"Hubo un tiempo en que el pensamiento era divino, luego se hizo hombre, y ahora se ha hecho plebe. Un siglo más de lectores y el Espíritu se pudrirá, apestará"

Friedrich Nietzsche

domingo, 22 de julio de 2012

UNA VIDA BASTA Y SOBRA


[Volvemos a publicar algunos artículos de Massimo Fini, autor que aprecio mucho, sobre las patologías profundas de la sociedad moderna y tecnificada, que lejos de liberar al hombre en muchos aspectos lo oprime y lo condena a una insatisfacción oscura y permanente]


Massimo Fini

Mi slogan es: morir antes, morir todos. La segunda parte es impepinable, la primera, obviamente, discutible. Ya en 1919, cuando los horrores de la medicina tecnológica no habían alcanzado todavía los niveles actuales, Max Weber escribía: “La premisa general de la medicina moderna es que sea considerada positiva, únicamente, la tarea de la conservación de la vida…Todas las ciencias dan una respuesta a esta pregunta: ¿qué tenemos que hacer si queremos dominar ‘técnicamente’ la vida? Pero si queremos o no dominarla técnicamente, si debemos hacerlo y, en definitiva, si eso tiene verdaderamente un significado, esta cuestión no la afrontan o bien lo admiten implícitamente para sus fines”.

En la sociedad contemporánea, que se ha olvidado no sólo de Weber sino también de una sabiduría milenaria, el alargamiento dela vida no es solamente un must sino una bandera que ondea orgullosamente en el mástil más alto de la nave de la Modernidad.

Es necesario desbrozar el campo de un deliberado y no inocente equívoco difundido por los científicos, los médicos y los historiadores: que en la era preindustrial la vida era cortísima, 32 años o poco más. Una impostura ideológica. Los hombres y las mujeres del Medioevo se casaban, en media, respectivamente a 29 y 24 años; no habrían tenido ni siquiera el tiempo para criar a sus primeros hijos y, mucho menos, de criarlos por docenas como hacían. El hecho es que se confunde la vida media, en cuyo cálculo entran la mortalidad neonatal y perinatal (que además seleccionaba naturalmente los más robustos) con la vida efectiva de aquellos hombres. Sin entrar en complejas comparaciones estadísticas recordemos que padre Dante coloca “la mitad del camino de nuestra vida” en los 35 años y que, dos mil años antes, el biblista afirma “setenta son los años de vida del hombre”. El cotejo no hay que hacerlo por tanto con la vida media (que es una estadística artificial) sino con la expectativa de vida del adulto. En este aspecto hemos ganado algo, porque hoy los hombres tienen una esperanza de vida de 78 años y las mujeres de 83. Una decena de años más, que no son pocos. Pero hay que ver cómo se viven.

Para empezar están los horrores del “ensañamiento terapéutico”, gracias al cual al natural miedo a la muerte se ha añadido un abyecto terror a que te “salven”, condenándote, durante años, a una existencia mutilada, humillada, indigna de un ser humano. En el fondo la muerte, si respeta los tiempos naturales, es algo limpio, pero nosotros hemos conseguido convertirla en un acontecimiento sucio, inhumano. Además está la aterradora soledad de los viejos y la pérdida de cualquier función que hubieran podido tener. En Europa sólo el 3,5% de los ancianos vive con sus propios hijos. El viejo, al contrario de lo que sucedía un tiempo, ya no es el depositario del saber sino que, superado por las continuas innovaciones tecnológicas, ha perdido este papel. Como escribe el historiador Carlo Maria Cipolla “en la sociedad agrícola el anciano es el sabio, en la industrial es un desecho”. A esto se añade esa abstracción cruel que solamente la manía de codificar propia de la burguesía y de la modernidad podía inventarse: la pensión. De la noche a la mañana pierdes el puesto que tenías, aunque fuera modesto, en la sociedad, y te arrojan en el trastero de la chatarra. Y ahora vete a cuidar las gardenias, pobre, viejo e inútil capullo.

Pero ya antes, como entremeses, están la prevención y el terrorismo diagnóstico. A cualquier edad es necesario chequearse, manosearse, auscultarse, hacer media docena de exámenes al año. Ya no se puede fumar, no se puede beber, hay que hacer dieta. Debemos vivir hibernados, viejos desde la juventud. El griego Menandro (siglo III a.C.) divisaba lejos, muy lejos, nuestra sociedad, cuando cantaba: “Los Dioses aman a quien muere joven”

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