"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

domingo, 2 de diciembre de 2012

DINERO (4): El consumismo y el espejismo de la riqueza


Massimo Fini
Del libro "IL denaro, sterco del demonio", Marsilio, 1998


El industrialismo, a diferencia del comercio, no se limita a transferir bienes, los crea. Y una vez creados tiene necesidad de colocarlos. Se descubre la Ley de Say: “La oferta crea la demanda”. Se descubre la naturaleza ilimitada de las necesidades o, más bien, la facilidad con que los seres humanos se dejan influenciar. Se descubre esto es que las necesidades pueden ser heterodirigidas, suscitadas artificialmente y desde el exterior. Nace el consumidor y con él la producción de masa de lo fútil y también de lo inútil. El primero en darse cuenta de esta forzadura fue quizás Sismondi que, en 1819, cuando la Revolución Industrial llevaba algo más de medio siglo, escribe: “Puesto que la division del trabajo y el perfeccionamiento permiten realizar cada vez más trabajo, todos, dándose cuenta de que ya han satisfecho las necesidades del consumo, se las ingenian para suscitar nuevos gustos y estimular nuevos caprichos para poderlos satisfacer”.

Un siglo después Werner Sombart dirá: “Esta lucha convulsa para ensanchar la esfera de las ventas y aumentar la cantidad de mercancía vendida (que parece ser la más potente fuerza motriz del capitalismo moderno) trae consigo toda una serie de principios que tienen como único objeto inducir el público a comprar. El primero es la búsqueda del cliente o, se podría decir también la agresión hacia el cliente…El medio es la publicidad. Es inútil decir que la persecución de este objetivo por fuerza tiene que destruir cualquier sentimiento de decoro, de gusto, de conveniencia y de dignidad. Que la publicidad moderna sea, en sus extremas consecuencias, estéticamente repugnante y moralmente desvergonzada es algo tan claro que no hay necesidad de palabras para demostrarlo”.

Con la Revolución Industrial el mercado es invadido por una inmensa y variada cantidad de bienes. Llegados a este punto la necesidad del individuo de conseguir dinero se hace total. Si antes le era necesario sólo para la subsistencia o para aquella parte de la subsistencia que no conseguía procurarse directamente, ahora para todo se necesita el dinero.

Pero si con la industrialización el dinero es necesario al final del ciclo productivo lo es aún más al inicio. Las complejas maquinarias de la industria requieren en efecto previsiones e inversiones a largo y larguísimo plazo que son técnicamente posibles  solamente con capital monetario. Además, como nota Simmel con su habitual sutileza, el dinero es indispensable para la técnica porque es el vehículo que une todas las técnicas ”sin el cual las técnicas particulares de nuestra civilización no podrían subsistir, el dinero las liga entre sí como el medio de medios, como la técnica más general”.

Pero el dinero juega también otro papel, no ya técnico sino psicológico, en el despegue industrial. Las inversiones a largo plazo presuponen una gran confianza en el futuro, el dinero es el puente entre presente y futuro, es confianza en el futuro, es lo que permite a este futuro imaginario e imaginado actuar retroactivamente sobre el presente, es él mismo futuro. En el fondo la “fiebre del oro” que hubo en Estados Unidos a mitad del siglo XIX y que vio decenas de millares de americanos, europeos, chinos precipitarse hacia California puede ser vista como una carrera hacia el futuro, como repentina confianza en el futuro para vidas que se estancaban en un inerte presente. Que luego este futuro, si dejamos de lado los pocos que se enriquecieron (como siempre los primeros, los que habían iniciado la cadena), cuando se materializó como presente haya dejado sobre el terreno miles de muertos y gente tan miserable como antes, es parte de la eterna historia del dinero que enciende efímeras llamas de confianza y regularmente las traiciona, excepto para poquísimos.  Pero la fortuna de esos pocos basta para que, pasado algún tiempo, el incendio vuelva a declararse, el futuro haga de Hada Morgana y que comience de nuevo la incansable e interminable “fiebre del oro”.

Es lo que se ha verificado también recientemente. No obstante los batacazos del Gran Crack de la Bolsa de Nueva York en el 19 de octubre de 1987 y la bancarrota mejicana del 1995-96 que llevó el sistema económico al borde del colapso mundial, los operadores, los inversores, los ahorradores y en definitiva todos aquellos que trafican con el dinero se habían convencido de que habíamos entrado en una Nueva Era, en un New Paradigm “en el cual la globalización y las nuevas tecnologías habrían garantizado un crecimiento continuo de los beneficios de las empresas y con ello nuevos triunfos en la Bolsa”. Las euforias de la New Era naufragaron después miserablemente, en menos de dos años, con el colapso de los “pequeños tigres” en 1997-1998.

[NOTA: La primera edición de esta obra de Fini es del 1998. Desde entonces hemos tenido otros dos grandes colapsos financieros o burbujas que han reventado: el de la ‘New Economy’ llamado también ‘dot-com bubble’ en el año 2000, y el que comenzó en 2007 con las famosas hipotecas ‘subprime’]

Advierte Gianni Agnelli que es uno del oficio: “Las generaciones pierden rápidamente la memoria financiera, de vez en cuando necesitan una ducha fría para curarse de la euforia”. Pero el mito de la multiplicación del dinero, del crecimiento infinito, no muere nunca y cuando pasa un poco de tiempo todos están dispuestos a empezar de nuevo.

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