"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

sábado, 20 de octubre de 2012

¿JOMEINISMO SALUTISTA? NO GRACIAS



[La entrada de hoy se ocupa de la campaña de persecución contra los fumadores en acto que ha llegado ya a ser un integralismo salutista como denuncia en su artículo Massimo Fini]

Massimo Fini 
Publicado en "Il Fatto Quotidiano" 03-09-2012
 

En el jomeinismo salutista que tiene como objetivo el tabaco y los fumadores hay algo grotesco. Es como si alguien a quien se le está quemando la casa se preocupase de la perrera. Salimos a la calle y respiramos contaminación a espuertas: humos industriales, gases de escape, partículas en suspensión, lluvias ácidas.

Pero ni siquiera en casa nuestros pulmones están a salvo. Hace treinta años descendí en las cloacas de Milán para un servicio sobre desechos. Además de un inocente olor a mierda llegaban de vez en cuando hedores químicos. Pregunté al técnico que me acompañaba a qué eran debidos. “A los detergentes, sobre todo” respondió. Después de media hora dando vueltas por las galerías, espléndida construcción decimonónica en ladrillos rojos, hice notar al técnico que no habíamos visto ni siquiera un ratón. “Desaparecieron hace una decena de años. No soportaban los desechos químicos y se han ido. Se han refugiado en las zanjas o en los canales”. Hasta las ratas detestan las cloacas, en Milán. Pero el problema por lo visto es el humo del tabaco.

La cuestión, como es archisabido, se divide en dos: humo activo y humo pasivo. Se confrontan dos derechos de libertad: la del fumador y el de la salud de un tercer sujeto que no debe ser puesta en peligro por la actividad del primero. Que entre los dos debe prevalecer el primero hoy está aceptado y nadie lo discute, yo menos que nadie, aunque mi generación haya pasado la vida en locales llenos de humo, en restaurantes y cines llenos de humo.

En la posguerra fumábamos todos, hombres y mujeres. Quien había sobrevivido a las bombas angloamericanas y a las represalias alemanas no se preocupaba desde luego por un cigarrillo. Y lo que hoy está bajo ataque es precisamente el humo activo. En Estados Unidos bastantes empresas, antes de contratar a un dependiente, le someten a un examen médico para ver si es fumador. Si lo es lo descartan. Esto es inaceptable porque lesiona un principio elemental de libertad: el de hacer lo que a mí me da la gana en la medida en que no perjudico a los demás. Que yo no deba fumar en la oficina apestando a los colegas está claro, pero nadie tiene el derecho de meter las narices en lo que hago en mi casa. Entre mis derechos inalienables está el de arruinarme la salud si así me apetece.

Esta obsesión por el humo del tabaco deriva de una obsesión más general, la de la prevención, que tiene que ver a su vez con el mito de la longitud de la vida. Mi madre ha fumado hasta los 86 años. En los últimos tiempos estuvo en un asilo. Los médicos querían prohibirle el tabaco. Les dijo: “Esta mujer no tiene ya nada de la vida, ¿Queréis prohibirle tambien el último placer para que gane algún mes más de sufrimiento?”. Así que yo le llevaba a escondidas un paquete de cigarrillos nacionales. Cuando dejó de fumar comprendí que había llegado el fin. Murió como todos morimos. Pero no de cáncer de pulmón. De vejez.

En nombre del mito de la longitud de la vida nos impedimos vivir, desde jóvenes. No se puede ya fumar, no se puede beber, no se puede engordar, hace falta estar a dieta, hacer media docena de controles clínicos al año.

Es una ilusión, muy moderna, la de poder controlar todo. Pero en realidad, no podemos controlar nada. El médico francés Bensaid narra en el libro “las ilusiones de la medicina”, la historia de un paciente suyo, M.L., gordito, alegre, jovial como a menudo son los gordos, con tendencia a una leve hipertensión que no le había preocupado nunca. Pero un día lee en un artículo de Le Monde los riesgos que lo acechan. Corre a ver a Bensaid y éste le comenta que se trata sólo de posibilidades. M.L. insiste y el médico le receta las medicinas apropiadas y le aconseja el estilo de vida adecuado. Pero Bensaid descubre que su paciente se entristece, se vuelve melancólico.

Para terminar brevemente: M.L. morirá tres años después por un melanoma fulminante. Y Bensaid observa: “Le había envenenado inútilmente los últimos años. Lo había vuelto infeliz para impedir que enfermara. O mejor dicho para prevenir, en la mejor de las hipótesis, patologías del todo hipotéticas”. Esto lo digo también para el profesor Veronesi [Nota: famoso oncólogo italiano]cuando afirma que se han realizado extraordinarios progresos en la cura del cáncer.

No, solamente se han anticipado las diagnosis, estropeándoles así una decena de años de vida a hombres y mujeres que, en el momento de la diagnosis, estaban aún, a todos los efectos, sanos.

Si quisiéramos llevar de verdad una vida sana deberíamos producir menos, consumir menos, trabajar menos. Pero esto es tabú. Tenemos el mito del crecimeinto, y tambien el cáncer es crecimiento, de células enloquecidas. Como dentro de este mito hemos enloquecido nosotros. Prohibido fumar.

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