Massimo Fini
Il Fatto Quotidiano, 3 de Marzo de 2012
Daniele De Rossi, por haber llegado con cinco
minutos de retraso a la reunión antes del partido, ha sido excluido de la
formación por su entrenador, Luis Enrique. La Roma ha perdido después 4-1 con
el Atalanta. Enrique, interrogado acerca de si, visto el resultado, habría
hecho lo mismo ha respondido: “Sí. El
grupo viene antes que el individuo”. La cuestión va más allá del delirio de
omnipotencia de los entrenadores que se creen demiurgos (hay muy poca gente capaz
de volver competitivos equipos de jugadores modestos e incluso mediocres) [...]
y de la mística del grupo que obsesiona el fútbol (uno marca cuatro goles y al
entrevistador que le felicita le dice: “No,
es mérito del grupo”. No lo piensa para nada pero así se lo impone el politically correct futbolístico que es
aún más asfixiante que el ideológico). Y antes de entrar en “medias res” me place recordar que Nereo
Rocco, entrenador del Milán, antes de un partido de la Copa de Campeones (se
llamaba aún así) tiró la tiza con la cual estaba dibujando las tácticas en la
pizarra y dijo: “Chicos, corred al campo y
a por todas”.
Es indudable que en nuestra sociedad, en cualquier
sector, la organización y la disciplina prevalen sobre el individuo, por mucho
talento y agudeza que tenga, si no se alinea al milímetro a las reglas
codificadas. Confirma Paolo Iacci, vicepresidente de la Asociación de
Directores de Personal: “Si hay que
contratar a alguien quiero estar seguro de que el dependiente tenga capacidad
de trabajo en equipo”. El cazatalentos Claudio Ceper afirma: “No queremos lobos solitarios...el éxito no
está nunca en la persona sino en el team”. Otro habla de “integraciones
sinérgicas”.
Y esto vale no sólo en las empresas sino en el
campo artístico. Los fenómenos de Madonna y Lady Gaga son el producto de una
hábil organización capaz de aparentar el talento donde no lo hay (ninguna de
las dos sabe hacer nada). Y lo mismo se puede decir, en buena medida, para la
literatura y las artes visuales (quizá solamente la música, clásica, se salva).
Pero con las “integraciones sinérgicas” se cancela al individuo, con su
singularidad, sus peculiaridades. Incluso la guerra –por lo menos la
occidental- se ha convertido en algo gestional, sistémico, computerizado,
digitalizado donde el valor del soldado ya no cuenta nada. Tommy Frank, que
estuvo al mando durante algún tiempo de la misión OTAN en Afganistán, dirigía
las operaciones desde Tampa, en Florida.
Alejandro Magno y los otros conquistadores guiaron
a sus hombres a los confines del mundo no porque tuviesen a sus espaldas una
gran organización (pensemos en Colón) sino en virtud de su carisma, de su
inteligencia, de su valor, de su personalidad singular.
En 1969 la NASA conquistó la Luna gracias a una
formidable organización tecnológica. Los tres astronautas a bordo del Apolo 11
eran unos replicantes, bien adiestrados, conejillos de indias sustituibles.
Cuando Neil Armstrong puso el pie en la superficie de nuestro satélite dijo: “Este es un pequeño paso para el hombre,
pero un gran paso para la humanidad”. La frase se la había escrito la
Oficina de Prensa.
¿Valía la pena ir hasta allá arriba para, en vez
de expresar las propias emociones, soltar una gilipollez de ese calibre?
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