"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

viernes, 5 de octubre de 2012

USURA Y ALREDEDORES


[Este texto de Piero Sella fue publicado en el número 72 de la revista italiana L'Uomo Libero en Diciembre de 2011. No es una traducción integral pero contiene la mayor parte del escrito.]


“Los males desesperados, o son incurables, o se alivian con desesperados remedios”
William Shakespeare, Hamlet, Acto IV, escena IV

Que el desbordamiento sin confines y sin reglas de la gran finanza esté en la raíz del actual desbarajuste económico es ya evidente.

Es igualmente indiscutible que los daños más graves los está sufriendo Europa.

Las naciones del Viejo Continente, que hace cincuenta años se habían movilizado para realizar un Estado federal, han visto este ambicioso proyecto político empantanarse y luego evaporarse. De ello no ha quedado más que el euro –una moneda que no tiene a sus espaldas un Estado que la defienda- y un Banco Central que se ocupa de la emisión y la circulación en un territorio que carece de leyes comunes.

A este banco los distintos Estados le han concedido una autonomía absoluta.

La gestión de la economía ha pasado así de los Estados, no a una autoridad política supranacional por ellos nominada, sino a un ente financiero que no responde ante ninguna autoridad. ¿Necio error o culpable traición de los intereses europeos? El resultado es igualmente desastroso: los Estados hoy ya no tienen voz en el asunto, ni sobre las decisiones del banco ni sobre la elección de sus dirigentes.

¿Pero entonces ante quién responde este Banco Central Europeo? ¿Quién nombra a sus vértices? Se inserta perfectamente en el organigrama de aquella burocracia bancaria atlántica que es parte de la estrategia de los centros económicos y financieros del capital hebreo. Como las otras siglas relacionadas –Banco de Pagos Internacionales, Fondo Monetario Internacional, Banca Mundial, Reserva Federal- que realizan funciones públicas y por tanto son consideradas por la mayoría de las personas instituciones estatales, aun siendo en realidad sociedades privadas, también la BCE ve su núcleo dirigente formarse a través de una cooptación que, sin vínculos de nacionalidad, lleva al vértice a los más fiables entre la gente del oficio.

El hecho es que los gobiernos europeos, atrapados en la tela de araña tejida por la plutocracia mundialista, se han quedado fuera de la sala de control. Dejados al margen de las decisiones de mayor importancia, a los politicos de los ex-Estados soberanos hoy en día se les delega únicamente la administracion corriente, condicionada de todos modos por las directivas que, amenazantes e ineludibles, llueven continuamente desde arriba.

Esta humillante servidumbre de los pueblos de Europa, bajo la potestad de la gran finanza, ha sido ben fotografiada –por desgracia sólo en privado- por Berlusconi cuando en una conversación interceptada, se desahoga: “la gente no cuenta una m… los parlamentos no cuentan una m…”.

Establecido que las cosas no están para nada como la democracia pretende, nos parece necesario comprender quiénes son los que cuentan, quién, en definitiva, tiene en mano el poder. En la sociedad actual, donde la medida de todas las cosas, el único valor reconocido por todos es la riqueza, el poder no puede pertenecer más que a aquella oligarquía que se ha asegurado el “señoreaje”, es decir la exclusiva de imprimir y ceder a la colectividad el dinero, en las cantidades, con el coste y con las condiciones no acordadas con los usuarios del servicio, sino dependientes únicamente de su capricho.

Este es el punto de partida para el nacimiento y la prosperidad de una finanza internacional parasitaria, hoy tan sólida que no tiene dificultades para imponer, con una cadena muy corta, la propia ley a los países y las economías sujetas a su servidumbre. Para chantajear y estrangular a la menor señal de amotinamiento. [...]

La lucha entre economía y política es desigual: los soviéticos mandaban los tanques, hoy en día las armas del golpe de Estado son otras y más decisivas. La que usan los señores de la usura es el préstamo. La deuda, en cuanto fuente de ganancias, pero sobre todo de control político, hay que mantenerla a cualquier precio. El cliente, el deudor, no debe estar en condiciones de poderla extinguir. Las naciones y los particulares endeudados son un capital que hay que mantener en vida y cuidar con la misma dedicación que el pastor tiene con su rebaño. Para mantenerles indefinidamente atrapados en la red, no hay mejor cosa que impedir a la política aquellas reformas que pueden disturbar el status quo de la deuda. Se fomentan en cambio maniobras de corto alcance que producen deflación, desempleo, y en general efectos recesivos. Con el estancamiento productivo el círculo se cierra. Los deudores no pueden respirar y tienen necesidad de nuevos préstamos.

El plutócrata sin embargo no se conforma con vivir esperando pasivamente el fruto de la usura. Puesto que capital e intereses, por la misma naturaleza del préstamo, no son exigibles inmediatamente, y la experiencia enseña que existe el riesgo de que se esfumen, los créditos rapidamente se titulizan y comercializan, es decir se fraccionan y se venden al detalle. Los bancos, a los cuales los políticos europeos permiten moverse sin trabas, en régimen de deregulation prácticamente completa, consiguen colocar a sus clientes cualquier producto titulizado preparado por los gestores del riesgo financiero. Clientes ya desplumados en varias ocasiones, y predestinados, en la visión de la plurisecular creatividad financiera judaica, al papel de últimos depositarios de la cerilla encendida. Entra en caja así más dinero, que la especulación emplea para atacar en los mercados, someter y esclavizar presas cada vez más grandes.

Pero cuando, por la codicia de los usureros –los bancos de inversión USA, ricos con los miles de millones de dólares impresos para ellos por la FED- la burbuja de la deuda se infla sin medida, los bancos tienen dificultades para transferir el riesgo. El spread (el diferencial de interés entre las obligaciones menos sólidas y las más fuertes, hoy los bund alemanes) y el euribor (el tipo que regula los préstamos interbancarios) se disparan.

El deudor, público o privado, que al principio había sido engolosinado con intereses mínimos, para obtener la renovación o más financiación, debe pagar más. Pero pagar más para financiarse no le evita ulteriores problemas. Ya está, aunque esté respetando sus compromisos, en el punto de mira de la especulación, la cual es libre de jugar en las bolsas incluso sobre el temor, por ella misma dosificado, de que se llegue al default. De ello resultan sacudidas en las cotizaciones de los títulos, bajistas si se difunden voces preocupadas, alcistas si se hacen declaraciones tranquilizantes, optimistas. El beneficio en ambos casos termina en el bolsillo de quienes han puesto a punto el invento y por tanto pueden sacar partido de él.

Cuando el virus del default infecta el mercado, los títulos de los países agredidos por la especulación valen cada vez menos. Si los bancos tienen demasiados, sus cuentas no cuadran y, puesto que la capacidad de prestar está ligada, aunque sea en pequeña parte, al capital poseído, se vuelve difícil seguir financiando a las empresas. Cuando éstas están en dificultades, para los institutos de crédito es real el riesgo de no ver restituido ese dinero que habían prestado sin tenerlo.

Las acrobacias especulativas de la finanza virtual así recaen finalmente sobre la economía real.

¿Es posible poner remedio a esta situacion? ¿Intervenir dictando reglas que defiendan la economía nacional y europea contra la especulación? ¿Es posible tomar decisiones que interrumpan el crecimiento de la deuda y de los relativos intereses?

Es posible pero el cambio no puede verificarse dentro del cuadro actual. Europa y sus estados no tienen en sus manos las palancas de la economía, ni las de los institutos financieros, los cuales como se ha dicho operan en absoluta autonomía.

Para cambiar las cosas, la condición ineludible es que los Bancos Centrales, y con ellos toda la estructura del crédito y las aseguradoras, sean nacionalizadas. El BCE pertenecerá entonces al pueblo europeo, Bankitalia al pueblo italiano. El dinero impreso y puesto en circulación no estará gravado por ninguna tasa, por ningún señoreaje privado. Las directrices operativas de la BCE no serán dictadas por la finanza atlántica, sino por el gobierno federal europeo elegido por el pueblo.

Con la nacionalización del credito deberá ser prohibida –en todo o en parte- la cesión a los inversores extranjeros de los títulos de la deuda pública. Será una cuestion de contabilidad interna, vedada a la especulación de cualquiera.

[…]

Está claro que la política, como es hoy, no tiene ni la voluntad ni la fuerza para imponer reformas así. Es igualmente ilusorio que el mundo bancario acepte autoreformarse. Ama el status quo porque ha constatado que la economía real es ya poca cosa respecto a los negocios virtuales. No sufre viendo que, con el desbocarse de la piratería financiera, la producción y el trabajo pasan en segundo plano. Los bancos estan más interesados en explotar la rentabilidad que deriva de la enorme masa de dinero que cada día se mueve exenta de impuestos a la velocidad de la luz.

También intervenir en la deuda sería posible, y se podría hacerlo sin nuevos impuestos, pero nos pondría en conflicto con las estructuras político-militares y con los tabúes culturales impuestos a Europa por la plutocracia atlántica.

Los gobiernos –sean de izquierdas, de derechas o técnicos- en vez de hacer regresar a los miles de militares que están en el extranjero, donde al servicio de la OTAN provocan graves daños a Europa, deben resignarse a hacer caja con las pensiones y las propiedades inmobiliarias. En vez de impulsar el trabajo para nuestros parados, poniendo fin a una enorme evasión fiscal, se ven abocados a favorecer la inmigración y malgastar miles de millones en mantener inmigrantes clandestinos, refugiados y gitanos. Por no hablar de las decenas de miles de extracomunitarios que atascan los tribunales y atestan las cárceles.

La cúpula plutocrática, en conclusión, nos perjudica y nos impide reaccionar. Y el único signo de vida que da ante la crisis es mostrarse preocupada por la suerte de sus compañeros de meriendas, los bancos, a los cuales por tanto decide refinanciar.

¿Cómo se realiza esta operación? Imprimiendo, con poco gasto y ningún control externo, la cantidad de billetes considerada oportuna. Esta producción de dinero de la nada, crípticamente indicada a los ignaros súbditos como “emision ilimitada de liquidez”, es considerada por los economistas y la prensa especializada como un taumatúrgico remedio. Sacan tajada, en realidad, sólo el Banco Central que con los nuevos billetes se ha procurado nuevo trabajo y nuevos beneficios, y los bancos rescatados. Es un negocio entre bancos. Los privados, pero también los Estados que, increíblemente, no tienen ya un banco suyo, están obligados a recurrir al mercado.

[…]

La gran finanza parece por tanto, en este momento, controlar todos los instrumentos para seguir jugando, de burbuja en burbuja y sin límites de tiempo, sobre la piel de las naciones.

La absurda renuncia de los Estados europeos a la soberanía económica y monetaria no puede ser considerada como un fenómeno aislado y carente de repercusiones. Al contrario constituye la base desde la cual los poderes fuertes han podido extender su dominio sobre la entera categoría política y, por extensión, sobre todos los aspectos de la convivencia social.

Ante tal cuadro la democracia es sólo una lúgubre sábana extendida por la plutocracia para sofocar en todo Occidente la libertad de los pueblos y para insidiarla con presuntuosa arrogancia en cada rincón de la Tierra.

El desbordamiento de la gran finanza y su brazo armado, el aparato militar de la OTAN, es en efecto descarado y sin límites. El pretexto para la intervención se encuentra siempre: contra la víctima el lobo puede invocar, según las ocasiones, el terrorismo, el peligro de las armas de destrucción masiva, el imperativo de llevar la democracia a los menos afortunados, la obligación moral de proteger a los civiles.

[…]

Las agresiones de la OTAN son regularmente apoyadas por las agencias de noticias y los medios, los cuales sin embargo no se ocupan nunca de las matanzas de civiles perpetradas por los invasores atlánticos y minimizan las torturas, los secuestros y las detenciones ilegales que se consuman cada día en EEUU, en sus colonias, en los países ocupados o en los que tienen bases militares.

En este panorama de desinformación, merece de una atención específica el hecho de que sean presentados como relacionados con la llamada “primavera árabe” los eventos de Libia. El país, que nada tenía en común con sus vecinos, ha sido en realidad primero corrompido y desestabilizado por los servicios franco-británicos, después doblegado con bombardeos terroristas que han destruido toda la infraestructura militar y civil. […]

Sobre los corresponsales de guerra europeos, se han ganado el sueldo propinando a la opinión pública toda la basura mediática amontonada por la cúpula atlántico-sionista. Un esfuerzo profesional que, en la televisión, no ha narrado nunca coherentemente el texto con las imágenes en la pantalla y que, tampoco en la prensa, ha conseguido cubrir la vergonzosa intervención de los cruzados occidentales con cuentos de atrocidades nunca sucedidas, de fosas comunes, de violaciones en masa. Quien estaba de parte de los libios apoyados por los occidentales y se había aventurado a describir un Gadafi en fuga, con camiones llenos de lingotes de oro y cajas de joyas, ha sido puesto en evidencia por la muerte del Rais, con las armas en la mano, sobre la arena de su país.

[…]

Europa está por tanto inmobilizada por el aparato financiero mundialista del cual representa sólo un apéndice colonial. Su política exterior está en manos de la OTAN que, tras la caída del comunismo, ha pasado –sin interpelar a las naciones de la Alianza- a enfrentarse con los enemigos de Israel. Sus instituciones políticas y las estructuras económicas y productivas se tienen que doblegar ante la presión de potencias y lobbies extranjeras.

Por esta razón, en la crisis actual, nada podrá ser ajustado con esas intervenciones marginales que, regularmente, se presentan públicamente como determinantes por mayorías parlamentarias, oposición, gobiernos técnicos. Para ser más claros, cambiar los ministros, modificar el sistema electoral, cancelar o no provincias, variar la edad de jubilación, intervenir sobre interceptaciones [y garantías judiciales en general], privatizar, no puede resolver nada.

El pesimismo no puede ser mitigado cuando vemos los países en crisis pasar directamente y sin sobresaltos en las manos de los procónsules del gran capital. Hombres todos ellos criados en las estructuras financieras internacionales y ya fogueados en los bancos de inversión mundiales y en el Banco Central Europeo.

Esta capitulación de la política, que tiene lugar de espaldas a una población atemorizada y que no está en condiciones de comprender, tiene el gusto de la burla porque es precisamente en el mundo de la finanza, en sus hombres, en sus títulos tóxicos, donde ha tenido origen la crisis.

Haber confiado a banqueros las riendas de la cosa pública, en Grecia e Italia, demuestra la incapacidad de la Europa democrática para reaccionar. En vez de habérseles obligado a poner orden en su casa, en sus bancos, a los hombres de la catástrofe se les ha llamado para que metan las manos en nuestros bolsillos. Detrás de una democracia dispuesta a sacrificar a su pueblo ya es evidente el poder de la usura internacional, un poder cuyo fin es la predación y en el cual el rechazo de toda socialidad no es casual ni momentáneo, sino fisiológico e irreversible.

Tenía por tanto razón el gran Shakespeare. Para darle la vuelta a una prognosis infausta,  los remedios deben ser extremos, esto es han de desembocar en situaciones que no tememos definir como revolucionarias.

Piero Sella

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