"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

viernes, 25 de enero de 2013

EL SPREAD DE LOS SUICIDIOS



[Este breve artículo trata de un tema sobre el que Massimo Fini insiste mucho en sus escritos: que la llamada "sociedad del bienestar", rica, opulenta y obsesionada con la felicidad del individuo esconde en realidad un extraordinario malestar]

Massimo Fini

Il Fatto Quotidiano, sabado 17 de Marzo de 2012

[Este artículo trata de] la escalada de los suicidios desde la Europa preindustrial a hoy:2,5 por cada cien mil habitantes hacia la mitad del ‘600, 8 en 1850, 20 hoy en día. Algún lector, dudoso puede objetar: “¿Cómo de puede hablar de estadísticas fiables en el ‘600?” Pues bien, en el ‘600 nace en Europa la ciencia moderna, con Tycho Brahe, Galileo, Kepler, Descartes, Huygens. Son principalmente astrónomos y matemáticos, pero también están los primeros estadísticos.

El más importante fue, quizás, Gregory King que se ocupó de alimentación, de composición de la familia y de rentas (de lo cual se concluye que las distancias entre los ingresos de ricos y pobres, desde entonces a hoy, época de la igualdad, no han disminuido para nada, sino aumentado bastante). John Graunt estudió en cambio la mortalidad y por tanto también los suicidios publicando sus resultados en el volumen “Natural and Political Observations upon the Bills of Mortality”, en el 1662. Graunt seleccionó una muestra de 400.000 habitantes de Londrers en el ventenio 1640-1660. Las fuentes fueron los archivos parroquiales. El resultado obtenido fue 2,5 por cada cien mil habitantes. Indudablemente es algo arriesgado tomar los datos de Londres como representativos para toda Europa. Pero es muy probable que el dato peque por exceso.

La población preindustrial era en sus cuatro quintas partes rural. Londres era ya una metrópolis y se sabe desde el clásico estudio de Durkheim que la urbanización es uno de los más importantes factores que determinan el nivel de suicidios. Si se consultan los archivos de algún pueblo en el campo, por ejemplo Ashton-under-Lyne, siempre en el período del ‘600, se ve que “bastantes decenios transcurren con un solo suicidio o incluso ninguno” (P. Laslett, “El Mundo que Hemos Perdido”). En cualquier caso las estadísticas desde 1850 a hoy, realizadas con métodos modernos, cubren toda Europa, confirmando de algún modo el dato precedente. Y nos dicen que en 150 años los suicidios se han triplicado y van de la mano con el progreso. 

En los organizadísimos países escandinavos los suicidios son mucho más numerosos que en Europa meridional, como en el Norte de Italia son casi el triple que en el Sur, más pobre (hace algunos años los mayores picos se verificaban en la Opulenta Emilia, sobre el período actual no estoy informado). En la China del boom económico el suicidio se ha convertido en laprimera causa de muerte entre los jóvenes y la tercara entre los adultos. En resumidas cuentas el Progreso hace daño. Esta es la dura sentencia que no se quiere escuchar. Y por muchos datos que se aporten (otros se podrían dar para las enfermedades mentales) los ciegos epígonos del Iluminismo encuentran siempre la manera de no tomarlos en cuenta.
Y cuando se encuentran en un aprieto y sin argumentos entonces, como escribe Ceronetti, saltan y se ponen de pie con los ojos inyectados en sangre iluminista gritan: “De cualquier manera, no se vuelve atrás”.

Felicidades. Es precisamente éste nuestro drama.

viernes, 18 de enero de 2013

LA DESAPARICIÓN DEL INDIVIDUO


Massimo Fini

Il Fatto Quotidiano, 3 de Marzo de 2012

Daniele De Rossi, por haber llegado con cinco minutos de retraso a la reunión antes del partido, ha sido excluido de la formación por su entrenador, Luis Enrique. La Roma ha perdido después 4-1 con el Atalanta. Enrique, interrogado acerca de si, visto el resultado, habría hecho lo mismo ha respondido: “Sí. El grupo viene antes que el individuo”. La cuestión va más allá del delirio de omnipotencia de los entrenadores que se creen demiurgos (hay muy poca gente capaz de volver competitivos equipos de jugadores modestos e incluso mediocres) [...] y de la mística del grupo que obsesiona el fútbol (uno marca cuatro goles y al entrevistador que le felicita le dice: “No, es mérito del grupo”. No lo piensa para nada pero así se lo impone el politically correct futbolístico que es aún más asfixiante que el ideológico). Y antes de entrar en “medias res” me place recordar que Nereo Rocco, entrenador del Milán, antes de un partido de la Copa de Campeones (se llamaba aún así) tiró la tiza con la cual estaba dibujando las tácticas en la pizarra y dijo: “Chicos, corred al campo y a por todas”.

Es indudable que en nuestra sociedad, en cualquier sector, la organización y la disciplina prevalen sobre el individuo, por mucho talento y agudeza que tenga, si no se alinea al milímetro a las reglas codificadas. Confirma Paolo Iacci, vicepresidente de la Asociación de Directores de Personal: “Si hay que contratar a alguien quiero estar seguro de que el dependiente tenga capacidad de trabajo en equipo”. El cazatalentos Claudio Ceper afirma: “No queremos lobos solitarios...el éxito no está nunca en la persona sino en el team”. Otro habla de “integraciones sinérgicas”.

Y esto vale no sólo en las empresas sino en el campo artístico. Los fenómenos de Madonna y Lady Gaga son el producto de una hábil organización capaz de aparentar el talento donde no lo hay (ninguna de las dos sabe hacer nada). Y lo mismo se puede decir, en buena medida, para la literatura y las artes visuales (quizá solamente la música, clásica, se salva). Pero con las “integraciones sinérgicas” se cancela al individuo, con su singularidad, sus peculiaridades. Incluso la guerra –por lo menos la occidental- se ha convertido en algo gestional, sistémico, computerizado, digitalizado donde el valor del soldado ya no cuenta nada. Tommy Frank, que estuvo al mando durante algún tiempo de la misión OTAN en Afganistán, dirigía las operaciones desde Tampa, en Florida.

Alejandro Magno y los otros conquistadores guiaron a sus hombres a los confines del mundo no porque tuviesen a sus espaldas una gran organización (pensemos en Colón) sino en virtud de su carisma, de su inteligencia, de su valor, de su personalidad singular.

En 1969 la NASA conquistó la Luna gracias a una formidable organización tecnológica. Los tres astronautas a bordo del Apolo 11 eran unos replicantes, bien adiestrados, conejillos de indias sustituibles. Cuando Neil Armstrong puso el pie en la superficie de nuestro satélite dijo: “Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad”. La frase se la había escrito la Oficina de Prensa.

¿Valía la pena ir hasta allá arriba para, en vez de expresar las propias emociones, soltar una gilipollez de ese calibre?

viernes, 11 de enero de 2013

EL ANCIANO EN EL BAR ESTROPEA LA IMAGEN


Massimo Fini

Il Gazzettino, 27 aprile 2012

La otra tarde, en un hermoso día de sol, estaba sentado en mi bar habitual, en una mesa al aire libre, bebiendo un vaso de vino blanco en perfecta soledad. No es un bar “trendy”, comolos de Corso Como para quien conoce un poco Milán, pero intenta de todos modos darse un cierto tono, pues está rodeado de locales de lujo (a pocas decenas de metros hay uno donde van los jugadores del Milán, gente del fútbol, Paolo Berlusconi, periodistas, chicas guapas, la fauna habitual). Yo lo paso bien mirando el ajetreo a la hora de salida de las oficinas: managers entre los cuarenta y los sesenta con uniforme de ordenanza (chaqueta, pantalones y maletín), otros también con aires de jefe pero más jóvenes, vestidos de manera más informal, “contables llenos de estrés” como dice Max Pezzali y mujeres que, en cuanto son un poco monas, marchan sobre sus tacones o enfundadas en sus botas, seguras de sí mismas y con un aire vagamente despreciativo, como si sólo ellas lo tuvieran.

Se me acerca un anciano distinguido que me ha reconocido. Nos ponemos a charlar. Como estaba ahí tieso, de pie, le digo que se siente.

“No puedo”. “¿Tiene alguna deuda en el bar?. “No, por suerte mi madre me ha dejado un discreto patrimonio”. “¿Y entonces?”. “Es que los del bar me han dado a entender que no les agrada mi presencia”. “¿Por qué?”. “Vea usted, este es un sitio donde vienen los jóvenes y yo soy viejo”. “No me parece que tenga muchos años más que yo”. “Tengo 70. Pero usted es una persona conocida y a menudo viene aquí con chicas, mientras yo estoy siempre solo. Naturalmente no me dicen en la car que soy viejo. El pretexto es que a veces, por soledad, me pongo a hablar con algún cliente. Pero no lo hago de manera invasiva, si él o ella me hacen entender que no quieren les dejo en paz enseguida. Y este veto, llamémoslo así, vale no sólo aquí sino también en los demás locales de la zona”.

En definitiva, el viejo estropea la coreografía.

En realidad la cosa no es nueva. Hace un par de años he narrado, en Il Gazzettino, el episodio de Tellaro, pueblecito en Liguria muy exclusivo al que van los VIP, donde la población se opuso al proyecto del alcalde de utilizar una de las casas en la célebre plazoleta como residencia de ancianos: la presencia de los viejos dañaría el turismo, el business.

Un tiempo, por lo menos en Milán, las cosas no estaban así. Ciudad interclasista, antes de que los estratos populares fueran empujados a las ciudades dormitorio, cada barrio tenía un bar donde por la noche, jóvenes y viejos bajaban a jugar al billar, a la petanca y, en la parte de atrás, al poker. El encuentro entre las generaciones tenía lugar de manera natural y, creo, fecunda. Nada que ver con esa pía y dolorosa práctica actual en la que jóvenes voluntarios van a casa de viejos solos para hacerles compañía durante unas horas, algo más humillante que la propia soledad.

Entonces llevé a mi amigo M.C. a lo que yo llamo “el bar de la rabia”. Es un lugar singular que está a mitad de camino entre el lujoso hotel Príncipe y Saboya y la “movida” de Corso Como, pero no tiene nada que ver ni con uno no con otro. Un enclave que ha permanecido milagrosamente intacto donde se reúnen los desechos, los vencidos de la vida, y a nadie se le ocurriría echar a dos ancianos porque están solos y son viejos.

viernes, 4 de enero de 2013

ÉRASE UNA VEZ LA BUENA EDUCACIÓN

[Empieza un nuevo año y la intención es abordar nuevos temas en las entradas de este blog. Durante el 2012 la cuestión del dinero y la estafa monetaria ha sido bastante dominante, quedan algunos textos de Massimo Fini para terminar el ciclo y serán publicados durante este mes. Para después la intención es publicar un ciclo de escritos de Claudio Risé, psicólogo italiano que se ha ocupado de la figura del padre, de la nefasta campaña para destruirla y de las innumerables y graves patologías de una sociedad sin padre. Completarán este ciclo extractos del J.J. Bachofen sobre el matriarcado, y alguno de Julius Evola, siempre relacionados con el tema. Además de lo que vaya saliendo y, durante este mes y el siguiente, unos pequeños artículos 'costumbristas' de Massimo Fini sobre temas aparentemente insignificantes, pero que revelan por así decir desde abajo la decadencia y la degradación de nuestra sociedad. El primero de estos artículos es el que pongo hoy, sobre la mala educación que hoy es la norma. Como el lector verá es totalmente aplicable también a nuestro país.]


Massimo Fini

Il Fatto Quotidiano, 25 de Febrero de 2012



Desde hace algunos años voy a nadar a un centro deportivo de antigua tradición milanesa. Las instalaciones son excelentes: piscina olímpica, campos de tenis, gimnasio. El abono es más bien costoso, para gente bien. En los primeros tiempos, tres veces seguidas, me han robado el dinero que había dejado en la ropa. Habrá sido ingenuo por mi parte, pero yo no pensaba que en un lugar así hubiese gente que va a hurgar en los bolsillos de los demás. Y en cambio habría debido saberlo. Un coche me lo han robado en el lujoso aparcamiento subterráneo de Canale 5 en Milán. Si no ha sido Berlusconi habrá sido Dell’Utri [Alto cargo en el grupo de Berlusconi y diputado]


Aprendida la lección, ya no llevo dinero en la ropa a la piscina. Pero para compensar me han forzado varias veces el armario guardarropa. Se llevan los modestos objetos que hay: el albornoz, un par de bañadores, las chanclas.


Llaman al telefonillo: “Tengo un paquete para la señora P.” Dice una voz italiana. “Se ha equivocado. En el 16 puede encontrar a la señ...”. No me dejan terminar la frase y cortan sin decir ni “perdone” ni “gracias”. Sucede casi cada día por un caso de semi-homonimia.


A menudo me piden alguna información por la calle. Al principio me sorprendía que se dirigieran a un vejestorio como yo. Después comprendí. Alrededor de mí sólo hay gente pegada al móvil o con el iPad en la barriga como una riñonera. Si es un japonés se inclina tres veces. Si es un “chicano” me sonríe. A veces charlamos un poco. Un italiano se da la vuelta y se larga...sin decir ni “mu”.


Hace algún tiempo, habendo salido del funeral de Giorgio Bocca, estaba buscando una parada de taxis. Veo en la acera una policía de tráfico, baja, robusta. “Perdone, ¿sabe usted dónde hay una parada de taxis?”. “No”. “¿Y sabe dónde está Piazza Baracca?”. ¡Y yó qué sé!. En otros tiempos, en Milán “el ghisa” [guardia de tráfico] era un personaje mítico. Desarmado, estaba entre el policía de barrio y el “bobby” londinense. Alto, de aspecto cuidado, milanés, nos dirigíamos a él para cualquier problema. “Mira, ahí está el ghisa”, “Pregúntaselo al ghisa”, “Llamemos al ghisa”. Ahora están éstos que no conocen ni siquiera la topografía de la ciudad.


Me llama por teléfono el director de un importante periódico. Quiere verme. “De acuerdo”. “Llámame el lunes por la mañana”. El lunes, diligente, le llamo. “Estoy reunido, te llamo en cinco minutos”. Nunca más he sabido nada de él.


La directora de una revista “online” quiere una entrevista. Llega a mi casa con gran aparato y pompa, con una operadora, una directora, una redactora. La cosa se prolonga. Llaman a la puerta. “Ya que estaba aquí” dice la tipa “he hecho venir a otra persona que tengo que entrevistar”. En verdad yo tendría que trabajar, pero la dejo hacer (“Par delicatesse j’ai perdu ma vie” escribe Rimbaud). Cuando termina le ruego que me comunique dónde y cuándo saldrá la entrevista. “Claro”. Desaparecida.


Viene a mi casa Oleg, un albañil moldavo que hace un poco de todo. Viene dos tardes seguidas porque la primera, para un trabajo, le faltaban ciertos tornillos. Le pregunto: ¿Cuánto le debo?” “Nada”. ¿Cómo que nada?. “Eran cosas mínimas. Soy un albañil, llámeme si me necesita”. Para los mismos trabajillos llamo a veces a mi electricista. Sólo por venir 30 euros y siempre consigue dejar algo sin terminar para poder volver.


Ahora también en Italia los empleados de las ventanillas públicas tienen, como en Suiza, la placa identificadora con nombre y apellidos. Pero en Suiza a la tercera queja los echan a patadas en el c... Aquí continúan siendo indolentes y desgarbados, total ¿quién les va a castigar?


Yo pienso que la primera reforma que hay que hacer en Italia es la de la buena educación. Es este reguero de desaires, de pillerías, de rastreros latrocinios lo que nos envenena la vida y al final nos exaspera. Uno de estos días me cargo a alguien.