"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

domingo, 1 de julio de 2012

ESCLAVOS DE LOS BANCOS (2)


[Continuamos con el ciclo "Esclavos de los bancos" de Maurizio Blondet. He intentado resumir -espreo no demasiado mal- el capítulo donde explica el mecanismo de la inflación como consecuencia necesaria del sistema monetario en el cual el dinero es creado por los bancos y prestado a la economía, naturalmente gravado por intereses, lo cual obliga a aumentar cada vez más la cantidad de dinero independientemente del estado d ela economía y por tanto lleva a la inflación]

La fábrica de la inflación

El verdadero culpable de la inflación es el sistema bancario.

Todo comienza cuando ustedes depositan en su cuenta corriente, digamos, cien euros que han ahorrado. Gracias a este depósito el banco puede prestar al industrial que lo necesita mil euros: es el mecanismo de la reserva fraccionaria. El milagro consiste en esto: el banco presta dinero que no tiene, que crea de la nada, y sobre éste obtiene beneficio con los intereses.

El banco puede escribir esos mil euros en sus libros contables como activo, porque genera intereses y un día le serán devueltos. Al mismo tiempo la contabilidad impone registrar un importe idéntico, mil euros, como pasivo. Esto porque la moneda creada de la nada está en circulación y el empresario endeudado emite cheques sobre ese préstamo que serán cobrados: el banco por tanto tiene una deuda potencial igual a su activo. Este pasivo se cubren con los pagos periódicos de los intereses por parte del deudor.

Sucede a veces –todos los días- que el endeudado no pueda pagar, que quiebre o sea insolvente. En ese caso el banco está obligado a registrar el préstamo fallido como pérdidas. No es, digámoslo enseguida, una tragedia: puesto que el 90% del dinero ha sido creado de la nada […] poco valor se ha perdido realmente. Es más que nada una partida de contabilidad.

Pero una pérdida contable es de todos modos mala para el banco, porque el préstamo debe ser sustraído de la columna de activos sin una sustracción correspondiente de los pasivos. El pasivo permanece, la moneda creada sigue circulando, los cheques y las órdenes de pago van llegando aunque el deudor esté en quiebra y el banco tiene el deber de pagarlos.

El único modo de hacerlo es coger el dinero del capital del banco o de sus beneficios. En cualquier caso son los dueños del banco quienes pierden los mil euros. Y para ellos la pérdida es real. Es más, si el banco ha concedido demasiadis préstamos arriesgados y demasiados de sus deudores son insolventes puede suceder que el pasivo sea mayor que el capital invertido por los accionistas en el banco. En ese caso el banco quiebra.

Es un verdadero dolor, para los dueños del banco. Tanto que todo el sistema bancario está diseñado para evitarlo. Los amos no pueden perder. El banco no puede quebrar. Para ello está el Banco Central: prestamista de última instancia, garantiza que ningún banco vaya a la quiebra y sus propietarios no sufran pérdidas. Interviene si aparece este riesgo. Se nos dice: para que los ahorradores no pierdan sus depósitos.

Todo banquero sabe que no se permitirá su quiebra, y por tanto no deberá responder de sus préstamos más arriesgados. Es por ello que los bancos, severísimos cuando se trata de prestar reducidas cantidades al tendero para su negocio o al trabajador para una hipoteca, son tan generosos cuando hay que prestar millones de euros a grandes empresas o al Estado. Si la gran empresa no paga, si un Estado retrasa los pagos, interviene el banco Central para salvar al banquero. Si el obrero tiene dificultades par apagar la hipoteca ninguna intervención pública lo va a socorrer.

De esta manera la banca presta tranquilamente al Estado, a la Parmalat [Nota: uno de los escándalos más importantes de los últimos años en Italia; era una de las empresas más importantes del sector alimentario, que quebró después de una serie de operaciones financieras muy dudosas] aun conociendo su insolvencia. Para comprender el porqué es necesario recordar una cosa: a la banca no le interesa la extinción de la deuda, la restitución plazo a plazo de todo el capital. El 90% de ese capital ha sido creado de la nada y el 10% es dinero vuestro, vuestros depósitos; no es dinero del banco y al banco no le interesa para nada. Cuando un deudor extingue su deuda y restituye el capital, para el banco es un engorro: debe encontrar otro a quien endeudar. Lo importante es que el deudor siga pagando los intereses, si es posible eternamente.

Porque ése es el negocio. Mientras el deudor pague los intereses el banco puede mantener el préstamo que le ha condecido como parte de los activos.

En este sentido el deudor ideal es el Estado. La banca presta al Estado comprando deuda pública […] pero nadie espera que el Estado al vencer el préstamo pague con otra cosa que con la emisión de nueva deuda pública, con vencimiento más lejano en el futuro. Esta es la eterna deuda del Estado […]
Cuando los Estados no consiguen pagar los intereses la banca los socorre en su propio interés […] basta en el fondo que el deudor siga abonando los intereses (no las cuotas de capital) para que siga siendo un activo en las cuentas y continúe a llover el beneficio. ¿Qué no tiene dinero para ello? El banco se ocupa de ello y abre otro préstamo al deudor, creando de la nada el dinero necesario para que pueda continuar pagando. Es el milagroso préstamo-puente, muy practicado con el tercer mundo. El dinero fresco ni siquiera entra en el país; pasa de una partida a otra en el banco acreedor. Milagroso porque el viejo préstamo que ha ido mal se queda en los libros contables como activo, activo que incluso aumenta con el nuevo préstamo y genera ulteriores intereses.

[…]

En una fase ulterior -cuando el deudor está ya con el agua al cuello- se recurre a otro sistema perfectamente experimentado […] los bancos proponen una renegociación de la deuda. Significa que se prolonga en el tiempo. Los intereses se reducen un poco pero se deben pagar durante más años o decenios. La deuda alcanza finalmente el estado de eternidad: el Estado endeudado paga y sigue pagando. En los libros contables se queda el famoso activo.

Pero el juego no puede continuar al infinito […] a un cierto punto el deudor debe aceptar rígidos programas de austeridad para que no derroche el dinero, para que lo haga fructificar y así poder pagar a sus acreedores. Normalmente es el Fondo Monetario Internacional a ejercer esta función como agente de los acreedores: en la práctica el Estado perde su soberanía, lo gobierna el FMI que recorta cualquier programa social –carreteras, hospitales, escuelas- como gastos inútiles, que desvían el dinero del objetivo supremo que es pagar a los acreedores.

Como contrapartida los bancos aceptan generosamente cancelar un parte de la deuda. De otra manera el Estado sería declarado insolvente y la deuda cancelada sería la totalidad. Con este gesto puede continuar el lucro.

[…]

Todo ese dinero mobilizado por las agencias internacionales, ayudas al desarrollo, subsidios directos, importaciones, que termina volviendo a los bancos a medida que el deudor fatigosamente paga, es dinero de los contribuyentes. O peor dinero creado de la nada por los Bancos Centrales. Y a medida que este dinero llega los bancos lo prestan, lo inyectan de nuevo en la economía donde se mezcla con el dinero circulante y diluye su valor.

Llegados a este punto el ama de casa se lamenta porque los precios suben y culpa al vendedor. Pero no es que suban los precios, es que el dólar –o el euro- van perdiendo valor porque hay demasiados en circulación. ¿Y quién los ha puesto en circulación? La banca. La madre de todas las inflaciones.

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