"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

domingo, 3 de febrero de 2013

DINERO (6): La ética del dinero





[En este mes de Febrero terminamos ya con el "ciclo del dinero"  publicando los últimos extractos del libro de Massimo Fini. El texto de esta semana trata de la decadencia ética que el dominio del dinero trae consigo]


Massimo Fini


La desenvoltura moral del empresario moderno, figura central en la economía monetaria, ha roto definitivamente cualquier  barrera desde el momento en que no arriesga ya su propio dinero sino el de los demás. El mercante y también el capitalista en los primeros siglos del industrialismo invertía casi exclusivamente capital suyo y de su familia. El recurso sistemático al crédito estaba considerado asunto de “gente deshonesta”, para aventureros que estaban fuera del ambiente de la “gente bien”. Incluso en pleno siglo XX Henry Ford se negó durante mucho tiempo a recurrir al crédito bancario obstinándose en financiar sus inversiones con capital propio […] Pero eran los últimos coletazos de un capitalismo ya superado y destinado a ser arrollado. El desarrollo de las empresas y la necesidad de inversiones colosales, proyectadas hacia un futuro cada vez más lejano, hacen indispensable, además de mucho más cómodo y ventajoso, el recurso al crédito.



Los empresarios, sobre todo los grandes, no tienen más que cuotas mínimas de las empresas de las que son titulares. A menudo, además, al mando no está el accionista principal sino el manager. Y cuando se maniobra con dinero de otros la falta de escrúpulos, en todas las direcciones, se ve muy facilitada. Porque no se tiene nada que perder, ni en términos de dinero ni de credibilidad, cuando las consecuencias de operaciones demasiado atrevidas recaen en un organismo impersonal como la Empresa o sobre anónimos accionistas. Era muy diferente, también en el respeto y en una mínima ética profesional, cuando el empresario arriesgaba su propio dinero y credibilidad.



Cuando se han convertido en inservibles, para fines económicos, los viejos valores de la honestidad, la sinceridad, la moderación y el sentido de la medida, tan queridos por Benjamin Franklin, se sustituyen por otro de un tipo muy distinto: la Imagen. Es lo que los antiguos llamaban Prestigio y que, entendido como posición social del individuo en el seno del grupo, ha sido siempre uno de los intereses primarios del hombre. Pero en otro tiempo estaba determinado por características que no tenían nada que ver con la esfera económica. La fuerza física, el honor, la dignidad, la generosidad, la sabiduría, la pertenencia a un cierto grupo. La riqueza era si acaso una consecuencia de ello. Tanto era así que se podía tener prestigio sin ser rico, como sucedía con los nobles venidos a menos en el ancien règime que incluso reducidos a la miseria seguian perteneciendo a una casta superior y no habrían renunciado a su estatus ni siquiera, como significativamente se dice, “por todo el oro del mundo”, prefiriendo pasar hambre antes que ser degradados […]



En la sociedad moderna se tiene prestigio si se es rico y el resto viene después: el honor, la dignidad, la respetabilidad, la posición social […] Se asiste por tanto a una desesperada caza al binomio dinero-prestigio de parte de quien, en una sociedad como la nuestra, no teniendo uno carece también del otro. Su posición es particolarmente intolerable porque le faltan los dos elementos que hoy proporcionan una identidad social. En la comunidad tribal y en la aldea, en Europa hasta hace pocos siglos, cada individuo por pobre que fuese tenía un lugar bien definido y una precisa identidad, por tanto un cierto prestigio, como mínimo el prestigio del grupo que se reflejaba sobre el sujeto, que tenía el orgullo de pertenecer a aquél. Hoy en cambio si la ética protestante ha caído en desuso, en la parte que imponía a  los ricos y a quienes aspiraban a serlo ciertas reglas de comportamiento, permanece válida en su parte opuesta: los pobres son tales por su culpa, son ineptos. Perdido el papel, la identidad, el sentido de pertenencia, desaparecida y despreciada la “ética de la pobreza con dignidad” en la sociedad masificada quien no tiene dinero no tiene identidad, no es nada.



[…] Para nosotros hoy lo proncipal es el dinero, que sobre todo es, por definición, medida del valor, por lo que es natural que la tendencia sea medir con él tambien al hombre. Hoy el valor de una persona se expresa en dinero […] puede ser ganado por cualquiera y de cualquier manera, lícita o ilícita, practicando las actividades más fútiles y cretinas, porque el dinero sigue su lógica, la del mercado, que no necesariamente tiene que ver con el estilo, el buen gusto, la cultura, la sensibilidad de ánimo o la inteligencia.


Al contrario, por cómo están las cosas [esta lógica] casi siempre está muy lejana de esas cualidades pues el mercado, para ser remunerativo, debe alcanzar cuantos más sujetos se pueda y por tanto rebajar al máximo la calidad de los productos y la de los productores. Ello da a las actuales élites, es decir a la aristocracia del dinero que es la verdadera nobleza de nuestro siglo, la que generalmente pasa con el insolente nombre de jet set (donde conviven, confundidos y homologados en el dinero, el gran empressario, el financiero sin escrúpulos, el estafador de alto nivel, la pop star, el futbolista, el presentador televisivo, la show girl, la gran mundana, la top model, el trepa que ha alcanzado el éxito) un inconfundible rasgo de vulgaridad.



En cuanto número y cálculo el dinero es un obstaculo al impulso, al instinto, a la inmediatez, a la espontaneidad. La falta de generosidad, de solidaridad, de empuje que caracteriza el tiempo presente hay que achacarla también a ese exceso de racionalización que viene con el dinero. La avaricia nace con el dinero, con la posibilidad de conservarlo y de usarlo después, algo mucho más problemático con las mercancías, sobre todo con los productos de la naturaleza […] en una economía monetaria se piensa dos veces antes de donar porque el dinero que no necesitamos hoy nos hará falta mañana. Y esta avaricia material termina convirtiéndose en una avaricia moral, una incapacidad de donarse a los demás.



Que el impulso, positivo o negativo, esté hoy sofocado por el cálculo lo demuestra también la evolución de la criminalidad, en la prevalencia de los delitos relacionados con el dinero sobre los delitos de sangre. Los homicidios, y sobre todo las lesiones personales o los golpes tienen móviles que vienen del instinto (celos, ira, odio, pasionalidad, agresividad natural), mientras que en los delitos económicos predomina el cálculo […] El ciudadano, el burgués, el que tiene dinero no se mancha, normalmente, las manos de sangre, no por su virtud sino porque sus impulsos vitales están debilitados, le falta la energía y la vitalidad para hacerlo. En el campo del crimen sus delitos tienen necesidad de la mediación del dinero para poner una distancia, de servirse de su energía indirecta con la cual es capaz de corromper, ensuciar, contaminar, mancillar, enturbiar, pero no de realizar actos cruentos que exijan una implicación profunda y hagan correr un riesgo físico.



El dinero está también en la base del individualismo, que es uno de los rasgos distintivos de la sociedad moderna, porque parcela, atomiza, divide, separa de los demás. Por una parte en efecto el dinero, en su abstracción y falta de un contenido propio, en su cualidad de saco vacío hecho para ser llenado, me pone o puede ponerme, en contacto con todos los sujetos que participan en la economía monetaria –hoy en la práctica todo el planeta-. Por otra parte me aísla porque interpone entre yo y el otro una barrera, una distancia. El dinero despersonaliza todas las relaciones donde actúa como intermediario y el contacto humano se enfría, si es que no se elimina del todo.

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