"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

sábado, 20 de julio de 2013

DEMOCRACIA Y VIOLENCIA



Massimo Fini

Il Fatto Quotidiano, 16 giugno 2012





El periódico “Il Foglio” nos informa de que la “filósofa feminista” Luisa Muraro en un panfleto que lleva el título de ’Dios es violento’ reflexiona sobre la legitimidad del uso de la violencia en una democracia, contra el mismo poder democrático. Ha surgido de esto un debate en el cual han intervenido, sobre todo, feministas más o menos históricas, que con gran desenvoltura han olvidado sus mantras sobre la ‘no violencia’ con la cual nos han inflado los cojones a todos durante decenios, tendiendo a dar una respuesta afirmativa, aunque en términos suficientemente retorcidos como para poder esconder la mano tras haber arrojado la piedra. 



En verdad esta cuestión yo la había planteado ya en 2004 con un libro, “Súbditos. Manifiesto contra la democracia” [NOTA: libro del cual han sido publicados amplios extractos en este blog] que tuvo buena aceptación entre el público (150.000 copias, a día de hoy) pero fue silenciado por la ‘intelligentsiya’. No entiendo (o quizás entiendo demasiado bien) porqué si ciertas cosas las dice la Muraro merecen consideración mientras que si las digo yo, incluso con una cierta antelación, no. Pero dejemos esto. Es un mérito indudable de la Muraro haber escogido el momento justo. Porque después de medio siglo de opresión partidocrática que nos ha llevado donde ahora estamos, y no sólo desde el punto de vista económico, hay en la calle –es inútil ignorarlo- muchas ganas de llegar a las manos.  



La cosa es obviamente delicadísima. Por razones ligadas a nuestra historia reciente y por cuestiones teóricas. Ya en el ’68 se sostenía que la violencia estaba legitimada por la ‘violencia del sistema’. Pero el ’68 ha sido algo ‘cómico y camorrístico’ por usar una expresión de Luigi Einaudi referida a la masonería, una cosa de hijos de la burguesía que se derramaban por las calles gritando “matar a un fascista no es delito”, “fascistas, burgueses, os quedan pocos meses”, pero que en realidad aspiraban sólo a llegar a ser directores de un gran periódico o presentadores de algún programa televisivo. Más serio ha sido el terrorismo pero, además de que como el ’68 se apoyaba en una ideología moribunda como el marxismo-leninismo, no es ciertamente este el tipo de violencia al que piensa la Muraro; ella piensa a una violencia de masa, una violencia popular.



Cuestión teórica. Las democracias no dudan de que sea legítimo abatir a los dictadores con la violencia (una cuestión que se ha planteado desde la antigüedad, ya Séneca se preguntaba si era lícito matar a un tirano). Es así que las ‘revueltas árabes’ han sido vistas muy favorablemente y en algunos casos (Libia) ayudadas también manumilitari y además de manera del todo arbitraria.



¿Pero en una democracia? ¿Qué necesidad hay de la violencia? Está el voto. La Muraro sostiene que la violencia es legítima porque, de hecho, se ha roto el ‘contrato social’. Interpelado yo mismo por “Il Foglio” he respondido que más que muerto el contrato social no ha existido nunca. Porque la democracia representativa no ha sido nunca, ya desde sus orígenes, democracia, sino un sistema de oligarquías, de aristocracias enmascaradas, de lobbies, de partidos, que pisotean al ciudadano que no se alinea, el que no besa los pies y se reduce al estado de súbdito. Por muy paradójico que pueda parecer precisamente la democracia ha traicionado el pensamiento liberal que pretendía valorizar capacidades, méritos, potencialidades de la persona individual, del hombre libre que no acepta estas subordinaciones feudales y que, si existiera realmente la democracia, sería el ciudadano ideal y en cambio se convierte en la víctima designada.



Contra esta estafa bien organizada es lícita la revuelta, también violenta si es necesario. Por lo demás las Democracias han nacido en medio de ríos de sangre y no se ve ninguna razón por la que, habiendo traicionado lo que debía ser su esencia, no se pueda y no se deba responder con la misma moneda.

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