"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

martes, 28 de agosto de 2012

LA NUEVA CONDICIÓN HUMANA


[En las próximas dos entradas terminaré la serie de textos de Sergio Gozzoli en que aborda la decadencia de nuestras sociedades desde su perspectiva sociobiológica, que tiene sus méritos representa un baluarte de sentido de la realidad, de frente al idealismo barato y buenista que domina actualmente. En la última parte del libro "Las Raíces y la Semilla" los textos alcanzan su mayor intensidad y el autor presenta la esencia de sus conclusiones.]
 

Enfermo de sus utopías igualitarias y progresistas, de sus supersticiones finalistas y deterministas, de sus necias creencias universalistas y antropocéntricas, tan ridículamente ufano en su provincialismo cultural, que lo ha convencido de que “su” sociedad sea todo el mundo, que “su” tiempo sea toda la historia, que “sus” problemas sean la preocupación fundamental de los dioses, el hombre occidental de hoy se dirige a los trágicos desafíos del futuro psicológicamente desarmado, físicamente inadecuado, intelectualmente miope.

Camina –sobre piernas que el bienestar ha vuelto perezosas, con un corazón reblandecido por hipócritas moralismos, con la vista corta por culpa del optimismo- hacia una cresta más allá de la cual hay un precipicio.

Va –patéticamente inerme y confiado- hacia un vacío que lo espera sólo para engullirlo.

En realidad, bien mirado, ya camina en el vacío. La sociedad que ha construido es la más monstruosa y al mismo tiempo la más frágil entre las realidades que la historia ha conocido: una amalgama de potencia tecnológica e infelicidad interior, de presuntuoso optimismo y de sofocante inseguridad, de superficiales conquistas y radicales renuncias.

Considerémoslo bien de cerca, este hombre en su sociedad, y pongámoslo de frente, usando pocos parámetros esenciales, al hombre del pasado.

El de hoy es un ser parcial, incompleto, sustancialmente inexpresado: el hombre del pasado, en su realidad del mundo campesino o artesanal, debía saber construir su propia casa; debía poseer alguna noción de hidrografía, para no correr el riesgo de desaparecer con su casa a la primera inundación; debía conocer algo de la ciencia veterinaria o al menos de zootecnia, para defender el patrimonio constituido por sus bestias; debía saber arrancar un diente a su hijo porque no había dentistas a la vuelta de la esquina; debía saber manejar una espada, para proteger la vida y los bienes de los suyos; debía saber enseñar a leer y escribir a sus hijos porque no había escuelas; en resumen, todos los recursos físicos, intelectuales y espirituales, todas sus potencialidades estaban –una por una y todas juntas- llamadas a expresarse y desarrollarse por el desafío coercitivo de las necesidades prácticas cotidianas; comparado con él, el hombre actual – con su alta especialización sectorial, fuera de la cual no sabe hacer otra cosa y con la mayor parte de sus energías disipadas en rellenar formularios, hacer colas, hacer las cuentas de los impuestos, ocuparse de facturas, recibos, firmar, interpretar incomprensibles pólizas de seguros- es verdaderamente un homúnculo.

Pero el hombre actual es también un ser sin reales poderes y responsabilidades privadas […] defenestrado por las interferencias de los poderes públicos hasta en el último rincón de su mundo familiar […] es sólo un esclavo en libertad vigilada.

Es, en definitiva, también un ser profundamente inseguro, infeliz y solitario: el hombre del pasado gozaba de certezas unificantes, que le daban la serena estabilidad interior de quien es parte de un todo; estaba protegido de la desesperación, porque sabía que debía aceptar el dolor, el sufrimiento, la muerte de manera “natural”; y el temor del demonio, o de la cólera divina, absorbía íntegramente la carga de angustia que genéticamente el hombre lleva dentro; en comparación, el hombre actual –que no poseyendo ya certezas es zarandeado como un corcho a la deriva en el oleaje de la opinabilidad, y no pudiendo descargarla sobre el diablo está obligado a vivir su angustia en la más mínima palpitación como temido signo de infarto, en cualquier dolor de estómago como inquietante síntoma de cáncer- es sólo un fugitivo con el corazón en un puño.

Pero volvamos a la sociedad del hombre actual, a lo que constituye “su mundo”.

Agitado por las tormentas de la crónica inestabilidad social y lacerado por todas sus contradicciones morales y culturales, este mundo es capaz sólo de disimular el espantoso vacío sustancial con declaraciones de principio proyectadas hacia el futuro: puesto que ninguna de sus afirmaciones y promesas ha sido efectivamente y plenamente realizada –es natural puesto que son irrealizables- entonces se engaña a la paciencia del hombre de hoy pidiéndole, siempre, que espere un poco más.

Y en efecto para el hombre actual los medios de comunicación, la droga, el bienestar material han sido hasta ahora suficientes, por lo menos en el Norte “avanzado”, para adormecer en genérico descontento cualquier impaciencia real, para contener en rebeldía esporádica cualquier auténtica rebelión, para aplazar continuamente cualquier ajuste de cuentas.

Pero aunque no haya un ajuste de cuentas –antes o después- con los hombres, lo habrá –más antes que después- con las cosas: es decir con la realidad. Se pueden hacer trampas durante mucho tiempo, también vivir de ello, pero no al infinito.

El juego puede durar mientras se trate de convencer a los hombres de que se puede eliminar la violencia en la sociedad simplemente aboliendo la pena de muerte; que se puede eliminar la locura simplemente haciendo desaparecer los manicomios; que se puede eliminar la prostitución renunciando a regularla. Pero cuando se pretende que las diferencias entre individuos y grupos sean canceladas por un enunciado de principios que las declara inexistentes sobre el papel, o que se puedan evitar las guerras sencillamente predicando la paz, o que se pueda exorcizar la agresividad del hombre con la simple proclamación “oficial” de su bondad natural y la atribución de las maldades de los individuos a las “perfidias” de la sociedad –como si las sociedades, en vez de ser creaciones humanas, fueran la inalienable herencia de malignas divinidades- cuando se pretende mimetizar la inquietud de frente al futuro del planeta tras optimismos de principio con desvaríos sobre emigraciones interplanetarias en masa, con todo ello se condena inexorablemente al hombre a medirse con adversarios que le obligarán a descubrir sus cartas y exigirán un ajuste de cuentas conclusivo: la realidad de las cosas, las leyes de la naturaleza biológica, la prepotencia de las fuerzas cósmicas.

Y no será un encuentro con armas paritarias, porque por parte del hombre no se presentará un guerrero armado de humilde conciencia de la realidad, de sereno orgullo: el monstruo aplastará sin esfuerzo al niñato caprichoso, a la sufragista histérica, al burguesucho presuntuoso, al profeta delirante.

Será ciertamente, en verdad, un combate bastante breve, puesto que las sociedades guía de la actual humanidad cada vez son más pobres en aquellos tipos humanos “superdotados” que permitieron a los grupos de progenitores salir victoriosos contra los desafíos del hambre, del frío y del miedo en la era glacial. En efecto –más allá de los factores de “bloqueo” de la selección natural que hemos considerado y operan en las sociedades avanzadas- hay otro que nunca será valorado suficientemente: es la riqueza convertida en el único factor de competicion social, la riqueza que aniquila el héroe e instrumentaliza el genio, el freno que bloquea cualquier válida selección natural en el mundo moderno.

Es la riqueza convertida en el Fin por antonomasia –con el bienestar elevado a modelo de vida- la transgresión suprema del orden natural de la vida en sociedad de los hombres. Es el afán de riqueza y bienestar, es el absurdo predicar del derecho a la felicidad individual prometida y garantizada por el bienestar de la riqueza, la “dementia” que destruye la armonía natural, que viola las leyes naturales, que vulnera el equilibrio natural.

Por culpa de esta “transgresión” y de esta “subversión” el eje de las ventajas selectivas se desplaza en perjuicio de los genotipos humanos más elevados y maduros, más nobles y más “necesarios” para la supervivencia del grupo. Cuando la superioridad de la inteligencia y del carácter no está asociada a un mayor poder, cuando esta superioridad no es garantizada por una más amplia transmisión de genes, ni se presenta como estímulo de “reproductividad preferencial” entonces muere y se desvanece toda posibilidad de real elevación cualitativa del entero cuerpo social. Al contrario, esas “reservas” de recursos humanos, constituidas por las auténticas élites “naturales”, las únicas que podrían guiar y salvar sociedades que caminan ya en el borde del precipicio.

Sergio Gozzoli

1 comentario:

  1. La última parte de este texto me parece especialmente pertinente. Considerando las cosas con objetividad salta a los ojos la absoluta mediocridad de nuestras clases dirigentes, vemos que nos gobiernan simplemente los peores, gente capaz sólo de gestionar malamente un mecanismo dado, pero incapaz de afrontar cualquier emergencia, de pensar creativamente, de construir, de hacer frente al mínimo desafío, gente de ínfimo nivel producto de una selección al contrario y el nivelamiento en la mediocridad.

    Personalmente concuerdo con el autor en que la realidad acabará pasando factura y quizá sea un bien porque será esta la única oportunidad de renacer.

    ResponderEliminar