"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

lunes, 31 de octubre de 2011

DEMOCRACIA (5)


Massimo Fini

Extraído de "Súbditos. Manifiesto Contra la Democracia"


La importancia que tiene el consenso popular se ha podido ver bien en la reciente guerra contra Irak [Nota: el autor se refiere a la invasión del 2003] Las opiniones públicas de Gran Bretaña, Italia, España, y Polonia, todos países democráticos, eran contrarias a la guerra por gran mayoría pero esto no ha impedido a gobiernos y parlamentos ignorarla y participar enviando tropas (en el fondo las autocracias árabes han estado más en armonía con su población). Y si no se respeta la voluntad popular en cosas tan fundamentales como decidir si participar o no a una guerra, con todas las implicaicones, morales y materiales, que comporta para toda la colectividad, entre ellas legitimar el homicidio y aceptar que los propios soldados, y no sólo ellos, puedan ser muertos, es fácil imaginar cuánto se respeta en cuestiones menos importantes. Para la leadership el consenso es puramente instrumental. Hay que granjeárselo para fines de poder personales y de grupo, para traicionarlo cada vez que entra en conflicto con los propios intereses de casta.

Peor en democracia –este es el as en la manga- los gobernados, a través del voto, pueden cambiar sus gobernantes. Pueden esto es decidir por qué oligarquía ser sojuzgados y sometidos.[...]

El primero a pisotear cualquier regla de derecho internacional no ha sido el muscular y republicano Bush sino el sosegado y democrático Bill Clinton cuando autoproclamado, junto a otras democracias, policía del mundo, ha agredido sin tener el aval de la ONU ni justificación plausible, Yugoslavia, violando el principio, hasta ese momento nunca puesto en discusión, de la no injerencia en los asuntos internos de un Estado soberano. Italia participó en aquella guerra contra la voluntad de la opinión pública (además de, digámoslo de paso, contra sus intereses nacionales) cuando estaba gobernada por la izquierda, como ahora ha participado con un gobierno de derechas, siempre sin el consenso de su opinión pública, a la guerra de Irak.

Que la alternancia en el poder sea una de las tantas ficciones de que se nutre la democracia es particularmente evidente en los sistenas bipolares y bipartidistas, sobre todo hoy, en una sociedad sin clases y formada por un una indiferenciada clase media y donde, tras la caída del comunismo, todos los partidos, con alguna excepción irrelevante, están a favor del libre mercado, que es junto al modleo industrial il mecanismo real dicta las condiciones de nuestra existencia, nuestros estilos y ritmos de vida. La dmeocracia es solamente el envoltorio legitimante, el papel más o menos brillante que cubre el caramelo envenenado.

A falta de verdaderas alternativas esta enorme clase media se divide entre derecha e izquierda con la misma racionalidad con la que se es forofo de la Roma en lugar de la Lazio, el Milan o el Inter. Y cuando el llamado “pueblo de la izquierda” (o de la derecha) sale a las calles para festejar una victoria electoral, bailando, cantando, saltando, agitándose, exaltándose, es particularmente patético porque las ventajas que saca de la victoria son  puramente imaginarias o como mucho sentimentales, mientras los beneficios reales van, no a aquellos espectadores ilusos, sino a quien está jugando la partida del poder.

En cada pasada electoral hay un solo seguro perdedor, y no es la facción que la ha perdido sino precisamente ese pueblo que festeja, junto al otro que se ha quedado en casa a masticar la amargura, por las mismas irracionales razones por las cuales los primeros han salido a la calle. Gane el Milan o el Inter es siempre el espectador quien paga la entrada. En cuanto a los jugadores, al ganador irá ciertamente la parte más consistente del botín, pero para el perdedor no faltarán premios de consolación. Entre las oligarquías políticas existe, por mucho que digan lo contrario, un pacto tácito para no llevar el juego a sus extremas consecuencias. No le conviene a nadie. Existe toda la vasta área del sub-gobierno y del para-estado de donde se pueden sacar las adecuadas gratificaciones para los perdedores, asegurándose de esta manera que en la sucesiva pasada, con los papeles invertidos, el favor sea devuelto. Por mucho que estén en competición por el poder, las oligarquías políticas están unidas por un interés común que prevalece sobre todos los demás: el interés de clase. La política, con sus ramificaciones, es en la práctica la única clase que ha quedado en circulación. Es en conjunto una nomenklatura, no muy distinta de la soviética, cuyo objetivo primario es la autoconservación, el mantenimiento del poder y de las ventajas asociadas.

Y el enemigo mortal de un oligarca no es tanto otro oligarca, con el cual se puede siempre llegar a un acuerdo porque forma parte de la misma clase sino el pueblo del cual hay que vampirizar y quizás, una vez cada cinco años, suplicar el consenso, pero que hay que tener a la debida distancia de los arcanos del poder democrático y que crea, o finja creer, en el juego. [...]

Un oligarca político no pierde nunca su estatus. Como en el Ancien Régime un noble podía ser pobre como una rata pero no perdía sus privilegios de casta, en la democracia los que pertenecen a las oligarquías políticas pueden ser derrotados y abandonar la escena sin perder sus privilegios, que no son como en el mundo feudal los de las sangre sino los del dinero. Se han visto futbolistas y cantantes celebérrimos, actores de fama internacional, artistas y literatos beneméritos de la Patria terminar en la miseria y la desesperación, nunca un político. Si no bastan las “pensiones de oro” se les encuentra siempre un rinconcito confortable y bien remunerado.

Nada nuevo bajo el sol. La democracia no es un régimen distinto de otros. Es sólo una de las muchas formas, quizás la más astuta, que en la Historia ha asumido el poder oligárquico. Los de antes se inventaron los derechos de la sangre, éstos el consenso democrático.

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