[En este fragmento de uno de los últimos capítulos Fini hace notar cómo la lógica del dinero es no sólo extraña al ser humano, sino enemiga de él y profundamente antisocial]
Massimo Fini
Este
dominio aplastante del dinero ha matado a los dos principios que eran el
orgullo de la sociedad liberal surgida de la Revolución Industrial: la primacía
de la política y la democracia. Sobre el primero a estas alturas ya hay una
tranquila resignación […] la economía y el dinero, que es su dueño, han
desbancado a la política.
En
cuanto a la democracia, el dinero, que tiene una tendencia congénita a
considerar las instituciones construidas por los hombres como obstáculos a su
estrepitoso dinamismo, la ha vaciado de cualquier contenido. Diligentes como
niños vamos de vez en cuando a sacrificar en el rito electoral y votamos a
nuestros representantes, nuestros parlamentarios, nuestros gobiernos, nuestros
presidentes o semipresidentes, pero las decisiones que determinan nuestra vida se
realizan en lugares lejanísimos, totalmente fuera de nuestro control y a
menudo, cada vez más a menudo, no se trata de decisiones de hombres u
organizaciones identificables, sino de automatismos, a veces devastantes como
terremotos, de un gigantesco y átono mecanismo del que somos sólo inconscientes
engranajes minúsculos como motas de polvo.
Se
objeta sin embargo que el mercado tiene un carácter democrático: “el mercado
vota todos los días”. Es cierto. Pero precisamente ésta es la cuestión. Nadie
ha votado a los que actúan en el mercado y menos aún el irresistible y
determinista movimiento del cual ellos a su vez dependen. […]
Los
gobernantes dependen del dinero. Son los sacerdotes de un nuevo dios. Pero
mientras que el viejo dios, o al menos así lo piensan muchos, amaba a los
hombres, al nuevo ni se le pasa por la cabeza. Se ama sólo a sí mismo. Y sigue
sus lógicas, indiferentes a los intereses del hombre, es mas cada vez más
lejanas, divergentes o incluso opuestas. El dinero será “la lógica de la
materia” como dice Hegel o “racionalidad pura” como escribe Weber pero hay que
empezar a entender que se trata de una lógica y una racionalidad que se han
vuelto nuestras enemigas.
Como
símbolo de esta escisión entre el dinero y las necesidades del hombre se puede
tomar el “viernes negro” de Wall Street del 8 de marzo del ’96. Aquel día la
Bolsa de Nueva York se hundió, arrastrando detrás las europeas, tras la noticia
de que en el mes de febrero se habían creado 705.000 nuevos puestos de trabajo.
Pocos años antes el índice Dow Jones subió como la espuma por un anuncio de
signo opuesto: la Xerox despedía a decenas de miles de trabajadores. […] Estos
episodios recientes tienen infinitos precedentes que indican cómo las
exigencias del dinero y las del hombre no son nunca las mismas.
Uno
de los primeros en darse cuenta fue, como siempre, Sismondi, que a propósito de
ciertas carestías que afligieron Europa en el siglo XVIII, escribía: “En períodos tan dolorosos como estos se ha
repetido mil veces que lo que faltaba no era el grano ni los alimentos, sino el
dinero. En efecto vastos graneros permanecían llenos hasta la siguiente
cosecha; las reservas, repartidas proporcionalmente entre todos los individuos,
habrían bastado casi siempre para nutrir a la población. Pero los pobres, no
teniendo dinero que dar a cambio, no podían adquirirlo. No podían recibir
dinero a cambio de su trabajo o no podían recibir lo suficiente para vivir.
Faltaba el dinero mientras la riqueza natural era sobreabundante.”. En
realidad, como apunta después Sismondi, durante aquellas carestías no faltaba el
alimento, pero tampoco faltaba el dinero, puesto que la moneda “no había disminuido para nada en Europa, al
contrario incluso su cantidad había aumentado en muchos lugares donde la
necesidad era más acuciante”. Era precisamente el dinero lo que impedía que
los víveres llegasen a quien padecía hambre porque, exactamente como sucede hoy
en el Sahel y otras zonas desastradas del Tercer Mundo, los alimentos no van
donde hay necesidad de ellos sino donde está el dinero que los puede comprar al
mejor precio.
La
carestía que asoló Francia en 1816 y 1817 provocó la muerte por hambre de casi
100.000 personas, despidos en masa, la rebaja de los salarios y graves perjuicios a la industria. Hubo un solo beneficiario, el Banco de Francia, que
en los años de la catástrofe realizó beneficios superiores en un 60% a los
obtenidos en el 1814 y 1815, antes de la carestía. Y el colapso de Weimar
destruyó los ahorros de tres cuartos de la población alemana, pero no dañó a la
Reichsbank y a los bancos ordinarios que, al contrario, salieron de ello más
pujantes que nunca. […]
Actualmente
una de las señales más evidentes de la disociacion entre los intereses del
dinero y los del hombre la da el desempleo. […] Mientras aumenta el desempleo
el dinero y la productividad crecen. Escribe Jeremy Rifkin: “No pasa un día sin que alguna multinacional declare que se ha vuelto
más competitiva a nivel global y sus beneficios están en constante aumento,
anunciando al mismo tiempo despidos en masa”.
La
riqueza aumenta, la población se empobrece. Hay algo que no cuadra. O que
cuadra demasiado bien. En el origen de esta paradoja aparente hay una paradoja
real: el dinero. O para ser más precisos la separación que el dinero ha
introducido entre sí mismo y los intereses de aquellos a los que debía servir.
El dinero se ha marchado por su cuenta tranquilamente pero llevándose detrás al
hombre como un pez enganchado al anzuelo.
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