"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

sábado, 9 de febrero de 2013

DINERO (7): La mercancía-trabajo, la prostitución, la tierra




HÉRCULES Y ANTEO

Massimo Fini



En los siglos precedentes a la Revolución Industrial, cuando la economía monetaria aún era secundaria y no modelaba las relaciones humanas, había una subordinación personal del trabajador a su jefe, del aprendiz al maestro, del empleado al propietario de la tienda, del campesino al feudatario, que implicaba toda la individualidad de uno y otro. En la época moderna en cambio, con el dinero se adquiere un servicio preciso del trabajador, que de alguna manera se separa de su persona y se objetiviza. Es la mercancía trabajo o por decirlo al modo marxista, la fuerza de trabajo. Ello, según la opinión dominante, da al trabajador mayor libertad y dignidad.



Que el trabajador, o más en general cualquier sujeto, logre con el dinero una mayor individualidad y libertad, respecto a los estrechos vínculos que caracterizaban las relaciones en la era premoderna, es verdad, aunque en realidad se trata de una individualidad y una libertad muy de superficie, más formales que sustanciales. No es verdad en cambio que tenga mayor dignidad en la relación laboral. Al contrario. En el primer caso el feudatario, el maestro, el propietario del taller o de la tienda, tiene a su servicio una persona en cuanto tal, en el segundo se compra, con el dinero, la fuerza de trabajo, que es energía humana, en cuanto mercancía, que se objetiviza, se convierte en un objeto. El feudatario toma un hombre en cuanto hombre, el empresario en cuanto objeto. Es verdad que el trabajador, como la prostituta, concede sólo una parte de sí mismo, dejando fuera de la relación el resto de su persona, pero exactamente como la prostituta, se vende como objeto. Y la distinción entre fuerza de trabajo, que se vende, y la personalidad, que permanece intacta, no mancillada por la relación, se revela ilusoria.



La personalidad del trabajador, de todos modos, se implica en la relación laboral y se objetiviza, como la de la prostituta se implica en la relación mercenaria. No por nada de una mujer que se prostituye se dice que “vende la propia dignidad” aunque materialmente, aparentemente, vende sólo su cuerpo (que en este caso es su mercancía trabajo). Sea en la economía feudal, natural, que en la monetaria es por tanto la entera persona del trabajador a estar subordinada, pero en el primer caso como sujeto, en el segundo como objeto.



Por lo demás los vínculos entre dinero y prostitución son estrechísimos. Escribe Simmel que “En la esencia del dinero se percibe algo de la esencia de la prostitución. La indiferencia con que se presta a cualquier uso, la infidelidad con que se separa de cualquier sujeto, porque no está verdaderamente ligado a ninguno, el carácter de objeto, que excluye cualquier relación afectiva y lo hace apto para ser un puro medio, todo ello determina una analogía fatal entre dinero y prostitución”. Añadamos que la transacción en dinero tiene ese carácter de relación totalmente momentánea que es típico de la prostitución. Una vez que he pagado y obtenido la mercancía que me interesa yo no tengo ninguna obligación de relacionarme con quien me la ha vendido. El dinero corta del modo más neto y radical cualquier ulterior consecuencia de la relación, mientras que si una prestación se remunera con un objeto específico, éste conserva, porque ha sido elegido, por su contenido, por el uso que se ha hecho de él, por su historia (que el dinero no tiene y no puede tener) algo de la personalidad de quien paga con él. La prestación en natura, el trueque, crea siempre una relación más personal, más cordial, menos fría y más humana […]



La capacidad de prostituir todo, de objetivizar todo, de convertir en mercancía también la persona o partes de ella, le viene al dinero del hecho de ser una entidad privada de especificidad y de cualquier cualidad que no sea la cantidad, y por tanto iguala, nivela, homologa, vuelve todas las cosas indistintas unas de otras […] El dinero tiene la capacidad de reducir los valores más altos y mas bajos a una sola forma de valor, la suya. Y es porque el dinero vuelve homólogos e indistintos bienes inconmensurables entre sí, por lo que se puede pensar en adquirir y es posible adquirir lo inadquirible. Si hoy se comercia con los órganos de los niños brasileños, narcotizados y operados, para venderlos a los ricos americanos, no es sólo porque la técnica moderna lo permite sino también porque la forma-dinero lo facilita, práctica y conceptualmente.



En el momento en que el dinero objetiviza las relaciones nos libera –así se dice- de esos vínculos personales que son propios de una economía no monetaria. Se podría objetar que hoy en día para la satisfacción de nuestras necesidades dependemos de un número de personas mucho mayor que en el pasado. En el fondo, el hombre preindustrial, tendencialmente autosuficiente, estaba ligado -de manera muy estrecha, eso sí- a un círculo limitado de personas. El actual, a causa de la exasperada especializacion y división del trabajo (que hace necesario el dinero y el dinero a su vez favorece) depende de una gran cantidad de sujetos: productores, proveedores, vendedores, intermediarios, de los que no puede prescindir absolutamente. Abandonado a sí mismo moriría […]



Si no dependemos ya de vínculos personales dependemos sin embargo de un mecanismo: el proceso de producción, de venta y de consumo del que el dinero es la imprescindible bisagra. Hasta qué punto estamos en sus manos se ve bien desde el lado quizás menos aparente: el del consumidor. E un sistema como el nuestro parecería que el trabajo es obligatorio pero el consumo es libre. Pero las cosas no están exactamente así. Nosotros ciertamente estamos obligados a trabajar a un ritmo desconocido para las sociedades que se contentaban con la subsistencia, para producir en exceso, pero estamos igualmente obligados a consumir lo que hemos producido. Es más, puesto que para la mayoría la parte activa en la producción tiende a ser eliminada, sustituida por los automatismos y las máquinas, nuestro verdadero papel, en la economía actual, es el de consumidores […] Considerado el conjunto nosotros consumimos no porque queramos sino porque debemos consumir para mantener el mecanismo productivo que necesita niveles cada vez más altos (los crecimientos exponenciales) para no colapsar sobre sí mismo. Estamos al servicio de un sistema del que somos los terminales pasivos. Hemos caído desde la condición de poseedores a la de, precisamente, consumidores, fregaderos, tubos digestivos, inodoros, a través de los cuales debe pasar el incesante flujo de las mercancías.



Somos pollos en batería adiestrados para atracarse y nutrir a un Moloch contra el que carecemos de defensa. En efecto, en las manos no tenemos más que dinero, cuya función natural es la de ser intercambiado con otros objetos.



Pero no se trata sólo de una cuestión técnica. El dinero actúa sobre nosotros de manera más sutil. Con su flexibilidad, su ductilidad, su dinamismo, su indeterminación, su falta de características específicas y de un objetivo propio, con su ausencia interna de una dirección, el dinero opera una mímesis. Como el perro termina pareciendose a su amo, asumiendo sus tics y fisionomía, así el hombre de hoy es como su dinero: frenético y vacío. El dinero, siendo abierto en todas direcciones, disponible para todo, no ofrece ninguna orientación, ninguna guía. El hombre es libre pero no sabe para qué […] Saco vacío de contenidos, como su dinero, el hombre se rellena con ídolos: objetos, sensaciones del día a día, estimulaciones drogadas, juegos para grandes de todo tipo que, precisamente porque son transitorios como el medio que los compra, deben ser rápidamente sustituidos, en una caza insensata a la novedad que es del todo funcional al mecanismo obsesivo del dinero.



Rodeado de un mundo de objetos que cambian continuamente, porque su interés es débil y forzado, como su necesidad, el hombre moderno se aleja de su centro, de su núcleo constitutivo; es un extranjero a sí mismo, pierde en palabras de Simmel “los contenidos de la vida”, sean positivos o negativos, sacrificados a la abstraccion del dinero.



En esta pérdida, de contenidos, de puntos de referencia, de orientación y, en definitiva, de sentido, juega un papel decisivo la tierra. Hoy la gran mayoría de los hombres que viven en los países industrializados no posee un solo centímetro de tierra que sea realmente suyo. Lentamente, subrepticiamente, nos han quitado la tierra y nos han dado en cambio dinero. Pero la tierra está llena, el dinero está vacío. La tierra está quieta, el dinero es móvil. La tierra tiene un contenido, el dinero no. En la tierra, en sus ritmos, en sus ciclos, en los conocimientos prácticos que exige, el hombre encontraba, como escribe Huizinga, “el esquema con el que medir la vida y el mundo”. El dinero no ofrece otro criterio de juicio que la cantidad.



Pero en el paso de la tierra al dinero hay algo aún más profundo. No hemos perdido solamente la posesión sino también el contacto con la tierra. Vivimos en apartamentos suspendidos a diez, a veinte, a treinta metros del suelo, como los muertos en sus nichos. En las ciudades y sus enormes alrededores el asfalto nos separa de la tierra, en los campos los recintos y las defensas de la propiedad privada nos mantienen a distancia; incluso las playas de arena están totalmente ocupadas y podemos acceder solamente pagando, y lo que un tiempo era territorio de la colectividad, abierto al uso de todos, hoy pertenece al Estado que en la práctica expulsa al ciudadano.



Esta falta de contacto con la tierra quizás no haya sido aún valorada plenamente en sus consecuencias. Entre los mitos griegos, que no son nunca casuales, sino que representan la síntesis simbólica de la sabiduría antigua, está el de Anteo, un gigante que se regeneraba y recuperaba las fuerzas cuando tocaba la tierra. Por esto Hércules debió sudar lo suyo para vencerle, porque cada vez que era abatido y tocaba el suelo Anteo se levantaba más fuerte que antes. Entonces Hércules lo suspendió en el aire entre sus brazos y así, fácilmente, lo aplastó. Aunque era un gigante, Anteo, a diferencia de Hércules era un hombre, hijo como todos nosotros de la Madre Tierra. Como Anteo, también el hombre tiene necesidad de la tierra, de su contacto, en ella y con ella se regenera, se recupera, reconstruye las propias energías físicas, psicológicas y morales. La tierra es esencial para su equilibrio emotivo, sentimental, afectivo, para su armonía general.



Expropiados de la tierra, privados de su contacto, de su concretitud, nosotros, como Anteo entre los brazos de Hércules, estamos a la merced de un dios abstracto, el Dinero, que una vez arrancado el hombre de sus raíces lo tiene facil para vampirizar una presa que cada vez se ha vuelto más débil y anémica, caracterialmente e intelectualmente; hasta el punto de que no se da ni siquiera cuenta de lo que le sucede, es más introduce la cabeza cada vez más en las fauces obtusas que la están devorando.

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