[Vamos a hacer un intermedio en la serie de textos de Romualdi para poner dos o tres artículos de Massimo Fini, autor que ya conocemos. Después la segunda serie de Romualdi que completará las entradas dedicadas al problema de la tradición europea.]
MASSIMO FINI
El rebelde de la A
a la Z: entrada “relativismo cultural”
[…] Si no existe
una moral universal, y menos aún la certeza de un Dios, ¿Eso significa que el
relativista es necesariamente un amoral o, peor aún, un inmoral como parece
pensar el Papa Ratzinger, confundiendo además el relativismo cultural con el
relativismo moral? Para nada. El que respete los valores de culturas distintas
de la suya, aun cuando le parezcan aberrantes, y mientras permanezcan al
interno de esas culturas y no pretendan prevaricar a las otras, no quiere decir
que no tenga los suyos propios. Pueden ser los dominantes en la sociedad a la
que pertenece o bien, si éstos no le convencen, no son los suyos, los siente
heterodirigidos o hipócritas o fraudulentos, se abre ante él el camino trazado
por Nietzsche en Más allá del bien y del
mal: creará él mismo su propio código de valores.
Pero esta
posición, lejos de ser un cínico escurrir el bulto o una licencia para hacer lo
que nos venga en gana es, por el contrario, una tremenda y prometeica asunción
de responsabilidad. Porque únicamente él –y no la familia, la sociedad, los
vecinos, las malas compañías o lo que sea- es individualmente y totalmente
responsable de sus propios actos y se asume todas las consecuencias ante la comunidad
en que vive, sin titubeos, sin lloriqueos, sin autoconmiseraciones no
autojustificaciones. Sin excusas. Sin dispensas o indulgencias, porque lo que
ha asumido es un compromiso consigo mismo y hacia sí mismo. Este tipo de hombre
es el Rebelde.
Bajo este punto de
vista un criminal puede ser unhombre moral, si permanece fiel a las reglas que
se ha dado. Inmorales son en cambio esos bonshommes,
esa gente respetable, esos puros lirios del campo que públicamente honoran los
valores comunes en su sociedad (quizás considerándolos ‘universales’) y en
nombre de los cuales a menudo obligan a los demás, escandalizándose e
indignándose si no los siguen, para después traicionarlos cada día a escondidas
[…] De estos hombres desleales, de estas féminas de la moral, está llena
nuestra sociedad compleja en la cual el comportamiento de los individuos es
difícilmente verificable y trazable, mientras en cambio es fácil de mixtificar
y amañar. Por esto se han perdido algunos valores, relativos también pero
indispensables para poder vivir juntos, que eran fundamentales no solamente en
los pueblos primitivos (para los cuales la peor mancha es ‘perder la cara’),
sino en cualquier comunidad limitada, de pequeñas dimensiones, sencilla, como
la aldea preindustrial y premoderna, donde cada uno conocía a todos y era
conocido por todos y hacer trampa en el juego de la vida era imposible o muy
difícil. Estos valores se pueden resumir en uno solo. Se llama dignidad. […]
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