El mundo griego
¿Por
qué el mundo clásico ha ejercido siempre una atracción tan grande sobre el
hombre europeo? Atribuirla enteramente a
la fascinación que emana del arte antiguo sería superficial, porque el arte
griego tiene su prestigio justamente en que hace visible la nostalgia
metafísica hacia un mundo corpóreo-espiritual.
[…]
Pero
también cuando se pone el énfasis en la “racionalidad” del mundo antiguo –quizás
comparándola con la “irracionalidad” del Medievo- se interpreta esta
racionalidad banalmente, y no en su dimensión más profunda, en la cual la
claridad se hace símbolo de una altísima dominación de sí mismo en el credo
apolíneo y olímpico.
En
el mundo griego la prehistoria indoeuropea se hace palabra. El primer “verbo”
articulado en la civilización griega es la religión olímpica. En ella, todas
las oscuras luchas prehistóricas del principio diurno contra el nocturno, del
paterno contra el materno se nos aparecen a la clara luz del día. Apolo ya ha
matado a Pitón, Teseo al Minotauro y en la colina sacra de Ares Orestes ha sido
absuelto de su culpa por haber matado a “la madre”.
[…]
Un
nuevo día despunta sobre las cimas boscosas del antiguo paisaje europeo
difundiendo la claridad del alba […] El amanecer olímpico es el amanecer del
orden. Zeus encarna con la más potente y legítima naturalidad la idea del orden
como autoridad. Es una idea que a través del Deus-Pater (Iuppiter) romano expande su luz más allá de los confines del mundo
clásico. Basta comparar la figura del Dios Padre en la versión humilde y
patriarcal del campesino cristiano con la muy diferente noción abstracta y
tiránica de Jahvé.
Apolo
encarna otro aspecto del orden como luz intelectual y formación artística, como
transparencia solar che es salud y purificación. […] La Artemisa dórica,
representada com una muchacha acerbamente deportiva y nórdica, no es la misma
Artemisa de Éfeso con sus múltiples mamas. Bajo un nombre preexistente toma
forma una figura religiosa profundamente nórdica e indoeuropea en su severidad
atlética y septentrional. Se aplica la misma etiqueta pero son dos experiencias
religiosas bien distintas.
[…]
Como
el mundo olímpico ha permanecido siempre vivo para el europeo culto, de la
misma manera la civilización griega ha sido siempre ejemplar para la
civilización europea. Pero hay que entender correctamente el sentido de esta
ejemplaridad.
Porque
si uno se refiere simplemente a la actitud científica, en un banal sentido
laico, hay que recordar que la actitud eminentemente racional del espíritu
helénico no estuvi nunca separada de la fe en el mito como arquetipo de una
razón más elevada. La racionalidad de la naturaleza es estudiada y admirada
justamente porque alude a un equilibrio más alto. […]
Sobre
todo Platón es quien nos comunica el sentido más verdadero de la
“cientificidad” del pensamiento griego, cuando compara la racionalidad de aquí abajo (la “cosa”) con la racionalidad
de allá arriba (la “idea”) y valora
la realidad empírica con el patrón de una realidad eterna. Platón es quien en
el mito de la caverna ilustra la lógica última del conocer: más allá de las
sombras proyectadas por el fuego, está la superior realidad de la luz solar. El
Ser es el fondo de la especulación helénica y ello le impide decaer en
intelectualismo.
La
misma característica miopía que ha confundido el racionalismo de los griegos
con el de los modernos ha creado el equívoco de una clasicidad griega
“adoradora del cuerpo”. También en este caso, el atletismo y la gimnasia
helénicas han sido comprendidos sólo en su significado más exterior. En
realidad, los griegos han exaltado la educación del cuerpo como una parte de la
educación del espítiru. Es el sentido helénico de la forma que exige también
del cuerpo una disciplina formadora.
El kósmos es lo infinitamente grande y lo
infinitamente pequeño, el orden del universo es el del cuerpo humano. Y el
sentido último del mundo de los cuerpos y de la sociedad es el orden, como el
del conocimiento es el ser.
Pero
por supuesto el espejismo principal es precisamente la presunta
“democraticidad” del espíritu griego.
Si
exceptuamos un breve período de la historia ateniense, la libertad de las
ciudades griegas ha sido siempre la libertad
para los mejores. Lo que separaba partidos aristocráticos y democráticos
era sólo la discrepancia en el número de los “mejores”: si habían de ser más o
menos. Pero la masa y los esclavos permanecieron siempre fuera de la
organización política. Por ello en toda la civilización griega reverbera
espléndidamente aquel ideal de la selección –ekloghé- que tanta fascinación ha ejercido sobre las élites de Occidente.
Con
estas palabras Julius Evola ha caracterizado los valores expresados por la
Hélade en su gran época :
“El culto apolíneo, la concepción del
universo como kòsmos, o sea como una unidad, como un todo armoniosamente
ordenado…el valor dado a todo aquello que es límite, número, proporción y
forma, la ética de la unificación armoniosa de los varios poderes del alma, el
estilo de una calma, contenida dignidad, el principio de la euritmia, la alta
valoración de la cultura del cuerpo…el método experimental en las aplicaciones
científicas como un amor por la claridad en oposición a las nieblas
pseudometafísicas y místicas, el valor dado a la belleza plástica, la concepción
aristocrática y dórica de la regencia política y la idea jerárquica afirmada en
la concepción del verdadero saber…” (Julius Evola, “Los versos de oro
pitagóricos”).
Son
valores suficientes para otorgar a la experiencia griega una posición de primer
plano en el cuadro de una tradición europea.
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