[Con esta entrada termino el pequeño ciclo de textos de Blondet extraídos de su libro "Esclavos de los bancos". El libro en general es excelente y lo que he traducido es sólo una parte muy limitada de la reflexión de Blondet. El lector que quiera profundizar en estos temas de la mano de economistas reconocidos, que en mayor o menor medida han explicado el carácter inicuo y fraudulento e del sistema económico monetario actual, puede leer entre otros a John K. Galbraith y Joseph Stiglitz, que no son excesivamente 'heréticos', pero sobre todo a Maurice Allais y a la economista Margrit Kennedy, que ha realizado extensas investigaciones sobre los impuestos e intereses ocultos que pagamos todos al sistema bancario; para corregir esta situación propone la introducción de monedas locales junto a las ya circulantes, para evitar las crisis de origen monetario y el condicionamiento continuo que supone para la sociedad estar en manos de la deuda y de los usureros que gobiernan el mundo.]
Los saqueadores
Ahora
empezamos a entender porqué la Iglesia y los teólogos medievales prohibían el
préstamo con intereses, como lo prohíbe el Islam, y como lo prohíbe incluso el
hebraísmo, por lo menos entre hebreos. Porque en la economía usurera las
empresas están obligadas a crecer
para pagar a los usureros, so pena de desaparecer. No son por tanto las
necesidades humanas lo que dicta el ritmo de la economía sino las exigencias de
la banca. El crecimiento del producto interno bruto no es –no siempre es-
necesario para el bienestar de la población; es el imperativo impuesto contra
los verdaderos intereses del pueblo, con el objetivo de maximizar la
retribución del capital.
Hemos
ya alcanzado el punto más allá del cual el crecimiento económico obligado
saquea los recursos naturales, devasta la naturaleza (el dono gratuito del cual
todos vivimos) y se vuelve insostenible: el ecologismo, entre sus fantasías y
sus alarmismos, tiene aquí su parte de razón. […]
Las
necesidades reales del hombre alcanzan
un punto de saturación natural, después del cual –por muchas sugestiones
y trucos que se invente la publicidad- es difícil convencer el consumidor a
consumir más. Así el sistema bancario alimenta con capitales, sobre todo,
sectores donde la saturación puede ser aplazada al infinito o con sugestiones
psicológicas (la moda, los autos último
modelo, los superfluos gadget electrónicos que no podéis no tener si queréis estar a la altura: en una palabra, la sociedad del espectáculo que os
vende ilusiones) o con maniobras políticas. Tal es el caso, trágico, de la
industria del armamento: el arsenal de armas de un Estado no será nunca
suficiente, mientras sea posible hacer creer a los políticos que el enemigo se está armando aún más. Durante
decenios el juego ha salido bien agigantando a amenaza del enemigo soviético;
hoy el juego continúa con un enemigo aún
más fantástico, el terrorismo global.
La guerra global al terrorismo proclamada
por la administración Bush Jr. Es la gran, extrema invención para estimular la
economía usurera y retribuir cada vez más el capital. Mientras que en el sector
civil el capital invertido puede generar un beneficio del 5%, en el sector
militar no son raros márgenes del 50%; especialmente si se está en medio de una
guerra global y permanente.
Pero
la auténtica gran invención para retribuir al capital en perjuicio de todos, es
la especulación financiera. El juego de
la Bolsa, alimentado continuamente con nuevos instrumentos financieros creativos. Este juego, precisamente porque
no satisface ninguna necesidad natural y en cambio suscita una sed de lucro
insaciable, puede continuar realmente sin límites. Los fondos y las sociedades
de inversión proponen beneficios elevados para atraer los capitales y los
ahorros; aquí comienza el carrusel. Después viene, periódicamente, inevitablemente,
una burbuja financiera, que en sí misma favorece una ulterior excesiva
retribución al capital.
Durante
un tiempo, los incautos que han puesto ahí sus ahorros se sienten ricos, y
quieren ser más ricos. Sus consultores, fondos
y bancos los encandilan con frutos cada vez mayores, que de alguna manera y
durante algún tiempo deben poder efectivamente mostrar.
Es
necesario repetir una vez más que todo el crecimiento
en campo financiero es falso. La finanza no produce riqueza: quien gana con
ella, lo hace a expensas de alguien que se empobrece. En realidad riquezas
increíbles son destruidas por la Bolsa y la especulación. Peor aún: la burbuja
financiera tiene siempre necesidad de nuevos incautos que entren, para
engullirlos pues es a su costa que aumenta, para que unos pocos se enriquezcan.
No
tarda mucho en llegar el momento en que la rentabilidad extrema del capital se
persigue y obtiene con cualesquiera medios, incluso los más deshonestos.
[…]
Es
éste el motivo no de algunos, sino de todos
los juegos especulativos. Por mucho que nos repitan que la Bolsa es
necesaria porque reparte y asigna
eficazmente los capitales, que la especulación es la mano invisible del mercado que alimenta con dinero las
actividades mejores con infinita e infalible sabiduría. El verdadero motivo es
el saqueo y el efecto no es una mejor utilización del capital, sino dilapidarlo;
y al infierno con el resto de la sociedad.
Podéis
no dar crédito a quien escribe estas líneas. Pero al menos creed a un premio
Nobel de Economía, Maurice Allais.
He
aquí lo que piensa Allais de los productos derivados, estos fantásticos
instrumentos financieros creados a la medida de los fondos especulativos
llamados hedge funds: “Los enormes
beneficios de los hedge funds implican riesgos también enormes…inutilidad de estas especulaciones para le
normal funcionamiento de la economía, y más aún la inestabilidad fundamental
que generan, y los considerables riesgos que hacen correr a la economía.”
Allais
ha propuesto, en vano, “prohibir la
especulación sobre los derivados y liquidar por ley todos los hedge funds…no se
puede correr el riesgo de desestabilizar la economía mundial con el único
pretexto de permitir las ganancias de los especuladores.”
Allais
no tiene mejor opinión de la Bolsa: “La
organización actual de los mercados financieros ha sido concebida únicamente en
el interés de quienes utilizan estos instrumentos nuevos. Es una organización
fundamentalmente nociva para el conjunto de la economía; es en su esencia
desestabilizante; favorece una excesiva volatilidad en los mercados; se presta
a toda clase de manipulaciones; genera fraude y es inútilmente costosa.”
“Parece difícil llamar ‘inversores’ a
operadores cuya única motivación es especular sobre el comportamiento gregario
de la masa de los especuladores. No se trata aquí d decisiones económicas de
inversión, sino de puras operaciones especulativas donde solamente los
‘insiders’ pueden ganar.”
[…]
[Sobre
el sistema monetario actual Allais opina que] “toda creación monetaria equivale a un impuesto que recae sobre quienes
ven sus ingresos disminuidos por el alza de precios que la creación de moneda
provoca […] como mínimo el beneficio que genera la creación privada de moneda,
que es considerable, debería ser atribuido al Estado, con lo cual podría
reducir la cuantía de los impuestos…la creación de moneda debe volver a ser
prerrogativa del Estado, sólo del Estado.”
[…]
Estas
y otras propuestas, de un economista Nobel, son al mismo tiempo concretamente
posibles y sin embargo radicalmente subversivas contra el sistema bancario y el gran fraude financiero. Si fuesen
aplicadas, abolirían de un plumazo la inflación y la creación privada de moneda ex nihilo, de la cual la banca obtiene indebidamente lucro, la
especulación financiera, el crecimiento drogado por la multiplicación de
pseudocapital, y la carrera ansiosa y perdedora de los trabajadores y los
ahorradores contra el aumento del coste de la vida.
Todo
esto no es un sueño. Si no es fácil realizarlo no es porque viole alguna ley
económica; es porque poderes muy fuertes tienen interés en mantener el sistema
vigente, y lo perpetúan.
¿La
prueba? El tratado de Maastricht, en el artículo 104, prohíbe expresamente a
los países europeos la emisión de moneda central, del Estado, no gravada por
intereses. La creación monetaria se reserva exclusivamente a los bancos.
Los
bancos en efecto han dictado el tratado de Maastricht; en su exclusivo interés,
y no en el nuestro, las burocracias han construido esta Europa.
Pero
otra economía es posible. Una economía del pueblo y para el pueblo. El problema
no es técnico. Es político. No hace falta más que tomar en mano otra vez la
libertad que una vez fue de los europeos, y recuperar la soberanía que fue de
los Estados. De aquí, si queremos, comienza la lucha de liberación.
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