"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

viernes, 18 de mayo de 2012

TRADICIÓN EUROPEA (8)


[Este  fragmento concluye la serie dedicada a la obra de Adriano Romualdi sobre la tradición europea. No es un libro muy extenso y la selección aquí presentada cubre una buena parte de la obra. En esta última entrada se presenta las últimas páginas del libro, de gran fuerza y que constituyen una llamada a la acción y una visión de futuro, sin lugar para el abatimiento nihilista, aún hoy y en medio de una decadencia espantosa que asume rasgos aún más siniestros que hace 40 años cuando esta obra fue escrita. Se invita a todos los lectores a comentar sus impresiones y a debatir sobre las ideas de Romualdi.] 

Un mundo nuevo

No es casual que Faust ponga fin a su existencia con la visión de la operosidad humana. La historia pasa página y el mundo de la técnica conquista su espacio. Hablar bien o mal de ello no agota la cuestión: hay en la realidad de la técnica una ignorancia de cualquier otra perspectiva, pero también un espíritu de racionalidad y de dominio que se encuadra en el contexto de una tradición europea.

Porque las raíces de la matemática son apolíneas, aunque sus aplicaciones parezcan venir al encuentro de Marsias.

Ha en la ciencia y en la técnica una adherencia al estilo interior del hombre blanco que no se puede dejar de reconocer. Un estilo que se ha vuelto obtuso, una vocación decaída en hábito mecánico, pero dominada por una voluntad de claridad que hace comprender la bendición que Goethe otorgaba a la operosidad. En definitiva, la operosidad no ma sido más que la última, tardía encarnación de la espiritualidad europea, como el imperialismo y el estoicismo lo fueron de la clásica.

¿Podemos hoy simplemente renegar de una corriente espiritual tan importante? O mejor dicho: ¿Podemos simplemente deshacernos de la pesada carga de la civilización blanca? La vocación apolínea del hombre blanco excluye tal abdicación. No puede dejar de escuchar el mandato interior que es el de crear y ostener el orden. Midgard –el país del centro, la patria del hombre- debe ser continuamente defendido contra Utgard, contra las fuerzas del caos que surgen del “país exterior”. Midgard es uno de los conceptos simbólicos más profundos expresados por las estirpes arias y germánicas, es el símbolo de la colaboración de todas las fuerzas humanas y divinas.

Se ha hablado, en el campo de la crisis del arte, de un “arte descentrado” [Nota: este es el título de un importante libro del crítico de arte Hans Sedlmayr], de una “muerte de la luz”. Este centro perdido es el canon clásico, y la luz es la de la tradición europea. Así como el eclipse de la luz en el arte comienza con el abandono de aquellos valores plásticos percibidos como “normales” por la humanidad blanca, del oscurecimiento del ideal del hombre blanco hoy se irradia el caos. La crítica de la concepción “eurocéntrica” que viene de los propagandistas de la revolución mundial y de ciertos turbios espiritualismos, es un aspecto de esta “pérdida del centro”.

Cierto, hoy nosotros somos bastante críticos hacia la obra del hombre blanco en los últimos cien años [Nota: recuérdese que este ensayo se escribió en los años 70]. Espacios han sido invadidos, límites abolidos, cuya existencia era sagrada no para los demás, sino para nosotros. El apartheid es vital para cada una de las partes en causa. La profanación incluso de las últimas áreas pertenecientes a modelos culturales distintos ha infectado inútilmente el nuestro, empobreciendo la riqueza cultural del mundo. Una pavorosa desolación en el entero planeta es la consecuencia, una devastación que hoy nos amenaza también en sus aspectos ecológicos.

Pero como la curación es patrimonio exclusivo del enfermo, el saneamiento de nuestra civilización es tarea nuestra. El orden del hombre blanco puede haber sido culpable de muchos efectos negativos, pero es una máquina demasiado delicada para que otros puedan pensar en repararla. La carga del hombre blanco –la responsabilidad por las razas impuras, seniles o supersticiosas, junto a la ingratitud de los asistidos y la incomprensión de los “clérigos” traidores- […] permanece, en un sentido más profundo del que tuvo antes, como la palabra de la fidelidad a nosotros mismos.

Que exactamente contra esto se inflamen las blasfemias de la subversión no es una casualidad. Para que el centro se pierda completamente, y la luz se extinga, es necesario que la imagen del homo europeaus sea extinguida también. Bajo este punto de vista, la exaltación del negro como símbolo de todo aquello que es nocturno y libidinosamente rebelde, junto a la hostilidad por el tipo psíquico e incluso físico germánico y anglosajón, no son solamente fenómenos  sociales o de costumbres, sino jugadas sutiles en una partida de ajedrez de la noche contra la luz.

El problema de una tradición europea es el de encontrar una forma espiritual capaz de contener más de tres milenios de espiritualidad europea. Una forma que no represente un revoltijo sincretista, sino que redescubra el fondo de la espiritualidad propia del hombre blanco.

Se podría decir que el tipo espiritual de Occidente es el Héroe en vez del Santo –acción frente a contemplación- pero también esto sería simplificar.

Y sin embargo una moderna espiritualidad europea no podrá no configurarse como esencialmente activa, en un mundo en el cual el tema central es el dominio de las fuerzas elementales. La invasión de lo elemental –técnicas, distancias, excitaciones- parece ser la característica de nuestra época. Se requiere una capacidad de disciplina y simplificación ajena a cualquier confusionismo espiritualista.

Un estilo que sepa ver en las luces blancas, y firmes, y metálicas de una cierta modernidad, casi el presagio de un nuevo clasicismo. El estilo de una metafísica del esfuerzo y de la formación de sí.

Un estilo que fue propio de aquellos movimientos conservadores-revolucionarios de ayer que intentaron fundir la claridad de los orígenes con la nueva luminosidad que irradia la tensión atlética y el dominio de la materia […] ¿Esa experiencia la hemos dejado atrás completamente? Difícilmente podríamos articular la temática de una nueva espiritualidad europea prescindiendo de aquellos intentos de fundir la lucidez antigua y la audacia moderna. Son indispensables puntos de referencia hoy en día, cuando los misticismos se empañan y se contaminan por la vecindad de tantos impuros espiritualismos.

Junto a esta espiritualidad diurna –capaz de no empalidecer en la luz deslumbrante del mundo moderno- el catolicismo se revela algo deslucido o, de cualquier manera, empequeñecido.

Por mucho que conserve su validez como fuerza y forma interior a nivel personal, sus pretensiones de hegemonía no pueden no parecernos inactuales. Desde principios del siglo XIX el catolicismo no puede representar más que una corriente espiritual entre las otras. Y el “tradicionalismo católico” es un ismo, exactamente igual que el “neopaganismo”. Su contradicción está en que debe admitir una ortodoxia superior a la la ortodoxia. No olvidemos además que “la condición para ser una tradicionalista es no saberlo”.

Aún más problemático nos parece otro “tradicionalismo” cuyo universalismo se diluye en un cosmopolitismo inquietante. [Nota: el autor se refiere a la escuela de René Guénon y corrientes afines, que pertenece a lo que a veces se conoce como tradicionalismo integral o metafísico y de la cual Julius Evola fue una relevante figura.] […]. De esta manera la noble aspiración a valores eternos y universales se puede desvirtuar en una latente aversión por los valores del kòsmos, de la jerarquía y del hombre blanco. Así en los meandros de cierto “tradicionalismo” pululan la infatuación por la nègritude, el coqueteo con el hebraísmo y otras impurezas espirituales. Tanto es así que hay quien se arroga el derecho de pontificar sobre “Tradición” mientras lo consumen como un cáncer los tres pecados capitales de la modernidad: el intelectualismo, el esnobismo y el antifascismo.

[…]

Concluimos con un pasaje de Walter Otto:

“Y he aquí que de nuevo viene a nuestro encuentro la antigüedad clásica en su grandeza: no para que nos perdamos en su imitación, sino para que nuestro contacto con ella nos dé una vez más la fuerza de superar este lance. Ningún descubrimiento científico y ningún nuevo método de investigación han servido para acercarnos a ella, pero es nuestro mismo destino que en esta época de crisis nos hace advertir la voz admonitoria del mito y de la antigüedad. Viene a nosotros con sus Dioses, cuya sustancia viviente, como la más alta realidad del hombre y del mundo, las generaciones precedentes no comprendieron. Hölderlin lo había presagiado y el camino de Nietzsche estuvo marcado por este sublime encuentro. Nada está más lejos de nuestra intención que la tentación de jugar con cultos ya desaparecidos. Culto y mito deben significar para nosotros algo distinto de lo que fueron hace milenios. Pero las potencias divinas del Ser nos esperan para comunicarnos algo del infinito, y nuestro destino sabrá encontrar la forma en la cual volverán a ser visibles.”

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