[Se publica esta semana un artículo reciente de Massimo Fini que vuelve sobre el tema de la democracia, que abordó en su libro "Suddidi. Manifesto contro la democrazia" del cual publicamos un ciclo en este blog. Tema muy actual especialmente en nuestro país, donde estamos viendo día a día la crisis del sistema democrático y precisamente en los términos analizados por el Autor en su libro]
Massimo Fini
Il Gazzettino, 12 ottobre 2012
Todas las clases
dirigentes de Occidente están, quien más y quien menos, en crisis. Normalmente esto se achaca a la actual
mediocridad de las clases dirigentes (de lo cual Italia, desde siempre país
piloto, para bien y para mal, ofrece aspectos grotescos e instructivos). Nadie
osa decir que en crisis está la Democracia en cuanto tal, como sistema de
poder, más allá de quien la interpreta.
Tras la caída del mundo feudal la doctrina
liberaldemocrática nace en la mente de algunos pensadores (Stuart Mill, Locke,
Alexis De Tocqueville) que querían valorizar méritos, capacidades,
potencialidades del individuo, finalmente liberado de las rígidas divisiones de
casta (nobles, eclesiásticos, Tercer Estado).
Lo hechos mestran que, históricamente, la
democracia ha conseguido lo contrario, se ha revelado un sistema de
oligarquías, políticas y económicas, de aristocracias enmascaradas, de lobbies que aplastan al individuo que no
se adapta a esta humillantes servidumbres. Este vulnus, ineliminable y definitivo, de la democracia había sido ya
bien identificado por la llamada “escuela elitista” italiana de primeros del
‘900 (marcada como “de derechas” quién sabe por qué: Vilfredo Pareto, Gaetano
Mosca, Roberto Michels eran simplemente puros estudiosos que, como tales,
observaban los fenómenos sociales por lo que son). Escribe Gaetano Mosca en “La Clase Política”: “Cien que actúen siempre de acuerdo y en
entendimiento unos con otros triunfarán siempre sobre mil tomados uno a uno que
no hayan alcanzado un acuerdo entre ellos”. Con lo cual se dice adiós no
sólo al mito anglosajón del “one man, one
vote” sino también al principio de meritocracia, sobre el que prevalece la
fidelización feudal. Se crean así clases dirigentes de mediocres que, para
mantenerse, se rodean de sujetos aún más modestos que, llegados a ser clase
dirigente, seguirán la misma conducta, en un proceso que parece sin fondo.
No es casualidad que las democracias hayan dado lo
mejor de sí mismas cuando se han transformado, más o menos veladamente, en
autocracias (el Roosevelt del New Deal, gran
admirador de Mussolini, Churchill y Eisenhower en la segunda guerra mundial).
Como no es casualidad que las democracias no sean capaces de combatir la mafia.
Siendo un aglomerado de mafias deben llegar a un acuerdo con las que son, por
así decir, oficiales (sólo el fascismo, que no era una democracia, combatió
seriamente la mafia siciliana, porque un poder fuerte no soporta otros en su
propio territorio).
Por lo demás la cuestión de la democracia es una
de segundo grado. La democracia es un sistema de reglas y de procedimientos, no
un valor en sí. Es un saco vacío que hay que llenar de contenidos. En dos
siglos y medio se ha llenado solamente de valores cuantitativos y materialistas
y la democracia se ha convertido simplemente en el envoltorio legitimante de un
modelo de desarrollo económico “paranoico” porque se basa en el crecimiento
infinito que existe sólo en matemáticas y no en la naturaleza. Tras una
vertiginosa cabalgada, que precisamente contenía el principio del fin en su
velocidad, este modelo ha llegado inevitablemente al propio límite porque ya no
puede crecer más. Yo lo veo como un potentísimo automóvil que ha llegado ante
un muro infranqueable. Pero el conductor, en vez de tomar nota de la realidad,
se obstina en apretar el acelerador. Antes o después el motor se quema.
Saliendo de la metáfora colapsará, y de golpe, el
mundo del dinero, de la finanza, de la industria, de la producción y del
consumo llevándose tras de sí el frágil velo que lo cubre llamado democracia.
Por muchas infantiles ilusiones que nos hagamos (Fukuyama) tampoco la
democracia, como cualquier otra construcción humana, está destinada a durar
eternamente. Frente a sistemas de poder que duraron milenios, ya hoy da signos
de cedimiento, después de sólo dos siglos de vida.
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