La concepción del
Orden
El Orden, como esencia del universo indoeuropeo, está en el
mundo y fuera del mundo. Es el origen del que surgen el kòsmos visible y el invisible. Los símbolos de uno y otro se
superponen, representando los primeros, en la esfera del devenir natural, lo
que en las esfera del ser no deviene sino que naturalmente es.
El
mundo visible se convierte así en la alegoría trágica –en el tiempo- de lo que
en realidad no es trágico, y tampoco es en el tiempo. Esto emerge en la
tradición indoeuropea en el Solsticio de Invierno, en el cual la muerte
aparente de la luz diurna es sólo el símbolo de la esencia imperecederamente
victoriosa del sol: Natalis Soli Invicti.
Günther
ha evocado así las características del Orden indoepropeo:
“El vasto sentir de los indoeuropeos, esa
amplia mirada del hombre predestinado a la libertad espiritual, a la
contemplación, a la ‘theorìa’, una mirada potente, que aferra el mundo con las
potencias divinas y toda válida acción humana, como la totalidad de un Orden
divino: un Orden que encontramos en los Indoarios como ‘Rita’, sobre el que
velan Mitra y Varuna (el helénico Uranos), ‘guardianes del Orden’ entre los
persas como justicia, salud, orden, entre los Griegos como ‘kòsmos’, entre los
Itálicos como ‘ratio’, entre los Germanos como ‘Orlog’ y ‘Midgard’…los Dioses
establecieron la medida de cada cosa y los fines de los hombres sobre la tierra
dispensadora de vida […]
Familia, estirpe, estado, religión y
derecho, el curso del año y las celebraciones, las reglas morales y espirituales;
el cultivo de los campos y el cuidado de la casa; todo nos lleva a un Orden
cósmico y en este orden el hombre vive como miembro de una estirpe que se
perpetúa a través del orden de las generaciones que en Grecia se expresa en el
culto de Hestia y encuentra expresión en todos los pueblos arios en el culto
del fuego del hogar” (Hans F.K. Günther, “Religiosidad
Indoeuropea”)
En
este orden indoeuropeo colaboran el espíritu del hombre y más altas potencias.
La inteligencia humana no es contradicha, sino completada, por la presencia de
una inteligencia de la naturaleza y en el universo. De ahí el imperativo que
empuja esta racionalidad humana a hacerse acción, unificando en su lucha los
motivos del orden humano y divino. El Orden –la medida de las cosas- debe ser
arrancado cada día a las fuerzas elementares del caos y de la noche:
“para los Indoeuropeos, y de manera
particular para las gentes de Irán, siempre hay una lucha entre una voluntad
divina de formación del mundo, de potenciamiento de la vida en todas sus formas,
y una voluntad enemiga que promueve la descomposición, la degeneración, la
corrupción de todo germen, entre el dios Ahura-Mazda (Orzm-ud), y el
anti-dios Angro-Manju (Ahriman). Midgard, el mundo del Orden, se conserva y se
renueva mediante la lucha continua y heroica del hombre que, al lado de la
divinidad, se bate contra Udgard, contra las potencias hostiles al espíritu
divino. Midgard es la más profunda representación figurada de la colaboración
de todas las leyes divinas con todo el valor, todo el honor del hombre.”
“Justamente la concepción indoeuropea del
‘rita’, del ‘kòsmos’, de la ‘ratio’, del Midgard, nos muestra que la
religiosidad aria era una religiosidad unida al concepto de enriquecimiento de
la vida, una religiosidad entre cuyos valores más altos estaban todos los
valores ennoblecedores, una religiosidad en virtud de la cual el hombre en cuyo
pecho maduraba “la grande alma” deseaba aparecer ante la divinidad como
‘mahatma’ (“grande alma”), como ‘megalopsychos’, con la auténtica, aria ‘magnitudo
animi’, como ‘stormenska’ –la fuerte humanidad de les islandeses- y la
‘hochgemuete’ de los caballeros medievales alemanes. Un ‘corazón grande y una
amplia mirada’ distinguen, según un dicho frisón, al ario nórdico también en el
campo de la religiosidad. (H.F.K. Günther, “Religiosidad Indoeuropea”)
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