Massimo Fini
Il Fatto Quotidiano, 16 giugno 2012
El periódico “Il Foglio” nos informa de que la “filósofa feminista” Luisa Muraro en un panfleto que lleva el
título de ’Dios es violento’ reflexiona sobre la legitimidad del uso de la
violencia en una democracia, contra el mismo poder democrático. Ha surgido de
esto un debate en el cual han intervenido, sobre todo, feministas más o menos
históricas, que con gran desenvoltura han olvidado sus mantras sobre la ‘no
violencia’ con la cual nos han inflado los cojones a todos durante decenios, tendiendo
a dar una respuesta afirmativa, aunque en términos suficientemente retorcidos como
para poder esconder la mano tras haber arrojado la piedra.
En verdad esta cuestión yo la había
planteado ya en 2004 con un libro, “Súbditos.
Manifiesto contra la democracia” [NOTA: libro del cual han sido publicados
amplios extractos en este blog] que tuvo buena aceptación entre el público
(150.000 copias, a día de hoy) pero fue silenciado por la ‘intelligentsiya’. No entiendo (o quizás entiendo demasiado bien)
porqué si ciertas cosas las dice la Muraro merecen consideración mientras que
si las digo yo, incluso con una cierta antelación, no. Pero dejemos esto. Es un
mérito indudable de la Muraro haber escogido el momento justo. Porque después
de medio siglo de opresión partidocrática que nos ha llevado donde ahora
estamos, y no sólo desde el punto de vista económico, hay en la calle –es
inútil ignorarlo- muchas ganas de llegar a las manos.
La cosa es obviamente delicadísima. Por
razones ligadas a nuestra historia reciente y por cuestiones teóricas. Ya en el
’68 se sostenía que la violencia estaba legitimada por la ‘violencia del
sistema’. Pero el ’68 ha sido algo ‘cómico y camorrístico’ por usar una expresión
de Luigi Einaudi referida a la masonería, una cosa de hijos de la burguesía que
se derramaban por las calles gritando “matar
a un fascista no es delito”, “fascistas, burgueses, os quedan pocos meses”, pero
que en realidad aspiraban sólo a llegar a ser directores de un gran periódico o
presentadores de algún programa televisivo. Más serio ha sido el terrorismo
pero, además de que como el ’68 se apoyaba en una ideología moribunda como el
marxismo-leninismo, no es ciertamente este el tipo de violencia al que piensa
la Muraro; ella piensa a una violencia de masa, una violencia popular.
Cuestión teórica. Las democracias no dudan
de que sea legítimo abatir a los dictadores con la violencia (una cuestión que
se ha planteado desde la antigüedad, ya Séneca se preguntaba si era lícito
matar a un tirano). Es así que las ‘revueltas árabes’ han sido vistas muy
favorablemente y en algunos casos (Libia) ayudadas también manumilitari y además de manera del todo arbitraria.
¿Pero en una democracia? ¿Qué necesidad
hay de la violencia? Está el voto. La Muraro sostiene que la violencia es
legítima porque, de hecho, se ha roto el ‘contrato social’. Interpelado yo
mismo por “Il Foglio” he respondido
que más que muerto el contrato social no ha existido nunca. Porque la democracia
representativa no ha sido nunca, ya desde sus orígenes, democracia, sino un
sistema de oligarquías, de aristocracias enmascaradas, de lobbies, de partidos, que pisotean al ciudadano que no se alinea, el
que no besa los pies y se reduce al estado de súbdito. Por muy paradójico que
pueda parecer precisamente la democracia ha traicionado el pensamiento liberal
que pretendía valorizar capacidades, méritos, potencialidades de la persona
individual, del hombre libre que no acepta estas subordinaciones feudales y
que, si existiera realmente la democracia, sería el ciudadano ideal y en cambio
se convierte en la víctima designada.
Contra esta estafa bien organizada es
lícita la revuelta, también violenta si es necesario. Por lo demás las
Democracias han nacido en medio de ríos de sangre y no se ve ninguna razón por
la que, habiendo traicionado lo que debía ser su esencia, no se pueda y no se
deba responder con la misma moneda.
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