La mística germánica y el cristianismo
Sin
embargo las raíces del cristianismo no pudieron nunca llegar hasta el fondo.
Hay una zona que evade el sincretismo cultural y donde la letra del dogma
cristiano choca contra una metafísica originaria.
Como
en Persia el sufismo es la reacción de una cultura aria constreñida dentro del
dogma semítico-islámico, la mística medieval europea tiende a salirse del
cuadro del cristianismo. Cuanto más es mística –como Evola notò- menos es cristiana.
En una esfera de altísimo silencio donde el lenguaje de los dogmas enmudece,
los místicos alemanes encontrarán palabras similares a las de Proclo, Plotino y
las Upanishads indias.
[…]
En
Meister Eckart la mística cristiana ha alcanzado su más alta formulación y, no
por casualidad, es precisamente en Eckart donde los límites de la verdad
consentida oscilan más peligrosamente.
Encontramos
en él la exaltación de la Abeschiedenheit,
la inaccesibilidad del alma, por encima de cualquier amor y piedad
cristiana. Hay una clara conciencia del carácter no temporal de la creación y
de la revelación. Encontramos en fin, con gran fuerza, el motivo de la absoluta
identidad del alma con Dios. Con la soledad, la pureza, la concentración,
Eckart llega a ver este remotísimo fondo […] Habla de un castillo del alma, de
un fondo del alma, de una roca del espíritu que no son otra cosa que el
plotiniamo “centro del alma” y la “flor del intelecto” sobre la cual razona
Proclo. […]
De
esta manera Eckart superaba la distancia de millares de años y de kilómetros
que lo separaba de India para repetir la antigua palabra de las Upanishads: tat tvam ahsi. Esto eres tú.
Este dios que anima el mundo eres tú. Cruzaba los límites que le habían sido
asignados para atravesar los de la pura metafísica y unirse a esa hueste
evocada por Drieu La Rochelle cuando hablaba de
“los espíritus que velan en los dos aspectos del pensamiento ario, el
indio y el occidental”.
No
sorprende que la Iglesia terminase condenando varias proposiciones de Eckart:
con la bula pontificia In Agro Dominico,
veintiocho tesis del Maestro se prohibían. […] Así, en los más recónditos
rincones del cristianismo, el horizonte de la más antigua metafísica europea
seguía subsistiendo.
Pero
al margen de estos aspectos de la mística o el sincretismo cultural entre
Antigüedad y Cristianismo, la inserción de la religiosidad cristiana en la
substancia espiritual europea es un hecho innegable.
Desde
el principio del medioevo hasta el final del siglo XVIII el concepto de
Cristiandad y el de Europa se convierten en equivalentes. La Cristiandad: una
ecúmene unida no sólo por una religión, sino por unas costumbres de moderación
y firmeza que se alejan de los excesos y opone de hecho el “cristiano”, como
europeo, al bárbaro. Es en este sentido que Nietzsche alababa al verdadero
cristiano como una de las figuras más
respetables de la civilización europea.
Frente
al salvaje, pero también frente al turco y al oriental, el cristiano se define
por el sentido de la medida, en la práctica de la fe y el comportamiento; es
este sentido de la medida y pureza lo que se percibe inmediatamente como el
carácter de la civilitas europea de
raíz cristiana. Así la Cristiandad se convierte en la fórmula que recoge las
características del homo europaeus, es
más del hombre blanco.
Sería
un error creer que estos rasgos han sido creados por el cristianismo, porque el
tipo europeo es menos un producto de la “Cristianidad” que lo contrario, es
decir que ésta lo sea del ethnos europeo.
Esa actitud de veneración equilibrada, magnanimidad y respeto estaba ya
presente en el mundo clásico. También ese respeto de la persona y de la vida
humana que son característicos de Europa y constituyen una precisa frontera de
frente al “bárbaro” eran propias del humanismo griego antes de Cristo. Muchos
de los llamados valores cristianos representan el perpetuarse sobre el terreno
de una misma etnia y cultura europea, un modo de ser ya radicado en la antigua humanitas. De esta manera el problema no
es interpretar la “Cristianidad” como la fundación de una civilización europea
sobre la base del cristianismo sino como un momento –importante- de una
historia bastante más larga.
Por
tanto, si bien indudablemente benéfico ha sido el papel totalitario de la
Cristiandad en la época de plenitud de la ecúmene europea, está claro que esta
unilateralidad pertenece al pasado.
Ya
la Reforma indica el punto de crisis, creada no por el Protestantismo sino por el
Renacimiento y –en general- por las nuevas perspectivas en el mundo y también científicas.
El Protestantismo no es sino la franqueza con la cual los pueblos germánicos
constatan el eclipse de lo sagrado; reaccionan ante ello con un vivo fervor
moral, que explica el puritanismo y el activismo del cual dieron pruebas casi
hasta ayer. En el catolicismo de la Contrarreforma en cambio prevalecen la
voluntad de compromiso y la capacidad de negociación de los pueblos latinos.
[…]
Las estatuas de los dioses vuelven a la luz del día con su halo de esplendor y
de fatalidad. Así lo divino empieza a perder las connotaciones de la mitología
cristiana […] Con Goethe comienza el post-cristianismo: hay todavía potencias
divinas pero son “los desconocidos seres superiores que presagiamos”.
Lo
Divino permanece: su presencia es demasiado importante para declinar con el
cristianismo. Pero su dimensión es ahora la operosidad, no el éxtasis; la
presencia y no la trascendencia. Esto no hay que entenderlo como la afirmación
de una espcie de deísmo laico, sino como la constatación de que la ritualidad
cristiana es una forma que se ha quedado estrecha para el espíritu europeo.
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