"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

domingo, 19 de agosto de 2012

LA UTOPÍA UNIVERSALISTA


[Más textos de Sergio Gozzoli extraídos de su libro Las raíces y la semilla. Ya conocemos a este autor y su particular punto de vista sociobiológico. Los textos mostrados tienen ya treinta años pero siguen siendo de gran actualidad, exceptuando referencias contingentes que en general he quitado en los fragmentos traducidos; diría casi que son más actuales hoy que en el momento en que fueron publicados originalmente porque el pensamiento único y el dominio de las nefastas utopías progresistas es hoy mucho más fuerte.] 



Otra trágica, peligrosa utopía merece una reflexión: la universalista. Aun cuando constituya el obstinado, profundo núcleo ideológico de la estrategia mundialista, no puede ser presentada abiertamente, ni expresamente enunciada, desde hace algunos años, por su debilidad persuasiva: ¿Quién se va a creer hoy, incluso entre las más ingenuas víctimas de la mediocracia, el sueño de una sociedad única mundial de hermanos y conciudadanos, de frente a la ferocidad incontenible de los mil conflictos étnicos que asolan el planeta?

Por tanto esta tesis se pasa de contrabando escondida detrás de fórmulas mimetizantes más asépticas, y de alguna manera aún atrayentes: la integración económica, la interdependencia tecnológica, el mercado único, la “aldea global”, el nuevo orden mundial bajo la égida de la ONU. Mas el núcleo conceptual de tales “visiones”, de tales diseños es siempre esencialmente el mismo: el Sueño universalista de matriz masónico-cabalística de un mundo en el cual los varios pueblos comiencen a integrarse –para terminar disolviéndose- en un sistema unitario.

[…]

Una condición indispensable para la formación de una asociación humana que constituya un sistema unitario logradoes la clara percepción de un destino común, advertida a través de los caminos profundos y seguros de la emotividad. No puede ser una Idea –o peor aún un sistema de ideas u opiniones- lo que genere un patrimonio común de exigencias, inclinaciones y destinos en masas tan amplias de hombres. Solamente instintos, pulsiones profundas –el miedo por ejemplo, o el orgullo- pueden poner en movimiento un sistema integrado a nivel superior. La integración presupone la existencia de un código de mensajes común y elemental, en el sentido de inteligibilidad y esencialidad. Y tales características pertenecen al lenguaje del sentir y del reaccionar, no al de la especulación y la elucubración.

Si por ejemplo se descubriese de repente que otro planeta está habitado por sistemas organizados que se preparan para atacar la Tierra, la unidad de la entera especie en el globo terrestre sería cosa de pocas horas. […] pero en ausencia de este peligro común del todo improbable, los distintos sistemas, constituidos por los actuales grupos humanos, permanecerán extraños y sustancialmente impenetrables: ni siquiera la creciente amenaza común de catástrofe ecológica ha conseguido arañar el muro de los egoísmos particulares.

Y si hemos definido peligrosa la utopía universalista, es porque cualquier intento serio de proceder contra la realidad de las diferencias naturales, no sólo estaría destinado al fracaso más completo, sino que exigiría a masas enteras de hombres un tremendo precio en luchas, sufrimientos, sangre.

Algo que la cultura utopista se ha demostrado demasiadas veces incapaz de comprender o valorar suficientemente.

Ahora bien, esta cultura no se limita a ejercer influencia en la vida de una o pocas sociedades, o condicionar las opiniones de algunos millones de individuos: lo trágico es que, aun estando fundada sobre premisas irreales e innaturales, está dirigiendo la historia de toda la humanidad.

[…]

Esto es evidente sea al interno de cada una de las sociedades, sea en ámbito internacional; Por ejemplo, ¿Cuánto de la endémica rebelión juvenil en nuestras sociedades nace del hecho de que a los individuos mientras se les inculca la convicción de que son todos iguales, sin tener en cuenta el trágico, inevitable impacto con ua realidad que antes o después se encargará de demostrarles, en su propia piel, la existencia de diferencias naturales y jerarquías en la sociedad y en la vida? ¿Y cuántas de las sangrientas crisis y conflictos entre etnia, nacionalidades, confesiones […] nacen de la total incapacidad, por parte de hombres imbuidos de sueños universalistas nacidos de la utopía igualitaria, de entender el fundamental derecho de los pueblos a la diferencia, es decir a la propia identidad étnica, histórica y cultural?

La Utopía mata: como la criminalidad, porque la favorece; como la guerra, porue a menudo la provoca; como el terrorismo, porque lo genera; como la violencia que hay en la naturaleza humana, porque la ignora pretendiendo que no existe, de modo que cuando se manifiesta la pilla de sorpresa, y porque ignorándola la comprime, con lo cual sus explosiones son cada vez más trágicas y feroces.

Y esta cultura utópica –es decir irrealista e innatural- puede envenenar hoy el mundo y la historia porque es la cultura de la sociedades dominantes, las que poseen la riqueza y el bienestar, la potencia y la tecnología.

No es sólo la cultura de pocos vértices, sino de enteras masas […] dondequiera haya llegado esta mentalidad, nacida en Europa en el siglo XVIII y que, tras haber sido derrotada y rechazada por el espíritu europeo, se enraizó en América durante los últimos dos siglos, desde donde se ha irradiado en el mundo tendiendo a transformarlo todo en provincia cultural americana.

Sergio Gozzoli

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