"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

viernes, 11 de mayo de 2012

TRADICIÓN EUROPEA (7)


La mística germánica y el cristianismo

Sin embargo las raíces del cristianismo no pudieron nunca llegar hasta el fondo. Hay una zona que evade el sincretismo cultural y donde la letra del dogma cristiano choca contra una metafísica originaria.

Como en Persia el sufismo es la reacción de una cultura aria constreñida dentro del dogma semítico-islámico, la mística medieval europea tiende a salirse del cuadro del cristianismo. Cuanto más es mística –como Evola notò- menos es cristiana. En una esfera de altísimo silencio donde el lenguaje de los dogmas enmudece, los místicos alemanes encontrarán palabras similares a las de Proclo, Plotino y las Upanishads indias.

[…]

En Meister Eckart la mística cristiana ha alcanzado su más alta formulación y, no por casualidad, es precisamente en Eckart donde los límites de la verdad consentida oscilan más peligrosamente.

Encontramos en él la exaltación de la Abeschiedenheit, la inaccesibilidad del alma, por encima de cualquier amor y piedad cristiana. Hay una clara conciencia del carácter no temporal de la creación y de la revelación. Encontramos en fin, con gran fuerza, el motivo de la absoluta identidad del alma con Dios. Con la soledad, la pureza, la concentración, Eckart llega a ver este remotísimo fondo […] Habla de un castillo del alma, de un fondo del alma, de una roca del espíritu que no son otra cosa que el plotiniamo “centro del alma” y la “flor del intelecto” sobre la cual razona Proclo. […]

De esta manera Eckart superaba la distancia de millares de años y de kilómetros que lo separaba de India para repetir la antigua palabra de las Upanishads: tat tvam ahsi. Esto eres tú. Este dios que anima el mundo eres tú. Cruzaba los límites que le habían sido asignados para atravesar los de la pura metafísica y unirse a esa hueste evocada por Drieu La Rochelle cuando hablaba de  “los espíritus que velan en los dos aspectos del pensamiento ario, el indio y el occidental”.

No sorprende que la Iglesia terminase condenando varias proposiciones de Eckart: con la bula pontificia In Agro Dominico, veintiocho tesis del Maestro se prohibían. […] Así, en los más recónditos rincones del cristianismo, el horizonte de la más antigua metafísica europea seguía subsistiendo.

Pero al margen de estos aspectos de la mística o el sincretismo cultural entre Antigüedad y Cristianismo, la inserción de la religiosidad cristiana en la substancia espiritual europea es un hecho innegable.

Desde el principio del medioevo hasta el final del siglo XVIII el concepto de Cristiandad y el de Europa se convierten en equivalentes. La Cristiandad: una ecúmene unida no sólo por una religión, sino por unas costumbres de moderación y firmeza que se alejan de los excesos y opone de hecho el “cristiano”, como europeo, al bárbaro. Es en este sentido que Nietzsche alababa al verdadero cristiano como una de las figuras  más respetables de la civilización europea.

Frente al salvaje, pero también frente al turco y al oriental, el cristiano se define por el sentido de la medida, en la práctica de la fe y el comportamiento; es este sentido de la medida y pureza lo que se percibe inmediatamente como el carácter de la civilitas europea de raíz cristiana. Así la Cristiandad se convierte en la fórmula que recoge las características del homo europaeus, es más del hombre blanco.

Sería un error creer que estos rasgos han sido creados por el cristianismo, porque el tipo europeo es menos un producto de la “Cristianidad” que lo contrario, es decir que ésta lo sea del ethnos europeo. Esa actitud de veneración equilibrada, magnanimidad y respeto estaba ya presente en el mundo clásico. También ese respeto de la persona y de la vida humana que son característicos de Europa y constituyen una precisa frontera de frente al “bárbaro” eran propias del humanismo griego antes de Cristo. Muchos de los llamados valores cristianos representan el perpetuarse sobre el terreno de una misma etnia y cultura europea, un modo de ser ya radicado en la antigua humanitas. De esta manera el problema no es interpretar la “Cristianidad” como la fundación de una civilización europea sobre la base del cristianismo sino como un momento –importante- de una historia bastante más larga.

Por tanto, si bien indudablemente benéfico ha sido el papel totalitario de la Cristiandad en la época de plenitud de la ecúmene europea, está claro que esta unilateralidad pertenece al pasado.

Ya la Reforma indica el punto de crisis, creada no por el Protestantismo sino por el Renacimiento y –en general- por las nuevas perspectivas en el mundo y también científicas. El Protestantismo no es sino la franqueza con la cual los pueblos germánicos constatan el eclipse de lo sagrado; reaccionan ante ello con un vivo fervor moral, que explica el puritanismo y el activismo del cual dieron pruebas casi hasta ayer. En el catolicismo de la Contrarreforma en cambio prevalecen la voluntad de compromiso y la capacidad de negociación de los pueblos latinos.

[…] Las estatuas de los dioses vuelven a la luz del día con su halo de esplendor y de fatalidad. Así lo divino empieza a perder las connotaciones de la mitología cristiana […] Con Goethe comienza el post-cristianismo: hay todavía potencias divinas pero son “los desconocidos seres superiores que presagiamos”.

Lo Divino permanece: su presencia es demasiado importante para declinar con el cristianismo. Pero su dimensión es ahora la operosidad, no el éxtasis; la presencia y no la trascendencia. Esto no hay que entenderlo como la afirmación de una espcie de deísmo laico, sino como la constatación de que la ritualidad cristiana es una forma que se ha quedado estrecha para el espíritu europeo.

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