"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

domingo, 11 de diciembre de 2011

DEMOCRACIA (6)


[Reanudamos la serie de textos de Massimo Fini dedicados a la crítica de la democracia.]

Massimo Fini

Extraído de "Súbditos. Manifiesto contra la democracia"


La democracia es un método, una serie de reglas y de procedimientos […] puesto que no tiene contenidos, fines, valores en sí mismos, no siquiera los de libertad o igualdad, y se preocupa sólo de que el mayor número posible de ciudadanos participe en las decisiones colectivas, el respeto de los procedimientos se convierte en fundamental para las democracias liberales. Es todo lo que, podando aquí y allá, le queda. […]

Naturalmente en el tiempo estas reglas pueden ser cambiadas, pero siempre siguiendo los procedimientos formales y constitucionales vigentes en ese momento. Es decir las reglas no pueden ser cambiadas “estando en marcha”. De otra manera se precipita en el arbitrio y colapsa todo el andamio liberaldemocrático. El respeto de los procedimientos es “La última Thule” de la democracia, sin esto no hay democracia. Ni siquiera esa pálida sombra, que va de fictio iuris en fictio iuris, a que se ha reducido.

Pero las oligarquías han conseguido romper también esta “barrera del sonido”. Escribe Norberto Bobbio: “Una cosa es la constitución formal y otra la constitución real y material”. ¿Qué es esta ‘constitución material’ que salta de repente después de tanto hablar de leyes, de normas, de procedimientos, de ‘reglas del juego’ sagradas e inviolables? Es la que las oligarquías se crean violando día tras día la Constitución formal, es decir las famosas ‘reglas del juego’. Y cuando se viola la Constitución formal para sustituirla con un bricolage creado por las oligarquías sin el consenso de los ciudadanos, sin que se les haya dado siquiera la posibilidad de expresarlo, la demicracia no es ya democracia. Es un fraude. […]

¿Qué es lo que queda entonces, al final, de la democracia? El cansino rito de las elecciones, repetido cada cuatro o cinco años, en el que se nos imponen candidatos que no elegimos y representantes que no nos representan. Escribe Kelsen: “Se podría creer que la particular función de la ideología democrática sea mantener la ilusión de la libertad” y se pregunta cómo es posible “una tal escisión entre ideología y realidad”. También nosotros nos lo preguntamos.

Pero las elecciones no tienen la función de elegir representantes que se seleccionan en otro lugar. Tienen otras, mucho más importantes. La primera es legitimar el poder de las oligarquías, perpetuándolo. Es la misma función que en el Medioevo tenía la unción del rey, para consagrarlo y por tanto legitimarlo.

La segunda es presentar un aparente recambio de las clases dirigentes con métodos pacíficos y así garantizar la paz social. Hay en efecto un único aspecto en el cual la democracia ‘real’, la de las oligarquías, es coherente con las premisas de la ideal: el rechazo de la violencia como método para dirimir los conflictos políticos, sociales e individuales. […] Este objetivo se alcanza con las elecciones en el ámbito de la competición política, y el rigor de la ley para los conflictos privados.

Si las oligarquías democráticas no usan la fuerza bruta para ejercitar el poder es porque no tienen ninguna necesidad de ello. Tienen el monopolio de la violencia legal, por medio del estado que han ocupado arbitrariamente. Es por tanto del máximo interés para ellas que la situación permanezca pacífica para no turbar el sereno disfrute de sus privilegios.

De frente a los abusos y los atropellos de las oligarquías (entre los más comunes está el de favorecer, de todas las maneras y en cualquier ocasión, a los propios adeptos en perjuicio de los otros, premiando la fidelidad al grupo sobre el mérito) el ciudadano individual está inerme. No puede recurrir a la violencia –tiene las manos atadas por la ley- y está solo. Es la primera vez que el individuo se encuentra en una situación de tal impotencia de frente a las oligarquías. En época premoderna cada cual formaba parte de manera natural de un grupo, de la familia ampliada, de un clan, de una orden, de una corporación, de una comunidad, que constituían una parcial disuasión, dique y defensa contra los abusos y los atropellos de los varios poderes, legítimos o arbitrarios. En aquellos tiempos el monopolio de la violencia por parte del Estado no era tan absoluto, el derecho era en buena medida consuetudinario (la codificación, la reglamentación de la vida del individuo en todos sus aspectos es una obsesión burguesa y democrática) y existían amplios márgenes de autodefensa privada que era más eficaz porque el individuo no estaba aislado […] También el noble sabía que no podía superar ciertos límites con su propio campesino (menos aún con el de otros) con el cual vivía, además, codo con codo.

En democracia sin embargo el ciudadano single, enredado en las leyes, convertido en inofensivo, y aislado, está completamente sin defensas de frente a la prepotencia de las oligarquías […]

Mientras pisotea la libertad de la persona, haciéndole creer que tiene más de la que tuvo jamás en el pasado, porque puede escoger entre varias marcas de frigorífico, la democracia no realiza ni siquiera la voluntad de la mayoría. Entre una y otra se insertan las oligarquías, las que realmente tienen el poder, anulando ambas. No somos más que súbditos.

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