"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

viernes, 13 de abril de 2012

UN GRAVE ERROR QUERER CANCELAR LA AGRESIVIDAD


MASSIMO FINI

Publicado en “IL FATTO”

Quiero volver a una cuestión aparentemente marginal pero que no es tal. Me refiero a la propuesta de la ministra del Turismo, Vittoria Brambilla, animalista convencida, de abolir, o al menos reducir, el Palio de Siena y otras fiestas cruentas como en Cataluña han renunciado a los toros. Decía la Brambilla: “¿Por qué no podemos renunciar también nosotros a estas carreras o palios, no sólo al de Siena? Estos espectáculos ya no tienen sentido, podemos tranquilamente vivir sin ellos”.

La Brambilla, aun con la mejor intención, se equivoca. Los espectáculos y las celebraciones cruentas, dentro de ciertos límites por supuesto, tienen todavía un sentido hoy en día. No se trata simplemente de conservar nuestras tradiciones locales, como sostienen los de la Liga, sino de algo bastante más profundo. Todas las culturas premodernas han tenido espectáculos y celebraciones cruentas, admitidas, institucionalizadas y reglamentadas, que tenían que ver no sólo con los animales sino también con los hombres: la fiesta orgiástica era común en todos los pueblos llamados “primitivos”, la guerra ritualizada entre los negros de África Central, la institución del “chivo expiatorio” de los griegos, el Carnaval en Europa (hoy, de hecho, prácticamente desaparecido). Los Ashanti, tribu guerrera originaria de Ghana, tenían institucionalizada una semana en la cual cualquiera podía cubrir de insultos, también los peores, a cualquiera, incluso al rey, y después todo volvía a la normalidad.

Los premodernos, más concretos y menos abstractos que nosotros, sabían que la agresividad humana no puede y no debe ser totalmente comprimida. Por dos buenos motivos. Porque la agresividad, además de natural, es vital y puede ser útil, al individuo o al grupo, en ciertas situaciones de emergencia. El segundo es que si se pretende eliminar completamente la agresividad, antes o después resurge de la manera más violenta, como un muelle demasiado comprimido. Es por tanto necesario intentar canalizarla en manifestaciones legitimadas de manera que esté bajo control.

La cultura iluminista, que no ve al hombre como es sino como debería ser, ha pretendido en cambio eliminar totalmente la agresividad de la vida de las comunidades. Toda la sociedad moderna camina en la dirección de la prohibición absoluta de la agresividad. Pero la agresividad tan innaturalmente prensada explota luego de la manera más monstruosa, como nos dicen muchos delitos,  recientes o menos, cometidos en barrios de gente bien, lindos, asépticos, por personas que hasta un momento antes eran aparentemente tranquilas. Son los “delitos de los chalets adosados” como han sido definidos. Es saludable que la agresividad pueda tener una válvula de escape. No sin razón los Griegos llamaban al “chivo expiatorio” pharmakos, medicina.

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