"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

sábado, 16 de junio de 2012

LA RAZA ENEMIGA

[Volvemos a publicar un escrito de Massimo Fini, autor que ya conocemos. Artículos como éste, a pesar de adolecer del oscuro fondo de pesimismo del autor, constituyen un excelente antídoto al lavado de cerebro feminista, a la idealización de la mujer que tanto desarma a los varones y al opresivo conformismo de la corrección política hoy dominante] 

MUJERES (Primera Parte)

Mujeres, el problema insoluble. “Il Fatto”,  27-03-2010

Las mujeres son una raza enemiga. Haría falta comprenderlo enseguida. En cambio hace falta para ello toda una vida y lo entendemos cuando ya es inútil. Disfrazadas de “sexo débil” son en realidad el sexo fuerte. Físicamente preparadas para el parto, son mucho más robustas que el hombre y viven seis años más, aunque se jubilan antes. Tienen la lengua bífida.  El hombre es directo, la mujer oblicua. El hombre es lineal, la mujer serpentina. Para el hombre la línea más breve que une dos puntos es la recta, para la mujer el arabesco. Ella es insondable, escurridiza, imprevisible. Comparado con ella el varón es un infante a quien, en igualdad de condiciones, ella maneja como quiere. Y si a pesar de todo se encuentra en dificultades, entonces están las lágrimas, eterno e inigualable instrumento de seducción, de engaño y de chantaje femenino. Al primer sollozo se debería sacar la pistola en vez de rendirse sin condiciones como solemos hacer.

Han fundado su poder sobre el sexo, asignándose a sí mismas la parte de la oferta y dejándonos a nosotros la de la demanda, aunque mirando bien las cosas, le interesa y le gusta a ella mucho más que a él. Su placer -cuando las cosas funcionan- es total, el nuestro sólo sectorial, al límite mental («Tienen siempre algo que ganar con esa boca pelosa», escribía Sartre). La mujer es bacante, orgiástica, dionisíaca, caótica, para ella ninguna regla, ningún principio puede valer más que un instinto vital. Por tanto no se puede mínimamente depositar confianza en ella. Por esto durante siglos o milenios el hombre ha intentado reglamentarla, ceñirla, limitarla, porque ninguna sociedad bien regulada puede basarse en el azar femenino. Pero ahora que finalmente se han «liberado» se han vuelto verdaderamente insoportables. Son burocráticas, puntillosas en cada uno de sus pretendidos derechos y un poco mezquinas. Han perdido, por una carrera de secretaria, cualquier feminidad, cualquier dulzura, cualquier instinto materno hacia el marido o compañero, y a menudo también hacia los hijos cuando se dignan tenerlos. No paran de lagrimear todo el tiempo sobre su condición de inferioridad y sin embargo rebosan de privilegios, comenzando con el derecho de familia que, en el 95% de los casos, les asigna los hijos y la casa, mientras sólo el marido puede ser arrojado a la calle de la noche a la mañana. Y pretenden de él, que apenas puede permitirse un cuchitril en un barrio dormitorio, el mismo nivel de vida de antes.

No hacen más que provocar, meneando el culo en bikini, en tanga, en mini, pero si en el trabajo les haces una inocente caricia en los cabellos ya son molestias sexuales, si después de que te ha dado su móvil la llamas un par de veces ya es acoso, si por la calle, viéndola pasar con aires imperiales, le lanzas un silbido, algo por lo que deberían estar contentas y que echarán de menos cuando deje de suceder, estamos ya en los límites de la violación. Basta. Mejor la satisfacción solitaria detrás de un arbusto.


MUJERES (Segunda Parte)

Vivan las mujeres "Il Fatto", 03-04-2010

[Respuesta a cartas de varias lectoras]

He escrito que las mujeres “son una raza enemiga”. Nunca me ha pasado por la cabeza decir que son inferiores a alguien. Si la lectora que me ha escrito hubiese leído mi artículo con “un mínimo de cerebro” habría entendido que, al contrario, considero la mujer, o mejor: la hembra, mucho más vital que el macho. Ella es quien procrea, la protagonista del gran juego de la vida (el real, no el virtual) mientras el varón es un  zángano melancólico que va de paso, animado por un oscuro instinto de muerte ("La mujer es bacante, orgiástica, dionisíaca, caótica, para ella ninguna regla, ningún principio puede valer más que un instinto vital”). La mujer es la vida, el hombre es la ley, la regla, el rigor, la muerte (el contraste entre Antígona y Cleonte en Sófocles). No es casualidad que en la tradición cabalística y también en Platón, cuando el Ser Primordial, tras la caída, se divide en dos, la Mujer se defina como “La Vida” o “La Viviente” mientras que el hombre sea aquel che “es excluido del Árbol de la Vida”.

Es para llenar este vacío, para compensar esta impotencia procreativa (la “envidia del pene” es una tontería freudiana) que el hombre se ha inventado de todo, la literatura, la filosofia, la ciencia, el derecho, el juego con reglas y el Juego de los Juegos, la guerra, que sin embargo hoy en día ha perdido casi toda su fascinación,  porque está cada vez más confiada a las máquinas y porque aquí también han querido entrar las pequeñas gilipollas que pretenden ser soldados o quieren hacer, con su foulard al cuello, de corresponsales de guerra (Quedaos en casa, cretinas, y criad niños. El interés de la mujer por la guerra es una perversión de los instintos. La mujer, que da la vida, no ha amado nunca este juego de muerte. Pero hoy en día las cosas así están: las más rabiosamente belicosas en estos últimos años han sido Madeleine Albright, Emma Bonino [Nota: política italiana ferozmente pro-americana y pro-sionista] y esa pseudomujer y pseudonegra de Condoleeza Rice).

La curiosidad forma también parte de la vitalidad de la mujer. Que puede tener consecuencias catastróficas. ¿Pero es posible que con todas las manzanas que había ella haya tenido que comerse justamente la que Dios Nuestro Señor había prohibido? (desde ese momento han comenzado todos nuestros problemas). De todos modos es verdad que desde que se han “liberado” se han uniformado a lo masculino, convirtiéndose en una parodia, y además de la feminidad han perdido también su flor más falsa y más hermosa, el pudor, por el que valía la pena cortejarlas. Han perdido la sabiduría de sus abuelas a las que les bastaba con dejar entrever el tobillo. Vestíos, tontitas. Al hombre no le interesa vuestra desnudez, sino desenvolver, lentamente, el inquietante y coloreado caramelo, aunque al final se encuentre siempre la habitual, decepcionante cosa.

Una lectora habla de Lisístrata, pero su huelga del sexo fracasó completamente. Porque las esposas de los guerreros siguieron con sus labores domésticas. Ser cuidados sin tener ni siquiera la obligación de follárselas: el Edén redescubierto. Además todo hombre bien nacido, de frente a la elección entre la mujer y la guerra no tiene la menor duda: elige la guerra (e incluso el fútbol, que es una metáfora de la guerra).

Otra lectora me confunde con esos nueve millones de hombres en Italia que –dice- van de putas. Puedo tranquilizarla; en mi “Di(ccion)ario erótico – Manual contra la mujer a favor de la fémina” he escrito que “Pagar una mujer para hacer el amor: ¿Hay algo más insensato? ¿Cómo es esto, yo tengo que pasar por la fatiga de follarte y además te tengo que pagar? ¿Nos hemos vuelto locos?”

En fin, en mi vida he conocido muchas mujeres inteligentes, irónicas y también autoirónicas. Pero nunca una que no fuera susceptible. Como demuestra la avalancha de insultos que me han caído encima tras el artículo de la semana pasada.

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