"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

domingo, 9 de septiembre de 2012

NO HAY VUELTA ATRÁS (Gozzoli)

[Continuamos con los textos de Sergio Gozzoli.]

El hombre ama los enigmas, ama el misterio y lo ignoto.

Y no habiendo cejado nunca en su búsqueda de las razones de las cosas, encontró un día una llave: el postulado de objetividad. Le permitió abrir una puerta, tras la cual había infinitas más –cada una escondida por la precedente- en una especie de intrincado laberinto.

El hombre, más bien incautamente, entró en él y desde entonces ya no ha podido salir.

Hay algo de arcano, en el laberinto: cuanto más el hombre avanza en él, más lejano aparece el final del camino; cuantas más cosas consigue ver, más le parece estar envuelto en la oscuridad; cuanto más conocimiento conquista, más advierte inquietud e incertidumbre; cuantos más tesoros e instrumentos de potencia –el laberinto está lleno de ellos- descubre y posee, más se siente pobre y atemorizado.

Pero la más siniestra propiedad del laberinto se manifiesta cuando se le ocurre pensar en volver atrás. No es que lo desee en realidad, porque la fascinación del enigma, la llamada de la puerta sucesiva son más fuertes que él: antes de entrar, ya estaba atrapado por el ansia de conocimiento, la inquietud del espíritu, la curiosidad intelectual. Pero cuando vuelve la cabeza para atrás –esto sí lo puede hacer- y abraza con la mirada el camino ya recorrido, el amplio mundo de fuera –la sabana, las cavernas y las tiendas, las fortalezas y los castillos, los fuegos en el campo y las balsas en los ríos, las rocas relucientes al sol y los olorosos bosques mecidos por mil sacudidas de viento- y una especie de nostalgia de espacios y de juventud, un lamento de inconsciencia y de libertad le atenaza la garganta, entonces lo aferran mil tentáculos invisibles que lo empujan hacia adelante: a la seducción de lo ignoto que está en él, se añade la fuerza inexorable del hecho consumado que ha suscitado y creado en torno a sí mismo, usando la llave por primera vez.

El hombre ya no puede volver atrás. Porque éste, es el alto precio que el conocimiento impone: cuando sabes, estás poseído por lo que sabes. Para matar la verdad que hay en tí, deberías matarte a ti mismo.

El hombre ya no puede exorcizar el demonio del conocimiento, no puede recomponer el enigma violado y hacer volver a la vida el dragón que ha matado: puede lavar sus manos de la sangre incrustada pero no liberar su espíritu del secreto arrancado.

El hombre ya no puede hacer otra cosa que seguir adelante.

Cualquiera que sea el abismo que se abre tras el próximo recodo, debe continuar. Recorrer el laberinto a fondo, estancia tras estancia, puerta tras puerta, y afrontar su imagen cada vez más nítida, más despiadadamente verdadera, más enfocada e iluminada frente a una oscuridad cada vez más desmesurada.

Ya no es el bosque en los límites del claro, lo que lo limita y circunda, no son ya los muros de la fortaleza o el claustro del convento, ni la cadena de montes vertiginosos o la vastedad turbulenta de un océano. Lo que rodea y abraza al hombre, hoy, son las gélidas tinieblas del cosmos.

Bien, ahora el hombre sabe. Y no puede volver atrás. ¿Qué hará, ahora?

No hay más que una alternativa: afrontar la verdad. Toda entera.

Inútil intentar engañarse a sí mismos, peligroso apartar la mirada de la propia imagen reflejada en los espejos del conocimiento. Es en cambio necesario que el hombre se mire a sí mismo, que se observe despiadadamente. Para medirse plenamente y a fondo. Para valorar sus fuerzas.

Puesto que entre todos los enigmas, el enigma extremo y supremo, el de su destino final, el que más lo seduce y lo aterra, está en gran parte encerrado en su interior: en la medida real y exacta –no la esperada, no la soñada, no la prometida, sino la verdadera, la que es- de su fuerza.

La otra parte del enigma está en otro lugar, fuera de él, en la entidad de las fuerzas que lo amenazan, en la vastedad del cosmos, en la ineluctabilidad de las leyes que ha descubierto, en el imparable fluir del tiempo, en la potencia –quizás benigna, nadie puede decirlo- del azar que incansablemente compone y descompone el mosaico ilimitado de las probabilidades.

Pero el hombre no podrá nunca esperar en los favores del azar, si no es usando al máximo todos sus recursos. ¿Y cómo podrá hacerlo si no los conoce? ¿Si continúa engañándose a sí mismo, drogándose con optimismos, ilusiones, utopías?

El hombre debe -sin miramientos- observarse: medir la propia fuerza. Y para medir sus fuerzas, debe espiar cada recodo de su finitud y su fragilidad.

Porque, cuando llegue el momento de saltar más allá del abismo, debe estar bien seguro de que sus piernas le basten para el salto, que los ojos le ayuden a medir las distancias, que el corazón soporte el esfuerzo y el ansia. Sus piernas, sus ojos, su corazón. No tendrá ayuda fuera de sí mismo.

Es el hombre un animal más curioso que sabio, más audaz que previsor. Si hubiera sido sabio y previsor, habría sepultado en las vísceras más profundas de la tierra sus primeros descubrimientos científicos.

Pero no lo ha hecho, y ahora es demasiado tarde.

Como individuo, cada uno de nosotros posee la libertad inalienable de aceptar o rechazar el conocimiento científico, o más simplemente decidir ignorarla y prescindir de ello. Pero sólo en teoría. En la práctica, ¿Cómo podría yo –que viviría bastante mejor con mi caballo y mi espada- rechazar la tecnología, hija del conocimiento científico?

Y aunque lo pudiera como individuo, no podría como miembro de un grupo: porque cualquier sociedad que decidiese volver atrás en este camino, estaría a merced de las demás.

Por lo tanto, no se vuelve atrás.

Los hombres han vivido durante decenas de milenios sin un procedimiento científico como medio sistemático de conocimiento global, aunque algunos lo aplicaran sin ser conscientes de ello, aquí y allá, en las técnicas y quizá en el pensamiento. Pero ya no se puede prescindir de ello: para quienes lo intentaran ,sería un suicidio.

No hay entonces otro camino que cabalgar el tigre, para hacer pagar al hombre el precio más bajo posible de frente al progreso tecnológico que parece llevarlo a la aniquilación.

Pero si este motivo parece –como en el fondo es- de carácter meramente práctico, hay otro de orden más elevado, ético y existencial, impuesto por nuestro orgullo y sentido estético: el conocimiento es un desafío.

Nos desafía con sus verdades terribles.

Nosotros ahora sabemos. Vivimos nuestra precaria existencia, encerrados en el espacio entre una insegura corteza terrestre y la envoltura de la atmósfera, encerrados en el tiempo entre dos glaciaciones, entre el cataclismo del que nacimos y el que nos enterrará, efímera respiración del tiempo en la explosión de un universo de frías fronteras sin luz, puñado de polvo energético en la inimaginable inmensidad del cosmos.

De aquí a sus insondables confines, nos rodea el Abismo. Gélido. Vacío de vida. Inconmensurable.

¿Qué puente podremos tender sobre éste, si no nuestro orgullo? Para algunos la vía es la desesperación, la angustia, el rechazo, la fuga en la droga de un existencialismo pasivo. Para otros, en la droga de artificiales optimismos a priori.

Pero no para todos: habrá siempre quien acepte el desafío.

El Conocimiento nos desafía también con las verdades aún ocultas. Mil enigmas están aún encerrados en la oscuridad, desafíos para el aventurero instinto del hombre. Nuestro mismo orgullo, por ejemplo, y nuestro sentido estético: en el fondo vivimos de esto. Es en último análisis una medida de belleza, o de armonía, la que dibuja en la mente humana cualquier ideal de justicia, o de nobleza; es en último análisis un acto de orgullo, lo que nos hace capaces de desafiar los dragones y los glaciares, los desiertos y los océanos y la inmensidad cósmica, y la misma desesperada soledad del pensamiento.

¿Pero dónde están, orgullo y sentido estético? ¿En qué específicas, íntimas estructuras, exactamente?

¿Y todos los demás impulsos –que con una medida estética el hombre divide en anhelos del espíritu y brutas pasiones animales- todos los instintos que permiten y regulan nuestra supervivencia?

¿Y las categorías lógicas de la razón humana, que nos permiten apreciar la objetividad de la realidad, y nos hacen conscientes de nuestra misma irracionalidad? Si todas estas son funciones de específicas y particulares estructuras, nos preguntamos cuál es el íntimo y escondido mecanismo de relación entre estructura y función. Y si toda estructura es la ejecución de un proyecto genético inscrito en una modesta fracción molecular, nos preguntamos cuáles son todas las etapas que están entre el programa y su realización completa, ambas inmutables a través de las generaciones, en una continuidad de decenas de milenios.

La última frontera del Conocimiento está aún más allá de cualquier horizonte humano. Y si el orgullo nos hace continuar la marcha, el sentido estético nos hace esperar que no se llegue nunca la última meta: porque un mundo sin enigmas sería un mundo sin desafíos.

Un mundo inadecuado para el hombre, plasmado por los desafíos.

Aceptemos por tanto el desafío de la Verdad.

Si venimos del Vacío, nuestro orgullo lo llenará. Si somos hijos de la precariedad y del azar, construiremos uns Historia que nos dé nobleza; si no existen finalidades y designios, nuestro Honor será nuestra finalidad; si no existen los dioses, adoraremos la memoria de nuestros padres; si no existe un Mañana, nuestros hijos serán nuestro mañana. Si la verdad nos niega cualquier esperanza y cualquier premio, pues bien, nosotros, de pie, aceptamos el desafío: nos bastaremos a nosotros mismos. […]

La Verdad no nos doblegará, negándonos la felicidad; ni nos comprará la Utopía prometiéndonosla: puesto que no la felicidad, sino ser nosostros mismos, es lo que aplaca nuestro espíritu.

Sergio Gozzoli

1 comentario:

  1. Óptica nocturna alemana (I). Introducción
    En esta entrega de cinco partes hablaremos acerca de los avances técnicos y uso práctico de la tecnología infrarroja alemana de la Segunda Guerra Mundial. Un tema no muy conocido entre los interesados en la historia militar.
    www.molestoluegoexisto.blogspot.com

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