, en realidad, sólo el Banco Central que con los nuevos billetes se ha procurado nuevo trabajo y nuevos beneficios, y los bancos rescatados. Es un negocio entre bancos. Los privados, pero también los Estados que, increíblemente, no tienen ya un banco suyo, están obligados a recurrir al mercado.

[…]

La gran finanza parece por tanto, en este momento, controlar todos los instrumentos para seguir jugando, de burbuja en burbuja y sin límites de tiempo, sobre la piel de las naciones.

La absurda renuncia de los Estados europeos a la soberanía económica y monetaria no puede ser considerada como un fenómeno aislado y carente de repercusiones. Al contrario constituye la base desde la cual los poderes fuertes han podido extender su dominio sobre la entera categoría política y, por extensión, sobre todos los aspectos de la convivencia social.

Ante tal cuadro la democracia es sólo una lúgubre sábana extendida por la plutocracia para sofocar en todo Occidente la libertad de los pueblos y para insidiarla con presuntuosa arrogancia en cada rincón de la Tierra.

El desbordamiento de la gran finanza y su brazo armado, el aparato militar de la OTAN, es en efecto descarado y sin límites. El pretexto para la intervención se encuentra siempre: contra la víctima el lobo puede invocar, según las ocasiones, el terrorismo, el peligro de las armas de destrucción masiva, el imperativo de llevar la democracia a los menos afortunados, la obligación moral de proteger a los civiles.

[…]

Las agresiones de la OTAN son regularmente apoyadas por las agencias de noticias y los medios, los cuales sin embargo no se ocupan nunca de las matanzas de civiles perpetradas por los invasores atlánticos y minimizan las torturas, los secuestros y las detenciones ilegales que se consuman cada día en EEUU, en sus colonias, en los países ocupados o en los que tienen bases militares.

En este panorama de desinformación, merece de una atención específica el hecho de que sean presentados como relacionados con la llamada “primavera árabe” los eventos de Libia. El país, que nada tenía en común con sus vecinos, ha sido en realidad primero corrompido y desestabilizado por los servicios franco-británicos, después doblegado con bombardeos terroristas que han destruido toda la infraestructura militar y civil. […]

Sobre los corresponsales de guerra europeos, se han ganado el sueldo propinando a la opinión pública toda la basura mediática amontonada por la cúpula atlántico-sionista. Un esfuerzo profesional que, en la televisión, no ha narrado nunca coherentemente el texto con las imágenes en la pantalla y que, tampoco en la prensa, ha conseguido cubrir la vergonzosa intervención de los cruzados occidentales con cuentos de atrocidades nunca sucedidas, de fosas comunes, de violaciones en masa. Quien estaba de parte de los libios apoyados por los occidentales y se había aventurado a describir un Gadafi en fuga, con camiones llenos de lingotes de oro y cajas de joyas, ha sido puesto en evidencia por la muerte del Rais, con las armas en la mano, sobre la arena de su país.

[…]

Europa está por tanto inmobilizada por el aparato financiero mundialista del cual representa sólo un apéndice colonial. Su política exterior está en manos de la OTAN que, tras la caída del comunismo, ha pasado –sin interpelar a las naciones de la Alianza- a enfrentarse con los enemigos de Israel. Sus instituciones políticas y las estructuras económicas y productivas se tienen que doblegar ante la presión de potencias y lobbies extranjeras.

Por esta razón, en la crisis actual, nada podrá ser ajustado con esas intervenciones marginales que, regularmente, se presentan públicamente como determinantes por mayorías parlamentarias, oposición, gobiernos técnicos. Para ser más claros, cambiar los ministros, modificar el sistema electoral, cancelar o no provincias, variar la edad de jubilación, intervenir sobre interceptaciones [y garantías judiciales en general], privatizar, no puede resolver nada.

El pesimismo no puede ser mitigado cuando vemos los países en crisis pasar directamente y sin sobresaltos en las manos de los procónsules del gran capital. Hombres todos ellos criados en las estructuras financieras internacionales y ya fogueados en los bancos de inversión mundiales y en el Banco Central Europeo.

Esta capitulación de la política, que tiene lugar de espaldas a una población atemorizada y que no está en condiciones de comprender, tiene el gusto de la burla porque es precisamente en el mundo de la finanza, en sus hombres, en sus títulos tóxicos, donde ha tenido origen la crisis.

Haber confiado a banqueros las riendas de la cosa pública, en Grecia e Italia, demuestra la incapacidad de la Europa democrática para reaccionar. En vez de habérseles obligado a poner orden en su casa, en sus bancos, a los hombres de la catástrofe se les ha llamado para que metan las manos en nuestros bolsillos. Detrás de una democracia dispuesta a sacrificar a su pueblo ya es evidente el poder de la usura internacional, un poder cuyo fin es la predación y en el cual el rechazo de toda socialidad no es casual ni momentáneo, sino fisiológico e irreversible.

Tenía por tanto razón el gran Shakespeare. Para darle la vuelta a una prognosis infausta,  los remedios deben ser extremos, esto es han de desembocar en situaciones que no tememos definir como revolucionarias.

Piero Sella

domingo, 30 de septiembre de 2012

NO HAY VUELTA ATRAS (Fini)



[Volvemos a Massimo Fini y su crítica del mundo moderno con un texto que es la parte final de su "Manifiesto contra la Democracia"  y al que he dado el mismo título que el texto de sergio Gozzoli de hace dos semanas, porque trata el mismo problema pero con un punto de vista casi contrario, si bien ambos se oponen radicalmente a la obtusa ideología del progreso.] 
 
El hombre es Natura y Cultura. Es su signo, lo que le distingue de los demás seres vivientes. Pero la Cultura, la parte artificial y fabricada, ha tomado dimensiones enormes, tanto que comprime y aplasta la Natura, nuestra parte instintual. Y es exactamente esto lo que nos hace vivir mal, lo que nos hace sufrir –más aún a nosotros que habitamos la parte materialmente opulenta, y por tanto la más alterada, del mundo- porque ha roto nuestros equilibrios internos. El hombre moderno es una araña prisionera de la tela que él mismo ha tejido. Se trata de recuperar un equilibrio y una armonía entre Natura y Cultura, entre los dos polos de nuestro ser hombres. Lo que no significa limitar nuestro pensamiento sino sus realizaciones.

Los Griegos poseían una teoría de la mecánica con la cual habrían podido construir máquinas muy parecidas a las nuestras, pero renunciaron a ello porque intuían que es peligroso ir a manipular y replicar la naturaleza. No se trata del problema del ambientalismo, como se entiende normalmente, de la relación del hombre con la naturaleza, que ya todos perciben porque se ha vuelto evidente –naturalmente existe también este problema- sino de una ecología más sutil, que tiene que ver con la relación del hombre consigo mismo, su interioridad, sus núcleos constitutivos; un aspecto que escapa a quien ve el lado más superficial de la cuestión y piensa remediar los daños de la tecnología con una tecnología aún más sofisticada. Algo que en vez de resolver el problema de la desproporción entre Natura y Cultura lo enfatiza. Además remediar la tecnología con más tecnología tiene la misma lógica de cubrir una deuda con otra deuda, hasta que el pastel se descubre y se llega al colapso. Y tal es la lógica sobre la que el tren está corriendo. Una continua apuesta sobre el futuro que antes o después nos caerá encima, o nos embestirá desde atrás en el movimiento circular de la velocidad, como dramático presente.

El retorno a la tierra no hay que entenderlo simplemente como cambio radical en las directrices de la producción: más agricultura y menos industria, más alimentos autoproducidos para todos y menos estupideces tecnológicas, sino como recuperación no sólo simbólica de energías vitales. Venimos de la tierra y a la tierra volvemos. Somos sus hijos. El contacto con la tierra nos regenera psicológicamente y físicamente. Entre los mitos griegos, que no son nunca casuales y representan la síntesis alegórica de la sabiduría antigua, está el de Anteo, un gigante hijo de Gea, la Madre Tierra. Aunque es hijo de diosa Anteo es un hombre, un mortal. Es desafiado por Hércules, ocupado en sus proverbiales doce trabajos. No es casualidad que Hércules sea el antagonista de Anteo. En efecto es él quien ha liberado Prometeo del castigo que le había sido impuesto por Zeus por haber robado el fuego a los dioses, para dárselo a los hombres. El enfrentamiento entre Hércules y Anteo puede ser también entendido, a través de Prometeo, como enfrentamiento entre Tecnología y Natura. A Hércules le costará mucho trabajo vencer a Anteo, porque cada vez que lo derriba el hijo de Gea recupera las fuerzas. Resolverá la cuestión levantándolo y separándolo de la tierra, teniéndolo en vilo para triturarlo con sus brazos poderosos.

Sin raíces en la tierra, alejados de la naturaleza, debilitados en los instintos, prisioneros de la Tecnología, es decir de nosotros mismos, somos como Anteo entre los brazos de Hércules que nos machacan; la asfixia nos sofoca, la sangre fluye cada vez más lentamente hacia el cerebro, la mente se embota y las ideas las tenemos tan confundidas que espontáneamente, dócilmente, introducimos la cabeza en las fauces del monstruo que nos está devorando.

[…]

Existe, desde hace algunos decenios, un fenómeno centrífugo, antitético a la tendencia dominante de la globalización: el así llamado “redescubrimiento de las pequeñas patrias”, detrás del cual está el fracaso de la utopía iluminista y abstracta, típicamente globalista, del hombre como “ciudadano del mundo” y el reconocimiento de que tenemos necesidad de puntos de referencia, raíces, identidad.

Recorre transversalmente el entero planeta, va desde el redescubrimeinto del orgullo de los pieles rojas, al separatismo de Quebec y Terranova, a la división entre Bohemia y Eslovaquia, a Transilvania, Gales, Provenza, Saboya, pasando por la fragmentación de la misma Unión Soviética y Yugoslavia, a los tradicionales independentismos europeos, irlandés, vasco y corso, y la Liga en Italia. Es un movimiento telúrico que, mezclando independentismos, nacionalismos, etnicismos de vario origen y naturaleza, no tiene una ideología común y autoconsciente […] es evidente que en todo localismo, que es ya por sí mismo un antiglobalismo, hay una tendencia implícita anti-industrialista y antimodernista. Porque si localismo significa “tener puntos de referencia comprensibles en un espacio limitado” para recuperar una identidad perdida o en peligro por los procesos de homologación, no tiene ningún sentido, como no sea folklórico, si luego estamos todos bautizados en un mar de Coca-Cola, usamos todos los mismos productos, vestimos igual, masticamos la misma cultura, usamos la misma lengua, las mismas costumbres, obedecemos a las mismas leyes, nos damos las mismas instituciones, o más bien una sola: la Democracia.

[…]

El crecimiento exponencial, sobre el que se basa el modelo actual, que tiene necesidad de expandirse constantemente, geográficamente y económicamente, so pena de implosión, existe sólo en matemáticas, no en la naturaleza. Además el colapso del marxismo preludia al del capitalismo. Durante dos siglos liberalismo y marxismo, hijos de la misma madre, hermanos sólo aparentemente enemigos, y de hecho cómplices, se han sistenido recíprocamente, como los arcos de un puente. El cedimiento repentino del marxismo cusará el del capitalismo, por falta de oposición, por exceso de ímpetu. Cuando el “modelo único” conquiste todo el planeta se derrumbará sobre sí mismo […]

EL mito de la Atlántida debe tener un sentido también. Se comenzará de nuevo desde cero o casi. Desaparecida esa pústula repugnante, dedicada a engullir materia y evacuarla lo más rápidamente posible, eternamente oscilante entre la mesa y la taza del water, con la mirada fija en los números, cuando no sacrifica al Moloch de la producción, privada de cualquier dignidad y consideración, sin honor, humillada, ridícula y trágica, sierva de cualquiera que quiera ser su amo, que hoy llamamos hombre, el Homo democraticus, ¿por quién será sustituido?

¿Veremos el alba de una nueva Aurora? Hay que desconfiar de las auroras, en general han sido peores que las más espesas tinieblas. Pero puesto que también las ilusiones forman parte de la realidad y soñar, al menos por ahora, no está aún prohibido (por lo demás no podemos hacer otra cosa), no hay nada malo en imaginar, no la llegada del “hombre nuevo” que después de Kant hemos visto manos a la obra, en estos dos siglos, y sabemos de lo que es capaz, en qué estado ha conseguido hundirse, sino más bien la vuelta de un tipo antiguo, que ha existido y en alguna parte sigue existiendo, orgulloso, audaz, digno, esencial, silencioso, cruel y feroz también, ciertamente, para nada un “buen salvaje” (hemos tenido tremendas indigestiones de bondad en estos tiempos últmos) pero en definitiva vivo. Un hombre que no se humille hasta el punto de pagar a alguien para que lo mande y lo domine diciéndole que eso es su libertad.