MASSIMO FINI
Publicado en “IL FATTO”
Quiero volver a una cuestión aparentemente marginal pero
que no es tal. Me refiero a la propuesta de la ministra del Turismo, Vittoria Brambilla,
animalista convencida, de abolir, o al menos reducir, el Palio de Siena y otras
fiestas cruentas como en Cataluña han renunciado a los toros. Decía la Brambilla: “¿Por qué no podemos renunciar también
nosotros a estas carreras o palios, no sólo al de Siena? Estos espectáculos ya
no tienen sentido, podemos tranquilamente vivir sin ellos”.
La Brambilla, aun con la mejor intención, se equivoca. Los espectáculos
y las celebraciones cruentas, dentro de ciertos límites por supuesto, tienen
todavía un sentido hoy en día. No se trata simplemente de conservar nuestras
tradiciones locales, como sostienen los de la Liga, sino de algo bastante más profundo. Todas las culturas
premodernas han tenido espectáculos y celebraciones cruentas, admitidas,
institucionalizadas y reglamentadas, que tenían que ver no sólo con los
animales sino también con los hombres: la fiesta orgiástica era común en todos
los pueblos llamados “primitivos”, la guerra ritualizada entre los negros de
África Central, la institución del “chivo expiatorio” de los griegos, el
Carnaval en Europa (hoy, de hecho, prácticamente desaparecido). Los Ashanti, tribu guerrera originaria de
Ghana, tenían institucionalizada una semana en la cual cualquiera podía cubrir
de insultos, también los peores, a cualquiera, incluso al rey, y después todo
volvía a la normalidad.
Los premodernos, más concretos y menos abstractos que
nosotros, sabían que la agresividad humana no puede y no debe ser totalmente
comprimida. Por dos buenos motivos. Porque la agresividad, además de natural,
es vital y puede ser útil, al individuo o al grupo, en ciertas situaciones de
emergencia. El segundo es que si se pretende eliminar completamente la
agresividad, antes o después resurge de la manera más violenta, como un muelle
demasiado comprimido. Es por tanto necesario intentar canalizarla en
manifestaciones legitimadas de manera que esté bajo control.
La cultura iluminista, que no ve al hombre como es sino
como debería ser, ha pretendido en cambio eliminar totalmente la agresividad
de la vida de las comunidades. Toda la sociedad moderna camina en la dirección
de la prohibición absoluta de la agresividad. Pero la agresividad tan
innaturalmente prensada explota luego de la manera más monstruosa, como nos dicen
muchos delitos, recientes o menos,
cometidos en barrios de gente bien, lindos, asépticos, por personas que hasta
un momento antes eran aparentemente tranquilas. Son los “delitos de los chalets
adosados” como han sido definidos. Es saludable que la agresividad pueda tener
una válvula de escape. No sin razón los Griegos llamaban al “chivo expiatorio” pharmakos, medicina.
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