"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

viernes, 4 de enero de 2013

ÉRASE UNA VEZ LA BUENA EDUCACIÓN

[Empieza un nuevo año y la intención es abordar nuevos temas en las entradas de este blog. Durante el 2012 la cuestión del dinero y la estafa monetaria ha sido bastante dominante, quedan algunos textos de Massimo Fini para terminar el ciclo y serán publicados durante este mes. Para después la intención es publicar un ciclo de escritos de Claudio Risé, psicólogo italiano que se ha ocupado de la figura del padre, de la nefasta campaña para destruirla y de las innumerables y graves patologías de una sociedad sin padre. Completarán este ciclo extractos del J.J. Bachofen sobre el matriarcado, y alguno de Julius Evola, siempre relacionados con el tema. Además de lo que vaya saliendo y, durante este mes y el siguiente, unos pequeños artículos 'costumbristas' de Massimo Fini sobre temas aparentemente insignificantes, pero que revelan por así decir desde abajo la decadencia y la degradación de nuestra sociedad. El primero de estos artículos es el que pongo hoy, sobre la mala educación que hoy es la norma. Como el lector verá es totalmente aplicable también a nuestro país.]


Massimo Fini

Il Fatto Quotidiano, 25 de Febrero de 2012



Desde hace algunos años voy a nadar a un centro deportivo de antigua tradición milanesa. Las instalaciones son excelentes: piscina olímpica, campos de tenis, gimnasio. El abono es más bien costoso, para gente bien. En los primeros tiempos, tres veces seguidas, me han robado el dinero que había dejado en la ropa. Habrá sido ingenuo por mi parte, pero yo no pensaba que en un lugar así hubiese gente que va a hurgar en los bolsillos de los demás. Y en cambio habría debido saberlo. Un coche me lo han robado en el lujoso aparcamiento subterráneo de Canale 5 en Milán. Si no ha sido Berlusconi habrá sido Dell’Utri [Alto cargo en el grupo de Berlusconi y diputado]


Aprendida la lección, ya no llevo dinero en la ropa a la piscina. Pero para compensar me han forzado varias veces el armario guardarropa. Se llevan los modestos objetos que hay: el albornoz, un par de bañadores, las chanclas.


Llaman al telefonillo: “Tengo un paquete para la señora P.” Dice una voz italiana. “Se ha equivocado. En el 16 puede encontrar a la señ...”. No me dejan terminar la frase y cortan sin decir ni “perdone” ni “gracias”. Sucede casi cada día por un caso de semi-homonimia.


A menudo me piden alguna información por la calle. Al principio me sorprendía que se dirigieran a un vejestorio como yo. Después comprendí. Alrededor de mí sólo hay gente pegada al móvil o con el iPad en la barriga como una riñonera. Si es un japonés se inclina tres veces. Si es un “chicano” me sonríe. A veces charlamos un poco. Un italiano se da la vuelta y se larga...sin decir ni “mu”.


Hace algún tiempo, habendo salido del funeral de Giorgio Bocca, estaba buscando una parada de taxis. Veo en la acera una policía de tráfico, baja, robusta. “Perdone, ¿sabe usted dónde hay una parada de taxis?”. “No”. “¿Y sabe dónde está Piazza Baracca?”. ¡Y yó qué sé!. En otros tiempos, en Milán “el ghisa” [guardia de tráfico] era un personaje mítico. Desarmado, estaba entre el policía de barrio y el “bobby” londinense. Alto, de aspecto cuidado, milanés, nos dirigíamos a él para cualquier problema. “Mira, ahí está el ghisa”, “Pregúntaselo al ghisa”, “Llamemos al ghisa”. Ahora están éstos que no conocen ni siquiera la topografía de la ciudad.


Me llama por teléfono el director de un importante periódico. Quiere verme. “De acuerdo”. “Llámame el lunes por la mañana”. El lunes, diligente, le llamo. “Estoy reunido, te llamo en cinco minutos”. Nunca más he sabido nada de él.


La directora de una revista “online” quiere una entrevista. Llega a mi casa con gran aparato y pompa, con una operadora, una directora, una redactora. La cosa se prolonga. Llaman a la puerta. “Ya que estaba aquí” dice la tipa “he hecho venir a otra persona que tengo que entrevistar”. En verdad yo tendría que trabajar, pero la dejo hacer (“Par delicatesse j’ai perdu ma vie” escribe Rimbaud). Cuando termina le ruego que me comunique dónde y cuándo saldrá la entrevista. “Claro”. Desaparecida.


Viene a mi casa Oleg, un albañil moldavo que hace un poco de todo. Viene dos tardes seguidas porque la primera, para un trabajo, le faltaban ciertos tornillos. Le pregunto: ¿Cuánto le debo?” “Nada”. ¿Cómo que nada?. “Eran cosas mínimas. Soy un albañil, llámeme si me necesita”. Para los mismos trabajillos llamo a veces a mi electricista. Sólo por venir 30 euros y siempre consigue dejar algo sin terminar para poder volver.


Ahora también en Italia los empleados de las ventanillas públicas tienen, como en Suiza, la placa identificadora con nombre y apellidos. Pero en Suiza a la tercera queja los echan a patadas en el c... Aquí continúan siendo indolentes y desgarbados, total ¿quién les va a castigar?


Yo pienso que la primera reforma que hay que hacer en Italia es la de la buena educación. Es este reguero de desaires, de pillerías, de rastreros latrocinios lo que nos envenena la vida y al final nos exaspera. Uno de estos días me cargo a alguien.

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