"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

viernes, 7 de diciembre de 2012

DINERO (5): El dinero como estilo de vida


[Seguimos con los textos de Massimo Fini y éste habla de cómo el dinero nos condiciona por dentro en nuestra manera de vivir. Complementa, como todo este ciclo de Fini, la serie "El Reino del Dinero" y especialmente la quinta parte El Reino del Dinero (V): El estiércol del demonio que concluye la serie]


Massimo Fini
Del libro "IL denaro, sterco del demonio", Marsilio, 1998 



Cuando el dinero se separa definitivamente de la materia, llegando a ser una simple abstracción, alcanza su máximo poder, que no ha tenido en ningún período histórico anterior. […] El dinero no ha estado nunca tan presente en nuestra existencia como hoy en día que físicamente está ausente. No sólo ha subordinado a sí la economía y la política sino que, sin que nos demos bien cuenta, impregna nuestra mentalidad, modela nuestras conciencias, determina nuestros estilos de vida.

El dinero ha acelerado hasta el paroxismo todos los ritmos de la existencia. Mientras el centro de la sociedad y de la economía fue la tierra, el dinero no existía o jugaba un papel marginal, la vida seguía los tiempos lentos, largos, cíclicos, de la naturaleza. Es suficiente comparar la capacidad de circulación de la propiedad de la tierra con la del dinero para comprender la abismal diferencia de ritmo. El dinero, sobre todo desde que se ha independizado de la moneda-mercancía, ha tenido siempre mucha movilidad, pero sus sucesivos refinamientos, entre los que es fundamental el papel moneda, lo han acelerado cada vez más y ahora que se ha desmaterializado del todo su velocidad es superior a la de la luz porque se desplaza sin moverse […] El dinero financiero lo ha acelerado ulteriormente. No siendo en efecto dinero que compra mercancías, que necesitan algún tiempo para desplazarse, sino que compra otro dinero, la velocidad afecta a los dos lados del intercambio: a la del medio que compra se añade la de lo comprado. En fin, la aceleración progresiva está en el mismo mecanismo del dinero que para mantenerse y funcionar debe permanecer siempre en movimiento, y cada vez más rápidamente, de manera que la ilusión que en realidad es, pasando frenéticamente de mano en mano, rebotando por las cuatro esquinas del planeta, no se revele como tal.

[…] Evidentes y exasperados son el estrés, la fibrilación, las presiones que dan el ritmo a la existencia de todos aquellos que viven al interno de la actual economía monetaria. Ello explica también la aparente paradoja, experiencia común y cotidiana, por la cual el hombre moderno, que justamente para ahorrar tiempo dispone de medios velocísimos para desplazarse y comunicar (automóviles, aviones, teléfonos, móviles, fax, ordenadores) nunca tiene tiempo, vive en un ansia perpetua, con los ojos siempre fijos en el reloj. Es el ritmo a que nos obliga la lógica del dinero lo que se lleva nuestro tiempo.

[…] El dinero en su esencia más profunda es futuro. Estamos demasiado ocupados en hacer proyecciones, proyectar, planificar para gozar el “aquí y ahora”. No tenemos tiempo para vivir el presente porque nos lo roba el futuro.

El hombre de la sociedad premonetaria, el campesino, el artesano, ignora el futuro y vive en el presente, un tiempo no sincopado, extendido, amplio, fluido, armónico, que es el tiempo de la natura –tan distinto del tiempo abstracto, intelectualizado y nurótico del dinero- tiene de él una concepción vaga y no ansiosa que hoy diríamos “árabe” y lo derrocha con la misma tranquilidad con la que lo nobles dilapidaban sus riquezas.

El dinero es número. Introduce la necesidad de continuas operaciones matemáticas en la vida cotidiana. La vida se ha convertido en un continuo hacer cuentas, sopesar, calcular, medir los costes y los ingresos de nuestras acciones y las de los demás. Todo se traduce y valora en términos de dinero. Todo es business. No escapan a ello las actividades más espirituales y los sentimientos más sagrados, que a menudo son arruinados. La fiesta de los muertos ya no es simplemente el día en que nos reunimos para conmemorar a los difuntos sino “un business de 100.000 milllones [de liras]”. La fiesta americana de Halloween ya no es una mágica noche de duendes y brujas sino “un business de mil millones de dólares”. Y lo mismo con la Navidad, la Pascua, el día de la madre, del padre, de San Valentín, de la mujer.

[…]

La obesidad es una enfermedad que hay que prevenir no porque sea causa de graves sufrimientos sino porque curarla  “es un coste económico”. Y más en general, todas las enfermedades se miden no en dramas sino en dinero. Ni siquiera los fenómenos naturales son ya simplemente fenómenos naturales o, por lo menos, han cambiado de aspecto. Si en Italia unos días de lluvia mitigan el inicio de un verano que se anuncia tórrido no nos podemos sentir aliviados porque los alemanes pueden cancelar sus reservas; televisiones y periódicos se apresuran a cuantificar, precisar, monetizar el riesgo. Si nieva a destiempo no es un daño para la agricultura y una molestia para los humanos sino un negocio para las estaciones de esquí.

Ni siquiera la vejez es ya la vejez sino el “riesgo vejez”, en el sentido de que si uno no se da prisa en palmarla existe el peligro de que en edad avanzada le falte el elemento sin el cual hoy nadie puede vivir: el dinero. En épocas preindustriales, en economías menos monetarias, quizás se moría algunos años antes pero a nadie se le ocurría hablar de un “riesgo vejez” (al mismo nivel que el “riesgo de robo” o el “riesgo de incendio”) porque los ancianos no eran abandonados a al fría lógica del dinero sino a la cura de la familia, de las mujeres, de los niños, de los miembros adultos, los parientes, lo siervos. Además el desolado abandono en que viven nuestros viejos y la escasísima consideración de que gozan, a diferencia de la civilización que nos ha precedido, dependen de una compleja serie de factores, de los cuales dos tienen origen directamente en el dinero.

Ha sido el dinero lo que ha desintegrado la familia patriarcal. Escribe Simmel: “La forma-dinero plasma la familia de manera diametralmente opuesta a la estructura que la propiedad colectiva, en particular de la tierra, le confería. Esta última creaba una solidaridad de intereses que se presentaba sociológicamente como continuidad de lazos entre los miembros de la familia, mientras la economía monetaria hace posible una distancia recíproca, es más la impone”. Además los viejos son ciudadanos de segunda clase porque son débiles consumidores. Para ser aceptados deben agitarse impúdicamente, satisfacer necesidades que no necesitan, no tienen ni siquiera la libertad de abandonarse a su edad, deben fingir que son jóvenes y económicamente activos, útiles en el único sentido que hoy en día es reconocido socialmente.

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