"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

domingo, 25 de septiembre de 2011

DEMOCRACIA (1)


Massimo Fini

Este es el primero de una pequeño ciclo de textos dedicados a la crítica de la democracia.
 
El rebelde de la A a la Z: entrada “democracia”

La democracia representativa, la democracia liberal, la “democracia real”, en la que concretamente vivimos, es una parodia, una ficción, un fraude, una estafa. Es un ingenioso sistema para dar por culo a la gente, y sobre todo a la pobre gente, con su consentimiento.

Porque no es la democracia, sino un sistema de minorías organizadas, de oligarquías políticas y económicas estrechamente entrelazadas, ligadas a menudo a organizaciones criminales y en parte ellas mismas criminales, que oprimen al individuo aislado, el que se niega a afiliarse, a someterse a un humillante vasallaje, a besar chanclas, es decir justamente aquel hombre libre del cual el liberalismo quería valorizar la capacidad y el mérito, sus potencialidades y que sería el ciudadano ideal de una democracia. Si de verdad existiera. En lugar de ello se convierte en la víctima designada.

Acerca de todo ello la escuela elitista italiana de principios del siglo XX (Vilfredo Pareto, Gaetano Mosca, Roberto Michels) ha escrito palabras definitivas. Objeciones y críticas a la democracia representativa que tras ellos ninguna alquimia jurídica ha conseguido rebatir.

Escribe Gaetano Mosca en La Clase Política: “Un centenar de sujetos que actúen siempre al unísono y de acuerdo unos con otros triunfarán siempre sobre mil que no tengan ningún acuerdo entre ellos”. El voto del ciudadano individual, libre, no afiliado, se diversifica y se dispersa, justamente porque es libre, mientras las estructuras de los partidos eligen primero los candidatos y luego, con coaliciones, también los elegidos (en el sistema mayoritario o el proporcional con listas de preferencias preordenadas no tienen ni siquiera que tomarse esta molestia: los elegidos se escogen directamente desde arriba) […]

Con las elecciones, falseadas desde el principio porque las minorías organizadas prevalen sobre la mayoría de los ciudadanos considerados uno a uno, las oligarquías políticas se adueñan ante todo del Estado y de las Instituciones a través de las cuales ejercitan un poder formalmente legal, pero sustancialmente arbitrario, por la manera en que se ha obtenido,  origen de ulteriores abusos. En efecto, las oligarquías pueden actuar en una vastísima area gris, ni legal ni abiertamente ilegal, y por tanto inaferrable, de abusos y atropellos contra los cuales el ciudadano carece de defensa a causa de  su indeterminación jurídica y porque está aislado. Piénsese, por dar dos ejemplos, en todo el sistema de clientelas organizado por las oligarquías con el cual favorecen a sus adeptos y secuaces, con perjuicio y mortificación de los demás, o -especialmente en Italia- en la ocupación de las televisiones estatales por los partidos.

Por último, los miembros de las oligarquías pueden operar en la sombra, completamente fuera de la ley o en conflicto con ella, esto es de manera inequívocamente criminal, seguros de la impunidad que les da el entramado de intereses que unen el mundo político, económico, financiero, bancario, periodístico y sus allegados que, conjuntamente, constituyen una verdadera clase de privilegiados; es más la única clase que queda en circulación tras la èrdida de significado de las viejas categorías de derecha e izquierda y, sociológicamente, la homologación de la población en una indistinta clase media. […]

Las democracias son por tanto aristocracias enmascaradas. Pero con importantes diferencias respecto a las aristocracias históricas. Ante todo aquéllas eran declaradas. En segundo lugar los miembros de las aristocracias auténticas debían poseer cualidades específicas y cumplir algunas, y precisas, obligaciones. Limitándonos al feudalismo europeo, el noble es aquél que sabe manejar las armas (y para ello era necesario un largo y fatigoso adiestramiento), que debe defender el territorio y administrar justicia en su feudo. Las aristocracias ocultas, las oligarquías democráticas no poseen cualidades específicas, pre-políticas. La clase política democrática está formada por personas cuya característica distintiva es únicamente, y tautológicamente, la de hacer política. Su legitimación es totalmente interna en el mecanismo político que las ha generado. El oligarca democrático es un hombre sin cualidades- Su única cualidad es que no tiene ninguna. Goza de los privilegios de una aristocracia sin tener ni las características ni las obligaciones.

El rito de las eleciones sirve sólo para legitimar las oligarquías, políticas y ecoonómicas, para que sigan cocinando sus intereses y sus negocios, gozar en paz de sus privilegios, en perjuicio de la mayoría de la población. Tienen la misma función de la “unción” de los reyes medievales sin tener su credibilidad. Y al ciudadano de una tal democracia no le queda que elegir por qué oligarquía, aristocracia o mejor mediocracia, prefiere ser oprimido, humillado, ofendido y, cada vez más frecuentemente, abofeteado.

La democracia presenta algunas desventajas, aunque sean indirectas, incluso si la comparamos con las dictaduras. Desde los tiempos de la Grecia clásica vale el principio según el cual es legítimo matar al tirano, es decir es moralmente legítimo abatir al dictador con la violencia. Hoy en día este principio está tan interiorizado, que la única justificación que les ha quedado a los americanos para el desastre que han hecho en Iraq es que un dictador ha sido eliminado.

Naturalmente también una democracia puede ser derribada con la fuerza. Pero esto es inmoral. Es más, se trata del máximo delito político de nuestra época. Aunque nacida de revoluciones violentas y cruentas (inglesa, francesa, americana), que han derrocado los viejos regímenes derramando ríos de sangre, la democracia, ahora que tiene la hegemonía, rechaza, incluso conceptualmente, que se le pague con la misma moneda y declara no sólo inadmisibles –lo que es comprensible desde su punto de vista- sino inmorales las revoluciones contra ella. La motivación es, aparentemente, lógica: el dictador puede ser cambiado solamente con la violencia, en democracia los ciudadanos pueden elegir quién los gobierna.

Si quisiéramos hilar fino podríamos objetar que si esto es verdad para las personas no lo es para los regímenes. Tampoco el régimen democrático, como el dictatorial, puede ser cambiado sin la violencia. Si no recurre a la fuerza el ciudadano está condenado a la democracia para toda la eternidad (mientras hay ejemplos históricos de aristocracias que se han auto-reformado espontáneamente transformándose, de manera incruenta, en regímenes de distinto tipo).

Pero dejando de lado estas sutilezas el punto fundamental es que también la democracia representativa es una forma de tiranía. Escribe Voltaire en su Diccionario Filosófico: “nosotros distinguimos la tiranía de uno y la de muchos. Esta tiranía de muchos sería la de una clase o una corporación que usurpara los derechos de los demás y ejercitase el despotismo por medio de leyes alteradas deliberadamente”. Esto es exactamente lo que sucede en la democracia liberal en la cual las oligarquías oprimen al individuo, pero como esta “tiranía de muchos” está disfrazada de democracia el ciudadano está moralmente desarmado.

Así, mientras en una dictadura puedo al menos cultivar la esperanza de liberarme del tirano pegándole un  tiro, en la democracia liberal el ciudadano debe soportar las violencias, los abusos, los atropellos de la “tiranía de muchos” sin que pueda sentirse moralmente autorizado a liberarse con la violencia. Al contrario debe ratificar y santificar su condición de paria yendo cada cuatro o cinco años a meter una papeleta en una urna.

Pero no hay que dar por descontado que quien desea derribar una democracia representativa, es decir la “tiranía de muchos”, pretenda por ello sustituirla con la “tiranía de uno solo”; ésta es la fácil y para nada inocente acusación que inmediatamente se lanza contra quien tome posición contra los actuales regímenes democráticos. Simplemente podría querer cambiar un  régimen solapadamente y sustancialmente tiránico, fraudulento y sumamente hipócrita, con otro no tiránico y menos fraudulento.

Y puesto que la democracia liberal, que se representa a sí misma como “el mejor de los mundos posibles”, meta y final de la Historia, y por tanto inmutable e inmortal, no consiente alternativas, moralmente se tiene derecho a utilizar en su contra la violencia, no existiendo otro modo para deshacerse de ella. Como hicieron los revolucionarios democráticos cuando quisieron liberarse de los despotismos de su época.

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